TURNO 2

Ajenos a lo que iba a desencadenarse en el exterior, los cuatro compañeros que se erguían frente a los resto del Gran Muzhal seguían rodeados por la esfera de silencio conjurada por Jedrich. Ninguno de ellos alcanzó a oír el grito, más de sorpresa que de dolor, emitido por Glombro, el gigante que custodiaba el hueco en las murallas que daba a Fuerte Bueno. 
El gigante de las colinas dirigió su enorme cabeza hacia las murallas que se situaban por encima de él. En ellas, asomando la cabeza de una forma descuidada, según pensó Glombro, se encontraba uno de los orcos que supuso sería un centinela. Durante unos instantes el gigante hubo de razonar para encontrar los motivos que llevarían a una criatura varias veces más pequeña que él a tratar de herirle con semejante arma. ¿Un frasco de ácido? - Parecía pensar la mole mientras examinaba los hilos humeantes que se escapaban del líquido a medida que hacía contacto con su dura piel.  ¿QUÉ ES LO QUE HACES BASTARDO? - Espetó a Losse a la vez que pasaba el garrote a su mano izquierda. 

Más allá, asombrados por aquello y mirando con curiosidad hacia el orco de las murallas, los centinelas de la tienda del Gran Muzhal, los dos goblins expulsados por Kormack y su hermano Elbro, aguardaron divertidos el desenlace que tendría lugar tan pronto Glombro se hiciese con uno de los peñascos acumulados en un lateral del muro.

Ajena al ruido del exterior y agobiada por no poder comunicar a Losse que lo habían conseguido, Ogna se acercó a la lona contraria a la entrada de la tienda de Muzhal. Allí hizo un orificio con Vishna para observar el exterior.

- N-A-D-A.*- Vocalizó bien hacia sus compañeros. Nada era que sólo los dos vigían que habían visto antes. Aprovechó el orificio para rasgar la lona aún más, lo suficiente para pasar ella. Necesitaba respirar aire puro y, sobretodo, salir de la opresiva aura de silencio de Jeldrich.

El enano se quedó expoliando el cadáver de Muzhal, guardándolo todo en su mochila cuidando bien de que no se viese nada.
Fuera parecía que se escuchaba cierto jaleo, aunque no se escuchaba con claridad que se decía.
EL enano hizo símbolos a Jeldrich para que siguiese a Ogna. Luego miró a Dav y señaló a la puerta de la entrada para que le acompañase. Con suerte debido a la trifulca los orcos estarían más atentos al combate que a los orcos que salían de la caseta. No tenían porque detenerse en mirar a Kormack y a Davros.

Con el cuerpo de Muzhal despojado de sus pertenencias, Kormack tomó la decisión de acercase hasta la entrada a la gran tienda. Desde allí, aprovechando el espacio entre ambos pliegues de piel que servían como puerta, observó el exterior. Tanto orcos como goblins observaban entretenidos hacia las murallas y, aunque hacían gestos de excitación, el enano no podía escucharlos debido al aura de silencio. Por otra parte, el hecho de que Kormack sujetase las pieles de la tienda con sus manos, le hizo comprender que ya no se encontraba bajo el espejismo que los hechizos de Ogna habían creado sobre él. Volvía a ser un enano ártico de la cabeza a los pies, al igual que sus compañeros.

Al otro lado, Ogna hubo de ser mucho más cuidadosa que su barbudo compañero, pues los dos vigías, en vez de mirar hacia afuera haciendo la función que les estaba encomendada, miraban hacia el interior del campamento, concretamente hacia un lateral de éste. Un temblor en el suelo, que pudo ser sentido por los cuatro aventureros encerrados en la tienda, le confirmó que fuera lo que fuese lo que atraía la atención de los orcos tenía algo que ver con los dos gigantes que custodiaban el agujero en las murallas.

