Partida Rol por web

Intentas concentrarte en el aura del Sheriff, pero los patrones y colores se rehúsan a darte cualquier informacion útil. Mientras tanto Qadir te escucha impasible

-¿Porque debería preocuparme que nos vean juntos? No, Helen, lo que me preocupa es que estamos en un el refugio de vástagos que pretenden ocultarse de nosotros. Y quien sabe, hasta podrían ser Sabbat. -Al decir esto Qadir no te despega la mirada, atento a como reaccionas ante la noticia de peligro inminente-. Si aun quieres hablar, adelante. -dice invitándote a entrar.

Helen sonríe con ferocidad.

-¿Miedo al Sabbat yo? Llevo luchando contra esos endemoniados desde que el primero de ellos puso el pie en esta ciudad, cuando aún se llamaba Nueva Ámsterdam. Joder, incluso desde que no tenía nombre y no era más que un campamento improvisado de tiendas volantes. No hay lugar, calle o distrito, de esta ciudad que yo no conozca mejor que cualquiera de los que ahora se asientan en él. No, querido Qadir. Son ellos quienes deberían tenerme miedo a mí. -Helen recupera su mirada angelical y le hace un gesto al Sheriff para que se adelante-. Además, lo que debemos tratar no puede esperar. Como bien te habrás dado cuenta, vengo a hablar del sucesor de Calebros. Después de ti, mi amor.

La bodega esta casi completamente abandonada. Solo algunos muebles viejos y polvorientos rebelan que ahí vive alguien. Hay una pequeña televisión y un gran sillón. En una habitación, que probablemente fue una oficina en tiempos mejores, logras ver algunas camas dispuestas en el suelo. La entrada de metal puede ser bloqueada desde adentro con un gran pestillo de acero y todas las ventanas esta cubiertas con pedazos de madera.

En el sillón, viendo la tele, esta sentado David Morgan, el azote de la ciudad. Sobre sus piernas descansa una gran escopeta.

Detrás de ti Qadir cierra la puerta sin bloquearla. Y te indica el sillón mugriento donde esta sentado el azote.

-Te escucho. -Te dice sin ninguna ceremonia.

-¡Oh, David! -Exclama Helen dirigiéndose al Azote-. Qué alegría verte por aquí. Mira qué bien, así puedo hablar con los dos a la vez. -Helen conocía de sobra la enfermedad de David, por lo que, antes de presionarle a un encuentro casi obligatorio con alguien que no esperaba ver aquella noche, le preguntó-: Por supuesto, querido, si lo que deseas es unirte a nosotros. Te interesa lo que quiero hablar con Qadir, pero podemos dejarlo para otro momento más... privado entre tú y yo.

Puso un tono sensual a la hora de pronunciar "privado" y dejó que una sonrisilla juguetona revoloteara en sus labios. Esperó a que David se decidiera antes de seguir hablando. No quería ofender a ninguno de los dos; necesitaba a ambos para ganar.

Morgan se te queda viendo a ti y a tu guardaespaldas por un largo rato, su mirada pasa de uno al otro en repetidas ocasiones. Al final se levanta, con su escopeta en una mano.

-Estaré arriba, vigilando. -le dice a Qadir. A ti te hace una ligera reverencia.

Qadir se sienta en el mismo lugar que el Azote acaba de abandonar y te invita a sentarte -¿De que quieres hablar, Helen?

Helen le devolvió la inclinación de cabeza a Morgan esperó a que este saliera de la habitación. Se volvió a Qadir y suspiró.

-Qadir, -comenzó a decir de forma seria-, la sociedad inmortal está muy nerviosa. La inminente marcha de Calebros va a traer cruentas luchas por el poder y, por lo que supongo, tú como Sheriff estarás bastante ocupado. Los demás clanes ya tienen a sus paladines que lucharán por el trono, y entre los Toreador deberíamos hacer lo mismo. Ha llegado a mis oídos que tienes intereses en el Principado. Dime, ¿son ciertos tales rumores? -Esperó a que el Sheriff contestara a su pregunta-. En el caso de que no, te diré que yo estoy interesada en... "presentarme a las elecciones", como dirían los mortales. Me gustaría saber cuáles son tus intereses, cuáles tus peticiones a cambio de tu apoyo como uno de los miembros más importantes de nuestro clan aquí en Nueva York. Sé que soy muy directa, pero ambos andamos mal de tiempo y no quiero entretenerte más de lo necesario.

Qadir se queda pensativo por unos momentos.

-Si, estoy interesado en el principado -dice al fin-. Me lo sugirió inicialmente el arconte Bell, y muchos están de acuerdo con él en que se necesita a alguien capas de mantener el orden y con experiencia de combate. Yo cumplo esos requisitos y de hecho... de hecho esperaba que tu opinaras igual y me apoyaras a mi. Me parece que poner todos nuestros huevos en una canasta es mala idea, porque poner todo el poder del clan y la ciudad en una sola persona; eso es lo que pasaría si tu fueras príncipe, Helen, nuestros enemigos solo tienen que llegar a ti para acabar con la camarilla. ¿No es mejor dejarle el principado a alguien mas?

