Máster, ¿hago recuento de daños y armaduras o lo estás llevando tú? Siento la "vagueza".
No llevo controlado el número exacto pero lo tengo en cuenta más o menos para saber cuándo parte tu armadura, en cualquier caso no va a dar tiempo a más en esta campaña :)
—¡Samuel! —grito al ver al hombre llegar. Antes de decirle nada, me fijo bien en su estado, para preguntarle—. ¡Por Dios, qué os ha pasado!
Corrí como alma que lleva el diablo esquivando árboles y arbustos hasta al fin encontrar al resto del grupo.
- ¡Oh, Bendito sea Dios! - exclamé al encontrarles.- No hay tiempo que perder, el tal Don Juan está compinchao con los cazadores... nos han atacado... Don Antón... no sé si ha muerto y Braulio no sé si se ha quedado o no... ¡Hay que ayudarles! ¡Rápido!
—¿Cómo pretendéis ayudarles? —pregunto a Samuel—. ¡No podemos enfrentarnos solos a unos cazadores, nos coserán a flechazos antes de poder tan siquiera acercarnos a parlamentar!
Espera que aquel hombre tuviese un plan, o nos iba a conducir a una muerte casi segura.
A vuestra espalda se escuchan sonidos de ramas quebrándose y de botas al pisar sobre las hojas del bosque, os dáis la vuelta y véis venir a Fedro con tres hombres de armas del castillo y un muchacho. De frente y casi a la vez, de entre la espesura aparece Braulio herido y jadeante, del Vizconde no hay ni rastro.
Con tal apesadumbre iba yo vigilando bien el camino, por si los del bosque, esos cazadores, hubiéranse encontrado con los Vizcondes y el joven Samuel; ¡Ay Señor, y tal que sí que lo habían hecho! Enseguida comprobé cómo el bueno de Braulio llegaba a nuestros pies maltrecho, herido, como un perrillo apaleado que se refugia en cualquier sitio.
¿¡Qué te ha pasado, mi buen y valiente Braulio!? -dije saliendo un poco a su encuentro y arrodillándome mientras él se desplomaba de rodillas-. ¿Te hicieron esto esos lobos? -miraba su cuerpo, y las armaduras impregnadas de sangre-. ¿dónde está don Antón? ¿¡Está con ellos!?
Te pongo todos los destinatarios ya, según has hecho tú, máster.
Lo estaba..., mi señor... aughh... -Braulio se quejaba, pues estaba herido casi mortalmente-. Fue don Juan -continuó con dificultad-, el hermano de don Pedro... le separó la cabeza del cuerpo, ¡suciamente!, mientras yo aguantaba las flechas... Y su cuerpo ahora está tendido en medio del bosque... ¡lo siento don Fedro, no pude protegerlo como lo hago con vos! Ese Juan... ¡parece el Demonio con una hueste malévola!
Y me abracé al de Falces delante de todos, pues mi orgullo de protector también había quedado herido. Sentíame ya como inutil, y sólo deseaba que el Apóstol tan cercano protegiera a Fedro hasta su llegada a Compostela.
- ¡Oh, no! Don Antón... muerto... - me llevé las manos a la cabeza, no había sido mi culpa pero era una desgracia, sin duda.- Ese maldito... ¡Venguemos la muerte de mi señor! Ese monstruo no se merece otra cosa que ir al infierno...
Estaba enfadado, haberle hecho eso a un hombre indefenso... eso era de ser un bandido sin honor ni gloria ¡Atacar de esa forma a un rival indefenso! Como le cogiera yo...
Las palabras de aquellos hombre... aquellos con los que Aleixo había compartido no sólo un camino, sino mucho más... eran sabias pero estaban llenas de ira y sin razón. Volver a proteger el honor del de Muel era lo más apropiado ya que había mostrado en muchas ocasiones su lealtad para con iguales e inferiores y su arrojo y gallardía. Pero hacerlo significaba también la muerte. Los pocos que quedaban estaban bastante heridos e incluso el Caballero, que aún no había entrado en liza, se resentía de las heridas sufridas en el encuentro anterior.
