Partida Rol por web

Castillos de arena

Granos de arena

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15/02/2016, 18:55
Director
Sólo para el director

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15/02/2016, 19:09
Director
Sólo para el director

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15/04/2016, 18:41
Zenit
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Con una infinidad de preguntas tras la comparación del nombre que Levi concede a ese mundo con otros que conoces y aquel al que desearías poner rostro buscas a tu amiga de marfil y sonríes.

Levi, con tu sonrisa, entorna su rostro hacia ti evitando mirarte a los ojos y te devuelve una sonrisa con la timidez de quién no está seguro de hacerlo bien.

- Ceres es la hija mayor de Lenoïra, la dueña del tiempo, de mis mantos y mis alas. Ceres estuvo aquí más que ningún otro de vosotros, y cuando desapareció el tiempo se detuvo en ese mismo punto, todo quedo estancado y Lenoïra empezó a marchitarse.

Se puso cómoda, con los pies colgando de tu hombro - Aïta no es Olene, simplemente no lo es. Faltan estrellas en el cielo y calidez en los bosques. Aïta marchita a sus habitantes y luego busca nuevos, pero una y otra vez mueren las estrellas.

A tu última pregunta no supo responder - ¿Dónde estabas?

Notas de juego

Lo pongo aquí, que en foro es fatal. Si no puedes escribir, cagada.

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15/04/2016, 23:16
Neuen
Sólo para el director

Escucho las palabras que mi amiga me dedica y siento cada una de ellas como si fuera una gota de lluvia, o de pintura, y estuviera poco a poco ayudándome a pintar el cuadro que dibuja todo esto. O ambas cosas, y llueve óleo en mi cabeza. No sé por qué, pero ni siquiera me parece descabellado. Veo su sonrisa y la mía se amplía, casi animando a la suya a estirarse, a desperezarse y a saludar al mundo como si fuera este el primer día de su historia.

Pongo atención a todo lo que dice, y lo hago sin interrumpirla. Me maravilla su voz, la forma de resonar en mi cabeza y cómo sus sílabas se extienden por mi pecho y por mis brazos. Y casi me da pena ver cómo aparta sus ojos de los míos por una precaución que supongo.

Para cuando ella termina de hablar decenas de nuevas preguntas revolotean en mi cabeza. Son mariposas rojas, moradas azules, y las voy tocando una a una. Tiro de los hilos que las unen pasando de una cuestión a la siguiente, fascinado con lo que dice mi amiga y con el trabajo que tiene que haber detrás de todo esto.

—Ceres... —es lo primero que repito en mi cabeza, atando ese nombre con fuerza para que no se me olvide. De algún modo su historia me parece hermosa, pero no tardo en relacionarla con otra que oí no hace tanto y cuando ambas se complementan un escalofrío me recorre entero—. Ella puso precio a tu cabeza —digo, aunque cinco preguntas que son la misma se adivinan al tocar esas mariposas: ¿Por qué?

—¿Crees que te estará buscando ahora? ¿Qué pasaría si te encontrara? —planteo tras tirar de los hilos que estaban enganchados a esas cinco preguntas que eran una—. ¿Por eso te escondes? ¿Fue ella la que rompió el reloj?

Entonces guardo un instante de silencio. Hay tantas mariposas que no tardo en soltar las que seguían por ese camino y acercarme a las de otro.

—El Ónix —digo entonces—. Su nombre. Se parece a Aïta —enuncio, y al hacerlo me hago consciente de que el muy incapaz ni siquiera ha podido ganarse su propia diéresis. Las preguntas que rodean a esa afirmación se acumulan alrededor, pero no son de esas que se hagan en voz alta, ni siquiera dentro de la cabeza, así que doy por hecho que ella me entiende con eso y paso a otra cosa.

—¿Cuántos hijos tiene Lenoïra? —pregunto animado, imaginándome en una reunión familiar multitudinaria. En ese mismo instante me siento como si aquello fuere algún tipo de indiscreción, igual que preguntarle por su edad. Dibujo una sonrisa al darme cuenta de lo que eso significaría y río suavemente antes de proseguir.

—Cuando te dije que se habían llevado a mi hermana ya me ibas a ayudar sin saber su nombre—le recuerdo—. ¿Si hubiera sido Ceres también? Y... —ladeo entonces mi cabeza, curioso con respecto a lo siguiente. Es evidente que no hay respuesta posible que me pudiera parecer mal, sino que es más la sed de conocer a mi amiga lo que me mueve—. ¿Sabías quién era yo?

