En el barro de las trincheras, el olor acre de la pólvora se mezcla con el dulzor de la putrefacción de los cuerpos insepultos. Palmo a palmo, los zapadores acortan distancias hacia la cortina del baluarte, quebrantada tras semanas de cañoneo. El capellán recorre las filas, confortando a los soldados que saben, con certeza, han de jugarse la vida en el siempre azaroso asalto. El maestre de campo ha prometido galima, y solo la esperanza del saqueo les da ánimos en el miserable día a día del asedio.
Es el año de nuestro señor de 1634. Hace más de trece años que las cajas de guerra volvieron a resonar en Flandes, y hay quien dice que a los enemigos de la religión pronto se les sumarán los franceses. Mientras el ejército del cardenal infante y los aliados imperiales buscan a las tropas suecas en lo que será la batalla de Nördlingen, las tropas del rey católico se mantienen a la defensiva en Brabante.
¿Todas? No. Llega orden a Gante para el conde de Grobbendonck, mariscal de Brabante, para preparar una operación de cierta envergadura, aunque modesta en su objetivo: tomar Boom. Una pequeña ciudad, apenas un pueblo grande, que domina uno de los accesos a la Zelanda controlada por los Estados Generales. Una puerta de entrada al territorio enemigo, surcada sin embargo de diques y otros obstáculos que hacen difícil la presa. A tal efecto, se encarga con presteza que se persone un afamado ingeniero italiano, Federico Giambelli, para que se ponga al frente de la poliorcética que haga de ésta empresa un éxito.
En poco tiempo se reúne la tropa, el material y la gente que ha de acompañar a los soldados. Todo Gante bulle con gentes del país, que acuden para ofrecer sus servicios como gastadores, cantineras y prostitutas. La guerra ha empobrecido a la región, y al mismo tiempo, se convierte en su único motor económico. Por mandato del gobernador de los Países Bajos Españoles, se destina a la empresa una heterogénea fuerza compuesta en su mayoría por infantería valona e italiana, caballería tudesca y, por recomendación del propio mariscal, "un tercio de españoles".
Dicho tercio no es otro que el de Fuenclara, levantado aquel mismo año en España con muchos arreos y gente pagada del bolsillo del conde homónimo, que ha colocado de capitanes a varias personas de su clientela. La componen soldados de diversa condición, desde bisoños reclutados con más engaño que otra cosa, a veteranos de tercios disueltos que se reenganchan al no poder, o no querer, retomar la servidumbre de la vida de un villano en una España que muestra evidentes signos de agotamiento. Tropa que ha curtido las suelas de sus zapatos recorriendo el camino español, recién llegada a Flandes a mediados de junio, y que esperaba gozar de unos meses tranquilos en el castillo de Amberes.
Ansioso por dar a conocer su valía y la de su tercio, don Enrique de Alagón y Pimentel, conde de Fuenclara, arenga a sus hombres con grandes circunloquios, que los veteranos escuchan con ojos glaucos. Tras preparar pertrechos, munición y otra impedimenta, el tercio se reúne en las afueras de Gante con las tropas del mariscal. Juntos, emprenderán la marcha hacia Boom.
Partida de ritmo medio-alto (1 a 3 días para todos), respetando ausencias de fines de semana y fiestas de guardar.
Se hará un betatesteo de las normas de batalla y asedio del PAB 5.
Los jugadores manejarán varios personajes a lo largo de la partida (hasta 3).
No hace falta experiencia en el JDR del Capitán Alatriste, aunque si conocer la ambientación.
Hilo de reclutamiento e instrucciones para "opositar" a las plazas.