Duncan observaba alrededor, intentando anticipar los movimientos de la masa. El trono de hueso se encontraba vacío, y no se apreciaba movimiento alguno en el púlpito, pero el resto del templo bullía de actividad. Algunos grupos charlaban, y otros iban hacia las criptas, volvían de ellas o acababan de llegar. El lugar era un desfile de toda clase de vampiros que uno pudiera imaginar; había bandas de moteros, grupos de Blood Brothers completamente idénticos, niños vampiro, figuras encapuchadas, cuerpos bellos y horribles, algunos tan evolucionados que no parecía que un día hubiesen sido humanos… Daba la impresión de que estuviesen esperando algo, pero no había nervosismo en el ambiente, lo que le confirmaba que aun tenían tiempo.
Les costó encontrar un lugar libre entre las criptas. Las manadas marcaban sus aposentos con improvisadas puertas de tela, piel o huesos, pintaban su nombre en la pared o se identificaban colgando algún objeto del dintel. Había incluso alguna cripta con criados guardando la entrada.
Finalmente dieron con una pequeña capilla a la que tuvieron que acceder casi a rastras, pues la entrada estaba parcialmente cubierta de escombros. El interior oscuro olía a cerrado, humedad y podredumbre. De techo alto en bóveda de cañón, en las paredes laterales se alineaban hileras de nichos, y la frontal estaba cubierta por antiguos ataúdes apilados. La madera podrida se había roto y dejaba ver los despojos que contenían algunos. Un brazo esquelético colgando de uno de ellos saludándolos a modo de bienvenida.
Duncan se movió intentando fluir con aquella masa variopinta. Si alguna vez había existido un "Circo de los Horrores", aquella visión encajaba como anillo al dedo. La gracia estaba en que él mismo pertenecía a aquel "Circo".
Finalmente se internaron en las criptas y la tarea de encontrar un espacio para descansar se volvió mucho más dura de lo que imaginaban.
-Parece que llegamos tarde a todo. -refunfuñó un poco.
Finalmente parecieron encontrar un lugar... una pequeña capilla abandonada que olía a humedad y podredumbre.
-¡Vaya! Parece que hemos encontrado la suite presidencial. -comentó con sarcasmo a su compañera- ¿Qué me dices? ¿Es de tu agrado? Lo peor es que he dormido en sitios peores... y lo bueno es que cuando entramos en letargo nuestro sentido del olfato se va a hacer puñetas... asi que... supongo que puede valer. -abrió uno de los viejos ataudes donde había un viejo esqueleto. Tomó la calavera* que estaba a medio deshacerse y añadió: Compañera, si tienes una cruz, creo que podemos tomar posesión de este lugar como es debido.
-Por lo menos tenemos tiempo de no perdernos la fiesta... -terminó haciendo un gesto de vuelta al lugar de la congregación.
*Me he tomado la "licencia poética" ^^.
Efectivamente, había un libro sobre el pequeño escritorio. “Historia del Sabbat en el feudo de Montreal”, pero no le dio tiempo más que a ojearlo, pues poco después de que se los demás marcharan apareció un pequeño sirviente en el dintel, que Markus reconoció instantáneamente como lo que en realidad era, un siniestro Sluagh, de piel gris y rostro cadavérico y ojeroso.
– La Dama requiere de su presencia. Me llaman Rake, a vuestro servicio – dijo el hada, mirando al suelo, tras lo que se agachó en una torpe reverencia, para darse después la vuelta y empezar a andar confiado en que lo siguieran.
Caminaron por los pasillos hasta llegar hasta una pequeña puerta, de no mas de un metro de alto y medio de ancho, decorada con figuras circulares y espirales de un plata brillante sobre un fondo negro como una noche cargada de estrellas. El Sluagh sacó una llave que hizo girar en la cerradura, abrió la puerta y desapareció tras ella.
Observó la sala con cautela.
Con tantos libros, Markus tendía a perder la noción del tiempo, y, sin embargo, tenía que estar atento.
Recorrió el pasillo y llegó a la pequeña puerta. Oh, vamos, a agacharse y tratar de tocar nada...
Entró por la puerta, siguiendo a su nuevo guía.
Aquella concentración de depredadores en una misma área era una representación hiperbólica de lo antinatural, a Marie le parecía que el ambiente estaba cargado de una energía latente que podía estallar en cualquier momento con efectos impredecibles. Esa era la magia del Sabbat, de ductus y sacerdotes de manada, de obispos y arzobispos, canalizar aquella energía inestable que parecía siempre a punto de explotar, y enfocarla al cumplimiento de los objetivos de la secta.
Como había intuido, los refugios que restaban por ser reclamados eran pocos y se encontraban en condiciones que dejaban bastante que desear, pero era eso o dormir en el suelo de la capilla a merced de cualquier tarado como el Carnicero de Nueva York, así que asintió a las palabras de Duncan.
- ¡Nuestros jefes no reparan en gastos, eh grandullón! Espero que al menos el desayuno esté incluido en el precio. -respondió también con un ironía par después tomar la calavera que Duncan le ofrecía y, tras morderse el pulso para extraer una gota de vitae, pintar con su dedo una cruz en la frontal del cráneo, depositándolo sobre las criptas que habían escogido como su provisional refugio y encendiendo un par de velas a su alrededor- Reclamamos la posesión de este refugio y de este suelo para nuestra manada, los Jinetes de la Cruz y la Calavera, e invocamos la protección de nuestro patrón, oh, Baguón Kriminél, que así sea.
Tras estas palabras dio por bueno el lugar que habían encontrado y aceptó la invitación de Duncan volviendo con su paso ágil y desenfadado a la nave central de la Catedral, dónde parecía que se desarrollarían el acto de apertura de la Letanía.