Ayalga tras hablarle en latín a la esfinge contuvo el aliento hasta que esta les confirmó que la respuesta había sido correcta, mientras veía colo retrocedía con desgana, aquel ser mitológico, dio gracias al cielo de que fuera honesta con los juramentos o lo que fuese que movía a una esfinge a no comerse a los humanos que acertaban sus acertijos a pesar del hambre de siglos que debía de tener...
- Jamás pensé que el aliento de una esfinje oliera tan bien... es increíble... - comentó a Ares mientras se encaminaban hacia la nueva sala, cogida de la mano de la pelirroja.
Una vez allí la historiadora se sorprendió a ver a la reina en persona, pues más que muerta parecía dormida, pero lo que sin duda le llamó más su atención fue la extraña forma de su cabeza... ¿que podría significar aquello? ¿Acaso los frikis de los ovnis tenían razón y los egipcios venían todos de Marte, no .. no podía ser...
- Parece dormida... será mejor hacer caso y no despertarla... te toca a tí ahora...- le dijo señalando los jeroglíficos .
Suponía que la esfinge debía esperar una respuesta, pero tres mil años es una dieta demasiado estricta como para hacer alarde de paciencia. Les exigió de nuevo una respuesta, esta vez con las garras fuera y dando coletazos. Ares miró a Ayalga, transmitiéndole confianza. Sabía que lo haría bien. Pero, entonces, la esfinge saltó frente a ellas con los ojos encendidos y mostrando amenazadora los dientes. Afortunadamente, no tardó en retroceder, lo cual le procuró un gran alivio.
Por un momento parecía que se nos iba a comer...
La esfinge se durmió de nuevo. Ares se acercó y le habló empática, como si pudiese entenderla: -No te desanimes, dentro de poco vendrán unos nazis, y con un poco de suerte, no sabrán latín -sonrió y volvió junto a Ayalga. -¿Estás bien?
Frente a ellas se abría paso una nueva sala que la esfinge abrió con aliento de fresa. Ese era el color, aunque el aroma era más intenso y embriagador. Asintió a la asturiana cuando comentó lo bien que olía. Pero más fascinante todavía era lo que aguardaba más allá. En esta tumba todo era increíble. Cuando parecía que lo había visto todo, le sorprendían con otra maravilla más. ¡Y cuál era ésta!
Ares se quedó petrificada, boquiabierta. ¡La cámara de la Reina!
Parecía que el tiempo se hubiese detenido. No podía creer lo que tenían delante. Lo contempló todo con absoluta atención, queriendo grabarlo en su retina y su memoria. A parte de la gran belleza de Nefertiti, nada era como esperaba. El sarcófago, del mismo metal azulado que reinaba en toda la tumba. Y la cabeza de la reina... su forma... ¡era una auténtica revelación! Era al mismo tiempo lo más aterrador y lo más lógico. ¡El misterio de por qué la representaban así, es porque sencillamente era así!
Pero había más. Ayalga tenía razón en que la Reina parecía dormida. ¿Cómo podía mantenerse ajena al paso del tiempo? ¡No estaba momificada! Ni había signos en su cuerpo, ni vasos canopos a su alrededor. Daba muy, pero que muy mal rollo. Tampoco había más tesoros a parte de las joyas que vestía. Y los dioses de los murales, era la primera vez que los veía. Se estremeció. Ahora el perfume había evolucionado a otro que bien podría llamarse “haute létalité”. ¡Qué tensión! ¡Y qué maravilla al mismo tiempo!
-Sí, mejor no despertarla -coincidió con Ayalga. La advertencia de la esfinge la intrigaba. ¿De qué modo podían despertarla? Intuía que había varios, unos más sutiles que otros. Su amiga le pedía que leyese los jeroglíficos, y esto, que siempre le resultaba fascinante, ahora le daba un pánico absoluto por las consecuencias que pudiese desencadenar. Veía a Borja, con su sonrisa cálida en su cuerpo frío-. No sé si puedo hacerlo -reconoció evitando mirar las escrituras. Tenía la sensación de que algo terrible podía ocurrir. Sentía como si se encontrase frente a los dos templos del acertijo, pero no había nadie al que preguntar. ¿Era fiable leer el texto de la derecha? ¿Y el de la izquierda? ¿Tendrían los textos propiedades mágicas como el libro endemoniado? -¿Y si ocurre algo malo? ¿No hay modo de salir de aquí sin tocar ni hacer nada en esta habitación?
Miró alrededor en busca de alguna salida, pero no parecía haberla. Le entraban todos los males. Seguro que Charly sabría qué hacer. Incluso Enzo podía tener alguna buena idea, claro que también era capaz de sacar a la propia reina del sarcófago para examinarle la cabeza de cerca.
-Estoy muy rayada, Ayalga. Si la esfinge no hubiese dicho nada, leería la pared este y luego la pared oeste. Es el ciclo natural del sol. Si hubiese dicho que no la dejemos despierta, haría lo mismo. Pero sus palabras fueron: “No despertéis del sueño eterno a la reina” y esto me inclina a descartar la pared este, ya que por el este sale el sol, y con el inicio de un nuevo día, viene el despertar. Y eso... no nos conviene.
>>Pero tampoco estoy segura de que leyendo una sola pared obtengamos el modo de salir -expiró como si soportase un gran peso. Y era uno muy grande en realidad, el peso de la responsabilidad. Si fallaba con algo, no sólo ella, sino que también Ayalga podía resultar mal parada, y esto era demasiado, no podía permitirlo.
