La zona residencial de Dublin está llena de callejuelas casas pequeñas. Uno podría perderse entre los pasillos y sin duda terminaría en la puerta de algún vecino. Como un faro en medio del mar de casas, una pequeña plazoleta da pie a la Iglesia de San Michan, un edificio más grande que el resto donde los vecinos se refugian para buscar contactar con algún dios. En esta mañana, se acerca el momento de las confesiones para las cuales algunos vecinos inquietos ya forman fila.
El Padre Sullivan ya se encontraba en el interior del confesionario, bien amparado y oculto por aquellas rejillas de tela negra y el entramado de madera que separaba cada uno de los asientos del confesionario. El se encontraba relajado, había desayunado bien y caliente y ahora estaba bien acomodado, con una pequeña manta sobre su regazo y apoyado contra la pared trasera, a la espera de que un nuevo feligrés decida contar sus vergüenzas.
-Ya puede pasar, hijo mío. Es su turno de librarse del pecado. -Con su poderosa y grave voz dio la orden al siguiente de entrar y poder así ir matando a la fila, uno a uno. Quizás incluso si acababa temprano tendría un tiempo libre antes de comer en el bar para jugar a alguna partida de cartas o dominó con algunos hombres del pueblo.
Veo que aún somos 2, ¿Quieres que le hable a un par de compañeros de rol sobre la partida y podemos empezar "de forma oficial" cuanto antes?. Por mi no sería molestia y puedo dar una buena referencia de ellos.
Una tras otra las voces de los vecinos confesaban pecados aburridos que llenarían de hastío hasta al más devoto de los parrocos. Finalmente, el padre Sullivan puede reconocer la voz de Louis, el lider de una banda de maleantes que intentaba reformarse.
-Buenos días, padre. Vengo a confesar malos pensamientos y a pedir consejo ante Dios. Esta mañana se acercó a mí un hombre que yo no conocía ofreciendo una propuesta de trabajo. Aparentemente tenía que ubicar a una persona, pero no sé muchos detalles. Tenía aspecto de ser alguien poderoso y especialmente adinerado. Dijo que me daría más detalles si lo veía esta tarde en la plaza de Dublin. Le quise explicar que ya no tenía conexiones con mi anterior anda pero no me quiso escuchar. Eso me llenó de ira. Mi primer impulso fue llamar a mis ex colegas y organizar el secuestro de este hombre en cuanto pusiera un pie en la plaza. Pero antes de hacer la llamada, decidí venir a pedir consejo. ¿Cómo puedo resistir la tentación, padre? Ese hombre estará esperándome en la plaza esta tarde.
Si gustás, serían más que bienvenidos.
Escuchando por alto lo que Louis le contaba, pues la tapadera de ser un cura solo era exactamente eso, de cara al exterior no prestó gran atención y mucho menos interés a aquel pequeño discurso de un jefecito de una antigua banda de maleantes venida a menos. "¿A eso le llamaban maleantes?. En mis tiempos, esos sí que eran maleantes...". Sea como fuere, cuando parecía haber terminado de hablar, el Padre Sullivan no tuvo más remedio que intervenir.
-Ayudar al prójimo se encuentra en los principios básicos de la cristiandad. Son los pilares sobre los que están alzados el amor y la confraternidad. Y aunque es algo extraño que un desconocido te haya pedido ayuda con algo tan delicado, sigue siendo un hermano, y por tanto se le ha de ofrecer ayuda, como buen samaritano.
La palabrería casi le salía sola, y parecía no haber convencido a Louis, al menos esas palabras vacías y manidas que ya había repetido hasta la saciedad no iban a convencer ni a un joven Sullivan y ni mucho menos a un Sullivan actual; por lo que decidió continuar, esta vez con un toque más cercano.
