Zack seguía apretando todo lo fuerte que podía. Quizás demasiado fuerte, pues su cabeza estaba en otro sitio y andaba demasiado ocupada en encontrar palabras como para controlar la fuerza que ejercía sobre el pecho maltrecho de su anciano amigo. En cualquier caso, el joven no apartaba la mirada de Sadicer. Parecía que el anciano quería decir algo, pero no le salían las palabras. Zack trataba de interpretar... o adivinar... el significado de su mirada y sus escasos movimientos. Quizás era miedo, quizás trataba de transmitirles ánimos, darles alguna instrucción o quejarse de la presión de los brazos del herrero. En cualquier caso Zack no era capaz de verlo y seguía soltando una verborrea que ya comenzaba a no tener sentido.
Pero todas las palabras cesaron cuando, de repente, una intensa luz comenzó a surgir de las manos de Meredith. Incluso Sadicer había cambiado su expresión. Zack comenzó a asustarse, pues nunca vio metal tan candente que desprendiese semejente iluminación. Solo podría parecerse remotamente al fulgor de aquel extraño elemento que un día le mostró su ahora moribundo amigo. Aún así no dejó de apretar, a pesar de que la luz comenzaba a inundarle sus propias manos. Instintivamente se echaba cada vez más hacia atrás, entrecerrando los ojos para protegerlos del resplandor, y su mente se preparaba para lo que fuera que fuese a sentir en las manos. No fue hasta que no atisbó la extraordinariamente rápida recuperación de la herida hasta que no se retiró del cuerpo del mercader. Pero cuando lo hizo, fue a la velocidad del rayo. Antes de poder darse cuenta estaba a dos o tres metros de distancia de Meredith y Sadicer.
- Pe... pero.... ¿qué...? - Fue todo lo que consiguió articular el herrero y de forma que apenas fue audible para el cuello de su camisa. No sabía lo que estaba ocurriendo. Y probablemente nunca llegaría a entenderlo. Pero, por alguna razón, no podía apartar la vista de la que fuera ayudante del doctor.
No tuvo tiempo a reaccionar, temblaba como una hoja y es que a pesar de que Majud se obligada a cada paso lejos de su padre y su casa, a ser valiente, lo cierto es que sentía temor y había visto la muerte a los ojos para terminar recalcando aquel asunto en el viejo Sadicer, ese que le había abierto los ojos y el único que quizás podía ayudarlos pues al ver las caras de cada uno de sus acompañantes, se daba cuenta que no tenían ni idea de lo que estaban haciendo o hacia dónde dirigían sus pasos. Las lágrimas resbalaban por el rostro de la joven como si cada una fuera un canto de tristeza, de adiós para con el mercader.
No se pudo ni siquiera agachar a decir nada. Veía con tristeza cómo Danna se aferraba con lágrimas a aquel que había sido su mentor y como Zack intentaba hacer algo con los jirones de ropa que ella misma había entregado pero internamente se convencía de que no iba a suceder un milagro, que esas cosas eran historias antiguas y que jamás, volverían a ver con vida al pobre Sadicer pero entonces todo aquello tuvo que ser tragado por el subconsciente de Majud, las manos de Meredith se convirtieron literalmente en la salvación de Sadicer.
Ella no podía creer lo que estaba mirando, le parecía totalmente un sueño; ¿y si aún cerradas las heridas, él moría? No, eso no era posible, no había modo de que un milagro realizado de aquella manera, pudiera no salvarle la vida al pobre hombre. Majud miró a Meredith con mucho de fascinación pero sobre todo, con mucho de respeto y bajó la mirada haciéndole una leve reverencia a la sanadora, casi imperceptible, sólo como una muestra de respeto y ahora sólo tenían que esperar a que Sadicer volviera en sí. Observó como Zack miraba a Meredith, quizás del mismo modo que ella, quizás no. No era asunto suyo.
Janika...