Para sorpresa suya, los gigantes habían facilitado mucho la labor a Losse, pues éstos se habían dirigido a él en el idioma predominante en Faerun. Simplemente tendría que parecer un estúpido orco a la hora de hablar para que no se percataran de que no tenía ni idea sobre el idioma de la raza que suplantaba. De nuevo una risa de diversión salió expulsada de la boca del explorador. - ¡MUAHAHAHA! ¡TÚ VENIR A LAMER MIS PELOTAS! ¡TÚ MUY GRANDE Y NO PODER ALCANZAR! ¡MUAHAHAHA! -

- En la que te has metido - Pensó el elfo que llevaba dentro. La reputación de los gigantes como grandes lanzadores de roca no pasaba desapercibida por nadie que hubiera escuchado una historia sobre ellos, por mínima que ésta fuera. Con un susurro invocó el escudo de fuerza que de su anillo y retrocedió a una posición desde la que el gigante no pudiera verle dando saltitos para regodearse más de la torpe criatura... al menos hasta que éste le perdió de vista.

Ogna se posicionó junto a la lona de la tienda, la parte más próxima a la salida de aquel campamento.

Kormack se dirigió al otro extremo, por donde habían entrado, tras saquear el destrozado cadáver de Muzhal.

Las intenciones de cada uno estaban claras sin necesidad de palabra alguna, aunque mientras su ansias no le cegaran, Davros, siempre elegiría seguir a Ogna. Por si fuera poco, era consciente de que iniciar el combate allí significaría verse rodeados en un pestañeo. La mejor opción era intentar salir lo antes posible, aunque la persecución sería corta, era mucho mejor combatir en campo abierto y, quien sabe, incluso tenían la posibilidad de escapar sin muchas dificultades.

Davros, con sendas armas en las manos, tras arrebatar el mangual antes de que Kormack lo cogiera, negó con la cabeza al enano, transmitiéndole que no era una buena idea y se movió junto a Ogna mientras en fundaba su espada. Quería probar aquella arma que, con tan sólo sujetarla, podía sentirse el gran equilibrio que poseía, por no hablar del lametazo de fuego que sabía que proporcionaba.

Le hizo saber a la bardo, con un toque en el brazo mientras seguía observando el exterior, que estaba con ella.

Tocaba correr.

Volvió a mirar a Kormack y a Jeldrich y les hizo una señal para que se acercase junto a ellos, eran los más lentos,  deberían salir primeros.

Jeldrich, que por fin recuperaba su apariencia real, no dudó en hacerse de los artefactos huérfanos de Muzhal y que sin duda podrían aportarle mucho a los acontecimientos que estaban a punto de producirse.

Kormack, curioso y temerario como siempre se aproximó a la entrada principal donde sospesaba el riesgo que supondría entrar en combate. Muy diferente fue la elección de Davros y Ogna, ambos eran conscientes del peligro y estaban empeñados en evitar una lucha encarnizada, por muy complicado que fuese.

Jeldrich, asintiendo a las señas del bárbaro, se ajustó su nueva corona, echó mano de unas pieles para cubrirse con ellas y se aproximó a sus compañeros, no sin antes tratar de hacer un repetido gesto al enano para que le acompañase. 

El suelo volvió a temblar bajo los pies de los cuatro aventureros cuando Glombro y su hermano, espoleado por el primero, se acercaron hasta la muralla tratando de localizar al esquivo orco.  ¿Sería aquello una broma? No sería la primera vez que Glombro era víctima de una burla o broma pesada que acababa con un orco muerto, por lo que el gigante, lejos de imaginar que aquello formaba parte de una distracción para que los asesinos del Gran Muzhal huyeran, simplemente se acercó al montón de rocas junto a su hermano y tomaron un par de ellas cada uno. Era hora de practicar puntería.

¡VAMOS ELBRO, EL QUE PRIMERO LO CACE...PARA ÉL! - Gritó con su voz atronadora Glombro mientras oteaba la parte superior de la muralla y preparaba un gran pedrusco.

