Partida Rol por web

Corrió hacia Trevor, no le dio tiempo a reaccionar con un nuevo escudo de hielo antes de que muerte lanzase su guadaña hacia él. Se arrodillo a su lado -deja de hacerte el tipo duro y dejate cuidar- cuando escucho lo de la prometida, puso los ojos en blanco -ays que cruz tengo contigo- aunque no pudo evitar sonreír.

Recorrió concienzudamente con la mirada la estancia, tenia que ver como bajar de ahí a Alexandra -Tranquila te bajare de ahí- se levanto del al lado de Trevor -tu no te muevas-

Desde mi precaria posición, asistí a la sucesión de ataques entre unos y otros, maldiciendo no poder prestar mi ayuda a los héroes. Me muerdo el labio inferior, rabiosa, hasta el punto de abrirme una herida de la que comienzan a emanar gotas de sangre. Quizá ese color carmesí descendiendo por la comisura de los labios es lo que me permite reactivarme, sacándome de inmediato del estado de duermevela y del aturdimiento que me azota. Me revuelvo incómoda, dirigiendo una mirada a Muerte antes de respirar hondo y gritar con todas mis fuerzas:

-¡Adelante, valientes héroes! ¡Derrocad la tiranía que asola este castillo! -siento cómo se me desgarra la garganta hasta casi quebrarme la voz.

Emito un grito ahogado cuando Trevor sufre un terrible corte en el pecho en el último ataque de Muerte, quien después de soltar un mensaje apocalíptico, se desvanece. Creyendo que el hombre no sobrevivirá... cierro los ojos. El silencio vuelve a envolver la sala, los entreabro para comprobar aliviada que continúa vivo, aunque está visiblemente herido. "No tengáis prisa por mí, él necesita más atención que yo en estos momentos" -pienso mirando a Crysta. Sin embargo, en medio de ese pensamiento, ella se acerca y se coloca bajo el techo al que me hallo anclada.

La hechicera invoca una capa de hielo que comienza a tomar forma creando una especie de rampa por la que deslizarme. Comienzo a sentir mucho frío alrededor de mi cuerpo, pero es porque está congelando las cadenas; estas se quiebran finalmente, haciéndose añicos. Me dejo caer, cansada, por esa fina rampa hasta aterrizar en el empedrado suelo y sacando fuerzas de flaqueza, camino a la zona donde se encuentra un malherido Trevor. Increíble que siga con vida tras esa fea herida.

-Gracias, muchísimas gracias. Os lo debo todo, no sé qué hubiese sido de mí de no ser por vuestra ayuda -murmuro, con una expresión que denota sinceridad.

Cuando todo apuntaba a un feliz desenlace, escuchasteis un ruido, como si fuese el propio viento azotando la estancia.

En cuestión de segundos hizo acto de presencia Alucard, su tez de preocupación era intrigante.

- Lo habéis logrado... habéis derrotado al siervo de mi padre... habéis detenido el ritual - era una frase que perfectamente debería ir acompañada de una sonrisa, sin embargo fue justo lo contrario.

- Por ahora - sentenció.

- Sigues siendo la reencarnación de la esencia de Dracula - recordó mirando a los ojos a Alexandra.

- Y no puedo permitirme dejar ningún cabo suelto. No es nada personal, pero debes morir antes de que otro siervo de mi padre te utilice para completar el ritual. No voy a cometer el mismo error dos veces -

La situación se había complicado. Alucard llevaba razón en una cosa. Si Alexandra era la clave del ritual, que ella se mantuviese con vida podría significar un obstáculo para el semivampiro.

Os mirasteis entre vosotros, sin saber en un principio que decir o que hacer.

- No soy un monstruo, dejaré que seáis ustedes mismos quienes decidáis qué es lo correcto - dicho aquello se cruzó de brazos y os analizó.

Y de repente aparece nuestro querido "amigo" Alucard allí ofreciendo una explicación que si bien, es cierta, en mi es un mundo. Si tan preocupado estaba por evitar que su Padre vuelva a renacer, se hubiera ocupado de sudar un poco y deshacerse de esa cosa que me ha dejado con poca movilidad. Pero bueno, gajes del Oficio, soy un Belmont y he nacido para ello. 

Así que tras recibir la ayuda de mi prometida, escucho sus palabras y sonrío de lado. 

- Me dejaré cuidar cuando nos casemos. - ​​​​​digo. 

​​​​​​Ya todo sucede demasiado rápido, y hay una decisión que tomar. Una que para mí es clara, yo no puedo condenar a nadie debido a la influencia de Drácula. No soy ese tipo de persona, para nada. Puedo ser un hipócrita a tiempo completo, un rebelde de mi linaje y a su vez, alguien que le dará una mano a quien lo necesita. Yo mato vampiros, y todo ente que provenga de ellos, no a personas, ni gente inocente. 

Así que tras estar de pie gracias a Crysta que me sostiene, sonrío de lado mientras miro a Alucard. 