El nombre surgió de su boca sin poder evitarlo y un sentimiento de añoranza le estrujo el corazón tan fuerte que creyó perder el aliento. El rostro peculiar de aquella joven que respondía al nombre de Janika, aquel irresistible trasero, esos ojos verdes, profundos y duros como ella sóla podía tener, aquel cabello negro, recogido en una coleta realizada siempre con prisas, dejando mechones sueltos que caían con gracia sobre su cara, aquella boca... provocativa... el recuerdo de aquella joven se le hiso presente con tal fuerza, que se dejó atrapar por él. El rostro de Janika se personificó en Meredith.
No es posible...
¿Acaso se estaba volviendo loco? ¿Acaso Janika estaba con ellos? Era imposible, pero aquellas manos, aquella luz y ese poder, sólo podía pertenecer a ella. Era imposible que fuera otra persona. Dio varios pasos rápidos pero dudosos mientras en su interior se iba cociendo una incertidumbre, un miedo atroz a descubrir la verdad. Aquella mujer no era Janika, pero tenía que serlo.
Cuando llego a su lado, la cogió con violencia, y apartó el pelo de su cuello para ver si tenía el tatuaje.... aquella mujer no podía ser Janika... ¿o si?
Dhanna no podría relatar después lo que sucediera en aquel instante, su corazón pareció pararse por la impresión y su respiración quedó sostenida por la posibilidad de un milagro ante sus propios ojos.
La herida de Sadicer comenzaba a cerrarse mientras Meredith emanaba una luz corpórea capaz de eclipsar al Sol.
La muchacha no soltó sus manos ni un segundo, pero no recordaría la mirada que diera a aquella sanadora, ni a Sadicer después.
Parecía uno de esos extraños sueños en los que eres tú pero no estás dentro de ti, tu cuerpo se mueve pero tú no eres capaz de dar un paso. Ves tu cuerpo saltar y correr, le ves de lejos, sin ver tu rostro pero sabes que eres tú.
Por un instante el cuerpo de Dhanna actuó de forma instintiva, dejándose llevar por las ganas de vivir. Su mente, tuvo que luchar contra el miedo, la incredulidad, la desconfianza, dejar paso al Milagro que delante de ella se estaba creando.
Un movimiento brusco de Kane, la hizo parpadear y volver a su cuerpo. Su sonrisa mostró la felicidad de su corazón, sus ojos se volvieron a buscar los de Sadicer…
Meredith no tenía ojos, ni alma, para otra cosa que no fuera esa herida. Sus dedos habían penetrado en la carne, se habían hundido en la sangre, y habían cerrado con el puño lo que deberían haber unido con hilo. Sus antebrazos a pleno chorreaban, goteando densamente hacia el suelo, y su propio pecho estaba totalmente empapado de carmesí. Incluso de su cabellera caían pedazos de la vida de Sadicer, y formaban lágrimas de impotencia sobre el rostro del mercader que moría, porque Meredith se inclinaba sobre él en un vano intento de parar el río. Porque Sadicer moría, intentando darles un último mensaje, que ninguno de ellos lograba entender. Sadicer moría, y todo era de nuevo en vano, porque ni la carne ni la sangre ni el alma podían ser retenidos por esas manos, demasiado débiles para quitarle a la muerte su presa más reciente. Lágrimas rojas, confluyendo conel agua y la sal. Los ojos de Sadicer se cerraban. Los de Meredith, fijos, continuaban demasiado abiertos.
Y al final, tuvo que cerrarlos. No pudo evitarlo. La repentina luz se clavó en sus pupilas dilatadas y la cegó por completo.
Fueron sus dedos los que primero tocaron. Fueron expulsados repentinamente de su espacio vital, empujados hacia afuera, desalojados. Las yemas, arrugadas por el tiempo dentro del líquido, en vez decontinuar tocando los órganos de pronto tocaron la piel. se crisparon. El tacto de la sangre escaseó tan de golpe, que ni siquiera la muerte hubiera podido generar ese efecto. Incluso pareció que la herida se movía, arrastrándose por el pecho de Sadicer, pero seguramente era el propio cuerpo del mercader que, en sus espasmos finales, estaba cambiando de posición. Seguramente había perdido el agarre de la herida, por no mirar. Tanteó, alarmada, adolorida, buscando el canal abierto para volver a cerrarlo... y no lo encontró.
