Khristo se demoró algunos instantes junto al umbral del “Vulgar Unicornio”, dejando que su vista se adaptara a la inclemente luminosidad del mediodía tardío. Había entrecerrado los párpados, pero igual tuvo que llevarse una mano a la frente para protegerse del insoportable fulgor.
Desde su posición, escrutó serenamente y en silencio los alrededores, evaluando el talante de la zona en la que se hallaba. Todo parecía estar en calma. Tal vez aún era demasiado temprano como para meterse en problemas.
Luego de unos momentos de adormilada inspección, el guardia estiró un poco los músculos. Le fue imposible reprimir un sonoro bostezó, así que decidió dejarlo correr. De paso, aprovechó también para desperezarse a placer. Había sido un día largo, y su cuerpo casi le suplicaba por una buena siesta.
Finalmente, se calzó su escudo en el brazo izquierdo y abandonó el porche de la posada. Apoyándose distraídamente en su lanza, se fue alejando poco a poco del lugar, caminando por el remedo de avenida que todos conocían como “Serpentina”.
Si tenía suerte, aquella calle lo llevaría hacia las afueras del “Laberinto”. Si no… el día iba a ser más largo aún…
Ya estoy de vuelta en casa. Si no surgen problemas, supongo que podré retomar el ritmo de siempre. Aunque aviso que tengo examenes en un par de semanas, así que eso me puede complicar un poco.
La Serpentina te lleva fuera del Laberinto sin problema alguno. Sales al bazar, que es donde te dirigías originalmente, y ahora deberás decidir si reemprendes tu ruta o si decides volver a casa.
¿Había algún motivo en particular para ir al "Bazar"?
También me vendría bien saber más o menos en que hora estamos. Recuerda que Khristos se tomó su tiempo para recorrer el camino, tratando de tomar nota de los lugares por si tiene que volver en otra oportunidad.
Sin embargo, hoy estabas algo distraído (imperdonable error, que en Santuario puede costar caro), has querido atajar por la calle de los Olores para ir desde la Lonja del pescado al Bazar (en lugar de seguir al oeste por el barrio de los Pescadores hasta llegar al sur de la plaza de las Caravanas), y cuando te has querido dar cuenta estabas en el Laberinto, solo.
No dijiste por qué, probablemente querrías comprar algo.
Son las 4 de la tarde, faltan tres o cuatro horas para que anochezca.
Durante un buen rato, Khristos avanzó lentamente por aquella senda. Paso a paso, escrutando cada rincón y cada recodo antes de avanzar, atento siempre a cualquier amenaza que pudiera surgir de los interminables callejones que se abrían desordenadamente a cada lado del camino. Casi como si se encontrara en territorio enemigo.
En cierta medida, así era.
También procuraba observar bien el terreno. En lo más profundo de su ser, esperaba que no fuera necesario. Pero quizás tuviera que volver a internarse en aquel sombrío montón de basura y perdición, así que lo mejor sería tomar nota del camino de regreso a casa. Un edificio que sobresalía por sobre el resto, unas ruinas ennegrecidas, incluso una construcción semi-derruída que parecía haber albergado una especie de torre en algún momento de la historia. Cualquier cosa podría significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Por fortuna, el sol de la tarde aún iluminaba su andar aventurero. Aunque ya empezaban a verse pequeños recovecos de oscuridad salpicados aquí y allá. El intranquilo vigilante no podía evitar que un perturbador escalofrío recorriera su columna cada vez que los descubría.
Ciertamente, sería una locura moverse por aquella zona de noche. Incluso aunque no llevara su distintivo de la guardia.
Tras un largo tiempo, que le fue imposible de determinar dado su particular estado de excitación, Khristos empezó a notar que el paisaje a su alrededor había cambiado. Ya no se veía tanta basura por las calles, y las construcciones que flanqueaban su camino eran más robustas. Al menos, no se parecían a aquellas interminables hileras de casuchas ladeadas y a punto de desmoronarse.