De pura ira la boca se le incendió otra vez y, tanto si la herida se abriese como si no, ésta se abrió provocando un sonido ronco y profundo como el de un árbol que gime al ser talado.
¿Era acaso lo mejor? ¿Perecer en justa contienda por el honor y la nobleza era el fin más apropiado? ¿Defendiendo los intereses de un noble sin nobleza como era Don Pedro? Aleixo giró la cabeza y agarró el hombro de Samuel, el vasallo de Don Antón. Luego meneó la testa hacia la dirección de la que había regresado Braulio y apuntó la espada hacia ese mismo lugar. Si Samuel decidía vengarse, no le dejaría sólo.
—Por favor, tranquilizaos —digo a Samuel, intentado detenerle antes de que haga una locura—. Entiendo lo que decís, y lamento lo ocurrido con el bueno de Don Antón... Pero ahora no podemos hacer nada, o sólo sacrificaríamos nuestras vidas parar nada.
—Volvamos, allí no podrán hacernos nada. Cuando tengamos la cabeza fría, podremos planificar mejor que hacer, pero ahora no es el momento.
El judío tenía razón, no había que dejarse llevar, y menos en este asunto, o lo único que conseguiríamos sería acabar como el bueno de Don Antón...
"De bueno que fue, fue tonto... mira que plantarle cara a ese malandrín - pensé con amargura.- Si me hubiera hecho caso..."
Pero aún quedaba el asunto del tal Don Juan, con Don Antón muerto no quedaba nadie que pudiera dar fe de lo que allí se estaba cociendo, pues ni a mi ni a Braulio nos iban a creer... y nos arriesgábamos a perder la vida por tales acusaciones.
- Tienes razón, pero hay un problema... Lo que hemos visto Braulio y yo no sirve de nada ahora mismo, Don Juan diría que todo es mentira y nos colgarían por injurias - dije, tratanto de pensar friamente.- Hay que cazarle con las manos en la masa o no hay nada que hacer... y además está el asunto de mi señor... bien está que recupere sus restos para darle digna sepultura.
¿Sacrificar nuestras vidas para nada? -parafraseando al judío Yejiel-, ¿de veras que así lo decís vos?. No sería menester de justicia agachar la cabeza, amigos míos -decíalo yo aun absorbiendo alguna lagrimilla de Braulio-, y dejar impune a quien le hizo lo tal a mi bueno de Braulio... ¡pero aún menos dejar que campe a su gusto el bien formado de don Juan! ¿Acaso es más lícito no hacer justicia por marcharse y continuar el camino establecido cuando es en el camino donde la justicia se nos es pedida?
¡Bien dicho lo que pronuncias es, joven Samuel! -continuó el de Falces- pero acaso sospecho que lo que dices no entiéndeslo demasiado: colgarnos han de un momento ha otro, si es que no demostramos lo contrario; y cierto es que la nuestra palabra más en contrariedad cae que en la del último "galguillo", si hablar pudiese, de ese don Juan tuviéramosle delante. ¿Acaso Odiseo renuncio a su hogar y su esposa y su hijo aun vistiendo de andrajoso despeinado en su distante regreso? ¿Acaso no era suficiente razón la muerte de Patroclo para que el aguerrido Aquiles luchara con una sola hoja contra toda Troya junta? ¿Acaso Perseo no levantó su espada contra la Medusa, muy fiera por cierto? -comenzó a citar héroes griegos, y poco le importó si los que había allí los conocía-. ¡¡NOOO!! ¡¡ NO PODEMOS DEJAR ÉSTO A MEDIAS !! Aquí traigo a tres "lanceros" -se refería a los hombres que venían con él-, y a otro que busca liebres, pero cuenta como el que más...: Si el santiaguista se echa esta cuenta, y vos Yejiel nos acompañas con Samuel, a dar caza que iremos... ¡Seremos los lobos que cazan a los lobos! ¡Que no hay mayor piedad de uno que no dejar sin "cumplimiento digno" -se refería a "venganza", pero no lo quiso decir así- el amor que le profesamos al bueno de Antón, de sangre azulada como el cielo de la mañana! ¿¡ A qué vais sino al ver al Santo Apóstol!? -preguntaba a sus compañeros mientrras empezó a preguntar por posibles razones tornando su voz en mera desgana y burla, con tono agudo y simplón, jocoso-: ¿a ser perdonandos si alguna vez fornicásteis a alguien con quien no debiérais? ¡BUhhh...! ¿Por mandar a la muerte a alguien que no debíais? ¡BAhhh...! ¡¡Si queréis la catársis de verdad, para con el Apóstol, hemos de acabar con ese don Juan, malévolo, imberbe, pulcro, guapo, embriaga... ejem... con ese hijo de su mala madre! -casi se desvía en su arenga final, pero confiaba que los hombres siguieran andando hasta el corazón del bosque para hacer justicia real a quien acabó con la vida del de Muel-.
