El cadáver de su compañero y la piel desprendida y humeante del orco centinela de la tienda dejaron claro a Xyzmir que sus acciones, por muy afortunadas que pudieran ser, de poco valdrían contra el enano pelirrojo. La aparición del resto de la guardia del Gran Muzhal, no obstante, sirvió para que el explorador goblin se sintiese más seguro. Aun así aquella seguridad distaba mucho de ser la necesaria para quedarse tan cerca del combate y no digamos ya para enfrentarse cuerpo a cuerpo contra Kormack.

Como los gritos de dolor y las conversaciones en común no eran algo propio únicamente del interior de la tienda, Xyzmir prefirió alejarse un poco de ésta con la excusa de comprobar si estaban siendo atacados por la parte delantera del fuerte. Fue así como distinguió la pálida figura de Ogna sobre la atalaya de vigilancia enfrascada en combate singular contra un orco.

Bien… - Se dijo sabedor que no podría recibir réplica de ningún enemigo por sus acciones contra la mujer. Colocó una flecha en su arco corto y disparó mientras se mordía su grueso labio inferior con sus afilados y amarillentos colmillos.  Sin embargo, por muy buen cazador que Xymir fuese, aquel disparo no era fácil, tal y como quedó demostrado al clavarse  la flecha en uno de los postes que sobresalía justo al lado de Ogna.

Las cortinas impedieron que otro de aquellos orcos probase su hacha lo que sacó un par de maldiciones por parte del enano. Pero lo que le dificultaba a él, también le dificultaba a sus enemigos, la cortina impedía que sus enemigos acertasen los golpes y los pocos que entraban los repelía con su escudo. Las cortinas iban y venían y en su devenir, veía como más orcos salían de las tiendas situadas alrededor de la del Gran Muzhal. Los dos primeros y los dos trasgos, junto con los dos gigantes le parecieron suficiente, al ver tantos... No había otra elección.
El enano recorrió media tienda para intentar salir por el mismo agujero que habían salido los conejos de sus compañeros. Quizás más sabios, quizás conocían mejor la situación, quizás no eran tan testarudos. Muchas cosas recorrían la cabeza del enano, el cual se apresuraba por alcanzar a sus compañeros.

Al llegar junto a sus compañeros y salir de la tienda el enano sólo dijo: -¡JA! Si cuando tenéis rrrrazón... la tenéis.-  atrás una marabunta de orcos chillaba. La persecución comenzaba. -Bueno, es mejorrrr irrrse... Quedo atrrrás parrrra cubrrrirrros.- un eufemismo para decir que no alcanzaría a sus compañeros corriendo, pero no había ninguna necesidad en dar esa información. Ya mucho había dicho con aquello de darles la razón a la retirada.

Ogna no daba crédito pero estaba demasiado ocupada para ponerse a discutir con Kormack.

- Daos prisa que veo fuera también.- Y es que desde su posición aventajada en las alturas veía a dos orcos que podrían cerrar la huida de los valientes guerreros. Pero la que tenía que darse prisa era ella. Elevó el diminuto broquel temerosa del golpe que iba a llevarse y de las flechas que silbaban cerca de su esmirriado cuerpo.

-¡Por todos los dioses!, exclamó Jeldrich al ver aquel enorme pedrusco pasar por encima de su cabeza… - Ufff, por poco…, susurró aliviado, y es que aunque escasas horas antes hubiesen estado luchando contra el colosal Triomertran, el hecho de ver volando rocas del tamaño de personas por encima no era algo a lo que una persona pudiese acostumbrarse. Por fortuna del clérigo, la voluntad de Lazhánder impidió el brutal impacto… para su desgracia, la amenaza de aquel gigante se acercaba cada vez más…