Incluso había gente en las calles. Y el atento vigilante no percibía mayor hostilidad en sus miradas. Ciertamente, no se encontraba en un barrio acomodado. Pero sus habitantes no parecían comportarse como si temieran que una hoja oculta los sorprendiera de un momento a otro.
De alguna forma, tras tantos giros y recodos, sin entender todavía como lo había conseguido, Khristos abandonó finalmente el “Laberinto”. Cuando se hubo asegurado de ello, dejó escapar un prolongado suspiro de alivio. Tal vez llegaría a ver otro día, después de todo.
Ya más tranquilo, volvió a calzarse su cinta distintiva de la guardia. Con ella en su pecho, sintió que sus fuerzas se renovaban, y que su espíritu se encendía. Nunca había sido un sujeto particularmente valeroso, pero el haber dejado atrás aquel lugar tan tenebroso retempló sus ánimos.
Se sentía mejor que nunca. Feliz consigo mismo. Como si hubiera superado una dura prueba personal. Incluso, tal vez, algo orgulloso. Después de todo, para alguien como él, sumido siempre en la mediocridad y en la desidia más absoluta, aquello había sido toda una hazaña.
De modo que, con el pecho hinchado de gloria y el mentón bien en alto, Khristos se encaminó hacia el “Bazar”, donde tendría que conseguir aquellas piedras de afilar que le habían encargado.
Otra ardua misión que cumplir, de la cual dependía el bienestar de cientos de personas. Así era la dura vida del vigilante…
Ja, ja. Yo no dije nada !!! Vos pusiste al bueno de Khristos en el Laberinto.
Si no te importa, lo dejo así, medio indeterminado. Aunque ya me dirás si tenías pensado otra cosa para él.
Cuando llegas al Bazar, ves alguna actividad poco usual, hay guardias de la ciudad como tú a razón de dos por puesto (cuando lo normal es uno), e incluso se vislumbra de vez en cuando uno de los uniformes de brillante coraza de los Perros del infierno, pasando de aquí para allá.
A lo que parece, alguien ha pisado un avispero... metafóricamente hablando.
Era una manera de meterte en la acción...
Aquello era extraño. Y no auguraba nada bueno.
No tanto por la inusual presencia de vigilantes. Después de todo, desde la llegada del Príncipe Kadakithis las fuerzas del orden habían estado más activas que nunca, y cada tanto se organizaban para dar un gran golpe a los indeseables de la ciudad. Claro que no siempre iban bien encaminados, y por lo general todo se limitaba a una gran puesta en escena sin demasiado resultados. Pero al menos era algo. En una ciudad como “Santuario”, aquello era toda una declaración de principios.
En cualquier caso, lo verdaderamente preocupante era la presencia de los “Perros del Infierno”. Eso sombríos personajes solían ocuparse de sus propios asuntos, y solo recurrían a la guardia de la ciudad para limpiar los estropicios que dejaban. Era extraño que participaran de una redada conjunta. Quizás habían sido ellos mismos los que habían planificado la incursión.
Deambulando entre el laberinto de tiendas y puestos de comerciantes, el ceñudo guardia comenzó a escrutar con su mirada las inmediaciones. Quizás encontrara a algún conocido, alguien que le diera una pista sobre lo que había ocurrido. En aquellos momentos, sus benditas piedras de afilar habían dejado de ser una prioridad…
Bueno, eso, que busco a algun conocido para ver que esta ocurriendo. Vos decime si necesito tiradas.
Y disculpa por las demoras. Mi ritmo seguirá siendo bastante caótico hasta fin de mes, con examenes y trabajo y todo eso.
¡Cóño, Khristos, dónde te habías metido!, oyes que te llaman por detrás. Es ni más ni menos que el capitán Aye-Gophlan, de la plana mayor de la Guardia.
Tenemos problemas, y de los gordos, ve a ver a tu jefe de puesto para que te lo cuente.
Tu jefe de puesto está al otro lado del Bazar, en la puerta de los comerciantes.
