Bella se las apañó para hacerse con aquella pequeña pista que, a fin de cuentas, si no, habría terminado pegada en el suelo del mercado o desintegrada en algún desagüe, convertida en un pegote con manchas de tinta que a nadie habrían ayudado, pero en manos de las expertas podía significar la pieza definitiva en su puzzle de pistas, mentiras y misterios.

Una vez que creyó estar lo suficientemente alejada de Andrew y Etienne, que la dejó marchar quedándose con tres palmos de narices, sin poder replicarle o apuntar nada más, Bella escarbó entre sus cosas a ciegas, reconociendo con facilidad la intrusiva forma plana y ligera del papel entre sus cosas. Lo sacó y desdobló, encontrándose con una serie de seis números que de buenas a primeras no le dijeron demasiado: 7 5 0 9 1 4

La investigadora, mientras se daba a diversos malabarismos matemáticos tratando de encontrar sentido a aquellas cifras o su posible uso, no tardó en encontrarse con sus tres compañeras. Agatha y Margaret parecían esperar, distraídas, mientras Muriel parecía estar consultando su célebre baraja del tarot, posiblemente en busca de alguna nueva pista. A veces costaba seguirle la corriente cuando entraba en contacto con las 'presencias del otro lado', pero aparentemente tenía un don, aun insistiendo a posteriori en que los muertos estaban siempre allí para ser consultados, peor que la gente o tenía demasiado miedo o era una incrédula.

-Sshhh- dijo Agatha llevándose el dedo a los labios cuando vio llegar a Bella resueltamente.- Está haciendo...eso que ella hace con las cartas.- explico en un susurro.- Dejémosla un momento.

Tomó a Bella del brazo y la llevó un poco aparte para no interrumpir a Muriel. Sacó el pañuelo con la pequeña pieza de cerámica y se lo mostró. 

- Y eso no es todo.... British, enséñale lo que tú has encontrado.

-¡Oh!-Susurró Bella exclamativamente, excitada por todos los nuevos acontecimientos, pero sin querer molestar a Muriel-¡Yo también he encontrado pistas!

A toda prisa explicó lo que había visto en la oficina de Beauregard. O al menos con toda rapidez, porque Bella a veces tendía a divagar y a incluir detalles innecesarios, por lo que su relato incluyó todo el viaje entre el congelador y la oficina, su conversación con Beauregard por el camino, y su opinión sobre como quizás debería repintar el local por dentro, porque aunque no fuesen las zonas públicas, las paredes ya tenían sus rayitas y arañazos de los años, y siempre podía haber visitantes y daba impresión algo descuidada.

-Y este es el papel que se les cayó.-Terminó, sacando el papel con los cinco número y enseñándolo con tanta satisfacción como si fuera el cheque gigante de esos concursos televisivos.

—Ju ju jummmm— carraspeó Muriel mirando de reojo a las dos que habían abierto la boca. 

—Cómo decía siento una gran tristeza en este pobre imbécil. Algo en sus últimos momentos le cubrió de un gran pesar ¿sería quizá haber sido consciente de quién estaba detrás de su muerte? ¿o quizá sólo por lo tonto que se sintió al caer por la borda? 

—Cómo sea... veamos que dicen las cartas— Muriel empezó a revelar una a una las cartas. Empezando por el arco superior de cuatro cartas. 

—Pintan espadas...— susurra Muriel como en un suspiro —Su vida familiar estaba plagada de decepciones o disputas. Había cosas que claramente no funcionaban, eso le tenía apesadumbrado, nostálgico el cuatro de copas.

—Bastós... sentía que todo estaba en su contra, se encontraba a la defensiva y dejó salir a sus propios demonios. Ese impulso le llevó a embarcarse en una aventura. JA! Y mira dónde le llevó la aventura— 

Muriel empezó a entrar en un pequeño trance entrecerrando los ojos dejando que las cartas le mostrasen realmente lo que tenía que ver, en lugar de interpretarlas. 

