Partida Rol por web

-Entiendo. -Fue la única respuesta que pudo dar el propietario del edificio. Tampoco es que se pudiese responder mucho más ante aquella historia con tintes de ficción que parecían haber sido extraídos de una novela de Edgar Allan Poe.

-Robert... Yo...- Empezó dirigiéndose al sargento de policía que aguardaba a su lado.

La primera vez que se encontraron con aquel hombre les embargó la sorpresa al descubrir lo rápido que habían llegado a oídos de la policía los hechos. No tardaron en descubrir que aquel hombre se trataba del sargento de policía del distrito de Boston al que pertenecía el fallecido Stokes. De hecho fue el propio sargento quien le ordenó que echase una mano como un favor al señor Butch.

También descubrieron que tras telefonear a su empleador, éste llamó a su vez a su viejo amigo informándole del óbito de su subordinado así como que había habido otro fallecimiento. No quedaba nada claro si querían verificar los hechos o si tenían un culpable claro. Al llegar nuevamente al despacho que ya conocían el sargento Clayton ya estaba allí, esperando.

El sargento negó con la cabeza en respuesta a su amigo.

-Cuando me llamaste diciéndome que George había fallecido no quise creerlo. -Su rostro era serio a la par que severo, no quedaba claro si se estaba castigando o era la tragedia que embargaba cada vez que un agente caía en un acto de servicio. 

-De hecho vine aquí para corroborar el testimonio, un poco fantasioso para mi gusto, no obstante encaja con algunas cosas de las que era conocedor: sé que George estuvo en compañía de alguien en los archivos, también estoy al tanto de los acontecimientos extraños que giran en torno a la casa. También formé parte de la redada... Por lo que es una coartada muy elaborada o los hechos son verídicos.

-Iré con un equipo a la casa a investigar los hechos. Entiendo que allí siguen los difuntos. 

El comisario se dirigió al exterior y se detuvo en el umbral de la puerta. 

-Lo siento pero esto que ha sucedido, no puede salir en la prensa. Sé que le parecerá una petición inusual pero si veo cualquier cosa al respecto en su periódico, me aseguraré de destruirle. -No se detuvo a comprobar el alcance de la amenaza marchándose tras pronunciar aquellas palabras.

Cuando el sargento se marchó, el hombretón obeso se estaba rascando la coronilla. No interrumpió su actividad hasta que no se escuchó el sonido que hizo la puerta principal al ser cerrada.

-Bueno. Buen trabajo señores, señorita. La verdad es que esto está resultando más triste de lo que esperaba, no es como un trabajo en el que todo sale perfecto.- Su mirada se había detenido en un espacio vacío a un lado de los oyentes, como si estuviese hablando con alguien ausente.

-No obstante era un trabajo al final cabo. Sin ustedes, la casa habría seguido siendo un quebradero de cabeza, más gente habría caído por no hablar de lo que estaba aguardado aquella cosa. ¿Corbitt me habíais dicho?- Tras suspirar como si quisiera alejar de sí todo mal que flotase en el ambiente abrió un cajón de su despacho y extrajo un sobre.

-Y aquí está lo que les corresponde, 100 dólares tal como les prometí-. No parecía tener intención de dividir el dinero, aquello no era cosa suya y no tenía intención de romperse la cabeza con las partes. 

-Muchas gracias.

Smith escuchó en silencio lo que el policía y el señor Butch tenían que decir al respecto. Tras tantas horas contando lo sucedido, tan sólo quería llegar a casa y descansar por fin un rato.

Las últimas palabras del sargento ni siquiera le hicieron mella. Sin duda iban dedicadas a él, periodista, y de todos bien sabido que quería escribir sobre lo sucedido. Pero, ahora que había pasado todo.. ¿realmente quería? Quizás fuese a darle más alas a esa secta demoníaca, o causar pánico en la población, o lo peor de todo.. poner en tela de juicio su credibilidad y su cordura.

Por un instante su ética periodística hacía que dudase de sus deberes como comunicador. Además el sargento le había amenazado expresamente..  "si veo cualquier cosa al respecto en su periódico, me aseguraré de destruirle" , dijo. Jeff sonrió para sí mismo.

Tranquilo, jefe -le contestó mentalmente-. En el periódico no verá nada. Pero una novela saldrá a mi nombre. Una novela donde lo cuente todo, quizás cambiando los nombres.. Y veremos si ahí usted se atreve a hacer algo.

Feliz por su ocurrencia, sintió que al menos le haría digno homenaje a los caídos. Stokes y Bishop no merecían menos.

