Aquel pedazo de pergamino era de buena calidad, el sello de cera con la el dibujo de un barco surcando un océano entre varias islas llamaba mucho la atención. El mensaje que contenía también había despertado curiosidad, porque se trataba de un anuncio de la Compañía de las Islas Occidentales. No había oído hablar de aquella compañía en todo el tiempo que llevaba en Aguas Profundas, que no era mucho, pero era extraño que ninguno de los gremios de comerciantes o mercaderes con los que llevaba tratando los últimos días no lo hubiese mencionado.
En cualquier caso, ofrecía lo que estaba buscando: una oportunidad. El anuncio, clavado en un poste junto a otros anuncios parecidos ("Se busca a este asesino" "Se ofrece una buena recompensa por..." "¿Alguien ha visto a mi cabra Motita?"), resultaba demasiado atractivo para pasarlo por alto. Raro es que ningún ratero lo hubiese arrancado ya de allí porque, como ya habíamos dicho, el papel y el sello de cera eran de muy buena calidad.
La cuestión era que tenía el pergamino en la mano y se había presentado en la dirección indicada. El edificio de la Compañía ocupaba toda la manzana y tenía tres pisos. Un gran cartel de buena madera indicaba la entrada principal del local, donde hombre bien vestidos cargados de documentos y marineros cargados con sacos entraban y salían.
Nada más llegar, le pidieron su nombre y su oficio, y la razón por la que estaba allí: buscaba un contrato con la compañía. Lo hicieron pasar a una salita y le indicaron que debía pasar una breve entrevista. No estaba solo, allí también había un enano y un bárbaro.
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Aquel pedazo de pergamino era de buena calidad, el sello de cera con la el dibujo de un barco surcando un océano entre varias islas llamaba mucho la atención. El mensaje que contenía también había despertado curiosidad, porque se trataba de un anuncio de la Compañía de las Islas Occidentales. No había oído hablar de aquella compañía en todo el tiempo que llevaba en Aguas Profundas, que no era mucho, pero era extraño que ninguno de los gremios de comerciantes o mercaderes con los que llevaba tratando los últimos días no lo hubiese mencionado.
En cualquier caso, ofrecía lo que estaba buscando: una oportunidad. El anuncio, clavado en un poste junto a otros anuncios parecidos ("Se busca a este asesino" "Se ofrece una buena recompensa por..." "¿Alguien ha visto a mi cabra Motita?"), resultaba demasiado atractivo para pasarlo por alto. Raro es que ningún ratero lo hubiese arrancado ya de allí porque, como ya habíamos dicho, el papel y el sello de cera eran de muy buena calidad.
La cuestión era que tenía el pergamino en la mano y se había presentado en la dirección indicada. El edificio de la Compañía ocupaba toda la manzana y tenía tres pisos. Un gran cartel de buena madera indicaba la entrada principal del local, donde hombre bien vestidos cargados de documentos y marineros cargados con sacos entraban y salían.
Nada más llegar, le pidieron su nombre y su oficio, y la razón por la que estaba allí: buscaba un contrato con la compañía. Lo hicieron pasar a una salita y le indicaron que debía pasar una breve entrevista. No estaba solo, allí también había un oficial con una chaqueta vieja y un sombrero ridículo y un bárbaro.
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Aquel pedazo de pergamino era de buena calidad, el sello de cera con la el dibujo de un barco surcando un océano entre varias islas llamaba mucho la atención. El mensaje que contenía también había despertado curiosidad, porque se trataba de un anuncio de la Compañía de las Islas Occidentales. No había oído hablar de aquella compañía en todo el tiempo que llevaba en Aguas Profundas, que no era mucho, pero era extraño que ninguno de los gremios de comerciantes o mercaderes con los que llevaba tratando los últimos días no lo hubiese mencionado.
En cualquier caso, ofrecía lo que estaba buscando: una oportunidad. El anuncio, clavado en un poste junto a otros anuncios parecidos ("Se busca a este asesino" "Se ofrece una buena recompensa por..." "¿Alguien ha visto a mi cabra Motita?"), resultaba demasiado atractivo para pasarlo por alto. Raro es que ningún ratero lo hubiese arrancado ya de allí porque, como ya habíamos dicho, el papel y el sello de cera eran de muy buena calidad.
