Sancho sale corriendo a su vez, resoplando por el esfuerzo continuo...No habra tiempo de descansar nunca?
Con retraso por el hecho de haber buscado su sable y el esfuerzo de correr con el resuello perdido, Bill intenta seguir al resto.
-¡No os precipitéis, no os precipitéis, diablos!
El camino a la playa es angustioso, la llegada desoladora. El barco sigue ahí, pero no hay rastro alguno de vuestros compañeros... hasta que se oye gritar a Sèbastien.
- ¿Estás tonto, alcornoque? ¡Casi me escaldas!
Acompañando al grito se ve al francés dar un par de saltos en la cubierta y, tras él, a Malc con una olla caldeante entre sus manos. Repentinamente se dan cuenta de que alguien les observa, y entonces Malc deja caer descuidadamente la olla al suelo... para mayores gritos del francés.
Sólo entonces os dais cuenta de que algunos de los jóvenes de la aldea, los más ágiles, os han seguido y miran la escena tan atónitos como vosotros. Uno de ellos pregunta:
- ¿Amigos?
Levanto una mano tranquilizadora hacia los indígenas.
-Amigos -digo, por toda respuesta.
Luego me acerco a Sèbastien y a Malc.
-¿Qué demonios hacéis aquí? -bramo. La situación cada vez me parece más tensa, y esos dos no suelen hacer más que complicar las cosas.
Malc te mira algo extrañado.
- Co...cocinar. Es la hora de comer. Lleváis más de un día fuera y no traéis leña, pero sí mano de obra... ¿Van a trabajar con nosotros?
Los nativos le miran. Luego añade:
- Creo que no.
Me adelanto un paso y alzo la voz para que me oigan desde cubierta.
-¿Habéis visto movimiento? ¿Algún barco quizá?
- No, nada de eso, ¿Acaso esperamos compañía?
-Hum, quizá nuestras suposiciones no fueran infundadas. Hay que mantener un ojo atento.
El francés responde con desdén mientras seca sus calientes y mojados calcetines.
- Eso parece.
Después lo piensa mejor y añade:
- Si habéis visto un barco, está claro que por aquí no ha pasado. Quizás en la otra playa, la que hay al lado de esa montaña. Si hubieran venido por ese lado no los habríamos visto, nosotros nos alejamos de ella cuando el viento nos desplazó hacia ésta, durante la tormenta, ¿Recordáis?
Asiento a Sébastien.
-Estad alerta -le aconsejo-. Anoche mataron a alguien en la playa.
Luego, dirigiéndome a mis compañeros.
-¿Vamos a la otra playa?
También me fijo por si esas montañas cercanas a la playa son las que el anciano nos señaló. Donde se supone que están los espíritus que guardaba el fallecido.
Sancho llega a la carrera, asfixiado por el esfuerzo. Oye a sus compañeros y se tranquiliza al ver que se encuentran bien. Con las manos en las rodillas su respiración se vuelve dificultosa a medida que sus pulmones intentan llenarse de aire.
Esperad... un segundo... busquemos rastros... Su voz es casi como un estertor, la carrera le ha dejado exhausto.