Aleixo miró bien de cerca el gesto de Samuel. Aquel mastuerzo había deshonrado su nombre y el de su amo en el infausto episodio junto a la Cruz de Ferro de Foncebadón en la que su cobardía pudo más que su sentido del honor salió huyendo. Pero se notaba que el villano era de buen corazón y que servía bien a su señor. El santiaguista asintió al gesto con aprobación y luego se encaminó a la taberna.
Efectivamente, tal y como decía el judío, Don Carlos no era el mismo que había partido semanas atrás. Algo le sucedía.
-Vayamos y de paso echemos una ojeada a esos cazadores que solo cazan vino-dijo el noble en voz baja para que solo le escuchasen sus compañeros.
El grupo tras despedirse del soldado cruza la plaza hasta la casa de dos plantas en la que se adentró Don Carlos unos minutos antes, dejando sus caballos y bultos al cuidado de Braulio, el resto entró por las puertas de la taberna.
Escena cerrada.