Una profunda desazón se hizo fuerte en el pecho de Muriel, afianzándose como un ave de presa en sus ya maltrechos pulmones, mientras trataba de deducir las verdades y los secretos entre los naipes que había ido desplegando delante suya.

Si, la familia Krause era un hervidero de espejos trucados, humos y medias verdades que ahogaban a algunos de sus miembros más que una fortuita caída por la borda, como había pasado a su malogrado patriarca. Una serie de rostros desfilaba, girándose hacia la tarotista a medida que trataba de desentrañar la relación de sus poseedoras con lo que los naipes le gritaban en lo que el resto de las expertas habrían clasificado como mero silencio contemplativo.

El rostro de Albert en días mejores, no como lo habían visto, reposando rígido en la habitación contigua, se mostró volteado, mientras el resto de faces bailaban a su alrededor.

Su viuda e hijos, cambiando de expresión en un loop que oscilaba entre la tristeza y la alegría, mirando desde el infierno hacia Albert.

Y otros dos rostros, uno ya ocnocido, y otro que no lo era, que parecían descansar a cada lado del busto mortuorio dle propio Krause.

Era como si los naipes tratasen de desentrañar una tragedia privada a aquella que había reclamado su sabiduría, peor como si sus explicaciones fuesen demasiado rápidas para el ojo de la avejentada Muriel. Pero, parece que como repuesta a su imposibilidad de traducir su verdad última a la Experta, una imagen se fijó ante sus cansados ojos: un sobre en el que destacaba el logo de un laboratorio privado especializado en análisis de ADN que se solía publicitar en la radio local, Genetorch. SU imagen se fundía a negro mientras una voz acompañada de un reverberante eco (Posiblemente al de Albert Krause) sentenciaba. NO HA SALIDO DE MIS HUEVOS. Su voz sonaba dolida, triste y furiosa a la par, pero en su núcleo tañía la tristeza que había causado frío y falta de oxígeno durante dos respingos a Lanterman, quien se recuperó de la falta de aire pero no del frío azul que parecía teñir todo su entorno.

Muriel respiraba de forma agitada mientras sus ojos desorbitados recorrían las imágenes que el tarot le revelaba. Se echó hacia atrás mientras se llevaba la mano al pecho claramente afectada. Temblaba, sollozaba y respiraba con dificultad. Las chicas le ayudaron a mantenerse en pie mientras ella ahogaba un quejido lastimero y sendos lagrimones recorrían sus mejillas.

—El muy bastardo me ha contagiado su melancolía— dijo entre sollozos tratando de controlarse.

Der repente la anciana parecía apocada, pequeña, débil. Una caricatura de la Muriel altiva que conocían.

Por sorpresa pareció sacar fuerzas de donde no parecía tenerlas y agarró el brazo de Margaret con fuerza, la trajo hacía su rostro y le dijo muy cerca a la cara.

—Al menos uno de los hijos no es suyo. El lo sabía— y con eso pareció desfallecer en los brazos de sus compañeras.

Tras aquel último momento de inquietud absoluta, en el que Muriel parecía estar más allá que acá, el resto de las Expertas lograron arrastrar a su compañera caída fuera de la lonja de Brindlewood, sin cruzarse con Etienne, sus empleados o aquella otra persona con la que este se había reunido mientras Bella curioseaba tras una puerta.

Las investigadoras consiguieron replegarse, refugiándose en casa de Bella, con Muriel forzando su respirador mientras la anfitriona y sus compañeras preparaban una comida rápida, así como aquello con lo que pretendían agasajar y distraer a los Krause supervivientes.

La radio estaba puesta, llenando la casa con la voz de Randy Stormare, el especialista en historia y folclore local que solía ser invitado a los programas de tertulia del lugar para comentar curiosidades y majaderías sobre la peculiar existencia de Brindlewood en tiempos pasados.