La miro entonces un par de pasos más, y soy consciente de que la estoy cosiendo a preguntas. Y por un momento me pregunto si lo que le estoy cosiendo será un chaqueta o un corro de lana. Eso último podría quedarle bien.

—Las estrellas que faltan, ¿dónde están? ¿Ha hecho de su luz su oscuridad? —pregunto, haciendo referencia a unas palabras pronunciadas por ella anteriormente. Luego mi expresión se vuelve ensoñada—. ¿Sabes qué creo? Que podemos volver a pintarlas.

Para entonces me doy cuenta de que aún con todas mis preguntas ni siquiera he respondido a la suya.

—Fuera de aquí. Olvidando y aprendiendo, creo —explico, pensando que realmente eso es lo que han hecho los héroes durante toda su vida antes de descubrir que son héroes—. A veces es lo mismo.

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16/04/2016, 01:11
Zenit
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En ese mundo tan quieto y a la vez tan rápido que tan solo tenía cabida en tu cabeza, en ese espacio compartido al que permitías entrar a tu amiga, o tal vez, en el que ella se había abierto paso sin permiso, las palabras fluían con clandestina agilidad, ignorando e ignoradas en el mundo en que Meiralex os acompañaba.

En ese mundo exterior, Levi estira su cuello al escucharte pronunciar el nombre de Ceres, atendiendo a la melodía de su pronunciación como un perro viejo a un aullido joven.

Su espalda está completamente recta pero sin tensión, tan solo atenta y expectante. Sus manos siguen apoyadas a ti con suavidad y sus piececitos dejan de tamborilear en ti.

- Mi historia tampoco es la de Ceres, ella fue magia pero jamás brillo tanto como la estrella que la traía.

- No creo que Ceres me busque, tampoco que me vaya a encontrar. Quizás también me ha olvidado -suspiró con pesar y sus pies arrancaron de nuevo el juego -. Si me encontrara, tal vez me devolvería mis alas, tal vez no sabría quiénes son.

Entonces guardó un largo silencio, pesado y sofocante. Un silencio que parecía hacerla desaparecer para solo quedar bruma.

- ¿El reloj está roto? -se extrañó y su cabeza buscó al pájaro de zafiro helado y de ella al cielo-.

A tu comentario acerca del nombre del mundo marchitado simplemente asintió y continuó el gesto hasta volver a mirar al frente.

- Ceres, Enea y Eltanin -enumera los nombres y omite toda referencia a números-. Todo precio es bajo a cambio de la libertad, implique a Ceres o no. De hecho, si es a ella a quién buscas, aún vuelve menor mi precio -te mira-. Sigo sin saber quién eres además de Austin, además del hijo de Lenoïra, además del autor de la historia de Levi, del dueño de la tierra y del aire, de la primera flor de esperanza para Olene.

Su respuesta se enlaza con tu pregunta, y sin tiempo o pausa sigue - Las estrellas son esperanza, alimento, vida. Todos guardamos algunas, otras se han perdido en la tierra, otras duermen esperando ser pintadas -se solapa con tu promesa y sus ojos se clavan en tus labios, concentrada en el pensamiento que ha escapado de ellos y ahora es parte de ese mundo - Mañana los árboles floreceran.

Notas de juego

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16/04/2016, 11:20
Neuen
Sólo para el director

Me resulta extraño y fascinante ver las distintas velocidades a las que se mueven los dos mundos. Dos de tres, porque en otro sitio hay otro moviéndose también distinto. Como si fueran, una vez más, muñecas rusas con distinto tiempo de latido.

En el momento en que llegan sus nuevas palabras siento que tienen todo el sentido del mundo, a pesar de que mi cabeza no termina de entenderlas. Sin embargo mi pecho las acepta y las guarda. Es frecuente que haga eso, cobijando cosas antes de que mi cerebro las expulse por incoherentes. Alzo mi vista hacia el cielo por un momento.

—La estrella que traía a Ceres —enuncio—, ¿ya no está? ¿Las que están, han traído, o van a traer? —digo antes de buscarla con una mirada que parece condenada a no encontrar la suya. Siento lástima por lo de sus alas. Si a mí me quitaran la mía podría hacerme más, pero no estoy seguro de que sea lo mismo—. ¿Y quiénes son tus alas? —pregunto—. Cuando hayamos encontrado a mi hermana podemos buscarlas —propongo animado antes de levantar un poco el hombro y hacer un ademán con la cabeza, señalándole la mía—. Yo tengo una. No se extiende todavía, pero como tampoco hace falta para estar en el cielo está bien así. —Mi mirada se vuelve solícita entonces. Sé que lo que voy a decir no tiene mucho futuro, pero aún así la pena por su falta de alas es quien mueve mi lengua—. Puedo dártela si quieres. O prestártela mientras no encontramos las tuyas. Aunque no sé si un ala prestada es mejor que dos robadas.