- ¡Te quitaré las ganas de volver a hacerlo! ¡Lazhánder, bríndame de la luz con la que iluminas cada noche la luna para castigar a este infame ser! Con aquellas palabras, en la palma de su mano comenzó a formarse un proyectil que fue creciendo cada vez más. Semejante a una luna llena, el proyectil comenzó a tomar protagonismo con una luz más propia de la luna que de la divina luz solar que rodeaba al clérigo. Al extender el brazo el rayo lunar salió velozmente despedido hacia el gigante que atónito contempló como le golpeaba en el pecho sin ofrecerle la más mínima oportunidad de esquivarlo. Tras ello, los brazos del gigante cayeron inertes, sus piernas comenzaron a temblar y sus ojos, en blanco al igual que la luz que acaba de golpearle, hacían imaginar que aquel ser estaba muerto… No fue hasta que se sacudió bruscamente la cabeza cuando los aventureros averiguaron para su desdicha que no era así…

A los pies de la muralla, Losse escuchaba como el torpe gigante intentaba trepar para darle alcance, ausente a lo que ocurría a sus espaldas. Desde luego el papel de guardia del comandante orco debía haber sido encargado a alguien más despierto y menos torpe, pues, además de haber caído el Gran Muzhal, el grupo de aventureros que le había dado muerte ahora escapaba sin que éste se percatara de ello en un principio.

Sin embargo, a unos metros de aquel gigante, Ogna había decidido hacerse la heroína con no demasiado éxito. El elfo lunar contempló la escena y se vio en la obligación de darle apoyo desde la distancia para que todos pudieran salir de allí con vida. Dos certeras flechas salidas desde Spujnur alcanzaron al orco, aunque una tercera se perdió en el aire. La primera de ellas atravesó su antebrazo, haciendo que la sangre salpicara a Ogna por su maltrecho vestido amarillo. Losse estaba seguro que le perdonaría por ello y que le agradecería haberlo debilitado más con la segunda flecha que se alojó en su costado derecho. Pero una extraña sensación se apoderó del elfo, quien tenía la sensación que algo malo se avecinaba.

La terquedad del enano provocó, de nuevo, que la huída no fuese como debería. Entre las dos torres de vigía de la entrada, Davros vio como Kormack entraba en razón, aunque tarde, y corría hasta la salida, la voz de alarma había llegado lejos, multitud de orcos seguirían sus pasos, y el gigante que tenían a la vista, también.

Debido, más que el aprecio por el enano, el cual era casi nulo, a lo útil que podría ser cubriendo la huída del resto, Davros decidió aguantar la embestida de sus enemigos para darle más tiempo. - ¡No te pares Kormack! - ¡Sigue corriendo! -

Sacó una poción de su cinto y se la bebió mientras observaba, con una mezcla de rabia y ansia, cómo aquel gigante les alcanzaría en un suspiro.

Aquella poción provocó que el tamaño de éste fuera comparable al de los gigantes, lo que le proporcionaría ciertas ventajas, aunque más tarde podría ser un problema...

Se enganchó la rodela en el brazo izquierdo, previendo la lluvia de flechas posterior, y esperó...

Auque tarde, saltaba a la vista que aquella suerte de casualidades: aventureros correteando por el campamento, establos ardiendo hasta los cimientos y la salida del ejército de la ciudad; no respondía a una mera casualidad. Hasta Glombro, encabezonado en atrapar al molesto orco que se refugiaba en las murallas, terminó dándose cuenta de que había sido engañado. La aparición de la guardia personal del Gran Muzhal hizo que el gigante se girase sobre sí mismo para observar qué sucedía al otro lado del campamento, de donde llegaban gritos de dolor del orco que acababa de ser alcanzado por las flechas de Losse.

El gigante, frustrado por haber sido víctima de semejante treta, bramó tan alto que el mismo Losse notó cómo retumbaban las piedras que sostenían la muralla. Después, dispuesto a subsanar aquel fallo garrafal que ya no tenía solución, soltó el enorme peñasco que tenía en una mano y aferró con fuerza la gran clava cuya cabeza reposaba en el suelo. Los pasos posteriores que formaron parte de su alocada carrera hacia la puerta del campamento alertaron a los cuatro aventureros de que tendrían al gigante sobre ellos en escasos momentos.