Más alejados, los orcos y goblins seguían  entre sonrisas y guiños cómplices la cacería de los dos enormes colosos sin percatarse de que a tan sólo un paso de distancia el círculo de silencio permanecía activo. Justo en el borde de éste, separado de los goblinoides por una débil y fina lona de cuero, Kormack aguardaba su momento.

TURNO 3

Desde la lona rajada por la que podía ver las dos torretas con sendos orcos subidos en ellas, Ogna lanzó una mirada airada a Jeldrich por haber convertido la zona en un infierno para ella. Su poder residía en su voz e, imposibilitándole a usarla, había condenado a la bardo, sin quererlo, al ostracismo de una porta-antorchas.

Tengo que salir de aquí.- Le bastó un simple vistazo atrás para ver que al enano le ocurría algo. Ya conocía a Kormack como a la palma de su mano y sabía que haber matado al jefe del ejército orco le habría sabido a poco. Sobre todo por no haber sido él el que diera el devastador golpe de gracia. Podía ver sus ansias reprimidas que no tardarían en desbordarse como un río crecido por las intensas lluvias. Pues si se trataba de desbordarse esta vez ella lo haría primero. Salió de la tienda sin ningún tipo de cuidado o miramiento. Se colocó entre las dos torretas como si se paseara por su casa y, cuando percibió que estaba fuera del aura de silencio, habló en orco, dirigiéndose a uno de los imponentes vigías. El pastel quedaba así al descubierto. La suerte estaba echada.

- Unos orcos atacar una ciudad y jarramplan con toh agarrando a la princesa. ¡¡ La vamos a violar... La vamos a violar... La vamos a violar...!! 
Suben a la torre más alta y la tiran por ella y se dicen entre ellos:

- Mira como viola.

Hasta ella se sorprendía de la agudeza y finura de su humor. Debía ser la liberación que sentía por deshacerse del incómodo silencio. Desafiante miró al otro orco, al que aún permanecía en la torreta, sonriéndole con malicia. 

Tú vas a ser el siguiente. Morirás entre tus propios meados, muerto de risa, y nunca mejor dicho.

Losse, Muzhal ha caído, nos vamos por la puerta sur. Espero que lo consigamos.- Por fin podía volver a comunicarse con su amado e informarle de que la misión, en parte, había salido bien.- Nuestro disfraz ha caído.- Ahora sólo quedaba ver el revuelo que iba a formarse y cuántos orcos habían quedado en el campamento para proteger a Muzhal.

La aparición de Ogna a través de la rotura en la tiendapilló totalmente desprevenidos a los centinelas que custodiaban la entrada sur del campamento. Por un momento ambos se miraron confundidos no dando crédito a lo que sus ojos veían. ¿Era esa figura pálida vestida con un ostentoso yelmo una mujer humana? En efecto lo era, cosa que quedó patente cuando pronunció sus primeras palabras. 

Los ojos de los orcos se abrieron como platos al darse cuenta que lo que decía aquella mujer, aparte de en su propio idioma, no era otra cosa sino un chiste. Aquello acabó por descuadrar a los dos rudos guerreros. No obstante, aquella turbación les duraría poco. Fueron los gritos de sorpresa y dolor de los goblins al otro la tienda del Gran Muzhal los que les hicieron concentrarse en aquella amenaza que, aunque en apariencia insignificante, podía traer graves consecuencias si es que no las había traído ya.

