Partida Rol por web

Los jinetes del rey se alejan camino del castillo. Atardece. Las mulas están cansadas, las heridas duelen, las tripas suenan. Las chozas y casitas de Yagüe atraen con el calor que prometen sus hogares.

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   Tras fijarme un poco más caigo en el escudo de uno de estos reyezuelos de los hombres, una sonrisa acude a mi rostro, pero me quedo callada y continuo en silencio hasta que los soldados se despiden. Después de todo, soy una humilde viejecita que viaja con estos apuestos mozos y la moza.

   Cuando nos quedamos solos, me retraso un poco y me fijo en Yosef, le clavo una mirada penetrante y luego sin más, le espeto.

   - Si buscas conocimientos yo puedo enseñarte, pero más aún, conozco a alguien que aparte de mi aita me enseño un par de cosas, le llaman El Viejo... y yo sabría donde encontrarle, en el Valle del Rincon. Es peculiar, algo gruñón y quizás no admita saber magia de inicio... - Tras charlar largo y tendido de aquellos conocimientos, fuera de los oídos de Dolça para que no se espante.

   Luego más adelante charlo con Elías y con Oier.

   - Se de alguien, un capitán mercenario, que busca gente capaz para unas peleas, después de todo, los noblezuelos locales siempre están peleandose los unos con los otros como lobos rabiosos disputándose un hueso, os podría indicar donde está. -

   Continuo charlando y más adelante me acerco a Dolça.

   - Moza, se te da bien darle a la deshuesada*, pero hay veces que no se arregla la cosa con palabras, deberías aprender a manejar un buen garrote, que una mujer joven que no se vea capaz de tumbar a un lobo o a un hombre de un buen puñetazo o garrotazo puede atraer indeseables. -

   Y charlando, charlando, seguimos por el camino que nos lleva a un nuevo lugar, y quien sabe, a una nueva aventura.

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Oier no lograba quitarse de la cabeza la amenaza del Guland, pues aunque parecía que todo había sido un espejismo, una ilusión del pasado, sus cuerpos habían sentido y sufrido como si fuese real. Empezaba a preguntarse si no habrían sido ellos quienes viajasen en el tiempo, y siendo de un modo u otro un demonio es un demonio y no importa el tiempo, pues son inmortales. Así que la amenaza seguía ahí, en el aire, y tal vez siempre fuese simplemente eso, atormentándoles, haciendo que volviesen sus miradas para vigilar las espaldas y que temiesen a la noche.

Los jinetes les acompañaron buen trecho del camino, pero al fin sus destinos se separaban y el mercenario lo agradecía en silencio. 

El pueblo de Yagüe prometía descanso, viandas y alguna copa que ayudase a pasar lo vivido, pero Oier desconfiaba de si volvería a repetirse la locura. 

La vieja Yedra le sacó de sus pensamientos negativos. Uno nunca sabía de dónde podía surgir el siguiente trabajo, quizás uniendo fuerzas los dos grupos de mercenarios, tal vez enfrentándose entre ellos, el caso es que por ahí olía a dineros. Por otro lado había visto luchar al grandullón, y aunque era judío y Oier jamás podría considerar a alguien de su condición como un hermano, lo que menos le apetecía era luchar contra Elías en combate. Habían sido aliados forzados y alguien con sus habilidades podía ser útil en los Otso Beltzak. 

-Creí que eras sirviente de Dolça- le dijo para indagar un poco más - Si quisieses podrías probar de entrar en mi grupo de mercenarios- le ofreció, ya que de alistarse en alguno prefería tenerlo en el suyo. 

Y viéndose ya cerca de la aldea y queriendo alegrar sus propios ánimos y los del grupo, aprovechó que volvían a estar solos para entonar una canción. Claro que no solo voz debe tener el juglar, y Oier recordaba una canción que gustaba de cantar con sus compañeros, aunque quizás no fuese del agrado de todos. Y así, sin preguntar, se puso a cantarla, convencido de que a todos sacaría sonrisa y de que Dolça tendría pensamientos impuros hacia él, dado su repentino talento vocal.

No podía disimular una leve cojera por la molestia en su rodilla, pero confiaba en que con el debido descanso y los cuidados femeninos de la que pudiese engatusar, todo saldría a pedir de boca. 

Sopa caliente, muller ardiente et seguir mi viaje al día siguiente.

Dolça agradeció a los hombres de armas, aprovechando para venderles, con un buen descuento, algunas de las mercancías que llevaba en las mulas.   Para que lleven a sus familias una buena compra.  Díganles que el viaje a tan lejos incluyó pasar por una mercader que quedó agradecida por la seguridad brindada y sólo vende buena calidad a precio.  -les dijo, abonando el camino para una venta a la vuelta.  

Siguió, oyendo la entonada melodía.  