- Si, Señor !!! De inmediato, Señor !!! – alcanzó a contestar apresuradamente el sorprendido Khristos, a la vez que intentaba cuadrarse para efectuar el clásico saludo marcial.
Sin embargo, incluso a pesar de sus mejores esfuerzos, su postura había dejado bastante que desear. Quizás debido a las prisas, o a la confusión del momento, su atolondrada muestra de respeto había carecido casi por completo de toda firmeza, y bien podría haberse confundido con un simple saludo informal entre viejo conocidos. En el mejor de los casos, un simple descuido. En el peor, una verdadera ofensa.
En cualquier caso, el atribulado guardia apenas si tuvo tiempo de lamentarse amargamente por ello, pues de inmediato se encaminó hacia donde le habían indicado.
Era una lástima. Después de todo, uno no siempre tenía la oportunidad de dirigirse directamente a su renombrado capitán, y acaba de desperdiciar una inmejorable ocasión para ganarse algunos puntos con el jefe.
A pesar de ello, mientras corría apresuradamente entre las laberínticas callejuelas que formaban los puestos del mercado, un nuevo pensamiento asaltó de repente la mente del vigilante. El legendario capitán Aye-Gophlan lo había reconocido en medio de la multitud. Y eso era ciertamente gratificante.
- Khristos reportándose, señor… - comentó ya algo más calmado en cuanto llegó junto a su superior inmediato.
¡Menos mal que has llegado!, respira aliviado tu capitán.
Alguien se cargado al hijo de un noble rankano, y los perros del infierno están liando una de mucho preocupar. Van a dar una batida por el Laberinto, y necesitan a la Guardia de la ciudad para cerrar rutas de huida. Además, es un asunto turbio: el chico ha aparecido muerto, con los pantalones bajados, la polla tiesa como un palo, y sin señal alguna de heridas.
Nunca en la vida había oído hablar de nada semejante.
Khristos reaccionó con una repentina mueca de asco ante la macabra escena que le acababa de relatar su superior, pero poco a poco sus labios se fueron curvando en una sonrisa socarrona y taimada.
- Yo no diría tan turbio. Por lo que dices, parece que el pobre infeliz encontró un final mucho más interesante que el que nos espera a la mayoría de nosotros. Al menos se la debe haber pasado de fiesta…
Los hombros del guardia pronto comenzaron a vibrar con una risita contenida, incapaz de sentir pena por aquellos niños acomodados que solo sabían despilfarrar en lujos y placeres el dinero que sus padres habían ganado seguramente a través de medios espúreos.
Sin embargo, apenas unos instantes después, el rostro del vigilante se vio desfigurado por la sorpresa, como si de repente hubiera recordado algo urgente.
- El laberinto… - dijo más para si mismo que para su capitán - Otra vez no, maldición…
- ¿Y cuáles son exactamente nuestras órdenes? – comentó casi al instante, adoptando ya una posición más formal. – Debe haber cientos de rincones por donde huir del “Laberinto”. Y eso solo en la superficie. También están las alcantarillas…
A nosotros nos han pedido que montemos una barricada en la salida que da al Bazar, dice el capitán, y que interceptemos a todos los que salgan. Ya se lo montarán los Perros del infierno con la que se va a liar, porque si pateas un avispero ya sabes lo que pasará.
Así que, todos a la barricada, y maricón el último.
El duro vigilante torció el ceño ante las palabras de su superior. No era del tipo de sujetos que le rehuyera a una buena pelea. Y menos si se trataba de limpiar un poco aquel pozo de mugre que era el “Laberinto”. Pero ciertamente no le gustaba nada todo aquello.
Con los “Perros del Infierno”, las cosas nunca eran lo que parecían. Y siempre solían complicarse más de lo esperado.
Aunque, claro, tampoco tenía demasiadas alternativas.
De modo que Khristos solo pudo encogerse de hombros y comenzar a correr. Solo había algo peor que rehuir una pelea. Y eso era llegar cuando ya estaba comenzada.