El enano no podía imaginarse al girarse que sus compañeros se retiraban cual ratas en un incendio. Intentaban huir liderados por una ojerosa niña temerosa de la oscuridad que había hecho de un acto un trabajo. Ser porta-antorchas era igual que ser porta-escudos o porta-espadas. Un objeto podía desempeñar igual de bien o mejor si cabe ese trabajo. Y aquel asustadizo ser, que tomaba protagonismo para envilecer a toda una raza, rasgaba cual ratón la lona del difunto Muzhal. Que esto lo hiciese la mujer ya no sorprendía al enano, pero que lo hiciese Davros y Jeldrich... El enano negó con la cabeza, como si viese con los ojos del explorador everlunita a la misma raza que odiaba y mataba a discreción. Casi por unos segundos podía sentir el mismo odio que llenaba el corazón del elfo. Por suerte para el grupo, el enano quedaba sumido en el silencio que brindaba el hechizo, aún así no había insulto en lengua enana para describir a tan rastreros compañeros que huían en el fragor de la batalla. Tenían a tiro a cuatro rivales y por lo que imaginaba Losse parecía estar atrayendo a los gigantes. Podían de una sacudida golpear bien fuerte al enemigo y en vez de eso... ¡Huían!. El enano a punto estuvo de sucumbir a sus deseos, pero no, no iba a seguir a un objeto que engrandecía una profesión insignificante. No seguiría a una mujer. No la seguiría rasgando la parte trasera, no lo haría después de matar al líder orco. Sería casi como no atribuirse el mérito de esa muerte.

El hacha se abrió paso a través de la lona pasando a escasos centímetros del sorprendido goblin que seguía la caza de los gigantes. El explorador sólo tuvo tiempo para girarse antes de ver como de nuevo el hacha aparecía a través del mismo hueco. Después se hizo la oscuridad para él.

Quién sí tuvo oportunidad de reaccionar, o al menos en parte, fue el orco guardián que aguardaba apoyado en el mango de su hacha. El impacto en su espalda le hizo contraerse de dolor y soltar un grito desgarrador que a buen seguro atraería la atención del resto. El enano tuvo la oportunidad de acallarlo, sin embargo la lona, bailando mecida por los golpe de Kormack, acabó enganchándose en el escudo lo que hizo que lo que podía haber sido una nueva víctima en la cuenta personal del enano, quedase reducida a un herido nada más.

Tras la conversación de los dos gigantes, Losse comenzó a temer por su situación. - ¡Vaya! Ahora me he convertido en un conejillo al que quieren dar caza. - Dudaba sobre qué más hacer para mantener la atención de los miembros del campamento hasta que tuviera noticias de sus compañeros. Justo en ese momento volvió la voz de Ogna. Losse se alegró al escucharla y al recibir la noticia de la muerte del Gran Muzhal. Parece que tampoco era digno de su fama o, tal vez, sus compañeros sí que eran dignos de ella. Sin embargo, la segunda parte de la frase que su amada le enviaba le preocupó. Se encontraban todavía en el campamento y con su aspecto habitual. - He conseguido atraer la atención de los dos gigantes, aunque no sé por cuánto tiempo. Me encargaré también de los orcos de las torres. Buscad en cuanto podáis las murallas. Os ayudaré a subir. Si conseguimos alcanzar el pozo de agua, quizá lleguemos hasta el río. -

La actitud jovial del elfo cambió radicalmente y abandonó sus saltos de bufón para establecer una posición firme y segura. Agarró una de sus flechas y, según la sacaba del carcaj, el arco apareció en su mano. Depositó la flecha en Spujnur y ésta voló hacia uno de los orcos que vigilaban el campamento. A pesar de la distancia la flecha surcó el aire para alojarse en su vientre. Sin tiempo a recomponerse, una segunda flecha le alcanzó la clavícula. Un centímetro más y ésta hubiera terminado alojada en su tráquea. A duras penas se mantenía en pie, pero aún tuvo el aguante de recibir una tercera flecha, con su latigazo eléctrico incluido que lo dejó al borde de la muerte. Las dudas del explorador ahora residían en qué duraría más, su aspecto de orco o la vida de aquel al que había atacado.

El enano no parecía dispuesto a seguirles, pero Davros no dedicó más tiempo en intentar convencerle, si quería quedarse allí, no era problema suyo.

