- Vaya que si ha hablado el apostol - exclamó Munio recordando el sueño que acababa de tener - ¡Como me alegro señor! ¡Y cómo me alegro de esos oportunos rezos del barbero y el fraile César! - Inconscientemente por la alegría Munio trató de incorporarse, un tremendo dolor le sobrevino al flexionar los abdominales.
Yiiaaaaaaaaaaaaaaaaah eeeendios!!!!!- dos enormes lagrimones asomaron por sus cuencas al tiempo que caía vencido de nuevo hacia el colchón.
Oír aquellas palabras en aquel lugar fue como un soplo de aire fresco, como respirar el aire de la mañana o llenarse los pulmones con el aire limpio después de la lluvia. El frío de mi espalda provocado por el contacto de la gélida piedra de aquel oscuro y tenebroso calabozo comenzaba a transformarse en calor. Un calor lleno de alegría y esperanza al saber que volvería a ver a mis jóvenes amigos y a mi buen Señor Don Aldano.
-“Gracias buen Señor. Con este gesto ha devuelto la esperanza a multitud de buenas y desdichas personas aquejadas de un terrible mal.” Sonreía esperanzado.
Afianzando mis doloridos pies en el suelo comencé a levantarme, poco a poco fui colocándome la armadura, armas y ropaje, más no tardé en estar listo para salir al encuentro de mis compañeros y Señor.
Fue entonces cuando te vestistes, te colocaste la armadura y saliste de aquel húmedo agujero. El señor de Castrojeriz habíase ya marcho, y quizá era la única vez que lo verías en persona. El carcelero, que era un soldado del castillo, te condujo por el estrecho pasillo hasta dar a una puerta enrejada, la cual abrió y pudísteis salir. Se trataba de una sala de un edificio enorme, una fortificación, y olía terriblemente a quemado. Incluso sus paredes estaban en parte ennegrecidas... ¡Era el castillo! Íñigo de Medina sopesaba algunas pérdidas con sus criados, y te dedicó una última mirad a modo de despedida, seca y fría y te dejó marchar. Una vez fuera, bajaste la colina y pusiste rumbo a Castrojeriz para, desde allí, avanzar hasta el convento de San Antón.
* * *
Y que en estando ya a las suyas puertas, uno de los hermanos del convento te reconoció (mientras andábase recogiendo algún enfermo para curarle dentro). Con no muy buenos modos te invitó a pasar adentro, y te informaba por el camino al interior que el señor Aldano se había recuperado... como milagrosamente.
Fue entonces cuando el caballero Victor, mientras don Aldano preguntaba por él, que apareció por la puerta, pues le habían conducido a la habitación principal de enfermos. Tenía en su rostro el moratón pertinente en su ojo (del día anterior). El calatravo se maravilló al ver a don Aldano allí de pie, justo al lado de César, Alfonso (con una especie de muletas bajo sus brazos) y a Munio y Eneko tumbados en un par de camastros que había en la habitacion. Habían estado curándoles... y los monjes le habían salvado la vida.
El señor Aldano le contó a Victor lo mismo que a sus compañero, que con la gracia de Dios y estando en ese sitio, que tan sólo el rezo habíale salvado cual milagro el brazo, pues su mal afectado (que era el mismo que el de sus tierras y nada os había querido decir por vergüenza) había desaparecido como de la nada. Al girar la cabeza Victor miró a César y le sonrió, y entendió que de alguna manera su afán curativo (por el que hubo de internarse en el castillo) había hecho mantener el miembro a su señor. Pero el caballero entendió que don Aldano nada sabía de ésto (aunque el resto de los allí presentes sí). Y todo parecía una especie de representación en el que el crédulo (en el buen sentido) era el señor de Torrenero.
Congratulado, don Aldano le tomó de las manos en agradecimiento y apunto estuvo de besárselas, y luego don Victor explicó su estancia en el castillo, y cómo habiánlo llevado allí y metido en una celda. Y también cómo Íñigo de Medina, señor de Castrojeriz y benefactor principal de los Antonianos, había oído la historia que os había traído hasta aquí y había perdonado la desfachatez que cometísteis para dejar que volviera con su señor... Y aquí estábais.
* * *
Quizá el camino de Santiago hubiera de esperar, y el Santo Apóstol habría pues de darse a la espera de vuestra presencia. Estuvísteis una semana en aquel lugar, esperando a que Eneko y Munio hubieran de coger suficientes fuerzas como para volver a patearos los caminos. En ese tiempo vísteis bastantes enfermos que no corrieron la misma suerte que vuestro amo don Aldano.
Y de lo que quedó del resto del camino es otra historia que contar. Decir que el fraile César hubo de acompañaros, pues había sido repudiado por el resto de hermanos antonianos y eso era indiscutible; y ahora servía a don Aldano al igual que lo hacíais vosotros.
FIN