Por otro lado, su hermano Elbro, que se había adelantado en la persecución de los aventureros al descubrir cómo estos abandonaban la tienda el Gran Muzhal por la raja que Ogna había abierto en la lona, sintió el mismo impulso de venganza; sin embargo éste se vio parcialmente aplacado cuando, de repente, un rayo de luz drenó sus fuerzas hasta tal punto que era costoso incluso para sus fuertes piernas mantener su enorme corpachón. No obstante, aquella debilidad no reprimió las ansias de Elbro de querer despachar al enorme gigante que se había materializado delante de él. De cuatro zancadas Elbro se plantó frente a Davros con la gran clava oscilando sobre su cabeza, buscando ganar inercia antes de estrellarse contra el cuerpo del bárbaro. Muy cerca estuvo de que el trozo de tronco endurecido al fuego acabase acertando en pleno pecho de Davros, quien tuvo que dar un paso atrás en el último momento para evitar sufrirlo que habría sido un enorme impacto.

¡QUE NO ESCAPEN! – Gritó en común Glombro desde detrás de su hermano para azuzar a los orcos que en esos momentos abandonaban las tiendas de campaña.

TURNO 5

Las órdenes que Glombro había dado a los orcos del campamento, aunque simples, no se hicieron esperar lo más mínimo para cumplirse.  Los orcos que hasta entonces había devorado sus raciones de comida tranquilamente en sus tiendas buscaron, con sus ojos entrecerrados y enrojecidos debido a la exposición al sol, cualquier figura sospechosa dentro del campamento. No tardaron en hallarla. Davros, como un faro sobresaliendo entre un mar de tiendas de campaña, se erguía poderoso enfrentándose frente a frente con Elbro. Hacia aquel punto de referencia acudieron los orcos sujetando sus poderosas y gigantescas hachas a la vez que gritaban imprecaciones y maldiciones en su grosero lenguaje. Sin embargo, a medida que éstos se acercaban a él y alguno recibía una bienvenida en forma de tajo que le cruzaba media cara, otra figura, más pequeña en talla pero acorazada como una tortuga, se interponía entre ellos y el gigante humano: Kormack.

Hacia el enano fueron dirigidos los primeros envites de las hachas orcas, las cuales no tardaron en estrellarse contra las férreas protecciones del enano de las nieves provocando tañidos semejantes al de una campana; una campana fúnebre que, sin saberlo, anunciaban las muertes de aquellos que las hacían vibrar. Por tres veces Kormack hubo de detener los ataques de los orcos, los cuales sólo dejaron como saldo un pequeño corte a lo largo del brazo izquierdo del enano, quien no pareció inmutarse.

Jeldrich y Ogna, uno más separado del combate y la otra en una posición privilegiada, veían cómo más orcos se aproximaban desde el exterior a la carrera. Tras éstos, las huestes orcas parecían estar más interesadas en lo que sucedía en las puertas de la ciudad pero nunca podía descartarse que, al ser conscientes de que su campamento estaba siendo atacado, muchos de ellos diesen media vuelta para defender a su líder.

La joven bardo, que era testigo de cómo la vida del vigía se apagaba tras los flechazos de Losse, fue consciente de que aquel enemigo no estaba dispuesto a rendirse a pesar de encontrarse con un pie en la tumba. Quedó claro en el momento en que soltó el arco y se apresuró a desenfundar, no sin grandes muestras de dolor, una espada tan roñosa como curva era su hoja del cinto que colgaba de su cintura. Sin embargo, aunque la voluntad de querer ensartar aquella mujer era mucha, las facultades que acompañaban al orco en ese momento y la presión por tener tan próximo  a Davros, hicieron que su ataque fuese más una forma de ganar tiempo que una amenaza real para Ogna.

En un abrir y cerrar de ojos todas las tropas del Gran Muzhal se fueron agolpando en la salida de la fortaleza clamando venganza por el líder caído y frenando así la huida del grupo de aventuraros al que por fin se había unido Kormack.

Y los problemas no acabarían ahí. Jeldrich, el más alejado del combate y ya desde fuera de la fortaleza, pudo ver como una pareja de orcos se aproximaban a ellas desde el exterior alarmados por los repetidos gritos de dolor al otro lado de los muros.