Mas, ese canto de Oier, ¿será que el tajo de la espada en lo bajo le cortó algo que no nos quiere contar?   A saber.  Se le ve contento.

Siguió después más callada, entre oyéndolos y cavilando, reflexionando sobre lo vivido, hasta que algo pareció hacerle sentido.

Yo creo mis compañeros, dijo en una pausa a refrescarse en un pozuelo antes de entrando al pueblo, que fuimos viajados por el río del tiempo como Heráclito en sus traducciones de nosso paisano Maimonides bien nos dijo no podía pasar.  -muy docta y muy preocupada por lo que les acababa de pasar. 

Hemos que hemos salvado las puertas del inferno a abrir, mesmo me parece.  -sonreía.  Y bien el buen Dió de las Escrituras, y sus ángeles han de haber dado sus bendiciones en vuestras mercedes.   -Por más que le hagamos dado un pedruzco. -dijo en buena lid, Lo han de perdonar. 

Así que no me preocuparía del demonio vejado, que Dios nos protegerá.  Mas bien ocuparse que preocuparse, con humildad orar al diario.  Yo me estudiaré el Torah o la Kabhalá, para saber que facer si nos vuelve a buscar de venganzas por el bien hecho.  Pero en Dió confiemos.

Al oirlos platicar de su futuro, no pudo dejar de intervenir.

Mercenario y muerte que traen no me parece lo más mejor para seguir el camino que nos aleje del mal.   Si han de querer, guardias de caravana y luego socios en mercadear los podemos hacer.  

Busquenme en cualquier mercado, dejenme recado con mis paisanos, y nos volvemos a ver si ha de ser su voluntad.  Usted también mi señora lobera.  Quiera Dios.

Quiera. 

Las gentes de Yagüe, aunque en principio desconfiadas ante un grupo tan extraño, se ablandan con las buenas razones de la señora Dolça y con los maravedíes que su bolsa y el caldero de Yedra surten con generosidad.*

A la mañana siguiente, la comitiva se encamina a la honrada villa de Burgo de Osma. Ya varias leguas antes de llegar notáis que la afluencia de gente hacia la villa crece visiblemente. La feria atrae a comerciantes de muy lejos, y también a los campesinos de los alrededores. Tanto es así que, cuando llegáis, ya por la tarde, a las puertas de la ciudad, os toca esperar un rato hasta poder llegar al puesto de guardia. Dos soldados registran el cargamento de la mercader y os miran de arriba abajo. Uno de ellos se dirige a Oier y a Elías:

-- Con esa hacha y esa maza, el merino** no os va dejar entrar en el recinto del mercado. Ni lo intentéis. Lo mejor que podéis hacer es no sacar las armas de la posada, porque el que arma gresca durante la feria recibe no menos de cien latigazos.

Después os hacen pasar y os encontráis en unas embarradas, sucias y llenas de gente de toda calaña.

Dolca, sin decir nada, pagó el hospedaje de todos, incluyendo algún lugar cómodo para la anciana lobera y Oier. 

Que pasen sus mercedes buenas noches.  Que la oración los acompañe y proteja de demonios.  Que Dios y sus ángeles los guarden. 

-Se despidió amable, a hacer sus cuentas y leer el Torah antes de dormir. 

La buena de Dolça corrió con el gasto de todos sin tener por que hacerlo. Oier agradeció el gesto con una sonrisa que no disimulaba cierto aire seductor, pues estaba convencido de que la mujer sentía cierta atracción animal hacia él, y Dolça estaba de buen ver y en buena edad.

Si non fuese judía...

El camino andando con su rodilla dolorida se le había hecho un poco largo y llegaba cojeando más que al principio del camino. Era todo un alivio saber que ahora podría descansar, ¡y en un camastro, no en un establo rodeado de boñigas! 

-Descansad señora, aquesta noche estaré atento et podéis compartir estancia conmigo si os sentís más segura- 

Claro que se refería al guland , pero nunca se sabe lo que puede acompañar la noche.