- Es algo que no todo el mundo sabe pero, en la primavera del año 1942, mientras la fuerza de ataque 17, comandada por el almirante Frank. J. Fletcher, atacaba a la fuerza invasora de Tulagi en las islas Solomón, en la Batalla del Mar de Coral, los restos de un submarino alemán llegaron a las costas de nuestro querido pueblo. Las piezas parecían indicar que algo había desgarrado el vehículo desde el interior. Sus mamparos, que yo mismo he podido estudiar en el museo del mar regentado por nuestro respetado Reginald Frogg, estaban cubiertos por símbolos propios de los estudios de ocultismo, que nada desentonarían en una de esas pelis de serie B satánicas con las que el Doctor Morbius deleita a nuestros nietos en las noches del viernes al sábado en la tele local. 

- Vaya, una historia no muy a apropiada para la hora de comer, ¿No, Rhonda?

- Ya te digo, Sean, pero ¿Se encontraron los cuerpos de nazis muertos en ese misterioso evento, Randy?

- Pues no, Rhonda. No se recuperaron cadáveres provenientes de ese submarino, pero mis estudios me han permitido averiguar que si que se encontró a un superviviente, el soldado Leon Bauer, que fue detenido en la playa de un pueblo cercano, pero me temo que este no pudo darnos ninguna pista sobre qué le había pasado a su gente, ya que se suicidó la misma noche en que fue encarcelado, a base de golpearse la cabeza con saña contra el tabique de su celda.

- ¿Y cómo es que esta historia no es más conocida por el público, Stormare?

- Oh, porque nuestro gobierno fue increíblemente rápido y preciso a la hora de hacerse con la mayoría de estos restos, ocultándolos de miradas curiosas y vetando a nuestra prensa el publicar noticias sobre tan peculiar incidente.

- Y con esto nos despedimos por hoy de nuestro gran contertulio Randy Stormare, si le invitan a un par de jarras de cerveza en el Carnero Uraño puede que les desvele en persona algún detalle truculento que ha preferido ahorrar a nuestros oyentes más sensibles, ¿No es así, Randy?

- Claro que si, Randy, saludadme, pagadme un par de cervezas y os contaré hasta con cuantas mujeres compartió baile nuestro cuarto alcalde, al que muchos creían un hombre lobo, ya que estas no volvieron a ser vistas de una pieza tras compartir sus aposentos, JAJAJAJAJAJAJAJA.

La retransmisión radiofónica dio paso a un programa de jazz ligero ideal para relajar la cabeza durante la sobremesa, pero ciertamente la historia de ese submarino alemán era una sobre la que las Expertas no habían oído hablar hasta ese momento.
 

Bella canturreaba mientras preparaba un pescado a la plancha con verduritas para las Expertas. Los filetes se los había regalado su pescadero habitual cuando se encontró con él al salir de la lonja con Muriel. Que chico tan amable, les ayudó a llevarla a casa. Era de lo más agradable ver a jóvenes tan dispuestos a ayudar a pobres ancianitas desvalidas. Aunque ella nunca tuvo dudas de que se haría un buen hombre, si lo conocía a él y a toda la familia desde hacía años, como le recordó por el camino. El joven Josh dejó la casa satisfecho (y con unas cuantas galletas) después de ayudar a dejar a Muriel bien cómoda en un sofá.

En cuanto habían llegado había puesto para ellas sus bebidas calientes favoritas y unas pastas, y se había puesto a hacer la comida. Las cosas que iba a llevar por la tarde a reunirse con la doliente familia ya estaban en tuppers en la nevera, preparados del día anterior, así que sólo quedaba cogerlos cuando se fueran.