-Te seré sincera. Con el puzzle de los escarabajos, cuando coloqué esa disposición, aunque no se pueda tener una certeza del 100%, sí la tenía del 99%, sabía que era correcta. Pero ahora... ni de lejos, Ayalga. Así que me quedaré yo aquí y tú ponte a cubierto, o sal donde la esfinge, ponte a salvo, porque es bastante probable que aquí dentro se líe parda.
Los nazis seguían detrás de la puerta, pero ¿durante cuánto tiempo? Ninguna decisión le parecía acertada, y se sentiría más cómoda leyendo primero la pared este, pero ya que la esfinge había hablado, escogería conforme a sus palabras.
Esperó a que Ayalga se alejase del peligro. Quedarse cerca de la reina no era seguro, pero no tenían por qué estar allí las dos. Luego se concentró, y observó la pared izquierda, la del oeste. Leyó para sí, sin pronunciar ninguna palabra en voz alta. Y lo hizo con tranquilidad, para darse tiempo a reaccionar y detenerse si encontraba alguna anomalía o sentía una extraña sensación.
Tirada oculta
Motivo: Leer jeroglíficos pared oeste (Inteligencia)
Dificultad: 0
Habilidad: 6
Tirada: 2 4 10
Total: 4 +6 = 10 Éxito
No querían turbar el reposo de la reina, estaban de acuerdo en eso. Los antecedentes no habían sido halagüeños, ya que al robar las ofrendas a los dioses habían desencadenado una horda de escarabajos devoradores de carne, al leer un libro que no estaba destinado a los mortales habían desencadenado otras maldiciones. Ares no quería leer, no con Ayalga cerca, así que le pidió que se retirara un poco, por ejemplo a la habitación de la esfinge, para no correr riesgos. La asturiana le hizo caso, por no ponerla nerviosa y Ares empezó a leer los textos de la pared oeste, guardándose de pronunciar una palabra.
Junto al texto en jeroglífico había una sección de tamaño semejante en el lenguaje desconocido. Ares pudo deducir que estaba frente algún tipo de piedra de Rosetta, aunque fue incapaz de encontrar correspondencia entre el texto egipcio y el del lenguaje extraño. Años, seguramente se tardarían años en traducirlo, pero no había tiempo, no cuando los nazis podían entrar en cualquier momento. Comenzó a leer el texto egipcio, era elaborado y tenía alguna palabra que no entendía pero lo que pudo entender fue
Aquí te hayas en mi última morada, mi último paso antes de llegar al occidente. Faraón me acompaña, no en cuerpo, pero su corazón vuela a mi lado de camino a Atón, el del rostro luminoso y Ashur, la de la mirada bondadosa. Los ritos han sido cumplidos y mi cuerpo se conservará hasta el regreso del pueblo perdido. Que lo que unió Atón no lo destruyan los hombres, que lo que Ashur bendijo no caiga en el olvido, que mi morada eterna perdure durante millones de años y mi fuerza mágica alimente al alto y el bajo Egipto hasta que el Nilo se seque.
Regresa pues sacerdote y cumple con los ritos para mi ka no muera, renueva las ofrendas y con tu ejemplo lleva a nuestro amado pueblo la verdadera luz.
Ares no había oído nunca hablar de Ashur, aunque la mirada bondadosa le sugería a Hathor, la diosa vaca de mirada bondadosa que era encarnación del amor. Tampoco había oído nada del pueblo perdido. Aquel texto no tenía pies ni cabeza según lo que ella había estudiado, no tenía ningún sentido, aunque emulaban a alguna fórmula ritual del libro de los muertos. El occidente era el reino de Osiris, señor de los muertos, Atón era el dios principal, y el templo funerario era un templo de millones de años. Similares, pero no iguales.... aquello era fascinante.... Avisó a Ayalga para que se reuniera con ella cuando una potente explosión hizo temblar la cámara funeraria.
Oyeron rugir a la esfinge y al mirar en su dirección vieron como desplegaba sus alas de forma furiosa. Gritos de hombres y arena cayendo del techo, parecía que todo se iba a venir encima. No había salida. Iban a morir sepultadas por esos locos alemanes que lo resolvían todo con dinamita. Sonido de ráfaga de ametralladoras, gritos, temblor en las paredes, la única que permanecía inalterable era la reina, en su descanso eterno.
Tirada oculta
Motivo: Percepción Ares
Dificultad: 15
Habilidad: 8
Tirada: 6 6 7
Total: 6 +8 = 14 Fracaso
Tirada oculta
Motivo: Percepción aYALGA
Dificultad: 15
Habilidad: 6
Tirada: 7 7 9
Total: 7 +6 = 13 Fracaso
Podéis hacer también en vuestro post una tirada de percepción
Con Ayalga fuera de peligro, Ares pudo concentrarse en lo que tenía delante. Era inevitable fijarse en el texto de lenguaje desconocido. Al mirarlo, lo relacionaba con el pasado y las estrellas, y sobre ellas, brillando el perfil de Nefertiti.
Sonrió. Estaba fascinada. Ambos textos debían decir lo mismo, así pues, ese idioma era descifrable. Una nueva piedra de Rosetta. Los jeroglíficos no eran ahora lo que había que descubrir, sino la base de un nuevo descubrimiento. Los ojos le brilaban de pura emoción. ¡Dónde estaba! ¡Y qué tenía ante sí! Se volvió para contemplar de nuevo a la Reina, con admiración.