Me quedo en silencio entonces unos instantes que fuera de mis ojos son menos que un suspiro. Al volver a hablar voy tocando algunas mariposas nuevas que intentan entender a mi amiga más que volar fuera de mi cabeza.

—¿Te gustaría que te buscase? —pregunto pensativo—. ¿Te gustaría que te encontrara?

—Yo no soy el autor de la historia de Levi —sigo después, recordando sus siguientes palabras—. Levi es la autora de la historia de Levi. Toda historia necesita un protagonista y una luna, y en la de Levi Levi es las dos. —Mi sonrisa se amplía mientras me ofrezco a algo que parece casi mágico con voz suave—. Pero puedo ser el lector que la observa mientras quieras. Soy bueno conteniendo la respiración en los momentos emocionantes y llorando en los emotivos, ya verás.

—Ceres, Enea y Eltanin —repito entonces, atando una vez más ese nombre y ligándolo a los segundos. Entonces me doy cuenta de que aunque uno de ellos parezca llamarme no tengo más certeza de que ese sea mío que la que tengo de que  mi nuca no tiene una estrella pintada—. No soy Ceres —enuncio extrañado antes de buscar con la voz y con la mirada a mi amiga, interrogativo—. ¿No?

Sin embargo no doy tiempo a que me responda, pues antes de que lo haga nuevas palabras están cabalgando mi lengua. Es como si yo me estuviera moviendo dentro de mi propia cabeza para darme la vuelta y volver por el camino que he recorrido al hablar, pero al hacerlo tocase varias mariposas que no buscaba.

—¿Florecerán por mí? —pregunto. Y por un lado deseo que así sea, y por otro que no. No me gusta que los árboles dependan de mí, pero al mismo tiempo eso haría todo tan mágico y cojonudo y especial que mi estómago vibra con la idea de que la respuesta sea afirmativa. Y tampoco es que sean árboles de verdad, ni nada—. ¿Podemos encontrar las que se han perdido en la tierra? —enuncio inquieto. La verdad es que hablar de que todos guardamos algunas y acto seguido de que otras se han perdido en la tierra me hace pensar en lo muertos y enterrados y nos imagino abriendo una tumba y encontrándola llena de estrellas. Y es precioso. Sin embargo hay algo que me inquieta—. ¿Y si alguna se ha quemado?

—Oye, Levi —añado después, ya al final—. Y si buscase tu reflejo, ¿qué encontraría?

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16/04/2016, 13:00
Zenit
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En el cielo nocturno bajo el que os habéis adentrado, las estrellas brillan inalteradas por vuestra conversación, arremolinadas sobre tu cabeza para ser encontradas por tus ojos sin necesidad de pasearlos por aquel cielo de rojos, ocres y violetas.

Tus palabras acarician a Levi con tanta sutilidad que parece no haberlas escuchado, o tal vez, tus ojos llegan de un modo mucho más fuerte para ella que tus pensamientos, pues al buscarla con la mirada, ella lleva sus ojos negros a ti, y aunque tus pupilas no llegan a encontrarse con ellos, tienes seguro que ha sido solo cuestión de causualidad que vuestros gestos no se hayan visto mezclados —Aedem y Demae —responde dando un pequeño salto en el aire cuando mueves tu hombro, y de ese pequeño salto, hila dos más antes de volver a tu hombro-.

Está vez su cuerpo apunta en el sentido contrario al tuyo, y tan pronto como su pies se apoyan en ti, dobla sus rodillas para agazapar su cuerpo, y bajar su mano a tu ala—. ¡Nunca prestes tus alas! —se exclama acariciando aquella pintura viva, y al hacerlo sientes el cosquilleo de un cabello y el movimiento de tu ala desperezándose para apartarse de ese cosquilleo-.

Retira su mano y se mueve para volver a sentarse — No tiene ningún motivo para buscarme —responde incapaz de entender tu pregunta— ¿Buscas tu a Diphnos? —dejó caer su pregunta con entonación de respuesta, como si aquello pudiera cerrar el tema y concluir tus dudas.

A tus siguientes palabras se limitó a sonreír y ladeó ligeramente su cabeza como si estudiara si tu llegabas a creerte aquellas palabras o simplemente vivías en la modestia. Asintió — Uno debe leer lo que escribe para que no sea solo un pasado —.

Guardó un largo silencio en el que sus ojos parecieron apagarse, volverse solo un cristal oscuro sin restos de luz al otro lado. Y solo cuando los nombres de los hijos de su reina volvieron a sonar movió su cabecita a un lado y otro.