Abrió los ojos antes de pensarlo. La luz ya no la cegaba, y pudo ver de dónde venía. Pudo hacerlo. Pero no lo hizo: tenía atención sólo para la herida que estaba buscando y que no encontraba. La herida que, de pronto, ante sí misma, iba desapareciendo. Como una línea de pintura que se desdibuja con agua, bajo la luz brillante iba desapareciendo, consumiéndose, volviendose cada vez más un pequeño recuerdo. Meredith sintió la garganta seca y un profundo, doloroso ardor en los ojos. Su corazón se detuvo, pero no sus manos. Un segundo después, cuando la herida ya casi estaba cerrada, sus dedos también pararon. Todo en ella se detuvo. En su piel, en el escaso margen que dejaban las mangas de su ropa, podía ver cómo decenas de filamentos brillaban en platino y dorado hasta alcanzar el blanco. Su mente no logró acompañar la tranquilidad de su instinto, que le avisaba del paso del peligro. Su mente advirtió sobre la irrealidad. Su mente intentó decirle que lo que acababa de pasar no tenía ninguna explicación, excepto...
Entonces Meredith se sintió violentamente jalada. Uno de los extranjeros le había agarrado del hombro y la nuca, y tiró de su pelo a un costado. No fue capaz de reaccionar, pero tampoco de sacar las manos de encima de Sadicer. Aquello debió haberle sacado de su trance, pero no lo hizo. Su rostro había quedado quieto en un ininteligible gesto de estupefacción. No se defendió. Su cuello níveo y desnudo saltó a los ojos del extranjero, y el tirón pareció desestabilizarla. El brillo se volvió más intenso. El coletazo final.
Meredith atinó a mirar el cielo, oscuro donde hacía tanto tiempo que estaba sólo carmesí, y se desvaneció en el acto.
Zack no podía comprender lo que estaba viendo. Quizá era eso que llamaban "milagro", aunque era algo en lo que nunca había creído. Quizá algún tipo de magia o poder sobrenatural que ocultaba la mujer y que desde luego comprendía que hubiese ocultado al pueblo para no acabar en la hoguera. Pero no podía entenderlo. Aunque eso era lo de menos, pues parecía haber funcionado. No sabía si Sadicer viviría o no después de aquello pero sus heridas parecían completamente sanadas, cosa que nunca habría imaginado hacía escasos segundos.
El herrero alzó la vista, que mantenía fija en el cuerpo del mercader, cuando un movimiento repentino le llamó la atención instintivamente. Uno de los extranjeros se acercaba a Meredith a toda velocidad, mascullando alguna extraña palabra y no parecía que sus intenciones fuesen muy buenas. Un acto reflejo de Zack le hizo saltar para interponerse entre ambos. Pero no llegó a tiempo y el extraño zarandeó el cuerpo de Meredith como si se tratase de una muñeca de trapo. Eso provocó que la respuesta de Zack fuese más violenta de lo que a él mismo le hubiese gustado, apartando a Kane de un empujón que acabó con él en el suelo. - ¡¿QUÉ HACES?! ¡¿Qué quieres?! ¡¿Matarla o qué?! -
Zack se irguió entre Meredith y Kane por si este decidía no darse por vencido. Pero, en ese momento, el cuerpo de la curandera calló al suelo. El herrero se giró rápidamente y se agachó junto a ella, enderezándola y levantándole la cabeza a la par que le tocaba la frente con la mano. - Está caliente. ¡Qué alguien traiga un poco de agua! - Zack miró de reojo a Kane con cara de pocos amigos y cogió uno de los jirones de ropa más limpios que había sobre Sadicer para empaparlos en el agua y colocarlo en la frente de Meredith.