Mientras, el Señor Thomas, con su infalible instinto, había detectado quien de los presentes menos disfrutaba de la compañía de los gatos y había decidido que iba a intentar ponerse encima y restregarse contra ella durante todo el tiempo que estuviera allí. Había quien decía que no era que los gatos quisieran fastidiar a la gente que no le gustaban los gatos, pero la gente que les dejaba más espacio hasta que eran ellos quienes decidían acercarse era también el tipo de gente que preferían. Pero en el caso del Sr. Thomas, Bella estaba segura de que realmente intentaba seleccionar a sus víctimas por la persona que parecía menos cómoda con él cerca. Y es que Bella tendía a ponerle su juguete con comida para que se fuera de la cocina y estuviera un rato entretenido, si veía que algún invitado estaba incómodo con él. Y aunque ya se daba cuenta de su error y había dejado de hacerlo, el Sr Thomas aún no se había dado por vencido en tomar de rehenes a sus invitados a cambio de chuchería gatunas.

-Muriel, querida, ¿quieres un zumito? O algo más para reponer fuerzas. ¿Te pelo una fruta?-Bella sabía que Muriel era más dura de lo que parecía, pero no significaba que no se preocupara cada que le daba uno de sus teleles tras ponerse con las cartas.

Llegaron a casa de Bella. Agatha había ido refunfuñando todo el camino, regañando a Muriel como si fuese una niña. En realidad era su forma de liberar la tensión que le causaba la situación, ya que estaba realmente preocupada por su amiga.

Llegaron a la casa y tan pronto se acomodaron, el demonio felino de Bella saltó sobre el regazo de Agatha, quien levantó los brazos para evitar que le arañara, si es que era su intención. Cuando vio que no era tal, bajó los brazos, pero no podía evitar que todo su cuerpo estuviera en tensión al tener el animal encima.

Ella siguió con la regañuza a Muriel.

- Cualquier día de estos te da un patatús importante con esas cosas, Muriel- decía la vieja cartera, a la que siempre le había dado un poco de respeto el tema de las cartas y los trances de la vidente- y ya no tenemos edad, mujer.

Unos minutos de silencio le permitieron escuchar algo del programa de radio. Calló para escuchar el resto. Parecía interesante.

- Jo, jo... detalles truculentos... Quizá deberíamos visitar ese Canero Uraño a invitar a ese tal Randy. No sé a  vosotras, pero a mí me ha dejado con la miel en los labios.

Tomó una pasta y la mordisqueó mirando a sus compañeras, a ver qué tenían que decir.

-Si te molesta, ponlo en el suelo. -Le dijo Bella a Agatha, mientras ponía los platos en la mesa-Intento que no se suba a la gente, pero parece que le gusta la compañía.

Ante la sugerencia, el Señor Thomas, que ya se había puesto en posición confortable en el regazo de Agatha, sacó las uñas ligeramente, lo que Agatha notó a través de la tela de su pantalón. No era lo suficiente para arañarla o hacerle daño, pero sí lo suficiente para dejar claro que el uso ofensivo de las uñas era una posibilidad en caso de que alguien intentase sacarlo de donde estaba.

-Pues suena bien lo de visitar el Carnero Uraño ese. Aunque si no es un local apropiado para damas, siempre podemos invitar al caballero al club de lectura, a que nos dé una conferencia allí.-Despues de los platos, venía las bandejas con la comida y la cesta con el pan. Y ya estaba todo listo para comer. Bella contempló unos instantes la mesa, asegurándose de que no se le olvidaba nada, asintió satisfecha y llamó a las demás.

-¡A comer!-Le echó al Señor Thomas la comida en su cuenco, lo que hizo que el bicho decidiese que no necesitaba a Agatha por el momento y la humana podría levantarse sin castigo. La comida de Muriel se la sirvió en una bandeja en el sofá donde ya estaba sentada. Menos riesgos de que se marease y se cayese que sentada en una de las sillas de comedor.