No responde hasta que tus pensamientos le regalan un espacio — Todos podemos dejar de ser lo que fuimos. No por ti, pero a tu causa — extiende su mano al aire y sus dedos se cubren de diminutas rosas tan plateadas como ella y, entonces, ríe con suavidad—. Olene podría, en Aïta nada se encuentra — niega con la cabeza —. Nada se encontraba, pero tu me encontraste, como encontraste un nuevo nombre para mi historia. Quizás si lo buscarás incluso podrías encontrar mi reflejo.

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16/04/2016, 15:14
Neuen
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Recibo los dos primeros nombres que mi amiga me tiende y los hilvano junto a los demás usando un hilo de pensamiento. Lo hago con mimo, usando los agujeros de las letras para no hacerles daño. Acto seguido, cuando me dice eso de que no preste mis alas estoy a punto de protestar, pero su tacto me hace reír con suavidad en mi cabeza por las cosquillas. Luego la miro por un instante, transmitiéndole con mis ojos que no me importaría prestarle mi ala. Que confío en ella, y una ausencia compartida es mejor que vivirla sola.

Después de eso miro al frente, pensando por un instante, y siento un pequeño vacío cuando mi amiga dice que Ceres no tiene motivo para buscarla. Un vacío que se incrementa aún más cuando me pregunta por alguien que no conozco. Mis ojos vuelven a buscarla, interrogantes y confundidos.

—Ahora sí —respondo con resolución, aunque soy consciente de que me faltan pistas—. Antes quizá también, pero no sabía que lo buscaba —me explico y no tardo en rozar una mariposa que acaba de aparecer a mi lado con su respuesta que era una pregunta—. ¿Quién es Diphnos? —digo, y no tardo en añadir algo quizá igual de importante—. ¿Quién fue?

Luego permanezco en silencio unos segundos más. Las mariposas de mi cabeza parecen reproducirse tanto que siendo una veintena a mi alrededor pidiendo ser liberadas a través de mi boca. Mariposas entran por mis oídos cuando Levi habla, mariposas salen cuando hablo yo, y aún así cada vez son más las que llenan mi cráneo.

—A lo mejor Aïta ya no es Aïta, y el Ónix sólo es un negro más —valoro, aunque ni yo termino de creerlo. Entonces la sonrisa de quien está valorando hacer una travesura o atreverse a ir más allá de lo imaginado va creciendo en mi rostro. Y entonces esto se me antoja como un reto—. Quizá —digo como jugando antes de detener mis pasos y asomarme un instante al puente. Me busco a mí en el agua pero, más que a mí, busco a mi amiga.

—Cap —pienso mientras mis pensamientos vuelan hacia otra persona que debería encontrarse a sólo unas manzanas de distancia, pero que ahora parece bien lejos.

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16/04/2016, 16:04
Zenit
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Al asomarte al río, sobre las ondeas aguas es difícil encontrar tu propio reflejo, pero en aquellas zonas en calma entre las distintas corrientes que crea el salto de agua, puedes llegar a ver aquel rostro que suele devolverte el espejo pegado a un cuerpo pálido sin trepadoras recorriendo sus brazos. Buscas la imagen junto a tu hombro pero no encuentras más que una luz tan brillante como la sonrisa que contenía a Levi, solo que esta vez, esa luz se recoge en un una esfera.

En ese momento Levi recoge una pregunta anterior acariciando esa mariposa que ella misma había puesto en tu cabeza — Diphnos fue el hilador de castillos. Su magia envolvía las nubes e iluminaba las sombras de la propia noche. Diphnos fue el primero en pisar Olene, o tal vez, Olene se construyera bajo su pies y a su alrededor, en cualquier caso, fue la primera mano en levantar las arenas, y la primera brisa en silbar a las luciérnagas.

Dipnhos recogía mis dibujos cuando me llevaba el manto índigo, siempre supe que era él aunque jamás nos vimos. Nos conocíamos sin conocernos, nos entendíamos sin coincidir y jamás tuvimos la necesidad de que fuera distinto. A veces dejaba pensamientos entre las estrellas para que otros me los entregaran, y a veces le respondía con lineas de luz en el cielo. Hasta que una de sus lágrimas cayó a la tierra y empezó a descuidar los castillos para cuidar de ella.

Yo seguí pintando los cielos, tejiendo y destejiendo mantos, volé más rápido, llegué a los castillos, aprendí a silbar y guardar secretos. Les observaba desde el cielo, y mis alas me traían sus historias. Diphnos sabía escuchar, pero se equivocaba en el quién hasta que encontró a Lenoïra. Cada uno brillaba más que el anterior y cuando Ceres se unió a sus vidas, cayó el primer castillo.

