Ray pensaba que además de los guardias pocas personas debían entrar y salir de las mazmorras del castillo de Korvosa con tanta asiduidad como él. Eso era una suerte contando que era un ladrón sin gremio y que no recibía las ayudas de la sociedad. Aunque prefería pensar que el hecho que los guardias -a los que algunos ya llegaba a conocer por el nombre de pila- no lograban una condena contra él a causa de que era bastante más inteligente que ellos. Estaba seguro de que aquella vez volvería a suceder lo mismo y que en dos días, cuatro a lo sumo si al juez le sonaba alguno de los apodos estaría saltando por los tejados de la vieja Korvosa. Esperaba que alguien al ver que no aparecía le diese algo de alfalfa al gruñón de Farán. Si el asno ya le mordía normalmente hambriento resultaba un ser completamente insoportable aunque los guardias tampoco se acercaban al borrico una vez conocían su temperamento.
Trató de dormir para conseguir que el tiempo pasara más deprisa en el calabozo, tenía dos compañeros de celda, uno de ellos un traficante de especia que había ingerido casi toda la mercancía antes de ser detenido así que el pobre desgraciado estaría durmiendo al menos tres o cuatro días más suponiendo que llegase a despertar alguna vez. El otro compañero era un muchacho de unos doce años vestido con andrajos y con el miedo impreso en cada uno de sus rasgos.
Fuera debía llover, las celdas no solían ser tan húmedas...
El rostro del muchacho que miraba todos lados pero que no se atrevía a emitir palabra alguna le hizo recordar su propia infancia...
Su primer recuerdo de la infancia esa Gaedren, quizá la secuestró cuando de pequeña iba con sus padres al mercaso o quiza una matrona irresponsable de algún orfanato la vensió a Gaedren. O quizá simplemente fuese una niña de la calle a la que Gaedren le prometió comida y refugui. Sea como fuese pasó varios años como una de los Pequeños de Lamm, recordó las palizas hasta que no lograba traerle alguna chuchería de algún mercader o el anillo de alguna dama. Pasaba hambre y frío y recordaba las noches en que Lamm se llevaba a alguno de los niños menos productivos para que el pequeño jamás volviese a aparecer. Una noche vio como una de las chicas un par de años mayor que él era arrastrada a una de los almacenes y encerrada allí. Por la noche fueron a visitarlo Gaedren y su sirviente orco, a los pocos minutos los chillidos, ruegos y lloros de la muchacha despertaron a todos los demás niños... A la mañana siguiente la chica ya no estaba y él decidió huir de aquel sitio pero Gaedren lo pilló un par de semanas después al intentar encontrar algo de comer en las calles cercanas al mercado. El viejo le golpeó con el bastón de madera hasta que perdió la consciencia, probablemente debían de haberlo dado por muerto y durante las penosas semanas que le llevaron a recuperarse deseó que así fuera, no quería recordar lo que tuvo que hacer para sobrevivir los primeros años.
Imposibilitado el intentar dormir pues la tos seca proviniente de una celda cercana lo hacía imposible Ray rebuscó en su cartera para estudiar por enésima vez un pequeño grabado de Black Jack que siempre llevaba con él. Al abrir la cartera caya al suelo una carta de Tarod Varisiana, por el reverso estaba escrita una nota.
Se lo que Gaedren te ha hecho.
Tambien a mi me ha causado un terrible dolor.
Se donde se esconde en la actualidad más
yo no puedo hacer nada contra él. Ven a
mi casa en el número 3 de la Calle Lancet al
anochecer. Otros como tú estarán tambien
presentes. Gaedren deben enfrentarse a su
destino, y la justícia debe cumplirse.
Gaedren y su querida mascota.