-Me disgusta terriblemente que no podamos llegar a un acuerdo, querido Qadir. -Dice Helen haciendo una mueca de tristeza-. De verdad que me gustaría contar con tu apoyo para mi carrera hasta el principado. Sin duda, esta ciudad necesita cambios, pero no creo que seas el más adecuado para ello. Sin embargo, no descarto del todo que al final te apoye. Si veo que, a la postre, no consigo los apoyos necesarios, sin duda apostaré por ti como sucesor de Calebros. Mejor uno del Clan que no cualquiera de los otros.

Sin decir nada más, Helen se levanta y sale del almacén acompañada por su eterno guardaespaldas, que no quita la vista de encima a Qadir. En cuanto están en el coche, Helen se acerca al oído de Roman:

-Concerta una cita con esa rata de Bell. Y llévame a algún local, necesito quitarme el horrible sabor de boca que Qadir me ha dejado.

Sin decir nada más, se recuesta en el asiento trasero y trata de poner en orden sus pensamientos. Ya basta de política por hoy, la próxima noche continuará con las intrigas. Tan sólo dedicó al tema un último pensamiento: que sus otros dos Ghouls estuvieran haciendo sus tareas. Descolgó el teléfono y envió un mensaje a ambos preguntándoles por el desarrollo de los acontecimientos.

Pasan unos minutos antes de que tu teléfono suene. Es Frederick.

-Estoy en el Bronx, corriendo la voz -te explica-. Y ya hable con Vanderwayden, esta libre esta noche y dispuesto a reunirse contigo. Me dijo que estaría hasta muy tarde en Velvet Night y que ahí lo podrías encontrar.

Minutos después, mientras cruzas el puente de Brooklyn de regreso a Manhattan, Vincent te manda un mensaje:

“Cita con la periodista Lisa Barnes, mañana a las 8 de la noche. Estoy trabajando en el Alcalde y April.”

Helen suspira. La carrera para el principado no era un sprint, sino una carrera de fondo. Había mucho por hacer y muchas fuerzas que diversificar. Le dio indicaciones a Roman para que fuera al Velvet Night para encontrarse con Vanderwayden. Luego se recostó en el asiento y trató de ordenar sus pensamientos y conocimientos sobre él, adecuando una estrategia a la hora de aproximarle el problema.

Vanderwayden, con una reputación impecable en la camarilla. Tiene muchos contactos con los vástagos que “administran” la ciudad, ademas de ser un experto en leyes, humanas y cainitas. El príncipe Calebros busca su consejo con frecuencia, en lo referente a las tradiciones. Durante la guerra por la ciudad era un “embajador”, negociando con muchas manadas para que no dieran problemas y abandonaran la ciudad pacíficamente.

En todo esto es lo que piensas mientras viajas por Manhattan hasta llegar al Velvet Night.

Al llegar, Roman le entrega las llaves al Valet Parking y se apura a abrirte la puerta.

Parece una buena noche para el lugar, en la calle la fila es larga y la seguridad (ghouls de Logan) del lugar tiene la cadena puesta, indicando que el lugar esta lleno. Desde luego, no para ti, a ti te conocen muy bien.

Helen se baja del coche y le hace un gesto a Roman con la cabeza, agradeciéndole su cortesía. Era lo menos que podía esperar de él. Se acercó con andares vaporosos, casi etéreos, a la puerta del local, ignorando la larga fila de personas que esperaba para entrar y en cuyos ojos había una mezcla de envidia y deseo. Helen les sonrió y se volvió para fijar su mirada en el portero, que se apresuró a abrir el cordón de terciopelo y dejarla pasar, apartándose de su camino. Le deseó buenas noches y le agradeció que volviera a elegir el Velvet para pasar la noche, pero Helen ni siquiera se volvió a devolverle el saludo y, para cuando él dejó de hablar, hacía ya tiempo que estaba en el interior del local.

La música estaba algo fuerte para su gusto, no apta para largas y profundas conversaciones. El Rebaño más afortunado y acaudalado de la ciudad, o los que habían llegado más temprano, bailaba en la pista central, como en un ritual de apareamiento ruidoso y desordenado. Al fondo vio a su compatriota holandés, sentado en unos cómodos sillones y se acercó hasta él evitando con gráciles movimientos a la plebe que se agolpaba en el local. Vanderwayden y Helen se conocían desde hacía mucho tiempo, prácticamente desde que el muchacho fue abrazado. Antes había conocido a su padre, y antes al padre de su padre. La comunidad holandesa era muy cerrada al comienzo de esto que ahora llaman Estados Unidos y en aquel tiempo era muy difícil pasar desapercibida.

Sin esperar a ser invitada, Helen se sentó frente a Vanderwayden y le dedicó una cálida sonrisa. Roman se mantuvo a una distancia prudencial, justo a la distancia que no le permitía escuchar la conversación, pero lo suficientemente cerca como para actuar en cualquier momento.

-Buenas noches, Carter.