-Has obrado bien al reprimir los impulsos y al controlar la ira, Dios ve tus esfuerzos por volver al redil y así entrar al Paraíso, por lo que yo no creo que necesites someterte a penitencia alguna, pues el pecado del pensamiento si es puntual y se arrepiente uno de ello y por tanto conoce que está mal, por sí mismo se curará. Aunque, si aún así deseas asegurarte de que sigues un camino recto, te recomendaría con hacer unas buenas obras, aunque fueran sencillas, como ayudar a una anciana a cruzar la calle, limpiar la plaza frente a la Iglesia, o incluso dar un donativo. Las acciones siempre son superiores a los pensamientos ante los ojos de Dios.
Pese a todo ello, y mientras se iba inventando sobre la marcha de forma improvisada su discurso, el Padre Sullivan trató de recordar las palabras que le habían entrado por un oído y salido por otro, alguien adinerado ofreciendo presuntamente dinero a un maleante para encontrar a otro alguien... eso sonaba a dinero fácil por un trabajo que cualquiera podría hacer.
-No te recomiendo que vuelvas a hablar con ese hombre, pues hay que alejarse de aquello que produce la tentación o el pecado. Pese a ello, ese hombre es un hermano en apuros y ha de ser ayudado; si me das algo de información creo que podré pasarme por allá esta tarde y ofrecerle la caritativa mano de la Iglesia y la Cristiandad.
El último agregado del padre toma por sorpresa a Louis, pero pronto se recompone, quizás guiado por la confianza cuasi ciega que los feligreses depositan día a día en el buen Padre Sullivan.
-Oh, por supuesto, Padre. Tiene usted un corazón tan grande... El hombre dijo que se me esperaría hoy a las 3 de la tarde en la plaza más cercana, a cuatro calles de aquí. Es un hombre de mediana edad con ojos penetrantes. Esta mañana llevaba un largo abrigo negro. Probablemente aún vista así. No parecía ser de por aquí. Si bien no sé más detalles, me pareció un hombre importante. Espero pueda ayudarlo, Padre -agrega finalmente Louis.
Si decidís ir a la plaza, la escena seguiría directamente en la escena "plaza de Dublin"
-Bien, pues todo esto aclaro te doy la gracias por permitirme ayudar a una alma perdida, y a la par te recuerdo tus obligaciones con el Santísimo de seguir este camino recto que has decidido volver a cursar. ¡Ojalá hubiera más gente como tú!; el mundo sería un lugar mejor y muchas más almas podrían salvarse de la condenación eterna...
Quizás el viejo de Sullivan se estaba pasando aquí con tanto dramatismo, sea como sea, el mismo no se iba a negar una pequeña diversión de vez en cuando respecto a su tapadera como Padre de la Cristiandad. Con un pequeño golpe sobre la madera, indica al joven Louis que ya puede retirarse.
-Ve con Dios, joven. Y recuerda que el amor y la compasión son la forma de obrar. ¡Siguiente!.
Pese a que creía que Louis era el último de la fila, no estaba de más asegurarse de esto, quizás hubiera alguien que le ofreciera un pollo, una tarta de manzana o le encomendara un exorcismo que ahora se estaban poniendo tan de moda. A fin de cuentas, el deber de un hombre de Dios y el que aparenta serlo, no termina hasta que la última oveja haya sido esquilada.
Solo una persona vino después de Louis para confesar algunos pecados menos interesantes como mentir y desear la pareja del prójimo. Afortunadamente, este tipo de devotos le daba tiempo a Sullivan de pensar. Despues de esta última persona, el confesionario quedó silencioso, indicando que ya no habría más confesiones ese día.
Viendo que ya había finalizado su "horario laboral", Sullivan sale de aquel pequeño cuartucho y tras un par de estiramientos de piernas y de cadera, se dirige hacia la sacristía para poder cambiarse de ropa a una que le permitiera cruzar por puentes de cristal y que el viento al levantarse no dejara ver las reliquias de la iglesia.
Con ya un pantalón sobre sus verguenzas y con más ropa que nadie ganará nada por describir o leer, el Padre Sullivan se dirige al encuentro con aquel hombre misterioso, mirando su reloj de bolsillo para comprobar que, en efecto, todo marchaba correctamente.