El clérigo se vio obligado a detener su avance, bastante trabajo tenían ya sus compañeros como para también tener que cuidarse la espaldas. Fue así como Jeldrich con decisión corrió hacia el primero de los orcos dispuesto a plantarles batalla. 

El enano vio como Davros crecía como uno de esos gigantes. Un fugaz vistazo hacia atrás y veía como se acercaban sus enemigos. Los hachas golpeaban su armadura. -¡EEEEEeeeeeeh!- protestó el enano, al girarse Davros parecía darle tiempo para correr. Sin duda no debía desaprovechar esa oportunidad. Eran muchos enemigos y Davros corría mucho. -¡No tiarrrdes! Te debo una... ¡JA!- dijo pasando a través de sus piernas rumbo al exterior del campamento. -Sigue, sigue. No te detengas.- le decía al nuevo al ver que dos orcos más se sumaban al combate.
 

- Hagen viene solo con una soga para recogeros. Estad atentos para cuando llegue. No quiero gritar a los cuatro vientos y que todos éstos se enteren. -

Ogna se defendía del orco, que había tirado el arco y sacado la espada, como podía pues la marabunta que se acercaba alcanzaba a verla por el rabillo del ojo. Las flechas del amor que lanzaba su cupido impactaron en el orco manchando su falda amarilla de sangre viscosa del orco.

- ¡JAJAJAJAJAJA!- Reía como una loca.- Estás muerto cabrón.- Le decía en su propio idioma aprovechando el desconcierto del orco para clavarle a Vishna bien profundo. La muchacha intentó rasgar la piel del orco pero era más dura de lo que había esperado.

Escupe, escupe, escúpelo todo Vishna. No tedejes nada dentro, ya sabes lo que quiero decir.  ¡¡Déjalo ciego!!

No sólo el ácido salía del estoque sino que el diablillo que vivía dentro comenzaba a conjurar ininteligibles palabras que no hacían más que liberar el conjuro de su interior. Cuando ya iba a lanzar otra estocada las palabras de Losse resonaron en su cabeza. Por un momento pensó que fuera Vishna entrometiéndose en su cabeza , pero luego lo entendió todo.

- Hagen viene a por nosotros , aguantad y estad atentos.- Susurró para que Davros y Jeldrich la escucharan gracias a su magia. Dejó en sus manos si avisar al enano o no. Ella por su parte se asomó al borde de la torre y con ungrácil movimiento se dejó caer. Cual gato callejero aterrizó sin un rasguño. Una vez en el suelo le enseñó el dedo corazón al orco, sin saber si podría apreciarlo pues quizá quedara ciego de por vida.

Xyzmir sólo pudo dejar escapar un silbido al ver crecer a Davros por encima de las tiendas. Todo parecía estar a favor del clan del escalofrío para cazar a aquellos molestos aventureros: número de combatientes, la fuerza de éstos... Sin embargo algo no acababa de gustarle al astuto goblin. Fue por ello que, al ver cómo su presa se lanzaba hacia el exterior del fuerte dejando tras de sí al último de los vigías completamente ciego y desorientado, optó por un movimiento menos arriesgado. Había que hacer volver a aquellos estúpidos que se lanzaban contra las puertas de Crímmor, era todo un divertimento.

Así, apretando el paso de sus delgadas pero fibrosas piernas, Xyzmir se movió entre las tiendas esquivando los vientos de éstas y tratando de mantenerse alejado de la vista de cualquier enemigo. No podía fiarse de nadie pues él había sido testigo de cómo aquellos cuatro orcos entraban a parlamenetar con el Gran Muzhal para luego convertirse al poco tiempo en humanos de carne y hueso.

Sus últimas flechas habían inspirado a Ogna, dejando totalmente desorientado al orco y con una acción evasiva que dejó boquiabierto a Losse desde su elevada posición. Mientras tanto los orcos se agolpaban contra la puerta de la empalizada buscando dar muerte a los aventureros que se habían colado en el campamento a la vez que Davros aumentaba su tamaño hasta parecerse a los gigantes que corrían a toda velocidad a hacerle frente.