Se hubiese quedado allí unos minutos, simplemente respirando el momento, pero el tiempo apremiaba. Entrelazó las manos. Leyó los jeroglíficos. Era un mensaje de la propia Nefertiti, dirigido a quien lo leyese. Un sacerdote. Cuando terminó de leer llamó a Ayalga y le transmitió el texto que había leído, tal cual estaba.
-¿Qué te parece? ¿No es fascinante? ¡Creo que se me va a salir el corazón del pecho!
Pero sus latidos de alegría y exaltación, se acompasaban de pena por los que habían dejado atrás. Cuán distinto sería todo si el grupo al completo estuviese allí. Se habrían abrazado, reído, felicitado, y alucinado. Porque todo esto era para alucinar. Ni siquiera en un sueño habrían podido imaginar tales maravillas como las que aquí se habían revelado.
-¿Cuál crees que es el pueblo perdido? -le preguntó, curiosa por saber su teoría.
Una terrible explosión le puso los pelos de punta. ¡Los nazis habían entrado! Miró a Ayalga con desesperación. La esfinge rugió y batió sus alas. Por los gritos era fácil deducir que se estaba dando un festín. Sintió un escalofrío, pero aún más fuerte fue la sensación de alivio. Esos hombres querían matarlas, así que... mejor estaban en el estómago de su ingeniosa guardiana.
El techo comenzaba a desmoronarse. Arena y más arena. ¡Iban a morir sepultadas! Como tumba no estaba mal, a decir verdad. Descansar junto a la gran Reina Nefertiti era un gran honor, ¡pero no quería morir! Eran demasiado jóvenes y tenían por delante cientos de errores por cometer.
-Ufff, ufff, ufff, ufff -resopló.
No había cristal, pero se sentía como en un reloj de arena. No había tiempo. ¡Ni salida! Ares había visto numerosas representaciones de Atón en las paredes, pero ahora buscaba concretamente las de los dioses Osiris y Hathor. Y lo hacía a conciencia y lo más rápido que podía. Luego miró alrededor, queriendo averiguar si había algo que pudiese servir de altar. Y de nuevo a la Reina. Les había dado permiso para salir. Pero... ¿cómo?
Tirada oculta
Motivo: Percepción. Busca si hay algo que sirva de altar, imagen de Osiris y Hathor, y a la Reina Nefertiti y el sarcófago. Cualquier cosa que les suponga salir de allí.
Dificultad: 0
Habilidad: 8
Tirada: 1 2 6
Total: 2 +8 = 10 Éxito
Ayalga a pesar de no ser egiptóloga, se estremeció al entrar en cámara de ma reina y ver todo lo que allí había, le tenía mucho respeto a eso de despertar a la reina por lo que su entusiasmo había sido más tibio que el de su compañera, para no molestarla volvió a su pesar a la sala de la esfinge observándolo de refilón para que no le diera por plantearle otro enigma... ya con uno había tenido más que suficiente...
Cuando la llamo su compañera y le leyó lo que había traducido, la asturiana no pudo evitar encogerse de hombros, para ella todo aquello era un galimatías.
- Siento no ser de ayuda... pero es que no me sugiere nada, pueblo perdido que yo sepa en la Biblia siempre se han referido a Israel pero dudo que se refiera a eso... porque Moisés no creo que esté relacionado con Nefertiti... - la historiadora se alegró de que aquello no lo hubiese dicho delante de un profesor, porque probablemente le habría dicho que era mejor que no siguiera estudiando... pero es que no se le ocurría nada.
Entonces escuchó los ruidos y sintió los temblores, se aferró como respuesta nuevamente a Ares, temiendo que la esfinge no se bástate sola para frenar a los nazis.
- Yo tampoco quiero morir... pero ¿por dónde se sale... por donde? - dijo desesperada mirando a su alrededor en busca de cualquier cosa que les indicase la salida.
Tirada oculta
Motivo: Percepción
Dificultad: 5
Habilidad: 6
Tirada: 4 7 10
Total: 7 +6 = 13 Éxito
El entusiasmo de Ares no parecía contagiar a Ayalga. La asturiana no entendía mucho del antiguo Egipto así que era más pragmática, la esfinge les había dejado pasar pero podía cambiar de idea, podían haber más trampas en aquella sala... Ya celebraría con sidra asgaya y una espicha del copón bendito cuando salieran de la tumba. Ares se puso a estudiar el jeroglífico y se lo tradujo, pero nada le vino a Ayalga, no conocía pueblos perdidos y no tenía tiempo para ellos.
Una explosión despertó a la esfinge. La fiel guardiana arremetió contra los invasores, que chillaban y disparaban, provocando la furia asesina de la medio leona. Las explosiones habían debilitado los cimientos de la tumba que parecía a punto de colapsar. Había que buscar una salida, una distinta del camino por el que habían venido y que ahora los nazis trataban de conquistar pasando por encima de la esfinge. Parecía que aguantaba y que los nazis se retiraban, pero no había mucho tiempo, la tumba los iba a sepultar a todos en pocos segundos si no ocurría un milagro. Ares rebuscó en los jeroglíficos buscando alguna imagen de Hathor u Osiris, pero no estaban presentes en la tumba y de haber estado hubiera sido raro, Akenatón no creía en ellos por tanto Nefertiti tampoco debía hacerlo. Ashur debía ser una deidad desconocida, pero si había algún tipo de altar a ella debía estar en algún sitio. Nada no veía salida.
