Oona lanzó un quedo suspiro. Sabía que esto iba a pasar, lo había dicho varias veces, pero como nadie la tomaba en serio, ninguno de sus compañeros disimuló siquiera un poco cuando repartieron el botín. Si bien ella le había echado el ojo a la armadura y al bastón, habría querido hacer un inventario para el Consejo y que fuesen ellos los que decidieran el destino de los objetos.
Entendía al Consejo y entendía a los demás. Se habían jugado el pellejo por el bien de Marjal Salino, y seguramente si lo hubiesen pedido, el Consejo les habría ofrecido los objetos como recompensa. El resultado habría sido el mismo, pero se habrían ahorrado el bochorno.
Aún así, Oona no se sentía en absoluto culpable, porque a fin de cuentas no se había llevado nada. Ahora que la consejera decía aquello, se sentía libre de coger el botín que prefería. Las cartas de navegación recuperadas estaban sobre la mesa del consejo, y todas las pruebas que necesitaban, ya lo habían dicho todo.
Eved había vuelto a esfumarse y a actuar por su cuenta. Oona sabía por qué, lo que no quería decir que no le molestase su actitud.
-¿Algo más? -preguntó, mirando a Fireborn. Los demás podían decir misa.
Manistrad Copperlocks miró a Aranna de hito en hito.
—Lo dices como si tuviera que importarme —respondió completamente estupefacta.
Cuando Colibrí se infló como un pavo, Manistrad no se echó atrás. Si el mediano tenía los huevos como sandías, Copperlocks los tenía como proyectiles de catapulta.
—Señor Ember —dijo, y aguardó unos instantes a que Colibrí se sintiera lo suficiente cabreado porque hubiera usado el nombre que le había dado su madre y no el apodo por el que le conocía todo el mundo en Marjal Salino—. Cálmese y modere el tono con el que se dirige a este honorable consejo. No se le ha pedido usted que arriesgue su vida a cambio de nada.
La enana buscó otro papel entre sus notas. Manistrad era el tipo de persona que siempre tenía todo anotado.
—Este documento firmado por los miembros del consejo y que contiene su rúbrica le hizo depositario de quinientas piezas de oro como pago a su anterior colaboración. ¿Piensa usted que ese es el sueldo que recibe un humilde y esforzado guardia en nuestro pueblo y no una muestra de generosidad por nuestra parte? ¿Desea usted retirar sus palabras o investigamos si hubo también apropiación indebida de material en aquella otra operación?
—Eso no será necesario, señora Copperlocks —dijo Eliander, llamando a la conciliación—. Colibrí ya estaba a punto de cerrar la boca.
Fireborn inspiró profundamente.
—Sí, hay algo más. Para tirar de varios de los hilos que habéis mencionado anteriormente os vendrá bien tener un barco, así que pondremos a vuestra disposición el Fantasma del Mar durante el tiempo que estéis al servicio de Marjal Salino, de Tethyr y de la Reina Zaranda. Así como la tripulación necesaria para operarlo.
Eda Oweland bufó.
—No se puede simplemente cambiar el propósito de un barco, así, por las buenas. Y menos un barco como El Fantasma del Mar. Cualquier marinero sabe eso —declaró Eda con un tono avinagrado.
Anders Solmor asintió vehemente y se puso a explicar lo que quería decir Eda gesticulando más que un vendedor de barcos de segunda mano.
—El nombre de un barco es su esencia mística, y su mascarón la representación física de esa esencia. El Fantasma del Mar era un barco dedicado al contrabando, a desaparecer y escapar de las autoridades como un etéreo fantasma. Si queréis darle un propósito nuevo debéis buscarle un nuevo nombre y cambiar el mascarón de proa.
Asintió en dirección a Aranna.
—Y cuando lo hayáis hecho tu marido debe oficiar el ritual de bautizo apropiado para ratificar el cambio ante los ojos de Valkur.
Aranna no tenía claro cuál era el precio de mercado de una coca como el Fantasma del Mar, pero sí estaba segura de que era bastante más de lo que el Consejo les hubiera pagado. Y si el Consejo no iba a pagarles, de todos modos, qué sentido tenía trabajar para ellos. No los necesitaban para echar una mano en Marjal Salino, así que, cuanto antes se las arreglaran para cortar lazos con el Consejo, mejor les iría. Y hasta que pudieran quitárselos de encima, lo que había pensado un momento antes.
La reunión parecía haber terminado, así que Aranna empezó a hacer los ademanes de la que tiene muchas ganas de salir de un sitio, como si la esperaran en otro lugar. Lo que no era mentira, porque a la aventi siempre la esperaba una jarra.
Vamos a discutir el nombre y todo eso alrededor de unas botellas de Perico Gamuza, propuso. Hay que lubricar la imaginación. Aunque yo ya voy proponiendo: “Tetas de Zaranda”. “¡Nos persigue la Tetas de Zaranda!” “Reconozco esos colores, ¡es la Tetas de Zaranda!” “¡Cuidado! ¡Nos embiste la Tetas de Zaranda!” Seguro que a la reina le encanta.
La verdad que "Señor Ember" sonaba claramente a retintín, y Colibrí ya había levantado un dedo acusador para señalar por dónde se podía meter las "apropiaciones indebidas", mientras su vena palpitaba con más fuerza que nunca para responder a la medio metro mal medido de la "Señorita Mani" cuando Fireborn intervino. Al menos ese tipo sabía apreciar que tenían un valor táctico que no quería perder, y por el número de votos que habían salido había gente lista en el Consejo asimismo. Un punto para ellos.
- El Capitán Fireborn tiene razón, estoy a punto. Por voluntad y recomendación del consejo decidamos un nombre para el barco. Pero no aquí ni ahora, tengo la garganta algo seca y hay mucho de que hablar, ¿vamos chicas? -
Las "Tetas de Zaranda", ese sí sería un nombre que quedaría vistoso en los libros de Historia. Eso si no decapitaban a cierta aventi antes por ofensas a la Corona, claro.
-Gracias.
Fue la única respuesta de Oona cuando los miembros del Consejo les permitieron quedarse con el barco. La genasí era por lo general de piel azulada, pero se volvió casi transparente cuando su madre empezó a insultar a la corona. Gary se escurrió de su hombro y se escondió, sabiamente, en la mochila.
Por eso le gustaba trabajar sola. Porque sus errores los cometía ella misma y todo dependía de su habilidad. Pero al estar en un grupo, los errores del grupo eran compartidos y aunque por lo general le daba igual lo que hiciese o dejase de hacer su madre, lo que Aranna había dicho era un insulto grave para todo el Consejo, más cuando acababan de llamarlos a todos ladrones. Oona no habituaba a enfadarse, pero la frustración estaba empezando a hacer mella.
Sin mirar a nadie en particular e incapaz de soportar la humillación, se marchó del Consejo a toda prisa, antes de tener que escuchar como les pedían que devolvieran los bienes o cambiaban de opinión sobre ofrecerles el barco.