La cuestión era que tenía el pergamino en la mano y se había presentado en la dirección indicada. El edificio de la Compañía ocupaba toda la manzana y tenía tres pisos. Un gran cartel de buena madera indicaba la entrada principal del local, donde hombre bien vestidos cargados de documentos y marineros cargados con sacos entraban y salían.
Nada más llegar, le pidieron su nombre y su oficio, y la razón por la que estaba allí: buscaba un contrato con la compañía. Lo hicieron pasar a una salita y le indicaron que debía pasar una breve entrevista. No estaba solo, allí también había un oficial con una chaqueta vieja y un sombrero ridículo y un enano.
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Patrice necesitaba un trabajo. No sólo para sobrevivir en el duro día a día de aquella grandiosa ciudad llena de todo tipo de personas, sino para pagar sus deudas con Ian Ham. Ese prestamista no tenía amigos en cuanto éstos les debían una miserable moneda y por desgracia, Patrice le debía más de una. Aquella era una oportunidad para saldar su deuda y en el peor de los casos, alejarse lo suficiente de la ciudad, como para no volver a encontrarse con Ham, al menos en mucho tiempo.
Lo cierto era que Patrice llevaba ya cerca de un mes malviviendo en una pensión de mala muerte, barata, pero oscura, húmeda y con un jergón lleno de malditos piojos donde poder dormir. Le quedaba poco efectivo y no pensaba vender ni una sola de sus "herramientas", pues sólo con ellas podía seguir ganándose la vida. De hecho, tuvo cierta suerte de estas sin blanca, pues hacia tres días que no probaba alcohol y eso le mantenía sobrio, aburrido y horriblemente sobrio. Pero su sobriedad le había llevado a encontrar aquella oferta de trabajo que tenía tan buena pinta.
Lo que no le cuadraba era lo de la entrevista. ¿Iban a preguntarle, sobre qué? No le gustaban las preguntas y menos tener que responderlas. Tampoco se imaginaba quien podía ser o como podía ser su patrón, pero lo que menos le gustaba era la idea de tener que ser evaluado. Él era un buen marinero y a cualquier patrón le bastaría con echarle un vistazo para saberlo. Era un tipo duro, un tipo que había dedicado su vida al mar y bastante conocido por aquellos puertos.
- Espero que sea corto. - Dijo Lefebre. - El tema este de la entrevista. - Les aclaró a un enano y a un tipo rudo que se hallaban en el mismo lugar que es. - No entiendo a que viene tanta... - Se encogió de hombros. - Un patrón de barco, normalmente va al puerto y elige a los marineros que están ociosos en el dique o en alguna taberna esperando una oferta de trabajo. Un vistazo suele bastar para elegir... - Tragó saliva. Igual a esos dos no les importaba una mierda lo que estaba barruntando. - Patrice Lefebre... - Se presentó ofreciéndoles la mano.
—¡Eh tú! —se oye a Yan gritarle a un joven que pasaba cerca del poste de anuncios—. Léeme lo que pone en este anuncio —le acerca el pergamino con el sello de un barco, el único que le había llamado la atención de todos los que estaban colgados en el poste. El joven, asustado, trata de escapar pero uno de las fuertes manos de Yan se apoya sobre su hombro derecho y repite su orden. —¡Lee! —aprieta un poco su agarre y el joven comienza a describir con pelos y señales todo lo que pone en el mensaje, incluso le da a Yan indicaciones precisas de cómo se llega al edificio de la Compañía de las Islas Occidentales.
—¡Gracias chaval! —se despide Yan del joven, dándole una fuerte palmada en la espalda que casi lo tira al suelo—. Cuidado chico, ¡que te tropiezas! —exclama antes de estallar de risa y comenzar el camino hasta el edificio de la compañía.
Por fin una oportunidad de llenarme los bolsillos, piensa mientras entra en el enorme edificio y se cerciora de que el joven no le había engañado. Allí le señalan el camino para los que acuden por el anuncio y lo dirigen hasta una pequeña sala antes de pasar una entrevista.
