Partida Rol por web

- Bertrand Dotter... - Dijo en un murmullo escalofriante. - Es un ser... - Tomó aire, lo cual era extraño, pues como todo el mundo sabe, los vampiros no respiran. - Caótico... 

Cainneah parecía perturbado al recordar la historia que estaba a punto de narrar. Sin duda, el conocer a ese hombre había sido duro para él por alguna razón que no llegaban a comprender. Finalmente pareció coger fuerzas y miró al conde dispuesto a contar su historia.

- Llegó un bien día diciendo que buscaba la torre de Lucien. - Comentó. - Al parecer creía que alguien había atrapado allí a una mujer que amaba. Pero... era totalmente incierto, ese hombre alucinaba. - Contó con mucha seriedad. - Yo, como buen anfitrión, le acogí en el castillo y traté de quitarle esa descabellada idea de la cabeza. Pasó conmigo unos días. Le enseñé el castillo cámara por cámara, pero no fue suficiente. Como a vosotros, le dejé campar a sus anchas por el castillo y su locura fue en aumento a cada día que pasaba. - Resopló mientras negaba con la cabeza. - Era un paranoico. Se escondía de mis guardias y del servicio. Creía que alguien quería hacerle algo. Se encerró en sus aposentos y se puso violento. Luego empezaron las muertes... - Apretó los puños. - Mató a parte de mi servicio y a algunos guardias. Finalmente mi castillo se convirtió en una trampa. No sabíamos donde estaba, pero cada día caía alguien y nos encerramos en el comedor muertos de miedo. - Miró a todos sus invitados uno a uno. - ¡Ni siquiera yo y mis poderes vampíricos pudimos hacerle frente! - Exclamó exaltado. - Un buen día, simplemente se fue, así como había venido. ¡Y menudo alivio!

Al oír aquella historia de que era... vegetariano o lo que fuera, es decir, que no consumía humanos, me relajé un poco. Desconfiaba de los vampiros, como no podía ser de otra manera, y de la actitud que había mostrado nuestro anfitrión en todo momento.

Pero sí debía decir en su defensa que pudiendo habernos atacado, no lo había hecho. 

Maldita sea, pensé, decidiéndome finalmente a hacerme visible en donde estaba, apoyada en una pared.

-Así que pudiendo hacer lo que le viniese en gana, ¿simplemente se fue? ¿No sería más razonable pensar que todavía está por aquí? -dije, tras volver a aparecer.

Godofredo se limitó a apretar el puño frente al rostro, achinar los ojos y exclamar entre dientes

-¡Brujería...!

- Señorita... - Cainneah se dirigió a la orco. - ...podría ser cualquier cosa. Desde luego, ese malnacido es capaz de todo, de lo más inverosímil de hecho. - Miró entonces hacia la telaraña. Sus guardias seguían allí peleando contra las hebras por tratar de liberarse. Sin duda era un conjuro efectivo y muy pegajoso. - Sería tan amable de... - Señaló con la cabeza hacia sus hombres. - ...acabar con esta desfachatez.

Miré entonces a los soldados, que seguían atrapados en la tela de araña que había creado.

-No sé cuál es el problema. Yo veo que están divinamente -bromeé, conteniendo una sonrisa -. Pero si quiere liberarles, no tiene más que cortar la tela usted mismo.

Desde luego, yo no iba a hacerlo. Ahora era problema suyo y de sus pobres soldados, que se removían como moscas a punto de ser devoradas. Era una escena cómica, y al menos le añadía algo de salsa a aquella conversación, que continuaba sin gustarme demasiado porque no tenía por costumbre hablar con vampiros.

— Brujería, brujería. Sin duda. — coincidió If. — Entonces, ¿desde que se marchó está todo resuelto en su castillo? ¿No hay más muertes que lamentar, ni eventos extraños o sobrenaturales? — obviando al propio vampiro vegano, claro. — ¿Revisaron los aposentos donde Bertrand se alojó, Lord Shamush?

- ¡Ésto es inaudito! - Alzó la voz lord Shamush ante la negativa de la orco a liberar a sus guardias. - ¡Mi hospitalidad ha sido ya suficientemente insultada! - Gritó terriblemente enfadado mientras alzaba su espada contra la telaraña y empezaba acortar sus hebras tratando de liberar a sus hombres. - ¡Les pido que se vayan! - Gritó lleno de ira. - ¡Les ruego que abandonen mis dominios y no regresen nunca! - Alzó la voz ignorando por completo a If Hassim.

