Oona se sintió mejor cuando por fin sus compañeros accedieron a hacerle algo de caso. Cuando fue a su plato para comer algo, lo encontró vacío y con los restos mordisqueados, porque Gary se lo había zampado entero. El dragoncito estaba desmadejado sobre la mesa con las garritas en la tripa, durmiendo la mona tan a gusto.
-Oceanus nos dio la ruta -explicó Oona con un resoplido-. Tenemos la gruta o el lugar donde se reunían con Achuack, que es el punto de destino, y también tenemos el punto de origen, de donde salían las armas. Podemos ir a ese punto con el Fantasma, pero con otro nombre, y ellos no lo sabrán, y esperar a que nos den las armas o traten de contactar con nosotros. Podríamos averiguar quién nos vende las armas. Otra opción es buscar a Sambalet, sí.
Lanzó un suspiro.
-En cuanto a Eved, la compulsión mágica le ordena que busque al Rey de los Piratas, y eso nos interesa también a nosotros. Sé dónde se esconde, en un almacén del puerto, propiedad del Consejero Solmor -miró de reojo a Hellas, pero siguió hablando-. Podemos ir a verle y trabajar todos juntos. O meterlo en un saco y llevarlo hasta mi padre para que le quite la maldición. Pero si él no lo ha hecho ya, es que no se puede hacer, y tendremos que cumplir su misión igualmente. ¿No os parece?
No había en Toril un reloj capaz de medir el tiempo que tardó Aranna en pensárselo. Saco, dijo. ¡Varlie, cielo, llamó a la camarera, echa un vistazo por ahí atrás cuando tengas un momento, a ver si tenéis un saco grande que nos podáis dar! La aventi extendió los brazos en toda su envergadura. ¡Así más o menos!
Se incorporó para agarrar la jarra que le había pasado a Colibrí y dio un trago largo. Cuando la jarra golpeó la mesa, Aranna lucía una sonrisa espumosa.
Pero terminamos esto primero, sentenció, y se limpió los labios con la manga del guardapolvo.