-¿Y qué opinais de lo que hemos encontrado hasta ahora? Si uno de los hijos no era suyo, ¿cómo averiguamos cual? Porque no creo que se presten a hacerse un test de paternidad. Aunque supongo que el finado ya lo habría hecho.-Dijo, tras sentarse, después de que las demás se hubieran sentado, y empezando a dar cuenta de la comida en su plato, después de que las

—Gracias Bella querida. No es que no aprecie tu hospitalidad, es solo que a veces una le cuesta encontrar el sentido de seguir atadas a este mundo material— Indemne a las regañinas de unas y de otras Muriel parecía decidida a ennegrecer el día con su melancolía.

—El viejo Kraus lo sabía bien. No me extrañaría nada que hubiese sido el mismo el que decidió terminar por la borda...

La vieja excéntrica picoteo la comida que Bella le había preparado, pero la edad y los achaques no le permitieron comer más que un cuarto del plato. Mientras la anfitriona se desvivía con los postres y el té Muriel aprovechó para echar mano de su bolso del que extrajo madeja y agujas. Casi como si fuese un mal hábito empezó a lanzar puntadas en el lienzo que parecía un nuevo jersey para su tronco.

Respirando fuertemente escuchaba a sus compañeras arrojar luz sobre las pistas obtenidas sin intervenir, lanzando alguna mirada de aprobación o algún quejido de incredulidad aquí y allá.

-Mujer, no creo. Si el mundo material suyo era de lo mejorcito. Mira, mira, cómo vivía

Se levantó de la mesa y se acercó a la mesita de café y, tras buscar un poco entre las revistas que tenía en el soporte de abajo, encontró la que estaba buscando, una revista del corazón de hacía unas semanas. Tras buscar la página adecuada, se sentó en el sofá al lado de Muriel y le enseñó el reportaje que había encontrado. Era uno de esos reportajes frecuentes en ese tipo de revistas, donde los ricos y famosos enseñaban el interior de sus casas, perfectamente decoradas, con muebles de diseño y objetos decorativos en armonía estilística, completamente limpias, absolutamente todo en su sitio y ninguna señal de que allí viviera alguien real, a diferencia de las casas normales, donde la gente dejaba libros a medio leer, mantas encima del sofá, papeles con los que estaban trabajando sobre la mesa, y con decoración de decenas de procedencias distintas, e incorporadas en distintos momentos, conseguidas a lo largo de una vida de experiencias, amistades, aficiones y los caprichos para los que daba el dinero que sobraba de pagar por vivir dignamente, y en las que no importaba tanto el conjunto, sino el significado de cada objeto.

En este caso, la foto de glamour tenía alguna peculiaridad. Era una entrevista con la famila Krause, y si bien se mostraba la habitual decoración de lujo perfecta pero aséptica, en la que posaba la familia de lujo perfecta pero aséptica, de sonrisas perfectas pero vacuas, lo que se mostraba no era una mansión, sino el yate que había sido donde el muerto había encontrado su final.

-Fíjate qué acabados. Uno no se tira por la borda con esos suelos. Yo creo que debe ser madera de la buena, buena. Aunque digo yo, que con el agua del mar, debe estropearse bastante; parece un desperdicio ponerla en un barco. Y ese baño. Si tenía una bañera que casi parece que puedas nadar en ella. Ahí, cuando te duelan las articulaciones, podías meterte entera en el agua caliente. Y qué sofás...

Bella dejó la frase a medias. Se acercó la revista a la cara, entornando los ojos. Dejó la revista, se sacó las gafas del bolsillo de la chaqueta y volvió a mirar aquella foto del salón del yate.

-Oye-le dijo a Muriel, señalándole con el dedo una hornacina con objetos decorativos en la pared (¿o eran manparas?) del barco, tras el sofá donde la familia estaba sentada-. Ese jarrón que tienen ahí, ¿no se parecen los colores al trocito de cerámica de la oreja del difunto?

Agatha respiró aliviada cuando el gato bajó de su regazo.