Mientras Ayalga miraba a un sitio y a otro intentando ver algo. No parecía haber nada fuera de lo común, jeroglíficos con ojos, serpientes, halcones, chacales, buitres, ¿buitres?. Había una cosa rara, ella no entendía de jeroglíficos pero de izquierda a derecha sí, y en el texto que había en la pared en jeroglífico todos los animales miraban hacia la derecha, la marca que usaban los escribas para indicar el sentido de la lectura, menos uno. Uno miraba hacia la izquierda, que podía ser una tontería o podía ser algo importante.
Un cascote cayó encima del sarcófago de Nefertiti haciendo crujir el metal sin romperlo. Si hubiera caído encima de cualquiera de ellas ahora estarían en el lugar donde Borja, Enzo y Charlie las esperaban.
Ayalga se cubrió la cabeza de manera instintiva mientras rodo retumbaba a su alrededor.
- La esfinge no creo que aguante mucho y sino el techo se nos caerá encima ¡Hay que salir de aquí!- urgió a Ares nerviosa y al borde de un ataque de nervios mientras tras miraba con desesperación las paredes en busca de cualquier indicio que les indicara una salida.
Viendo que su compañera parecía no ver nada la asturiana agudizó vista hasta que pareció ver algo.
- ¡Ares! Mira esos buitres... todos miran hacia la derecha menos uno.- dijo mientras se acercaba e instaba a su compañera para que lo hiciera- si quieres trata de traducir y creo que es algo para accionar... no perdemos nada por probar... pero no puede ir la cosa... o eso espero- dijo mientras presionaba sobre el buitre que miraba al contrario o buscaba algo que hiciese algo... ya no sabía ni lo lo buscar lo único que deseaba con todas sus fuerzas era salir de allí.
Motivo: Destreza ayalga
Dificultad: 9
Habilidad: 6
Tirada: 6 7 10
Total: 7 +6 = 13 Éxito
Motivo: Destreza ares
Dificultad: 9
Habilidad: 6
Tirada: 1 2 6
Total: 2 +6 = 8 Fracaso
-¿Y si el pueblo perdido es el suyo propio? -observó la cabeza ovalada de la Reina-. El pueblo que habla este idioma -señaló la escritura de lenguaje desconocido. Pero había algo más. Según ese escrito, su cuerpo se conservará hasta entonces, y según la esfinge, la Reina podía despertar.
Ayalga la abrazó y Ares le correspondió. Desfilaban toda suerte de ideas por la mente de la arqueóloga, es lo que tiene ver a la muerte asomar la cabeza. Buscó un altar donde depositar ofrendas, pero no lo había. Analizó la pared en busca de los dioses que mencionaba Nefertiti, pensando que tal vez tocándolos con el metal azulado como el que tenía en el cetro de Horus activaba alguna puerta oculta, pero no los encontró, y el dios con cabeza de toro no rezumaba la dulzura de Hathor. Revisó también las paredes en busca de alguna hendidura. Pero ¡nada! Hasta pensó en meterse ambas en al ataúd. ¿Nos hace un huequito, su majestad?
Un enorme cascote se desprendió. Si hubiese caído sobre ellas, estarían más secas que el desierto a mediodía. No tenían tiempo, y morir sepultadas por toneladas de arena no era precisamente su idea de un buen final. Analizaba todo a velocidad vertiginosa pero sin éxito. Iban a morir, aquello se derrumbaba. Los segundos eran efímeros y eternos a la vez, y aunque no lo pensó en un primer momento, ante la casi total evidencia de morir, sacó la cámara e hizo tres fotografías sin flash, dos a los textos y una al sarcófago de la Reina. Al menos, con sus muertes alguien sonreiría. Algún arqueólogo, algún historiador, algún apasionado de Egipto, podía hacer realidad sus sueños.
Volvió a centrarse rápidamente en la forma de salir. Que no encontrasen nada no significaba que dejasen de buscar. No podían rendirse.
-Ayalga, ¡fíjate en todo, por favor! Normalmente hay siempre una salida alternativa en las cámaras reales. Cualquier cosa, un pequeño detalle, lo que sea. Si ves algo anómalo o curioso, ¡dímelo! ¡Esto se nos cae encima!
Estaba desesperada. Si no daban pronto con la salida, o bien tocaría a la Reina con el cetro, o leería el texto de la pared este. Prefería no despertarla, pero si la alternativa era morir, lo haría. Siguió buscando cuando Ayalga vio algo interesante.
-¿Buitres? -se acercó rápidamente. Pensó en la diosa Nekhbet, pero antes de traducirlo la asturiana apretó el jeroglífico. Ares intentó traducir ese fragmento a la par que estaba atenta a lo que pudiese desencadenar la decisión de Ayalga. Tal vez se abriese un agujero en la pared, o tal vez obtuviesen algún indicativo de hacia donde seguir.
Tirada oculta
Motivo: Inteligencia. Traducir fragmento donde está el buitre y ver si tiene relación con la diosa Nekhbet.