Diphnos buscó y recolectó cada grano de arena, los guardó en sus bolsillo, entre sus cabellos, en sus manos, los guardó en su interior y los cargó sobre sus hombros hasta que los hubo encontrado todos y entonces, Diphnos creó el reloj, guardó todas las arenas en su interior y Alya las custodió.

Pero cuando su lágrima perdió brillo, el fuego corrió en Olene, las estrellas se precipitaron de los cielos y el cielo se detuvo. Para ese entonces yo ya estaba bajando a la tierra, pero Diphnos me dejó un último mensaje, me confió sus secretos, me confió su paradero y el del pequeño de Lenoïra. Diphnos fue quién deshiló los castillos y apagó las estrellas a la espera de que el jazmín aprendiera a volar. 

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16/04/2016, 22:59
Neuen
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Una inevitable sonrisa se extiende por mi rostro al ver mi reflejo acompañado por el de mi amiga. Me quedo ahí durante un instante, observándola. Observándonos. Y mientras su historia comienza emito un suspiro.

—Estás llena —bromeo. Sé que es de esas cosas que a muy poca gente le harían gracia, pero tampoco conozco el sentido de humor de las lunas.

Después de eso escucho su historia y me asombra su belleza. La de su voz y la de su fondo. De alguna forma mientras habla voy sintiendo a ese Diphnos no como un padre sólo mío, sino de todas las cosas que nos rodean. Sin embargo el tiempo pasado con el que Levi relata me trae un deje de melancolía, de ausencia que no tarda en confirmar con sus palabras.

Mi sonrisa se mantiene viva en mi rostro cuando me habla de la relación que mantenían. Los siento como amigos más que como amantes, como dos entes tan diferenciados y tan complementarios que se conocen por conocerse a sí mismos. Que confían el uno en el otro pues saben dónde empiezan y dónde acaban sus cometidos, sus intenciones y sus manos.

Pero en el momento en que habla de la caída de una lágrima mi pecho siente ese acto como el final del principio. O como el principio del fin. Que no es lo mismo, pero es igual. A partir de ese momento todo parece precipitarse, así como lo hacen los propios castillos de los que Levi me habla.

Un instante más tarde, cuando me habla de cómo Diphnos trataba de recolectar cada grano de arena siento un poso de angustia en el estómago. Mis ojos viajan hacia el camino y por un momento me planteo recolectar también cada grano qu encuentre. Y guardarlos en mis bolsillos, y entre mis cabellos, y guardarlos en mi interior y cargarlos sobre mis hombros. Pero sé que el reloj está roto, y que hacer eso sólo servirá para que caigan más adelante. Y es entonces, viendo ese sendero, cuando asumo la derrota de Diphonos y de lo que representa, sea lo que sea. La arena está por todas partes, formando un camino que no se debe seguir y que me dispongo a recorrer y que se interna en la noche más oscura que he conocido: una cuya negrura es tan suave y al mismo tiempo tan intensa que no le preocupa mostrar sus estrellas, pues de poco van a servir. Una en la que ahora sé que faltan puntos de luz en el cielo. Aunque al menos tengo mi luna.

—Entonces... —digo cuando acaba—. ¿Dónde está Diphnos? —pregunto como si me faltase el siguiente capítulo de la historia. Uno que siento que aún estamos construyendo—. ¿Qué hizo Lenoïra mientras? ¿Dónde estaba, y dónde está? ¿Y su pequeño? ¿Y adónde se marchó Ceres?

Mi cabeza funciona encajando piezas. No sé quién es el jazmín, pero sé de alguien que huele a jazmín y sabe volar. Aunque probablemente oler no sea suficiente.

—¿Quién prendió el fuego para que corriera? —prosigue mi lengua ansiosa de respuestas—. ¿Y dónde está su lágrima? Aún podemos hacerla brillar. No sé cómo, pero siempre se puede —Busco entonces su mirada—. ¿Qué pasaría si brillase de nuevo? ¿Y cómo es Alya? ¿Por qué ella, y no otro? ¿Qué pasa si se rompe el reloj?

Y tras esas nuevas puntadas en la prenda que le estoy tejiendo a base de preguntas mi voz se tiñe de resolución.

—Enséñame a silbar.

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17/04/2016, 13:45
Zenit
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En el río, la luz de Levi se acentuó ligeramente con tu comentario, fuera del refeljo, sobre tu hombro, la luna en flor se limitó a mirarte, sin expresión. No parecía haber entendido el carácter de broma de tus palabras, pero tampoco parecía que se lo hubiese tomado como una ofensa, sino tan solo como la costatación de un hecho.