El dolor de cabeza le iba y venía a Elías. Curiosamente las coplillas del navarro le sentaban bien, cosa que nunca habría pensado de su compañero de viaje, tan aparentemente poco dado a las artes (quitando el arte de la guerra, claro está).
Le agradaba que le propusieran seguir en el grupo, les había tomado cariño a todos... bueno, a casi todos, que esa vieja del lobo que aparece y desaparece en los momentos más inesperados (cual dolor de cabeza malherida) no le daba, ni le dará nunca, buena espina... aunque, como ya pensara alguna vez, mejor tenerla de su lado que en contra, de eso no cabía duda.
-En cuanto a lo de nuestro futuro en común, ya he tomado una decisión... Si ese demonio mal encarado era David, este Goliath parece haberle sobrevivido, que piedra más grande es la roca con la que me golpeó el viento que la dirigida por la mano del rey de nuestro pueblo.
Dicho esto, no le quedó muy claro si había tenido mucho sentido lo expresado, ante todo por la cara de asombro de sus compañeros, aunque a él, en principio, le parecía lógico lo hablado.
-A la buena señora acompañaré encantado, allá donde vaya, que nada me espera ya en mi querido sur, como el hijo pródigo, pero sin la vuelta a casa y la fiesta en su honor... no sé si me explico.
Volvió a cerrar la boca, consciente de que, a pesar de sus esfuerzos, la boca y lo que le quedaba de cabeza no acababan de ponerse de acuerdo
-Que mientras tenga viajes y a bien pagarme un techo, comida y alguna moneda para las vacas flacas, aquí tiene a un hombre viejo, pero servil, para... para eso mismo, no para envejecer más, digo, aunque tampoco es algo que yo pueda evitar... a no ser que me muera, pero claro... sino para servirle, señora Dolca.
Y ya fue a la mula a por agua, se mojó la cabeza y rezó en su interior para que no tardara en cerrársele del todo esa herida tan fea.

Yosef, de natural taciturno y solitario, ha pasado varias horas rumiando la oferta de la Señora Yedra. En el fondo de su alma, lo que desea es salir corriendo hasta donde está "el Viejo" y dedicar las horas y el esfuerzo a aprender cómo es realmente el mundo que nos rodea.

Si la señora Yedra quisiera llevarme consigo o llevarme con "El viejo" o tan siquiera decirme dónde está, cómo llegar y darme algo que me permita presentarme ante él como un enviado de la señora Yedra, le estaría eternamente agradecido. Aunque a decir verdad, poco puedo ofrecerle, pues nada tengo.

Así, con estos pensamientos u otros parecidos, Yosef buscó en un aparte a la señora Yedra y le pidió que lo guiara en este oscuro mundo.

Si el camino hasta "el Viejo" está en la misma dirección que el destino de la Sra. Dolça, seguiría sirviendo a mi señora y cuidando de sus acémilas hasta que nuestros caminos tengan que separarse.

El bullicio de la villa de Burgo de Osma, aumentado por la animación propia de la feria, no es el tipo de ambiente que atrae a la vieja Yedra. Sus iguales corren y brincan por los densos bosques proyectando su sombra a la luz de la luna. Por eso, en la misma puerta de la ciudad, la anciana se gira hacia sus compañeros y se despide. Entre dobles sentidos, chascarrillos, pellizcos y azotitos en las nalgas que Oier interpreta a su manera, todos pueden percibir un cierto cariño de líder de la manada. Hasta otra, majos, les suelta, por fin, y se pierde por la puerta, camino de los bosques con los que de verdad se entiende.

El taciturno Yosef se adentra con el grupo por las calles de Burgo. Las actitudes de engaño, falsedad, cinismo y picardía aparecen por todas partes en tabernas, talleres, mercados, plazas y palacetes, y despiertan en el joven hebreo viejos fantasmas dormidos. Tanto es así que, en un momento, mientras Dolça apalabra el alojamiento en una de las posadas de la ciudad, Yosef se coloca en el centro del grupo. Profiere un escueto Gracias, amigos y, dando media vuelta, desaparece en la calle y se pierde en el bullicio.

La feria se le ha dado bien a Dolça, que, a pesar del éxito de su mercancía y de la enorme ganancia que ha hecho, tiene el pensamiento perdido en otros asuntos. Parte del éxito de los negocios de la comerciante se ha debido, sin duda, a la continua presencia de los fornidos Oier y Elías. Como Dolça es de natural generoso, y quiere que sus criados la representen adecuadamente, aprovechó la feria de Brugo para comprarles a sus ayudantes nuevas ropas, armas y accesorios, de calidad suficiente como para que hasta Oier se ufane de servir a una gentil.*

Terminada la feria de Burgo de Osma, las preocupaciones de Dolça la obligan a dejar de lado las preocupaciones comerciales. Una buena mañana, la mujer y sus guardianes emprenden camino hacia el norte, en dirección a los Pirineos, a la ciudad donde -espera- vive todavía su padre. El viaje, aunque tratan de detenerse lo menos posible (e incluso venden algunas mulas y malbaratan algo de mercancía), les lleva tres meses, y para cuando Dolça abraza a su anciano padre, ya se están deshelando los arroyos y comienzan a asomar las primeras flores.

La mercader les pide a Oier y a Elías que permanezcan en la ciudad hasta que decida qué es lo próximo que va a hacer. Después, se encierra con su padre, el buen rabino, y prácticamente no salen a la calle en un par de meses. Cuando por fin lo hace, Dolça parece rodeada de un halo de sabiduría, con ademanes tranquilos y voz firme. Parece una nueva Dolça.

-- Acercaos, amigos --les dice una bonita mañana de abril a Oier y Elías.