Salió de la tienda tras la bardo, rodeado por el profundo silencio de aquel hechizo, recorrió unos metros directo hacia la entrada del campamento con la mirada puesto en los guardias de las torretas y saltó lo más alto que pudo, junto a uno de los orcos vigías.

Allí, en el aire, entre las dos torretas, vio como las flechas aterrizaron sobre el cuerpo de uno de ellos. Fue entonces cuando por fin los sonidos volvieron a hacerse presentes, para oír los gritos de dolor de éste, justo antes de acabar con su sufrimiento de un golpe con su nueva arma. El cuerpo cayó hasta el suelo, junto a Davros, que observó el poder del mangual en las llamas que consumían su cadáver poco a poco.

Tras otear el campo que se abría ante él y comprobar si tenían el camino despejado, se giró hacia la otra torreta, preparado para recibir los ataques que sin duda vendrían a continuación para, después, acabar con él y continuar su huida, con o sin el enano.

La cara de incredulidad y desprecio que el enano brindó a sus compañeros dentro de la tienda auguraba una mala elección por parte de Kormack. – Noooo, Kormack… vámonos, hay que salir de aquí cuanto antes…, gesticuló y gritó el clérigo aunque sin emitir sonido alguno debido al conjuro lanzado por él mismo escasos minutos antes.

Todo fue en vano, pues a Kormack no le tembló el pulso a la hora de correr la cortina y comenzar a pasear su hacha, destapando así la presencia de los aventureros en el campamento.

Los gritos comenzaron a tomar protagonismo mientras Ogna y Davros decidieron finalmente salir de la tienda por la parte trasera dejando a Jeldrich entre dos aguas. No tenía intención de dejar allí abandonado al enano, aunque no estuviese muy acertado con sus elecciones seguía siendo uno de sus compañeros. Sin embargo Jeldrich era consciente de su movilidad y si tenía que presentar batalla, mejor hacerlo más cercano a la salida del campamento con la esperanza de que las botas mágicas de Kormack le permitiesen alcanzarlos más tarde.

De este modo Jeldrich se despojó de la manta, inservible ya dadas las circunstancias, y corrió tras sus compañeros hasta la salida del campamento. – Lazhánder, ¡que tu luz nos proteja!, exclamó para que al instante un halo de luz solar comenzase a rodear al clérigo impregnando con su brillo a todos los que estaban a su alrededor. 

Decidido a no dejar escapar a aquel molesto orco, Glombro se acercó hasta el montón de rocas desde el que había cogido una con anterioridad. Desde donde se encontraba, por más que buscaba un lugar desde dónde disparar, era imposible tener una vista clara de su objetivo. Fue por ello que decidió escalar la muralla ya que esta, para él, no era tan imponente como para el resto de sus compañeros de tribu a excepción de su hermano. A decir verdad Gombro nunca había sido un gran escalador. Criado con la tribu del Gran Muzhal desde su niñez había perdido parte de la práctica que otros de sus congéneres adquieren desde pequeños gracias a los juegos entre hermanos en las escarpadas faldas de las montañas en las que viven. Aun así comenzó a trepar. Con sus grandes brazos y fuertes manos, unidos éstos a su imponente altura, no debería haber sido complicado alcanzar la parte superior de las murallas, sin embargo, como quedó demostrado tras dos intentos fallidos, no fue así. Sus dedos de las manos y la punta de sus botas, tan grandes como raíces de árbol, no cabían entre las juntas de los bloques de piedra que formaban el recinto amurallado, por lo que dar más de dos brazadas fue imposible para el gigante. 