Mientras te cuenta la historia de Diphnos, Levi no muestra ningún sentimiento actual y propio, la relata como si tuviera que ser sin impotar qué, sin importar cómo ella la hubiese escrito, y aun así, en el momento en que tu corazón se encoge por esa lágrima caída, ella acaricía tu piel coo si entendiera que está pasando no solo en tu cabeza, sino también en tus entrañas.

No se dónde está Diphnos pero sé que se fue al Olvido. Envolvió a Enea en las nubes y él cruzó el río con el pequeño en brazos -señaló con su mano aquél en el que te habías buscado y no la habías encontrado-. Escuché sus dudas y su miedo, pero mi camino todavía era largo, y así como fui incapaz de llegar a tiempo, nunca he puesto un pie en Olvido. Cruzó con el pequeño en brazos pero quedó oculto en las estrellas, en el aire y en su memoria. Pero sé que volvieron a encontrarse más allá del río y de Olene. Lo sé por esa estrella - señaló el cielo nocturno, a mitad de camino entre el puente y las cimas redondeadas, señaló una estrella solitaria que brillaba con matices verdes y dorados-.

Lenoïra había perdido su luz y su cordura, se había encerrado en la mayor de las oscuridades, aquella que no solo es sino que será y jamás había sido. Llegué tarde. Para cuando llegué ya habían puesto precio a mi cabeza. La jaula no me permitía sentir ni su corazón, ni su magia, ni sus secretos; dejé de observar y me prohibieron sentir. Muchos me han olvidado y quizás ella también y por ello, ahora tampoco puedo sentirla.

Hizo entonces una pausa para observar el cielo diurno y luego al bosque antes de seguir - Ceres tejió un manto de arenas y cubrió con él las nubes, recogió y recorrió con su hermana los desiertos más allá del bosque y solo regresó Eneas con un pequeño en brazos, con los ojos más azules que el propio cielo y más tenebrosos que mi propia jaula.

Les vi pasar, cruzaron el bosque, grité para que me liberara pero ya me habían olvidado - ésta vez su rostro sí pareció mostrar un deje de tristeza trenzada con enfado-.

Entonces se puso en pie, se acercó a tu rostro y estiró las puntas de sus pies para susurrarte cerca del oído - El fuego lo provocó Aitian con tan solo un parpadeo. Lo sé, lo vi en los ojos de Alya -.

Ella - siguió conectando respuestas alejándose de nuevo de tu oído- tiene la piel rosada y escamada, sus cabellos son de rubies ensartados en hilos de oro y sus ojos los mas tristes que he conocido de una luz tan bella. Ella vivía en las arenas y Diphnos no confiaba en nadie más que en su lágrima, Ella necesitaba guardarlas, era una necesidad tan fuerte que podría haberla escuchado incluso desde mi jaula, un deber que creía nacido por su error de abandonar los cielos. Error que solo ella juzgaba como tal, y algunos aceptaron que lo fue.

Suspiró por primera vez- Si el reloj se rompe, algunos recuerds podrían volver, otros perderse pero el poder de Aitian sobre Olene aumentaría y el Olvido estaría en peligro.

Asintió a tu petición y añadió una advertencia sobre pisar el camino dorado.

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21/04/2016, 01:58
Neuen
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De nuevo escucho las respuestas de mi luna de marfil, y de nuevo me siento maravillado. Este mundo que muestra con su voz es tan fantástico, tan completo y distinto que creo que podría pasarme la vida sólo mirándolo, aprendiendo de su historia, de su hierba y de sus estrellas. Imagino a Enea como un gusano de seda con un capullo hecho de nubes. Protección, escondite y cobijo ahora que su padre no estaba. Miro la estrella que me señala y sonrío cómplice mientras pienso en que no se puede considerar que sea una chivata por dejar que Levi conociera ese secreto a través de ella.

Después sigo escuchando, pero no tardo en negar con la cabeza.

—Pero está —aseguro con respecto a Lenoïra—. Mi hermana ha estado con ella. Dijo que había recorrido el camino de arena hasta dar con el reloj roto, que había conocido a nuestra madre y que había vuelto por mí —explico satisfecho y halagado.

Luego continúo pendiente de cada palabra, atendiendo y atándolas todas a mi memoria. Hay cosas que mi cabeza no comprende pero imagina, y otra que no imagina ni entiende.