Así como se mostraba el señor de Aedai tras el enésimo insulto de la orco, parecía imposible retomar la vía diplomática y todo lo que pudieran decir para hacerle cambiar de opinión caería en saco roto. Quizás, había llegado el momento de abandonar el castillo, aún sin haber obtenido información suficiente sobre aquel extraño abad, que parecía más bien un siervo infernal que uno fiel devoto de Mitra.

El conde trató de convencer a Cainneah de que disculpara una vez más a la orca, pero ninguna de sus palabras fue suficiente para calmarle. If Hassim insisitió en que era necesario seguir indagando sobre el tal Bertrand, no obstante el conde no entró en razón. Dwama a punto estuvo de golpear en la cara Urma cuando ésta, no contenta con lo que había logrado, volvió a insultar a la cara del vampiro vegano y eso acabó por enfurecerle del todo, no obstante, una ventosidad de DelCojón, una especialmente ácida, hizo que la enana se sintiera indispuesta por las arcadas.

Fue entonces cuando los guardias, ya liberados de la telaraña y azuzados por su amo, empujaron a los invitados al exterior del palacio saliendo por el pasillo sur hasta el mausoleo del que DelCojón había estado robando objetos de las momias ahora profanadas. La visión de sus antepasados desenrollados de sus vendas, acabó de enfurecer al señor de Aedai y finalmente acabaron en el exterior y mojados por la lluvia. Si no se los cargó, fue por el mero hecho de que aquel hombre debía de ser un pacifista convencido, pues se sentía insultado, humillado y robado por aquellos a los que había acogido en su casa sin pedir nada a cambio...

- ¿CONTINUARA? -

Al final acabamos todos expulsados del castillo por la mala folla de la semiorco. Ni las palabras del conde, ni el peloteo del sarraceno valieron para apaciguar al vampiro comecardos. A mi no me había convencido mucho lo que había contado, ya que un vampiro es siempre un vampiro, sea vegano, LGTBI+ o lo que sea. Pero el caso es que por la terquedad de la pielverde, de la que juraría que mi señor se había prendado, estábamos calándonos en mitad de la noche y sin saber nada de Bertrand. Nada tuvo que ver que al salir el señor del castillo viera mancillados los cuerpos de sus antepasados, eso podía haberlo hecho perfectamente el impío pavo o una colonia de ratones hambrientos.

-"Bien la has liado Chusma, digo... Urma."

El frío hacía que las nalgas recién depiladas, sin la pelambrera protectora, se me pusieran duras. Empecé a temblar y cuando eso pasaba, se me movían las tripas. Si le sumamos que dichas tripas habían salido y entrado en mi cuerpo, daba como resultado mucho aire que había que expulsar. Como a la enana ya la había dado su ración al salir del castillo, les tocaba el turno al infiel y a la futura amante de mi señor. Me acerqué disimuladamente a ellos y descargué toda la furia de los titanes que habitaban en mis intestinos.

-"Vaya tormenta que se avecina, ¿habéis oído eso?" Dije riéndome.

If se arrebujó en su chilaba y en las pieles que los plebeyos a los que habían ayudado a sacar el carro les habían regalado. Sus intentos pacificadores habían sido superados ampliamente por las capacidades de Urma. El sarraceno alternaba entre suspiros y resoplidos. El misterio por el que habían acudido a la torre había quedado sin resolver, y ahora se empapaban bajo la maldita tormenta...  Miró a Urma. La orca en cambio le parecía radiante y satisfecha. Se empezaba a preguntar si no era una agente enemiga de la Casa Miramonte.

— ¿Y cuándo decís que volvéis a vuestra tribu, hmm? — le preguntó con una sonrisa mordaz.

En ese momento un poderoso trueno se abrió paso como colofón a tan extraña noche interrumpiéndole. No era uno del cielo, sino por supuesto una nueva flatulencia del sirviente del conde, tan intensa y repugnante que sin duda tenía que haberse cagado encima. El fino olfato para el mal del If Hassim se vio de pronto tan sobrecargado de hediondez que saltaron todas las alarmas en su cabeza. En un impulso de defensa descargó una poderosa patada en dirección al culo pelado del sirviente con su bota con puntera vuelta hacia arriba, típica de su tierra, pero DelCojón la esquivó holgadamente gracias a su amplia experiencia en ser maltratado.