¿Una entrevista? Pff... ¿En qué casa de mojigatos te has metido esta vez, Yan?, piensa mientras se intenta acomodar torpemente en una de las sillas. En la misma sala había dos personas más, un enano de duro aspecto y un oficial que se presenta como Patrice Lefebre.
—Yan Kabanen —responde aceptando su mano y estrechándola con firmeza—. Y yo tampoco entiendo una mierda de por qué nos tienen que entrevistar, pero bueno... Espero que al menos la paga sea buena, por las molestias —añade riéndose.
Chuck era bastante escéptico, algo desconfiado y podía rayar en lo huraño. Era como un Enano pero con mal día, para que nos entendamos, sólo que nadie quería ver a Chuck con un mal día de verdad. El tipo que le recibió le preguntara qué hacía allí le sorprendió un tanto, pero no tanto como el asunto de la entrevista. - Por las pétreas pelotas de Clanggedin, ¿qué es una entrevista? -
Cuando entró en la sala donde estaban el tipo del sombrero y el chico musculoso arrugó algo en entrecejo. A lo mejor querían hacer una selección y debían dirimir quién era el más apto para... para lo que quiera que necesitaran gente, sí eso debía ser. Ahora le quedaba la duda si le pedirían que repartiera mamporros a esos dos o les preguntarían cómo se friega una cubierta. Ambos humanos parecían hombres de mar, si bien Chuck, con su coraza hecha con lo que parecían escamas de algún tipo de sierpe, que aunque si se examinaba de cerca más que escamas es como si alguien hubiera dado forma al caparazón de una gran tortuga marina, sus cabellos y barba trenzados y poblados de múltiples abalorios de corte marino, y su pipa de espuma de mar, cuya cazoleta apenas se veía en sus enormes manazas, tenía más aspecto de marinero que ellos. Incluso había algo de salitre aquí y allá en su armadura.
Giró su mirada de uno a otro alternativamente, unos ojos los que tenían un aspecto algo inusual, ya que parecían evocar cierto brillo metálico desde su interior Su pelo era de color pálido, como si fuera un rubio muy claro, uno que desembocaba en un color metálico entre plata y bronce, dependiendo qué luz reflejara. Con una parsimonia de la que gozan las razas de larga vida, se encendió su pipa dándole un par de caladas, para después exhalar una nube de humo azulado. - Grmmblfjjj... - Incluso se las apañó para gruñir por lo bajo mientras lo hacía, para después tomar una decorada jarra de peltre de un morral en su cintura, a la cual dio unos buenos sorbos; por la espuma que se apreciaba en su parte superior parecía que contenía cerveza.
- Chuck Masticarrocas. Parece que aquí hacen "entrevistas". - Casi escupió esta última palabra, con lo cual una nubecilla de motas de espuma salió despedida de su barba. Luego dio otra calada a su pipa; el olor a tabaco aromático comenzó a llenar la sala.
Llevaban un rato esperando en la antesala cuando las puertas dobles que conducían a un despacho se abrieron. Un criado con librea observó que solo estaban ellos tres allí, que nadie más había respondido al anuncio, de modo que los hizo pasar al interior después de pedir sus nombres.
Se trataba de un gran salón decorado con extravagantes tesoros marinos. En las paredes había pinturas que representaban monstruos de leyendas, como un gran kraken aferrado a un barco en mitad de una tormenta, o una preciosa sirena tumbada en una gran cocha marina. También había otros artefactos colgados en los muros, desde arpones herrumbrosos a maderos que habían pertenecido a grandes barcos. Un mástil enorme apuntalaba una de las esquinas de la sala. Las ventanas que daban al exterior estaban cubiertas por por cortinas que eran en realidad, velas. En pequeñas vitrinas había monedas, huesos, tablillas, cuencos, y todo tipo de tesoros recogidos de lugares exóticos. Al fondo, junto a una chimenea, había un gran escritorio repleto de pergaminos y legajos, y tras él, un hombre de pelo canoso, gafas redondas y buena planta.
