Monto a Tiago en mi jamelgo, con objeto de darle sepultura cristiana más tarde, y la espoleo para que se ponga en marcha. -Partamos pués hacia Labiana-.
Pnjotizado.
Comenzais la marcha dandoos un poco de prisa para estar en el pueblo antes de que se haga de noche. Llevais como 10 minutos de marcha, cuando veis que en mitad del camino hay un cuerpo humano en el suelo, os acercais con cautela y descubrís que es Mu´tamid que está inconsciente en mitad de un charco de vómito.
No marqueis a Mu´tamid.
-No pondré a nadie sobre Tiago, él dio su vida por nos. Este hombre no-. Digo lacónico. -Si tanto lo quereis, montadlo vos en el vuesto-. Digo a Diego.
Pnjotizado.
De repente empiezas a oir sonidos, a ver un algo aunque borroso. Reconoces las voces de tus compañeros, que están hablando cerca de ti. De hecho están a tu lado.
Con un fuerte dolor de cabeza, y un agrio sabor de boca, Mu´tamid abre los ojos.
-Uh, ay..que..que..que a piasado?
Me voy hacer el longuis como quien no se acuerda de nada desde que pedí el caballo y eché a correr.
Mu´tamid no entendía muy bien lo que pasaba, pero se dio cuenta de que volvía estar con sus compañeros de viaje e iban de camino al cercano pueblo. El no estaba contagiado, ni mucho menos, simplemente su físico y tan macabras imágenes le pasaron factura. No tenía estómago para todo aquello.
La postura no era la más cómoda, pero prefería eso a ir andando. EL miedo por el posible contagio aun latía en su interior, pero si llevaba allí sabe Dios cuanto tiempo, a lomos del caballo, compartiendo espacio con el contagiado...nada podía ocurrirle que no hubiese dado tiempo a ocurrir ya.
-Muchias grasias por il viaje sidi.
Agradecí tener algo más por lo que preocuparme que por la muerte de Tiago. La enfermedad de los dos plebeyos me había dado algo en lo que pensar, y aunque ya era tarde para ello, pensé que hubiera sido buena idea registrar con un palo los cadáveres de los bandidos para comprobar si presentaban algún síntoma.
Parecía destinado a hacer yo solo el camino, pues la enfermedad, las más de las veces, era sinónimo de muerte, y los plebeyos no tenían muy buena pinta. Este pensamiento me hizo temer por don Diego al caer en la cuenta de que tenía tan cerca los cuerpos de los infectados, y en especial el de Sixto, así que creí necesario advertirle.
-Don Diego, vi a Sixto coger unas bolsas de cuero del cuerpo de uno de los bandidos. Cuidad de non las tocar, que pueden ser el foco de la infección.
Sin embargo, inmediatamente después pensé que el moro no había tocado nada para que se infectara... o bien yo no lo había visto. Quise comprobarlo.
-Mutamid, ¿has tocado tú a los bandidos? Es importante que digades verdad, por que podamos acorrervos en vuestra enfermedad.
Sixto seguia silencioso y cabizbajo.
Seguís vuestro camino a buena marcha pero os dais cuenta de no llegareis a Laviana antes de que se haga la noche. El sol se oculta y las estrellas y la luna se muestran ante vosotros. La noche es silenciosa, de vez en cuando el ulular de un buho que se cruza en vuestro camino. Los árboles que están a los lados del camino se mueven cadenciosos con el aire, y se oyen sonidos de ramas que crujen y correteos, seguramente de algún animalejo nocturno. Aún así seguís caminando pués os dijeron que el pueblo estaba cerca. Y así es, veis luces de antorchas como a media legua o menos. Os encaminais a buen paso y llegais a la entrada del pueblo.
Pasamos a escena 2.