Dificultad: 0
Habilidad: 6
Tirada: 8 8 10
Total: 8 +6 = 14 Éxito
Tirada oculta
Motivo: Percepción. Averiguar si cambia algo en la cámara real o las paredes después de que Ayalga presione el buitre.
Dificultad: 0
Habilidad: 8
Tirada: 4 8 9
Total: 8 +8 = 16 Éxito
Es curioso. Dicen que cuando nos quedan pocos segundos de vida vemos pasar nuestra vida delante de los ojos, como si fuera una película, y que lo vemos todo con mayor claridad, descirniendo la verdad de la mentira con una facilidad nunca antes alcanzada. Ayalga lo vio claro, había un buitre con sus alas apuntando hacia otro lado. No sabía lo que significaba, pero era raro, algo que no fue capaz de ver Ares. Es curioso como funciona el cerebro. Los estudios de Ares jugaron en su contra. Su cerebro leyó un carácter en lugar de ver una imagen y por eso le pasó inadvertido, como quien lee una página entera donde una s está puesta al revés. La esfinge no aguantaría, el techo se les caería encima, había que salir. Ayalga había visto un futuro plausible con claridad diáfana, había visto la verdad.
No menos atinada había estado Ares al referir al pueblo perdido. Era el pueblo de la reina, el pueblo que utilizaba esa escritura desconocida. Atlantis. De haber explorado la otra pared habría podido descubrir una civilización hacía tiempo perdida, pero ya no había tiempo, no cuando los cascotes del techo les podían abrir la cabeza en cualquier momento. No había altares ni otros dioses, ni siquiera hendiduras donde meter un cetro que había sido fruto de la mente de Enzo y nada tenía que ver con al tumba. Se le pasó por la mente el despertar a la reina ¿pero no era cruel despertar para morir sepultada? También pensó en ir a la otra pared, pero ya no había tiempo, Ayalga había visto la diferencia que a ella le había pasado por alto.
Ayalga se la jugó, como muchas veces había hecho Enzo. La situación era desesperada, y buscó alguna manera de apretar, girar o empujar el buitre. No le dio tiempo a leer en profundidad pero el texto no había cambiado. Un cascote cayó del techo e impactó en la cabeza de Ares, que consiguió poner los brazos y amortiguar el impacto. Estaba desorientada, sangraba profusamente de la cabeza por una brecha de las que dejaría cicatriz bajo su espesa melena pelirroja. Mientras Ayalga tanteaba el buitre, con la esperanza de que se produjera un milagro que las sacara de allí. Otra explosión, el gemido de muerte de la esfinge, la certidumbre de su fin.
Ayalga siguió con su dedo el contorno del buitre y la pared cedió unos centímetros. Sin apenas hacer fuerza la piedra se transformó en arena. El primero de los nazis entró en la sala gritando cosas en alemán. No lo entendían, pero estaba enfadado, les apuntaba con un arma y les hacía gestos para que se apartaran. Una luz las empezó a bañar proveniente del suelo y notaron como su cuerpo se hacía más ligero. Las balas de la ametralladora silbaron el aire en su dirección, una ligera sacudida, un fogonazo de dolor y la más oscura de las noches.
Hacía fresco, todo estaba oscuro, pensaron por un segundo que estaban muertas. Sus ojos se acostumbraron poco a poco a la oscuridad y vieron que al fondo de un pasillo se recortaba algo de claridad. El suelo era roca sólida, no habían jeroglíficos en las paredes, y si estaban muertas era una muerte muy extraña. A Ayalga le seguía cayendo sangre de la cabeza, a Ares le había rozado una bala un brazo. El dolor era sinónimo de vida, y así, las dos avanzaron hacia la claridad sin saber donde estaban. Salieron y vieron algo reconocible. Desde su posición se veían las luces del templo de otra reina, Hatshepsut, y desde allí podrían orientarse hacia su campamento. Estaban fuera. Una vez superada la sorpresa se dieron cuenta de donde estaban, habían salido de una pequeña cueva del monte El-Qurn, la montaña pirámide que presidía el valle de los reyes.
Se habían salvado, habían escapado de la tumba pero se habían dejado allí dentro muchas cosas. Su inocencia, la vida de tres compañeros, el eslabón perdido de la egiptología. No lo supieron entonces, pero la luz que los había transportado fuera había estropeado la cámara de fotos, los móviles, y con ello parte de las pruebas que habían conseguido. Les iba a resultar difícil explicar que había pasado, y sobre todo donde estaba el profesor Garau.
vuestro último post de la partida. Podéis narrar hasta donde queráis, sensaciones, que les pasó después de la excavación a Ares y Ayalga...lo que queráis. Cuando tenga vuestros posts haré el epílogo :)
Habéis escapado milagrosamente de la tumba, hice un par de tiradas de destreza y os habéis salvado de un pelo. Enhorabuena ^^
Ayalga que siempre había sido muy católica, no tuvo tiempo de rezar un padrenuestro cuando accionó el mecanismo que se ocultaba bajo el buitre, tampoco pudo saber que puñetas les dijo el alemán... sólo que claramente quería matarlas, tan sólo se dió cuenta de Ares sangraba por la cabeza y sintió un dolor punzante en el brazo al tiempo que sentía como todo se difuminada, pensó que debía de haber muerto pero cuando abrió los ojos y el dolor del brazo volvió a ella... así como unas cuantas contusiones más se dio cuenta de que tanto ella como Ares habían conseguido salir con vida de aquella maldita tumba...