Los tres aspirantes a marineros se detuvieron frente al escritorio y el hombre les hizo un gesto para que se sentaran en un banco de madera que había justo delante, que debía haber sido en su día de un barco y había sido rescatado del fondo del mar únicamente porqe en su respaldo estaba grabado el nombre "Compañía de las Islas Occidentales".
-Buenos días, muchachos. Soy el capitán Archibald Alistair, dueño de la Compañía de las Islas Occidentales. ¿Habéis oído hablar de ella? No, por vuestras caras yo diría que no.
Se echó hacia atrás para acomodarse en su sillón y evaluó a los aspirantes.
-Os explicaré en qué consiste este trabajo y después, vosotros me diréis por qué lo queréis y por qué pensáis que sois buenos para llevarlo a cabo. Dentro de dos días saldremos de Aguas Profundas hacia el archipiélago de Los Huesos de Ballena, pasaremos de largo para navegar por el Mar Impenetrable hasta unas islas remotas todavía inexploradas. Son tres islas, la Isla de las Flores, la Isla de la Ruina y la Isla de los Manantiales. Hemos explorado las dos primeras y nuestros chicos regresaron con tesoros incalculables. Queda la Isla de los Manantiales, la más grande de las tres, donde un volcán en su centro está siempre en erupción y hay vestigios de ruinas élficas. No nos interesan los tesoros ni las reliquias, solo la exploración. Todo lo que encontréis será vuestro y, al cambio, nosotros nos llevaremos un cinco por ciento del total de todo lo que encontréis. Pagamos, además, por todo tipo de información sobre el lugar.
Depositó sobre la mesa un cuaderno.
-En ese libro hay información sobre las demás islas. No te preocupes, hay dibujos, no necesitarás leerlo -le dijo a Yan-. Bien, dicho esto, ¿quienéis sois y por qué queréis explorar la Isla de los Manantiales?
Patrice, que todavía no se había sentado en aquel banco avanzó un paso hacia el capitán de la Compañía de las Islas Occidentales. No esperaba que les recibiera el mismo capitán y tampoco esperaba ese tipo de preguntas que acababa de hacerle, aunque lo que si estaba bastante bien era la oferta que les hacía. Sólo pedía cinco de cada cien piezas de oro de lo que pudieran saquear y al parecer había bastante que saquear. Carraspeó para aclararse la voz.
- Patrice Lefebre. - Se presentó. - Una pequeña puntualización... - Se atrevió a apuntar. - ...habla de tres islas inexploradas, pero comenta que dos ya han sido exploradas. Entonces... sólo hay una de ellas inexplorada... - Meneó la cabeza. - Ahm... es igual. - Esperaba no haberle ofendido, pero es que realmente había dicho una soberana estupidez. - Tengo bastante experiencia en el mar y también en exploración de terrenos desconocidos. Creo que soy un buen candidato para esta misión. - Afirmó con gran seguridad. - Evidentemente, lo que busco es ganarme la vida de forma honrada. Al menos todo lo honradamente que sea posible, ya me entiende. - Comentó. Hizo una breve pausa. - Además, soy un hombre de culo inquieto. Me gusta descubrir nuevos horizontes y esta misión promete ser interesante. Si me puedo llenar los bolsillos y el trato parece más que bueno, más que mejor. - Hizo una pausa. Dudaba si preguntar aquello o no, pero finalmente lo hizo. - ¿Sabe si hay nativas en esa isla a la que vamos? ¿De qué color es la gente allí?
Tras decir al criado uniformado su nombre, Chuck apuró el contenido de la jarra de un par de tragos devolviéndola al luegar de donde la había tomado. Dejó que su pipa se quedara en brasas, presta para ser activada de nuevo por unas buenas bocanadas de ser el caso, y tomó el tercer lugar en la comitiva que componían. A pesar de ser alto para ser un Enano, no dejaba de estar un par de palmos por debajo de las cabezas de los humanos, así que prefería dejar los primeros puestos a otros.