Pocos malos tratos había recibido, no obstante. El paladín le señaló con un dedo, labios prietos, mirada entre furibunda y aturdida, y tez pálida a causa del ataque biológico, prometiendo venganza.

Salir del castillo fue lo mejor que podíamos hacer. Lástima que hubiera tenido que esperar a que nos echaran de él, porque de haber sido por mí, el maldito pavo se habría podido quedar con la cocinera, los guardias y aquel vampiro translúcido que ni siquiera tenía carácter como para alimentarse según su naturaleza.

¡Qué asco de criatura, que se comportaba como una delicada niña y no hacía más que atraer la piedad sobre él!

Cuando salimos al exterior la tormenta caía sobre nosotros. Para un orco, recibir la lluvia era como comer y respirar, por lo que no veía un gran problema. Ese idiota de DelCojón, sin embargo, al igual que el resto, parecían visiblemente molestos, lo mismo con ella que conmigo.

-Vosotros la habéis liado al confiar en un ser con el cual debíamos haber acabado nada más verlo. No hay mejor demonio que el que está muerto -afirmé con convicción.

La patada que le intentó propinar If a DelCojón me hizo sonreír, satisfecha, antes de volverme hacia él.

-Cuando me haya cansado de la compañía, que al menos me divierte. Además, los olores de DelCojón me recuerdan al hogar, así que no necesito ir muy lejos para sentirme como en casa.

Alcé las manos y las agité en un rápido movimiento, creando un pequeño escudo que nos protegía de la lluvia... a todos menos a DelCojón, que recibía toda la descarga de agua.

-Lo siento, criatura inmunda. Me parece que los sirvientes no están incluidos en este para-aguas mágico -me excusé, sonriendo con desdén, mientras observaba como se empapaba cada vez más, haciendo que los ropajes que cubrían sus partes impúdicas volviesen a caerse al suelo, esta vez a causa del excesivo peso.

-Asqueroso. Sencillamente asqueroso-dije, negando con la cabeza.

Godofredo Aumary de Malfett, Conde de Miramonte, Apremont y Papaencourt conocido como el Audaz abandonó aquella fea fortaleza con toda la dignidad de la que pudo hacer gala. Con su masculina nariz apuntando siempre hacia arriba en pose noble.

-Partamos de aqueste apestoso lugar. Mi noble presencia no es digna para semejantes hideputas-comentó quitándole importancia al hecho de que acababan de hecharlos bajo la lluvia.

-Uno debe aplicar el justo castigo cuando debe aplicarlo, doña Urma, más no había maldad en aquel noble empobrecido-respondió a las quejas de su compañera, cerrando el puño y achinando los ojos.

-Más deberías venir a Miramonte con nosotros. Mi condado necesita de magos, guerreros y demás huestes de valía probada. Tendríais una posición notable en mi corte. Lo mesmo a vosotros, más ya os hice la propuesta tiempo ha-dijo, señalando a toda la compañía que le precedía.

La lluvia, que repiqueteaba en el yelmo metálico del noble guerrero parecía ejercer un revitalizante efecto sobre su portador, puesto que extendió ambos brazos y se dejó mojar.-¡Ah, mi fiel! ¿No te recuerda a la glorios batalla de Mont Lery? En ella sajé la testa a aquel britón abominable- Hinchó el pecho lleno de auto orgullo

Pero la lluvia no le mojó mucho tiempo más. Urma había desplegado una suerte de bóveda mágica sobre ellos que les guardaba del  agua que descargaba con fuerza, no así a si escudero el cual quedó fuera de esta, lo que le provocó un estallido de risa al conde.

-¡Puedes dar gracias, mi fiel! ¡Más hacía dos meses que te bañaste en el río y empezaba a ser de dominio público!-se señaló la nariz entre carcajadas.

-¡Mis valientes! partamos en bíusqueda de Eusebios, antiguo mago de la corte de mi padre! Es hombre sabio versado en el arte de la adivinación... él sabrá guiar nuestros siguientes pasos!-proclamó lleno de ímpetu, con renovadas fuerzas debido al nuevo viaje que se abría ante ellos.