—Yo he pintado ese niño —aseguro entonces, buscando la mirada de mi amiga—. Lo he soñado, y lo he pintado. ¿De quién es hijo? —luego mi lengua pronuncia otra pregunta enlazada de la anterior—. ¿De quién no lo es? ¿Y qué quiere la serpiente de oscuridad y plata? ¿Quién es? ¿Qué es?

Tras esa sucesión de preguntas dejo que siga hablando, aunque una duda me ronda desde hace unos minutos. Una duda que arrastra otras, como si esas mariposas fueran de la mano y al tocar a una ese acto se transmitiera a las siguientes.

—Oye, Levi —la llamo cuando habla de la jaula—. ¿Quién puso precio a tu cabeza? ¿Y por qué la niña de rojo no lo cobró?

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22/04/2016, 16:42
Zenit
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Levi te mira cuando aseguras que Lenoïra está y ésta vez sí busca tus ojos con la intención de tomar tu explicación y no solo escucharla. Pero en cuanto acabas de relatar la historia de tu hermana, busca más allá de las montañas sin pico - ¿cuándo?

Luego, al hablar del niño, es tu mirada la que la busca, y la suya la que baja a tu clavícula para evitarla - Recuerdas -musita extrañada como si aquello desmontara sus napies-. ¿Has subido a las nubes? ¿O te he confundido? - interpone preguntas antes de que vuelvan las tuyas como si vuestras interrogaciones bailaran sobre esa cuerda que separaba tu mente y el aire-.

- No sé de quién es hijo, ni de quién no lo es, los hijos son mucho más que una espora de diente de león, y no le llegué a conocer antes de que me enjaularan; jamás me ha hablado, ni preguntado, ni sentido, tampoco.

>> Enea lo trajo -te propone esa última frase como si te animara a preguntarle a ella-. Algunos la llaman Zoldra -siguió de inmediato- algunos dicen que sigue la destrucción, otros que la crea, también dicen que está bajo todas las cosas y que solo cuando las cosas dejan de ser se muestra. Otros la llaman Orme, Forba, Nirva.

Entonces se acomoda en tu hombro, y alza la cabeza al cielo, tanto que casi parece querer ver detrás de sí el mundo al revés.

- Goibur aunque las estrellas creen que fue Alya. Pero fue Goibur, lo he visto en sus ojos, y lo escuché con su voz en mi descenso* -endereza la cabeza dando la espalda deliberadamente al bosque-. Supongo que esperó demasiado, y le gustaba mi luz.

Notas de juego

* ojos Alya, Voz Goibur. Te lo aclaro a ti, no a Aus :p

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24/04/2016, 19:54
Austin Garret-Jolley
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Dejo que mi amiga busque en mis ojos, decidido a confiar en ella. Sé que que hasta el momento me ha apartado la mirada, y eso me hace pensar que sabe lo que sucede cuando nuestras pupilas se encuentran, y que esta vez prefiere hacerlo por algún motivo que se me escapa. Confío lo suficientemente como para ponerme en sus manos en ese sentido, así que por mí bien.

—Hoy —le digo, aunque no tardo en ser más específico. Un día tiene muchos momentos, y no tiene sentido dar uno de una forma tan general—. Cuando aparcamos el coche —explico como si eso fuera detalle suficiente, pero aún así no tardo en añadir algo más—. Esta noche fuera, este día aquí, supongo. Después de las nueve y antes de las diez fuera, entre una hora y otra distinta o la misma aquí.

Acto seguido, cuando me dice que recuerdo, la miro por un instante, sin saber si afirmar o negar. Recuerdo, claro, pero no sé si recuerdo tanto como para decir que lo hago, como para envolverme con ese verbo y hacerme un abrigo de memorias. Creo que no. Y no sé si misión inventada y sueños se mezclan, se solapan o una ha sido montada a partir de los cuadros y estos a partir de los sueños, pero desde luego no recuerdo tanto como Rachel. O como mi hermana en el coche, que no parecía recordar lo mismo que mi hermana fuera.

—He subido a las nubes —digo entonces, pensando en la cantidad de veces que tanto antes de tatuarme como después he surcado el cielo—, pero no sé si eran las nubes de Olene. Y me has confundido —digo formando una sonrisa con un deje de ternura—, pero eso me gusta. Los que no se confunden no entienden de poesía. —Y entonces, antes de permitir que siga, lo hago yo, dispuesto a sincerarme con algo que ella ya debe saber—. Recuerdo, pero no a ti. Creo. Aunque recuerdo lo que Levi lleva escrito de su historia, y eso espero no olvidarlo.