- Gran héroe... - digo con sorna. - No le haré nada a Alexandra. No creo que sea justo para ella, supongo que la podemos mantener vigilada, pero no más que eso. Además Alucard, así entre nosotros... Tu no has hecho nada y como la decisión recae en los que derramamos un poco de sangre, pues que viva en libertad. 

Tras decir aquello, desvío a la mirada hacia la mujer. 

- Me debes una cerveza bien helada. 

Inspecciono con la mirada al tal Alucard cuando este irrumpe en la sala, sintiendo cómo se me forma un nudo en el estómago. No sé qué tiene ese hombre, pero me transmite un aura completamente distinta a la que poseen Trevor o Crysta; una cargada de misterio e, incluso, peligro. Y, sin embargo, pese a la dureza de sus palabras, reconozco que está en lo cierto. Ya he escuchado una voz en mi cabeza varias veces desde que entré al castillo. Lo último que quiero es que el señor de las tinieblas se levante de su letargo por mi culpa y siembre el caos en el reino tiñiéndolo de la sangre de multitud de almas inocentes que no merecen un destino tan atroz. Almas como la de mi familia. No, no puedo permitirlo. Avanzo un paso hacia el frente.

-Dejadlo, Trevor. Agradezco vuestra ayuda, pero él tiene razón -anuncio, de repente-. Aquel ser que habéis derrotado comentó lo mismo cuando me raptó -asiento apenada, mirando al aventurero-. Está claro qué es lo que debo hacer.

Me acerco a Alucard y en un rápido movimiento tomo su espada con el brazo que no tengo herido, dándole la vuelta para que el filo me apunte y la empujo hacia adelante con todas mis fuerzas, atravesándome el abdomen de lado a lado. El frío acero penetra en mi piel, provocando que hinque las rodillas, apretando los dientes ante el terrible dolor que me invade en estos momentos. Se me nubla la vista y caigo irremediablemente al suelo, escupiendo sangre de manera constante, consciente de que se me escapa la vida del cuerpo.  

-Por favor... -toso-. Pro-prometedme que protegeréis... y cuidaréis a mi marido y a mis hijos -vuelvo a toser repetidas veces-. Solo con eso ya seré feliz -susurro, en un hilo de voz, respirando con dificultad. Me quedan pocos segundos en el mundo de los vivos.

Corrió hacia Alexandra cuando esta se clavo la espada de Alucard -¡¡Noooo Alexandra!!- se arrodillo a su lado con lagrimas en los ojos -¿porque lo has hecho? podríamos haberte ayudado, esto no era... necesario- miro a Alucard -¡¡mira lo que has conseguido!!- respiro profundamente y cerro los ojos tratando de serenarse, miro a Alexandra y le cogió una de las manos entre las suyas -Tu marido y tus hijos estarán a salvo, te lo prometo- le susurro y allí permaneció a su lado, mientras la vida de aquella valiente mujer se apagaba.

El cuerpo de Alexandra yacía inerte frente a la atónita mirada de sus compañeros.

Alucard se arrodilló ante ella y miró al resto del grupo.

- Elegiste lo correcto, ahora tendrás el reposo merecido... tal y como has dicho nos aseguraremos de que tu marido y tus hijos te vean como una heroína... no es justo para ellos que sepan que estuviste influenciada por la esencia del mal supremo - dicho aquello guardó su estoque.

- Descansa en paz – en el fondo todos sabíais que gracias a ese sacrificio el mundo se había librado de la resurrección de Dracula.

De repente notasteis como todo comenzaba a temblar. ¿El castillo se estaba desmoronando?

- Rápido, debéis salir de aquí - exclamó el semivampiro.

- Sin la conexión con mi padre y sin Muerte, Castlevania no durará mucho tiempo en pie. Debéis abandonar el castillo - hizo una leve reverencia y en un instante se transformó en un murciélago que emprendió la huida.

Si lo que decía era cierto, tendríais que daros prisa para abandonar aquel lugar o acabaríais sepultados. ¡Teníais que regresar a salvo al pueblo!

Finalmente todo se me va de las malditas manos, quizás por confiar en demasía o por creer que el destino debe ser de una sola manera. Soy un cabezota, pero en verdad no quería que Alexandra se quite la vida sin más. Puedo decir que odio ser yo, pero más odio todo esto cuando el destino me juega esas malas pasadas que no puedo obviar. Está claro que mi expresión se endurece y siempre he dicho que la sangre derramada por mi espada, sería de esas criaturas o del mismo drácula, no de una mujer inocente. 

Y bajo ese pensamiento que me cala muy hondo, escucho las palabras de Alucard con bronca, a sabiendas de que tras todo esto, tiene razón. Sólo en parte, jamás lo reconocería como una verdad absoluta, no sería yo si lo hiciera. Oye. 