- ¡Ares! ¡ Lo hemos conseguido, lo hemos conseguido!- exclamó abrazándose a la pelirroja mientras lloraba de emoción, temblando de arriba a abajo.
Cuando la euforia pasó, la asturiana asida a la mano de la pelirroja avanzaron para divisar donde se encontraban, parecían que había pasado una eternidad y que podían haber aparecido en cualquier punto del desierto... pero afortunado aquello era terreno conocido... Ayalga comenzó a preocuparse de cómo podrían explicar todo lo que les había pasado y la pérdida del profesor, Mariona, Borja y Enzo... eran muchas muertas inexplicables y lo peor es que tampoco tenían pruebas... lo único único podrían decir es que habían caído en una tumba y que sólo habían escapado ellas porque unos nazis psicópatas habían ido tras ellos... o que se les habían caído el techo encima... aquello último era más creíble... pero ¿Cómo encontrar una respuesta adecuada a todo aquello? La asturiana sólo esperaba que la dejasen volver a casa y tener tiempo para olvidar todo aquello...aunque en su fuero interno sabía que nada podría volver a ser como antes...
Hostia... ¡¡¡Que nos hemos salvado!!! :DDDDDDDDD
Ayalga pulsó la figura del buitre y la pared de piedra se convirtió en arena. Ares miró una última vez a la hermosa Reina dormida, y después su vista se posó en un misterio que ya había fotografiado, pero que su instinto de arqueóloga le impulsaba a no posponer. Observó la pared este, tratando de leer en silencio los secretos que revelaba. Era lo último que haría antes de salir de la tumba o morir irremediablemente en ella.
Sin embargo, parte del techo se desplomó sobre su cabeza. Sentía resbalar por su rostro un calor de terciopelo. Su vista se tiñó de rojo. Los jeroglíficos se tornaban borrosos. Escuchó entristecida el gemido mortal de la esfinge. Era el final. Estaba aturdida, desorientada. Vio entrar a un nazi pero no comprendió lo que dijo. Disparó hacia ellas y desapareció en la luz. Él y todo. De repente sólo había oscuridad y su cuerpo flotando en un extraño vértigo. Creyó que moría en paz, que su cuerpo se elevaba sobre las pirámides y el desierto, pero no vio su vida pasar, ni hubo juicio alguno. Lo que sí había era una lejana claridad, como si anunciase el final de un largo túnel. -¿Ayalga? -la buscó con un ahogado hilillo de voz.
Avanzó por el pasillo y entrecerró los ojos al salir. La recibió el frescor de la noche, ¿o era ya el alba? y las luces del templo de Hatshepsut. Lo habían logrado, como lo hizo notar la emocionada Ayalga. La catalana respondió a su abrazo aunque todavía sin salir de su aturdimiento. Tardó largos segundos en reaccionar. Sonreía y lloraba a la vez. ¡Era cierto! ¡Estaban vivas! Pero no era una felicidad completa en absoluto. Había demasiado que asimilar. Habían sido testigo de auténticas revelaciones, ¡pero a qué precio! Lo que venía ahora sería mucho más complicado que resolver enigmas y acertijos. Enfrentarse a sí misma y a lo que había vivido allí resultaba igual o más aterrador que los peligros de la tumba.
Numerosas caras se intercambiaron frente los ojos de Ares. Médicos, profesores, psicólogos, policías. Su familia, sus amigos. Pero todos escuchaban lo mismo: no recordaba nada, excepto que las dunas se desplomaron sobre ellos. No habló de Nefertiti, ni de la tumba, ni de los nazis. Tampoco de su grupo de expedición, más allá del momento de la fiesta. El fuerte golpe en la cabeza, sumado a la certeza de morir sepultada y la traumática pérdida de sus compañeros, hicieron concluir que había perdido la memoria a corto plazo.
Acabó el verano, pero Ares no volvió a la universidad. En lugar de ello tomó un avión con destino a Bangkok. Pasaría un año allí, lejos de Barcelona y lejos de Egipto. Sufría ansiedad, angustia, terrores, desorientación y pesadillas. Necesitaba tiempo, distancia y paz para excavar en su propia alma. Allí todo era agradablemente distinto: el color de la atmósfera, los olores, los sabores, las sensaciones. Pero también había similitudes que le traían ecos de la tumba, como el enorme escarabajo que viajó con ella en su primer tuc-tuc. Correteaba mientras Ares gritaba y trataba de esquivarlo haciendo piruetas, y el conductor reía con las exageraciones de la farang. O también Lopburi, la ciudad de los monos, que horrorizó a la arqueóloga por razones obvias.
Visitó diversos pueblos y ciudades, surcó sus ríos en distintas embarcaciones, caminó por la selva, paseó a lomos de un elefante, recorrió los mercados y probó los manjares típicos de cada lugar. Visitó templos y poblados de gente que vivía con lo justo y que hacía gala de una generosidad que no había conocido antes. Durante este tiempo había dejado las dunas atrás, pero no los recuerdos. Llevaba consigo su mochila cargada al hombro, pero aunque en apariencia viajaba sola, en ocasiones se sentía felizmente acompañada, pues al verles, aunque fuese por un breve instante, sentía que sus amigos volvían a la vida. Veía a Enzo en las escrituras de los templos. A Charly en los sabios monjes budistas. A Mariona en los turistas que buscaban la fotografía perfecta. Y a Borja... a Borja le encontraba en muchos rostros, pues no en vano llaman a Tailandia el País de las Sonrisas.