- No es un lugar apropiado para damas, no es un lugar apropiado para damas...- murmuró en tono molesto- Querida, en los tiempos que vivimos cualquier lugar es apropiado para damas- continuó muy digna-  Y más para unas damas  experimentadas en la vida como nosotras... aunque... la idea de invitarle a la librería tampoco es mala, podríamos hablar con más tranquilidad- tuvo que acabar por reconocer.

Agatha siguió con interés el tour fotográfico que Bella les hizo por la casa y el barco de la víctima. Sólo interrumpía a Bella para hacer algún comentario del tipo:

- ¿Habéis visto el brocado de esas cortinas?...  Ese salón quedaría mucho más luminoso sin tantos muebles, se ve como ahogado... Cómo se nota que no es la señora la que tiene que quitar el polvo a todas esas figuritas de cristal de las estanterías... 

Finalmente, Bella llamó la atención del grupo sobre un jarrón. Agatha sacó rápidamente de su bolso el fragmento y lo puso sobre la fotografía, para comprobar que , efectivamente, se correspondían.

- Parece ser que el señor Kraus tenía un trozo de jarrón en su oído. 

No convenía ni hacer una comida muy pesada ni extenderse demasiado en la sobremesa, claro que descubrir todos aquellos misterios y elucubrar sobre cómo conformaban una posible trama criminal era el entretenimiento de nuestras inciertas heroínas. Así que, tras el indispensable té acompañado con alguna de las pastas o delicias de Bella, las Expertas prepararon su cargamento de tuppers y mensajes alentadores y bienintencionados para una familia rota, recordando los propios momentos duros que a ellas también les tocó vivir en las últimas décadas, antes de poner rumbo al puerto, cruzando los dedos para que la Dama Regia hubiese atracado para alguna de sus paradas de abastecimiento o para que sus ocupantes hiciesen o recibiesen alguna visita.

Y habían tenido suerte. La Dama Regia, la vivienda flotante de los Krause y penúltima morada de Albert, el difunto cabeza de familia, permanecía atracada en su propia plaza en el muelle destinado a los yates de mayor eslora. Su rampa de acceso permanecía desplegada, a pesar de que una cadena indicaba que estaba cerrado el paso, pero cuando el mayordomo de la familia se asomó y vio a la peculiar comitiva de visitantes, se plantó en la entrada.

Era un individuo al que Bella recordaba de unas pocas horas antes, cuando lo había visto en un breve encuentro con Etienne. Así que este era el tal Andrew... Sos... Pe... Choso... ¿No?

- Muy buenas tardes, ¿Les puedo ayudar en algo, buenas señoras? Supongo que habrán oído que ahora mismo el Dama Regia está de luto y es por ello que no acepta visitas, pero si les puedo ayudar en algo.- Les preguntó educadamente pero no sin cierta altivez que indicaba que se moría por largarlas de allí cuanto antes.

-Por supuesto, por supuesto-dijo Bella poníéndole en las manos los táper de comida que habían preparado. Cuanto más ocupadas tuviera las manos, menos podría usarlas para otras cosas, como impedirles el paso-. Gracias, joven, muy amable. Si es que hemos cocinado tanto, que pesaban bastante. Y a nuestros años, ya no se puede cargar tanto. Pero como le decía, por supuesto que no se nos ocurriría molestar con un visita en estas aciagas circunstancias. Nosotras no hemos venido a visitar, hemos venido a darles el pésame. En nombre del pueblo, ya sabe. Y ayudarles en lo que podamos. Si es que nosotras ya sabemos lo que es perder un marido. Excepto Two-Wheels, que nunca ha sido de marido. Pero lo tengo ahí parado cargando, vamos a la cocina y le digo lo que tiene que hacer con todo eso.

Bella, actuando como quien tiene todo el derecho de estar allí, esperaba poder pasar antes de que el mayordomo se sobrepusiese al efecto de su presencia y se interpusiese para prohibirles el paso, así que sin esperar respuesta se dirigió a la entrada de los camarotes.