- Es hora de partir Crysta. - digo adolorido. - No confío en ti, no sé como mi abuelo siquiera ha podido hacerlo. Pero yo no siento lo mismo. 

Le recrimino a Alucard, en parte porque tener que presenciar el suicidio de una persona que no tuvo alternativa. Así que tras decir aquellas palabras que para mi siempre significarán un mundo, decido dejar un beso en la frente de la mujer sin promesas, sin nada que decir y tras coger la espada, la guardo decidido a abandonar el lugar. 

- Esto no quedará así, anhelo encontrarme de nuevo contigo. Me debes una. - 

Luego de decir esa frase, cojo la mano de la Oradora y comienzo a correr. El castillo se derrumba en su propia maldición y yo no quiero ser parte de esto. Ya no más. 

Como sea sorteo obstáculos, uso el último recurso posible de mi salud y cuando vea por primera vez la luz en este horrible laberinto tan odioso, pensaré en la cerveza que me tomaré en honor a Alexandra mientras la calma inunde mi alma. Aunque claro, tendré una boda... Eso no se olvida. 

A medida que la vida abandonaba mi cuerpo, las imágenes nítidas se iban diluyendo y haciendo borrosas a la vez que la respiración se me hacía más lenta y convulsa. Sentía mucho frío, pero ya no había dolor. No, el dolor había quedado mitigado; ahora solo tenía ganas de dormir y los párpados me pesaban. Sabía lo que significaba aquello. En cuanto cerrara los ojos ya no los volvería a abrir. Las voces de Crysta, Trevor y Alucard llegaron a mis oídos, aunque era incapaz de articular palabra alguna. Había gastado mi último aliento pidiéndoles que brindaran protección a mi familia. Cerré los ojos momentáneamente, escuchando la voz de mi padre en mi cabeza. Me reclamaba. Una leve sonrisa se dibujó en la comisura de mis labios. Pronto estaría con él.

Volví a abrir los ojos con dificultad, únicamente para comprobar que todo comenzaba a derrumbarse a mi alrededor. Tosí débilmente, sabiendo que se me acababa el tiempo. La última imagen que presencié fue la de un cuervo, el cual, posado en unos escombros del castillo, graznó antes de iniciar su rápido aleteo, alejándose del torreón. Al menos mi sacrificio había evitado que se derramase mucha sangre inocente y tenía la certeza de que el día de mañana me reuniré de nuevo con mi familia. Aguardaré paciente a su llegada desde el cielo. "Os espero, queridos..." -pensé, cerrando los ojos... Y me fui. Pero no me fui triste; me fui feliz. 

El castillo se desmoronaba como consecuencia de la gran decisión que había tomado Alexandra, la heredera del poder de Dracula. Las instalaciones habían perdido su vínculo con el señor oscuro, haciendo que la piedra se desmoronase con aún más facilidad.

Una tremenda humareda azotó la espalda de Crysta y Trevor mientras daban los últimos brincos hasta lograr salir de lo que quedaba del castillo. Con el cuerpo repleto de polvo y algunas magulladuras por los escombros, el guerrero Belmont y la hechicera Belnades habían logrado abandonar aquellos dominios que estaban preparados para regentar al príncipe de las tinieblas.

No había sido una tarea sencilla y se tuvo que sacrificar mucho en el proceso. Atrás quedó Alucard, cuyo paradero es actualmente desconocido.

En cuanto se llegó al Poblado, las Hermanas de la Caridad no dudaron en cobijar a los campeones en la iglesia para atender sus heridas. Fueron días muy duros pero la recompensa fue exquisita: Castlevania había desaparecido.

Crysta se encargaba de velar por la recuperación de su compañero en compensación a todo lo que el había velado por ella.

 En el centro del pueblo, el esposo de Alexandra esperaba ansioso el regreso de su esposa acompañado de sus dos hijos…

Alphonse buscó respuestas, explicaciones, y conocer la historia por parte de los supervivientes.

Rompió en lágrimas mientras le explicaban que había sido una mujer valiente cuya muerte le había salvado la vida a todos.

Nadie en el pueblo quiso volver a hablar del castillo y del mal que había encerrado en él, eso era ya parte del pasado.

Crysta regresó con su familia, meses más tarde y ya totalmente recuperada. Orgullosamente le honraron en una celebración privada para toda la dinastía, no sin antes bendecir a Trevor, que la acompañaba sonriente pues un vínculo forjado con alquimia y magia volvía a perdurar a través de las generaciones.

La hechicera nunca llegó a pensar en aquel momento que el futuro de los Belmont recaería en ella, puesto que el pequeño Simon no tardaría muchos años en nacer de la unión de los dos valerosos héroes.

La cuestión era... ¿hasta cuánto durará esta victoria?

Mientras tanto, una figura encapuchada vigilaba desde la oscuridad que la humanidad estuviese preparada para un futuro donde su padre regresaría.

Pero esa sinfonía de la noche forma parte de otra historia…

~~~ FIN ~~~