Partida Rol por web

El hombre hallábase remendando unas redes mientras fumaba una pipa. apenas vuelve la mirada, cuando sujetalapipa con una mano y escupe en el suelo.

¿Monhegan? Está allí. dice mientras señala hacia el océano, y con un movimiento circular de la mano, como mostrando una distancia mayor que la que acaba de indicar añade:
Y si estuviera mucho mas allí, mejor que mejor. No hay nada que ver en Monhegan, amigo. No es un sitio idóneo para hacer turismo. Todos están tarados.

-Es lo que he escuchado- dijo el detective Franks, mientras asentía sin dejar de observar el océano, aunque esta vez lo hacía con ansias de evitar contemplar los escupitajos del marinero. -¿Conoce a alguien de allí? O tal vez uno de sus camaradas ha hecho algún que otro viajecito hasta la isla...- sugirió, esperando averiguar un poco más sobre el lugar antes de aventurarse ciegamente. -Tal vez haya oído hablar de los Martinson, de allí-

No. Son la gente mas cerrada de todo Maine. Y de toda la Unión me atrevería a decir. No vienen mucho por el continente, lo suficiente como para abastecerse de los productos que no tienen en su isla. Pero tampoco deseamos que vengan.

¿Martinson? ni idea. Pero tampoco se si quiero conocerle. No cabe ninguna duda de que Monhegan no es su tema favorito de conversación.

Parece que la aparente influencia de los Martinson no va más allá de los límites de esa odiada isla.

-Le agradezco su tiempo- dijo Melvin, dándose cuenta de que sólo oiría a un marinero despotricar en contra de Monhegan, en vez de información verdaderamente útil. Le estrechó la mano nuevamente y se retiró, alejándose de una vez y por todas de aquellos puertos.

Se internó por segunda vez en el ir y venir de gente, momento en el que las fragancias características del lugar ya no le suponían una molestia. Pidió direcciones a algunos lugareños, y esta vez, decidió indagar en la iglesia. Esperaba que los nombres de los que disponía apareciesen en los registros de aquella ciudad, ya que no le gustaba caminar a ciegas en la oscuridad. Tenía el presentimiento de que el tal Martinson era un hombre religioso, dada su manera anticuada de escribir, que suponía costumbres del siglo pasado. Si en los 20 la Iglesia aún ejercía una influencia para nada subliminal en la vida americana, con más razón lo haría varias décadas atrás, como la historia comprobaba.

En caso de que la parroquia resultase inútil, siempre podía probar por canales más convencionales como el ayuntamiento.

¿La parroquia de Bristol?
(te lo resumo rápido para no hacer esperar al resto, OK?)

Una breve visita a las iglesias de Bristol, tanto la católica como la protestante, y consigues que el párroco y el pastor reespectivamente te dejen ver sus regisrtros bautismales. No hay ningún Martinson. El pastor es un tipo inteligente y te conmina a buscar en los archivos que puede haber en Monhegan añadienmdo que pese a los escasos 22 Km que separan la isla del continente, los isleños apenas se dejan ver por aquí.

El ayuntamiento está cerrado hasta las 8:00 del dia siguiente. ¿haces algo mas durante la noche?

Encuentras acomodo en un pequeño y sencillo aunque confortable hotel en New Harbor, para a la mañana siguiente acudir al ayuntamiento de Bristol.

Pero por desgracia no hay informe alguno sobre ningún habitante de Monhegan. No tienen a nadie registado en la oficina del censo electoral ni en el padrón de habitantes ni nada de nada. Es como si esa isla no existiera. No Goodwin ni Martinson. Nada de nada. Y parece que en Bristol tampoco se preocupan mucho de lo que pase allí.

Y el periodico local ofrece un semanario plagado de noticias algo estúpidas, inocentes e infantiles. Da la impresión de que aquí nunca pasa nada, y ni una sola referencia a Monhegan.

Melvin se retiró del ayuntamiento con pesadez. Parecía que aquella isla, de la que ahora entendía porque nunca la había oído mencionar, escondía oscuros secretos que prefería ocultarle al mundo. Aunque lo más probable fuera que estuviese habitada por viejos cascarrabias y jóvenes insanamente introvertidos.

Eran casi las 10, y luego de aproximadamente dos horas de búsqueda inútil entre los registros de la ciudad, el detective se retiró a la habitación de su hotel para disfrutar de un café, un cigarro, y un descanso antes de dirigirse al puerto de Bristol una vez más. Allí, en la comodidad, revisó un periódico que algún inquilino había abandonado en la recepción. Página tras página, no hallaba más que noticias triviales y hasta estúpidas.

Cuando el reloj dio las 11.40, Melvin salió de la habitación con los bártulos, pago su estadía y salió hacia los muelles para, al fin, partir a la isla Monhegan y ver a aquellas gentes tan odiadas por los habitantes de la costa.