Una vez el hombre que les recibió explicó el asunto, Chuck no pudo por más que asentir. Aquel tipo sabía ir al grano, había que reconocérselo. Había un par de cosas que le escamaban como que hubiera piedras de los orejas picudas en aquel lugar, y que el tipo no fuera demasiado claro en cuanto a qué compraba ese cinco por ciento del que hablaba. En sus años mozos el fornido Enano no sabía leer ni escribir, y tampoco los números, pero años dedicados a viajar le habían enseñado muchas cosas.
- Debo decirte capitán Archibald Alistair, que tienes un problema en tu organización. Di mi nombre al de la puerta, a estos dos compadres, y al sirviente uniformado que nos ha traído aquí. Si aún tienes que preguntarlo, me plantearía dar una vuelta al funcionamiento de este sitio, capitán.
En todo caso, Chuck Masticarrocas. Normalmente protector de navíos o herrero de a bordo, algunas veces he trabajado de oficial de navegación, en varios puestos. El caso es que no había oído hablar de esta Compañía porque nadie me ha hablado de ella, cosa que me parece bastante rara y puede que hasta sospechosa si fuera mal pensado.
Puedo trabajar como explorador de tierra también, y me interesa ser rico. Me gustaría saber exactamente qué pagan esas cinco monedas de cada cien que reclamas para ti, capitán. -
El gesto de Chuck era ceñudo, poco amistoso, puede que rayando en lo huraño. El tipo no era muy amable, la verdad y seguramente su tono podría tildarse de ofensivo. Sin embargo su aspecto hablaba de alguien que sabía desenvolverse en alta mar.
—Yo soy Yan Kabanen, marinero y hombre para todo —contesta el bárbaro con energía, señalándose el pecho con orgullo. Había acudido a la reunión con alegría y esperanzas de encontrar un trabajo con el que llenarse los bolsillos y el que el capitán Archibald les acababa de proponer tenía pinta de ser de lo más lucrativo.
—¿Y preguntas por qué quiero explorar la Isla de los Manantiales esa? —responde con otra pregunta a la demanda del capitán-. Tú mismo nos has dado las respuestas. Tesoros, peligros, aventuras... ¡Una gran recompensa y gloria! No sé qué más se puede pedir en esta vida -remata.
Había sido algo más escueto que sus dos compañeros anteriores, pero la respuesta había sido completamente sincera. El contrato que estaba a punto de firmar era exactamente lo que estaba buscando. Incluso aceptaría cobrar bastante menos, pero no es algo que comentaría abiertamente. Por si acaso.
El aristócrata escuchó a los presentes uno por uno, sin interrumpirles y tomando notas en un cuaderno, alzando una ceja de vez en cuando.
-Así es, señor Lefebre, así es. Son tres islas inexploradas, pero anque solo conocemos dos, la tercera es la que tienen que investigar. ¿Quiere de verdad entrar en esta expedición cuando corrige incluso la forma de hablar de un superior? -preguntó mirando a Lefebre por encima de sus gafas-. Yo esperaría de usted un motín, a este paso, no sé si es el hombre adecuado para esta tarea...
Realizó un tachón en sus notas antes de seguir.
-Tengo su nombre en esta lista, señor Masticarroca, no lo he perdido, gracias. Una persona educada se presenta ante otra persona educada y si le pido su nombre es para saber a quién debo dirigirme, no porque haya perdido su cita por el camino. No espero una actitud dócil, pero tampoco espero que uno sea irrespetuoso con sus superiores o sus compañeros. No somos piratas, somos marineros disciplinados, y nuestra Compañía es completamente legal.
Anotó algo más en el cuaderno y por último se dirigió a Yan.
-Esa es la actitud que buscamos -comentó sonriendo hacia el bárbaro. Parecía que le había caído bien-. Estamos aquí para explorar, reunir tesoros y vivir aventuras. No para cuestionar lo que otros hacen o dejan de hacer -dijo mirando al enano y al capitán-. Así que, ¿estáis intersados o no?
- Si estamos aquí, es precisamente porque estamos interesados, caballero. - Respondió Patrice. - No quería ser irrespetuoso. ¡Para nada! - Exclamó. - Sólo que... no entendí... bueno, igual... - Meneó la cabeza para cambiar de tema. - ¿Usted quiere un buen marinero, un hombre de mar desde la cuna? - Le preguntó. - Tiene a uno delante. He estado en muchos barcos. He recorrido todo el continente y he navegado a través de todos los océanos y la mayoría de los mares... - Carraspeó. - Y de momento, mi buen señor, no he protagonizado ningún motín, ni me he puesto a favor de alguien que lo iniciara. ¡No señor, eso está mal!