Después de eso sigo escuchando atento el testimonio de mi amiga. Entiendo la invitación a preguntar a Enea, pero antes de aplazar y derivar ese asunto una mariposa más es tocada al darme la vuelta y regresar por ese camino, simplemente rozada con el codo sin querer.

—¿Por qué lo trajo?

—Yo la he visto en las nubes, llegaba antes que el niño —digo después al asunto de la serpiente—. Las ahogaba hasta que era espejo, como con el carbón y el diamante —explico llevando el símil a lo más parecido que se me ocurre, a pesar de que lo segundo nunca lo he visto. Luego mi ceño se frunce por un momento—. ¿De qué color son los ojos de la niña de rojo?

Y tras eso la miro de nuevo, como si hubiera algo que no entiendo de todo esto ni con la cabeza ni con el corazón.

—¿Y por qué las estrellas creen que fue Alya?

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02/05/2016, 00:00
Zenit
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Cuando Levi se adentra en tus ojos sientes ese momento compartido con tu hermana escaparse de ti tan claro y detallado que casi parece que puedas volver a vivirlo. Toma tus emociones, pensamientos, sensaciones e incluso aletarga los latidos de tu corazón. Indaga ansiosa, buscando ver mucho más de lo que que tus palabras puedan contarle, mucho más de lo que cree que sepas expresar.

Pero en cuanto el calor de tu hermana vuelve a sus manos, Levi aparta sus ojos y los devuelve a las estrellas.

Esa estrella es suyate señala un punto violeta en el cielo ocre con todos sus pequeños dedos extendidos en la dirección del punto brillante-. Hoy no ha brillado, la han cubierto las nubes, hasta ahora.

Entrelaza sus dedos y estira los brazos hacia delante primero y luego por encima de su cabeza, y con ese gesto, pequeñas rosas se forman en ellos - Las echaba de menos. Las echo de menos -habla de las estrellas, y su tono muestra su gratitud por habérselas devuelto-. Algunas están siempre, otras solo a veces, y cuantas más estrellas hay, más dura la noche y más vida existe en Olene; en Aïta todo se estanca, todo se marchita -vuelve a sentarse en tu hombro y esas diminutas flores de sus brazos se deshacen como la niebla al alcanzarla-.

Entonces, con tu respuesta sobre las nubes, vuelve a curvar sus labios en una sonrisa doblemente orgullosa, por acertar más de lo que temía equivocarse y por el hecho de que hayas estado en ellas. Su sonrisa triunfal se alarga en el tiempo más de lo que tus palabras parecen indicar que debería pero antes de poder decaer encuentra en tu voz otro motivo por el que sonreír. Poco a poco esa línea vuelve a menguar y reducirse a una arruga en un pétalo, y, para ella, es tan significante esa falta de sonrisa como la existencia de la misma, pues poco parece conocer ese gesto.

También deberías preguntarle -responde a lo del bebé-. Aunque algunos dicen que lo arrancó de su costilla, y otros que las nubes se lo entregaron. Yo no pude verlo.

Cuando mencionas a Zoldra, la luna ladea la cabeza y busca primero la estrella verde con los ojos para luego mirar tu mejilla, y su manita se estira para acariciarte de nuevo como si fuera un fino cabello —Las nubes cayeron mucho antes que el niño —confirma—. Fueron deshilachadas, no ahogadas, Ceres se aseguró que nadie las encontrara y, aun así, cayeron del cielo. Pero Alya las llevó con Lenoïra, las guardó con sus recuerdos en la torre de Olene.

— A Veces negros, a veces dorados -responde de inmediato a tu pregunta sobre los ojos y voltea su rostro para mirar de nuevo a ese bosque del que habías huido-. Pero sobretodo son mudos.  

Con tu última pregunta, abandona ese bosque al que teme verse arrastrada si mira demasiado tiempo — Goibur aprovechó la oscuridad creciente en la desesperación de su hija para lanzar una profecía, dijo que los castillos caerían, que los cielos de desharían, y  que entonces, las semillas se perderían en el Olvido, que jamás encontrarían Olene y que todo empezaba con la noche que no llegó a ser. Dijo que mi ausencia empezaba con mi muerte -ríe con ese concepto y vuelve a juguetear con el vaivén de sus pies- y que las lágrimas se alimentan de las luces como Lenoïra, como las estrellas, como las luciérnagas, como el Faro ausente. 

>> Goibur siempre había escuchado a las estrellas, así que las estrellas le escuchaban a él. Incluso Diphons le escuchó, incluso Diphnos temió a Alya y cuando ella abandonó las aguas, Él cruzó el río con Etanin en brazos. Pero yo lo he visto en sus ojos, y tu lo recuerdas: no fue ella.