Llegó en avioneta a Mae Hong Son y se alojó en una cabaña, junto a un riachuelo y junto a los arrozales. Allí estaba en el paraíso. Respiraba tranquilidad, paseaba con Sunakh, un simpático perro blanco que la acompañaba a todas partes, y descansaba escuchando el murmullo del agua. No sabía si acabaría la carrera, pero lo perdida que estaba iba mucho más allá. Tenía que hacer algo para poder continuar con su vida, tenía que enfrentarse de algún modo a sus temores. Y fue así como en ese magnífico paraje comenzó a escribir un libro. En él narraba, fiel a su memoria, lo que ocurrió desde que llegaron a Egipto hasta que salieron de la tumba y vieron las luces del templo de Hatshepsut. Estaba todo su equipo, con las descripciones físicas exactas. Cambió los nombres por otros deliberadamente similares, como Ayalga, que pasó a ser Amanda. Carles Garau, que fue el profesor Carles Palau. O ella misma, una estudiante de arqueología, pelirroja, llamada Alex.
En efecto, lo recordaba todo. Pero, ¿por qué entonces no lo contó cuando regresó con Ayalga? En primer lugar, porque no estaba preparada. No podía verbalizar unas muertes que ni siquiera había aceptado todavía, y tampoco podía aguantar ni consentir que las tratasen a ambas de locas o mentirosas. Sin embargo, este libro era a su entender un digno testimonio. Aunque lo escribió para sí misma, días después de acabarlo se preguntó: ¿y por qué no publicarlo? Para muchos sería solo un relato de entretenimiento. Pero en otros, más curiosos, más instruidos o tal vez que hubiesen experimentado una vivencia similar, despertaría una llama difícil de apagar. Era, para quien lo supiese leer, un camino a la verdad. Y la verdad no podía morir con ella, como tampoco podía hacerlo el recuerdo de sus compañeros, ni las grandes maravillas que habían descubierto. Se decidió a publicar el libro, costase lo que costase. Sería su pequeña aportación al mundo, o al menos un homenaje a los caídos. Tal vez algún día alguien lo leyese y llamase a su puerta, pensó.
Era otra puerta, sin embargo, a la que ahora estaban llamando. Un repartidor llevó un paquete a alguien muy importante para Ares. Si Ayalga lo desenvolvía encontraría un libro con el título “Jugué al Senet en casa de Nefertiti”. Autora: Ares Belart. ¿Se podía decir eso de “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”? Claramente, Ayalga sabía que no.
En la contraportada, una nota:
Para ti el primero, Hermana de espíritu y aventura. Espero verte pronto y que te guste Amanda.
Debajo firmaba como Ares, y como postdata, en latín, había un añadido:
El metal azul es la clave. ¿Me acompañas?
Tardaron una hora en llegar a su campamento, un último paseo por los dominios de Seth, una última visita al desheret, la tierra roja incapaz de soportar la vida. No les preocupaban las serpientes ni los escorpiones, nada hubiera podido pararlas mientras descendían a través del cauce de un wadi, un antiguo río seco tiempo atrás. El campamento dormía pero su presencia fue detectado por los perros que utilizaban de guardias, siendo Amyr el primero en dar la voz de alarma al ver a Ayalga y Ares sangrando.
- ¡Ares! ¡Ayalga! ¡Ayuda! ¡Están heridas, ayuda! ¿Donde está el profesor? ¿Donde?
El campamento se despertó presa de un mal augurio. Las llevaron a su tienda y pronto apareció el profesor Masfurroll, mirándolas por encima de sus gafas, visiblemente nervioso. Les preguntó por el resto, pero las chicas parecían estar en shock así que primero trataron sus heridas como pudieron antes de llamar a un médico. No tardó demasiado tiempo en aparecer y les tranquilizó a todos. Ares necesitó 4 puntos de sutura en la cabeza, y que le raparan parte de su precioso cabello, y Ayalga fue atendida de la laceración de la bala, una herida que alarmó al médico. Las explicaciones eran parcas, Ares se vio encerrada en un mutismo pétreo, aferrándose a que con el golpe en la cabeza no recordaba nada. En cambio las explicaciones de Ayalga eran fantasiosas, una tumba, una tumba que cuando intentó situar en el desierto no sería encontrada.
No tardaron en recibir la visita de la policía. Las comunidades de las expediciones europeas eran un hervidero. La expedición alemana había desaparecido al completo y en la española dos estudiantes y un reputado profesor. Era un golpe muy duro para la egiptología y para el país, que había mantenido la seguridad en las expediciones durante décadas. Las hipótesis principales eran que se había sufrido un ataque por parte de algún grupo yihadista por determinar pero que no se cerraban a otras posibilidades. Las encerraron dos días en la cárcel, intentando ablandarlas, pero no consiguieron mucho, Ayalga intentaba colaborar pero nadie la creía, Ares se aferró a su versión y fuera, el profesor Masfurroll se peleó con los más altos estamentos del ministerio de antigüedades para lograr su libertad y finalmente consiguió que las soltaran y quedaran exoneradas de toda sospecha.