El más viejo de los tres hombres de armas, todo un veterano, se adelantó y habló con voz pausada -¿Cuántos hombres hay?-miró las heridas de Braulio y Samuel y dejó de dudar de la veracidad de la historia de Fedro -necesito alguna prueba de que la traición se ha consumado. Si conseguimos pruebas, podemos ir al pueblo y pedir ayuda, no tienen espadas pero sí palos y arcos. Puedo reunir fácilmente a dos docenas de hombres y apresar a Don Juan -dijo con pena -quizás vuestras heridas sean suficientes para organizar la batida, pero hemos de apresurarnos para que no se nos escapen.
Cinco son, soldado... -respondió con desgana Braulio-, y otro más con el don Juan... Si fueran de uno a uno, bien les hubiera dado yo merecido, pero flechean en la distancia, como cobardes justicieros contra una mujer desarmada... Quizá... quizá pedir ayuda sea dejarle escapar...
Braulio dudaba si el hecho de ir a pedir ayuda no haría que don Juan escapase, volviera al castillo y comenzara su defensa. Eso era lo que debíamos impedir.
Escuche al trovador mientras soltaba todo el rollo. Sin duda, era un palabrero. Si fuese judío, ya lo habrían lapidado, aunque tuviese razón. Cuando termina su discurso, su siervo no parece muy convencido. Yo tampoco.
—¿Y a qué precio? Podríamos darles caza como a animales, seguro. Pero si han podido con Don Antón, podrán con nosotros. Se puede aplicar la justicia sin tener que correr riesgos innecesarios. Que Don Juan se fortifique en su castillo no lo hará menos culpable, y mucho menos inmune a las gentes del lugar.
Dicho esto, miro al resto, para decir—. Si decidís ir a la batalla ahora os acompañaré, pero desde luego no es el mejor camino a tomar.
Los párrafos de más de cuatro líneas hacen llorar al Niñito Jesús.
- No hay más prueba que lo que hemos visto, por el momento... es eso o sacarle una confesión a alguno de esos malandrines - dije yo, que no estaba ya seguro de que los hombres siguieran en el mismo sitio.- Si no vamos ahora habrá que buscarles en otro sitio... eso sí, si vamos a luchar yo necesito un arco, he perdido el mio en la batalla - no iba yo a dar detalles de cómo lo había perdido, sólo faltaba eso, encima quedar como un torpe.
El hombre se encogió de hombros, pues todos llevaban espada y escudo mas no arcos. Alguien tenía que tomar una decisión o Don Juan y los cazadores se escaparían...
- A riesgo de perder a Don Juan y a los cazadores debemos seguir su consejo e ir al pueblo a por más hombres, si nos enfrentamos solos nos van a dar matarile. De paso que uno de los mozos avise al borracho que tenéis por señor a ver si hay manera de despertarle y que venga a verlo con sus propios ojos, Vamos.