Se dirigió a Miranda y Alan:

-Lástima haberles conocido en tan funestas circunstancias, pero no negaré que ha sido un placer tenerles como compañeros de aventuras -les entregó una tarjeta de visita con sus datos, y aprovechó para sacar también el tabaco de su pipa, comenzando a prepararla-. Nos merecemos sin duda un poco de descanso, pero me encantará volver a verles si tenemos ocasiones más alegres que compartir. Para lo que sea, en la tarjeta tienen cómo localizarme. ¡Hasta la vista, amigos!

Con un gesto de despedida tocando el ala de su sombrero Smith se dió la vuelta, comenzando el camino de regreso a su hogar.. apoyado con un nuevo y peculiar bastón: una barra de hierro.

Las palabras no eran agradables. Oír a aquél policía hablar sobre la muerte reciente de dos camaradas en acción, esos mismos camaradas que valientemente arriesgaron sus vidas para que ellos tres hubiesen sobrevivido. Todo aquello quedaría olvidado, pero no para Alan. El seguía pensando que todo aquello era real, más real que la vida misma. Puede que fuera su primera experiencia paranormal de gran calibre, pero algo en su interior le decía que no sería la última, de eso estaba seguro.

Asintió y cogió el dinero que les ofreció el señor Butch, era lo mínimo por lo servicios prestados. Tenía claro que los emplearía en una nueva cámara y puede que algún revólver. Había comprobado de primera mano como esas armas, que odiaba hasta que hicieron falta, eran lo único que les separó al trío de supervivientes de una muerte segura.

Realizó un leve ladeo de cabeza y una sonrisa cómplice al señor Smith cuando este se despidió. - Un placer, señor Smith. Algo me dice que volveremos a vernos. Cuidese... Señorita Thornton, le deseo la mejor de las suertes. Quisiera agradecerle nuevamente el haberme atendido en aquella... En aquel sótano. Si no llega a ser por usted no estaría aquí, quejándome de estas heridas. Espero, como ha dicho el señor Smith, que volvamos a vernos en mejores circunstacias. Tomándo una taza de té, por ejemplo. - La sonrisa cómplice delató el agradecimiento a la mujer.

Con todo dicho, también se despidió, quizás a poner en orden sus ideas y seguir con sus estudios sobre lo oculto, pues puede que pronto se le requisiese nuevamente en algún caso.

Miranda asistió a la conversación sin decir nada, envuelta en una manta que los agentes de policía habían tenido a bien darle. Aunque ya no tenía frío,el tacto de aquella cruda pieza de tela ayudaba a tranquilizarla. No podía dejar de pensar en Corbitt, jugando con ella como si de una marioneta se tratara, y dudaba que pudiera olvidarlo nunca. Aquella influencia insidiosa y maligna la acompañaría el resto de su vida, estaba segura de ello. 

La aparición del sargento Clayton la había apenado, pues sabía que seguramente conocía al detective. Pensó en decirle unas pocas palabras, describiendo el valor de su subordinado, pero recordar la pelea y el papel que ella había desempeñado le cortaba la respiración. Fue entonces cuando amenazó al periodista con destruirle si en algún momento publicaba la historia, y la doctora se sintió en conflicto. Era injusto que no se diera la oportunidad al público de conocer la verdad tras aquella historia, aún más cuando ello implicaba que no se reconociera la valía de los señores Stokes y Bishop... pero una parte de ella no quería que nada saliera a la luz. Volvió a ver las garras extendidas del monstruo, dirigiendo su voluntad, y sintió vergüenza. 

Fue entonces cuando el señor Butch les ofreció el dinero. No solucionaba nada, al contrario, resultaba amargo pensar que dos hombres hubieran dado su vida para que una casa pudiera ponerse a la venta. Cogió su parte, sin muchas ganas, y lo guardó en el bolso. La daga estaba ahí. No sabía muy bien por qué la había vuelto a coger, pero lo había hecho. Sus compañeros le sacaron de su ensimismamiento. Cerró el bolso, y se esforzó en sonreír. 

—Sí, por favor. No creo que nadie más que nosotros sea capaz de entender por lo que hemos pasado esta noche... —sus ojos volvieron a enrojecerse. Pensó en disculparse una vez más, en explicarles que había sido Corbitt y no ella quien les había atacado, pero sabía que eran conscientes... independientemente de lo que pudieran pensar los policías—. Me alegro de haber sido de ayuda, señor Monroe. El doctor Bishop hizo más por todos nosotros de lo que pude hacer yo. Me... me aseguraré de informar yo misma a su familia. 

Intercambió tarjetas con ellos y, cuando todo estuvo zanjado, salió de allí.