La universidad decidió dar por terminada la campaña, se despidieron con alivio de Egipto y volvieron a España. La universidad intentó tapar la historia, llegándolas a amenazar con expulsarlas en caso de que abrieran la boca pero el profesor Masfurroll volvió a defenderlas. Él ya tenía mala fama, y si tenía que ir a la prensa, a la televisión o donde fuera iría, le podían culpar a él del desastre, pero a las chicas ni tocarlas. Así lo hicieron, aunque el acuerdo de inmunidad y una jugosa indemnización para las chicas tenía un precio, el despido de la universidad del profesor y su caída en desgracia dentro de la comunidad académica.
Ayalga volvió a Asturias para disfrutar de la tranquilidad de su casa con el título debajo del brazo. Opositó y consiguió una plaza de historiadora. Se dedicó a su época historia, la edad media, y se especializó en la reconquista por parte del rey Pelayo. Una vida sencilla y alejada del peligro, aunque en algunas ocasiones se había sentido observada, algo que achacó al trauma por la pérdida de sus compañeros. Algo que trataba de dejar atrás, aunque era difícil, el libro de Ares se estaba vendiendo bien aunque, afortunadamente, nadie fue capaz de atar cabos.
Ares se fue al oriente medio intentando ganar perspectiva, colocar los recuerdos en su sitio y reflexionar sobre lo ocurrido. Lo logró, saltando de país en país y viviendo de la indemnización que había recibido de la universidad. Cuando hubo pasado suficiente tiempo para que evocar esas muertes no le fuera doloroso escribió la historia. Se lo merecían, era una forma de ofrecerles un tributo y que no quedaran en el olvido, que la sonrisa de Borja no se borrara. Así lo hizo y tuvo bastante éxito, aunque no le interesaba, pudiendo vivir con tranquilidad, explorar templos asiáticos y no tener jefe ni horario era feliz.
Estaba disfrutando de una bonita puesta de sol desde una cafetería en la isla de Ko Samui cuando alguien se sentó frente a ella. Sonrió. El tiempo lo había tratado mal, pero allí estaba, el azote de los estudiantes de la UAB y su improvisado paladín, el señor MasMussol como ella lo llamaba.
- Me ha costado encontrarte - dijo enseñándole una copia de su libro - Me ha gustado mucho y explica muchas cosas, especialmente lo que le pasó a Carles. - Ares le sostuvo la mirada, intentando averiguar en que son venía el profesor. El anciano le sonrió y alzó las manos en son de paz - No vengo a darte problemas, solo vengo a ofrecerte algo, algo que creo que te mereces. - Le dio una cajita y un sobre y se levantó de la mesa - Todos duermen ahora juntos, dejémosles dormir en paz. Cuídate Ares......
El señor Masfurroll se marchó dejando a Ares sola. Estuvo tentada de tirar la caja y el sobre pero la curiosidad le venció. Abrió la caja, contenía dos pendientes pequeños, sin un excesivo labrado, pero el material del que estaban hechos era el metal azul que habían encontrado en la tumba. Abrió el sobre con impaciencia, tanta que casi rasgó el papel que contenía, lleno de aquella lengua extraña que había encontrado en la tumba. En la esquina inferior del papel había una pista para ayudarle a decodificarla, pues parecía que era una versión anterior a la escritura jeroglífica, la lengua de la que provenía. Tardó un par de años en traducir el texto entero pero todo quedó explicado
Si estás leyendo esto es porque tus ansías de conocimiento y verdad te han llevado más allá de lo esperado. Solo puedo felicitarte, como orgulloso profesor que una vez fui. Tendrás muchas preguntas, algunas las podré resolver, otras lamentablemente no.
La expedición alemana murió sepultada en la tumba por lo que sé, y nadie consiguió salir de ella salvo vosotras. Os tenemos que agradecer localizar la tumba, estaba perdida hacía mucho tiempo, y te hago saber que la reina me ha pedido que os dé las gracias por encontrarla y haberla tratado con tanto respeto. La reina está en casa, nuestros científicos pudieron salvarla. Nuestro pueblo os lo agradece
Te preguntarás quien es el pueblo perdido, te preguntarás como sé tantas cosas, pero es mejor que no sepas nada, por tu seguridad. La sociedad Thule no está acabada, así que intenta no llamar la atención, podrían venir por ti. Solo te diré que habláis de nosotros desde los tiempos de Platón y aun así nunca nos habéis encontrado, es mejor así, una vez intentamos juntas ambos mundos y casi nos destruye a ambos. No se puede mezclar el agua y el aceite, y vosotros sois aceite.
Ten una buena vida Ares.
El único pueblo que se nombraba en los diálogos de Platón eran los atlantes, y aunque había varios chiflados que hablaban de la posibilidad de una conexión entre ambos reinos nunca habían pasado esas teorías de locura. Aun así, tenía sentido, mucho sentido y explicaba muchas cosas, contestaba muchas preguntas y dejaba alguna más en el aire....
¿Que hubiera pasado en caso de leer la otra pared? Nunca lo sabría, tal vez de haberlo hecho habría recorrido las calles de Atlantis, tal vez hubiera podido hablar en persona con Nefertiti......Tal vez.
Nunca volvió a ver al profesor Masfurroll. Las arenas del desierto se lo tragaron, pero, si los egipcios tenían razón, después del tribunal de Osiris se encontrarían todos, el sonriente Borja, la alocada Mariona, el impulsivo Enzo y el bondadoso Carles. Así lo juraba ante los dioses y los hombres.
-FIN-