Lefebre prefirió no hablar con el incidente el alférez Leblanc. Su inacción les habría llevado al fondo del mar y la iniciativa que demostró Patrice, fue tomada como precisamente eso, un "motín", aunque lo cierto era que nunca fue su intención usurpar la capitanía del barco, sino salvarlo del hundimiento y con ello, a cuantos más de sus tripulantes posibles. Demostrar iniciativa y valor, sólo sirvió para ser expedientado y expulsado de la marina. Todo por contradecir unas cuantas órdenes estúpidas. Tan estúpidas como el propio Leblanc.
—¿Interesado? ¡Por supuesto! —responde Yan nuevamente alzando la voz demasiado. Aunque la parte en la que el capitán hablaba de marineros disciplinados no le acababa de convencer del todo, la promesa de vastas riquezas compensaba tener que aguantar a marineros mojigatos y estirados. Además, el dúo que le acompañaba parecía mucho más de su estilo así que al menos tendría compañía no aburrida durante el viaje.
—Entonces... ¿Cuándo zarpamos? —pregunta sin esperar ningún tipo de respuesta del enano y sin ocultar su emoción.
- MasticarrocaS en plural, señor capitán Archibald Alistair, corrige tus notas. Llevo siendo educado un rato más de lo que acostumbro, y si lo soy no es porque crea que merezcan que lo sea, seguramente no merezcan ni la mitad de lo que lo he sido, pero ese no es el asunto, claro.
Ahora que por cuarta vez, y de manera correcta al menos por la parte que me toca, están hechas todas las presentaciones, deberíamos concentrarnos en el tema de la contratación y el trabajo. No soy muy dócil, eso se lo dejo a las mulas y en cuanto a superiores aun no he firmado nada, así que tampoco tengo ninguno a la vista. Aquí a los compadres tampoco les he faltado - aún... -, pensó para sí el hosco Enano -, así que de momento todo bien en ese aspecto. Y sí, me interesan las riquezas y los tesoros perdidos. -
El tipo no tenía mala pinta, pero cuando consiguiera sacarse el palo que tenía metido por el trasero sin duda sería un mejor patrón. Vendía su producto como si todo el mundo debiera comprarlo y la verdad es que antes de dar por válidas todas las historias del capitán, sería algo adecuado contrastarlo con una fuente fiable. La cosa es que Chuck no tenía contactos en esta ciudad, así que en realidad iba un poco a ciegas...
Chuck no era muy hablador, de hecho había hablado más en la última media hora que en el último medio mes. Si había hecho el esfuerzo era porque pensaba que esto era una gran oportunidad o un gran engaño, y estaba dispuesto a averiguarlo en definitiva.
El oficial aún estuvo haciendo más preguntas durante media hora y los futuros exploradores no sabían si era para probar su paciencia o porque realmente le interesaba toda aquella información. Los futuros exploradores aguantaron la turra porque una sirvienta trajo comida y bebida para todos ellos, y practicamente se dieron un festín mientras el señor Alistair les preguntaba hasta por su talla de calzón. Finalmente, con la cabeza y las orejas calientes, el estómago lleno y el gaznate remojado, el oficial se puso en pie y consultó un artefacto que guardaba en un bolsillo, sujeto con una cadena dorada a su elegante chaleco.
-Bien, señores. Tienen dos horas para recoger sus pertenencias y dirigirse al puerto, el Fortuna zarpará al mediodía.
De un cajón extrajo unos pergaminos que colocó ante la mesa y los puso delante de cada uno.
-Su contrato. Ahí pueden ver todas las condiciones. Con una X será suficiente -le dijo al bárbaro-. Guarden ese documento, les ofrecerá inmunidad para casi todo. Casi todo. Si dentro de dos horas no están en el puerto y a bordo de mi barco, ese contrato quedará totalmente anulado.
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