Un grito llegó desde la tienda del Gran Muzhal que hizo girarse tanto al frustrado Glombro como al expectante Elbro. Éste último, que había aguardado en su posición roca en mano, vio como de la parte posterior de la tienda de campaña salía no uno, sino tres humanos a la carrera en dirección a la puerta del fuerte. Las flechas que se clavaron en uno de los vigías y el posterior impacto del mangual del líder orco sobre el cuerpo moribundo del desgraciado centinela confirmaron al gigante que se encontraban bajo un grave problema. Optó por cambiar de blanco y eligió al más visible de todos, un hombre ataviado con una brillante armadura que irradiaba una poderosa luz blanquecina. Fue aquel fulgor lo que salvó a Jeldrich de sufrir un severo impacto, pues la luz, la armadura y los rayos de luz del sol que incidían en él acabaron por deslumbrar a Elbro cuya roca pasó varios metros por encima del clérigo de Lazhánder.

TURNO 4

Como un hormiguero que despierta cuando el fuego se aproxima hasta él, el campamento del Gran Muzhal reaccionó con presteza cuando los gritos de los primeros heridos y caídos en combate se levantaban en el aire. El combate de Kormack, parte en el interior y parte en el exterior del círculo de silencio, era una extraña muestra de lo que allí había sucedido. El grupo de cuatro orcos se había transformado por arte de magia, o más bien por falta de ella, en un puñado de aventureros que con toda probabilidad había acabado con el líder orco. Nadie quería pensar en eso pero el primer orco guardián fue testigo de ello cuando al entrar en la tienda para hacer frente al enano pelirrojo encontró al Gran Muzhal destrozado en el suelo y desprovisto de sus armas y corona.

El luchar en un lugar tan incómodo para el combate con grandes armas confería a Kormack una gran ventaja. Las lonas de la tienda mostraban u ocultaban en cuestión de un parpadeo al enano o a su oponente más cercano. Varios intentos de cazar a Kormack se sucedieron por parte de los dos centinelas pero ninguno de ellos llegó a alcanzar su objetivo, ya fuese porque la tienda desviaba la estocada o porque Kormack lo detenía con su escudo.

Lo mismo sucedió en la puerta del campamento donde el centinela superviviente veía cómo los tres aventureros se cernían sobre él tras acabar con su compañero. Lo mismo que sucedió con Elbro acabó afectando al arquero orco, quien ya de por sí llevaba mal el hecho de estar bajo la luz del sol haciendo la guardia. La flecha que disparó contra aquél que portaba el mangual del Gran Muzhal quedó en un mero aviso al clavarse a varios pasos por delante de Davros.

Quedaba patente que el grupo de aventureros había capeado a la perfección la incursión en el campamento orco pero, a medida que más y más orcos salían de las tiendas de campaña que rodeaban a la principal, la posibilidad de que un golpe fortuito dado acabase alcanzando a alguno de ellos se hacía más alta.

El pedrusco voló atravesando el campamento de los orcos hacia jeldrich y Ogna dejó escapar un grito de sorpresa.

- ¡Ay!- inmediatamente se llevó las manos a la cabeza y comenzó a subir por la escalera de palo que llevaba a la torre donde quedaba uno de los orcos vigías. Primero la mano se aferraba a el escalón de madera. Una vez bien afianzado iba seguido el pie enfundado en la bota de tacón.

Inestable.

Trepar a los árboles era su asignatura pendiente. El único rasgo élfico que le faltaba para ser la doble de la misma Mielikki. Se impulsó hacia arriba, esperanzada en que el orco estuviera distraído cargando el arco. Otro escalón más. Si seguía así, "pronto" llegaría a la cima y le daría a Vishna sangre orca.

Vas muy bien Ogna. Serás una heroína.

Al llegar al final de la escalera sacó la cabeza y, efectivamente, vio al orco ocupado en sus cosas. Siguió subiendo y vio cómo éste se fijaba sorprendido en ella. ¿Una escuálida muchacha con un alfiler en la mano atacando el fuerte del gran Muzhal?

- ¡No me mires así, que te mato!- Le dijo en orco lanzando una estocada con malísima baba. El odio y la inquina la tenía a raudales, sólo le faltaba depurar su técnica. Esta vez Vishna tendría que contener las ganas de escupir su corrosivo ácido.

- Sólo estaba probando qué tal eras.