El explorador de Everlund, mientras tanto, seguía cubriendo la retirada de sus compañeros a la espera de que apareciera Hagen para sacarlos de allí. Puesto que el primero de los gigantes había llegado a Davros, fue el elegido por el elfo para recibir sus ataques. La primera de sus flechas se estrelló contra la gran clava del inmenso ser, mientras que las dos siguientes se clavaron como alfileres en su espalda, desprendiendo a su alrededor el tufo de los pelos chamuscados por la electricidad que habían crecido durante años en la parte posterior de aquel gigante. No obstante, a pesar de lo bien que había transcurrido todo, las dudas invadían Losse. - Joder, ¿serán capaces de aguantar con tanto bicho ahí? -

Por una vez, Kormack escuchó las palabras de Davros, aunque algo tarde. Mientras éste pasaba por debajo de las ahora enormes piernas del guerrero, observó que ahora era Jeldrich el que, en un intento de ayudar, evitaba que Davros pudiese batirse en retirada.

Siendo así, no le quedaba más remedio que aguantar ante aquella compañía de orcos que se abalanzaban sobre ellos.

Era demasiados, con lo que tuvo que empezar a igualar los números. Levantó su espada una y otra vez para hacerla caer en cada ocasión sobre los enemigos que le rodeaban.

Sus intentos le llevaron a rematar a todos los que mostraban heridas, lo más efectivo para recibir menos ataques a continuación.

El primer golpe, al frente, uno de los orcos al que Davros habría recibido momentos atrás con un buen tajo en el pecho; tras el primero, le tocó al guardian de la tienda del Gran Muzhal herido por Kormack; el vigía de la torre estaba dando demasiados problemas, aunque sólo duró hasta que Davros vio la oportunidad. Dos orcos habían aparecido por la parte exterior del campamento, le causarían problemas, con lo que se giró para centrarse en el que había atacado el clérigo, dos golpes fueron necesarios para acabar con él, el último tajo fue para el gigante más cercano... Un corte en el pecho le provocó más rabia que dolor, Davros lo sabía muy bien.

Al acabar su torbellino de destrucción, algunos miembros amputados y charcos de sangre adornaba el escenario y a los personajes dentro de éste. Tocaba recibir...

El destrozo provocado por Davros no fue pasado por alto por ninguno de los que allí combatía. Tan pronto los cuerpos de los orcos cayeron al suelos hechos pedazos, Elbro, el gigante más cercano al bárbaro, supo que el siguiente golpe iba a ir dirigido hacia él. Así fue, como quedaba demostrado en el amplio corte a través de sus pectorales que la espada de Davros había dejado dibujado. Elbro podía ser una mole de carne y músculos, pero no era ajeno al dolor, y así se lo hizo saber a todos cuando un grito desgarrador abandonó su garganta. En efecto, Davros no se equivocaba, había mucho de rabia en ese alarido pero, a raíz los flechazos de Losse sobre su espalda, la reciente mordida de la espada de Davros sobre su pecho, y la ausencia de fuerzas que hacía que uno tras otro sus ataques no consiguieran acertar en el cuerpo del bárbaro, estaban acabando por desmoralizar al joven gigante.

Glombro, más despierto para los temas bélicos que su hermano, contempló sobrecogido el castigo al que estaba siendo sometido Elbro. Tenía que hacer algo para ayudarle pero la entrada al campamento estaba tan saturada de orcos que combatir con ellos alrededor sería una molestia.

¡ELBRO! – Gritó el gigante en el momento que inició la carrera hacia la empalizada de madera. Con su enorme estatura y la poca altura de la empalizada el pasar al otro lado era una cosa sencilla para él, incluso después de su frustración por la caída en la muralla tratando de atrapar al orco traidor. De un salto tan ágil que desafiaba lo que cualquier opinión preconcebida acerca de un gigante pudiese pensarse, Glombro apareció al otro lado de la empalizada para sorpresa del orco que a punto estuvo de ser aplastado por sus enormes botas.

¡RESISTE!