Tras utilizar las granadas para hacer explotar la piedra impía, un fragmento del Caos mismo, los acólitosregresan de nuevo a la superficie.
Nada les impide alcanzar la enorme compuerta que cierra el acceso a estas cavernas malditas. Las bestias y seres del inframundo que las habitan han escuchado bien alto el mensaje: la luz del Emperador ilumina hasta el rincón más oscuro. Nadie osa acercarse a los acólitos ni interfiere su camino. La imagen de la explosión que ha puesto fin a estos días de pesadilla aún perdura en las mentes de los aspirantes a Inquisidores. Con su destrucción, la luz enfermiza y asfixiante colapsó e incluso los mismos fragmentos se disolvieron sin más. La habitación volvió a ser lo que era: una sencilla cámara de roca. Aunque un olor dulzón perduró en el ambiente, como a lavanda echada a perder. No obstante, tras lo vivido allí nadie se quedó a investigar. Habían cumplido con la misión y ahora querían volver a casa y descansar.
Los soldados quedaron francamente impresionados con vuestro relato, a pesar de que saber que sus compañeros habían fallecido resultó un duro golpe. El Comisario también alabó vuestro trabajo, aunque a su modo, y por sus palabras, parecía satisfecho con vuestra actuación. De hecho, os prometió hablar bien de vosotros con vuestros superiores, de forma que vuestros méritos no cayeran en el olvido.
Pasásteis un día más en el campamento hasta que la nave de enlace os recogiera. Durante ese tiempo, las miradas de suspicacia se convirtieron en miradas de respeto, y os convertísteis en uno más del batallón. De hecho, hasta el Comisario os firmó un permiso para que saboreárais comida de verdad.
Vuestro señor quedó igualmente satisfecho con la resolución del incidente. Con semejante bautismo de fuego no pudo por menos que declarar concluido vuestro periodo de entrenamiento y nombraros oficialmente acólitos.
De regreso a vuestros camarotes, en la enorme nave inquisitorial, aún intoxicados por el éxito conseguido, no podíais dejar de preguntaros qué es lo que os depararía el futuro...
En su camarote, con la iluminación a media potencia, la acólita inquisitorial Cimbria, llora. Esta inclinada sobre una pequeña escribanía, con una pluma entre los dedos, deslizándola delicadamente sobre un basto pergamino. Todo el tallo de la pluma esta erizado en diminutas púas, que laceran la carne de aquel que la utilice.
"Diario personal de la Acólita Inquisitorial Cimbria; Informe de misión...
Hemos cumplido nuestra misión sin ninguna baja, gracias le sean dadas al Emperador. Un pequeño fragmento del Caos ha estado a punto de destruir buena parte de nuestra cordura y de nuestra Fe. Han quedado muchas preguntas sin resolver... preguntas que ninguno de nosotros debe contestar...
Mis hombres han servido bien... han demostrado todas las cualidades que un acólito necesita... en particular Praetus..."
Llegado a este punto, Cimbria deposita cuidadosamente el estilo en su soporte e introduce sus mortificados dedos en un tarrito del que se desprende un olor seco. El rostro de la acólita se crispa al sentir el ardor provocado por el alcohol destilado, con el que intenta desinfectar las heridas de su mano. Paseando lentamente por el camarote, las luces envuelven las curvas de mujer, cubriendolas con unas suaves sombras. Una vez satisfecha con el rudimentario tratamiento antiséptico, Cimbria vacia de un trago el vaso, sintiendo como el alcohol destilado en las tuberías de la nave le abrasa la garganta.
"Prosit"
Después del brindis susurrado, la acólita deposita su vaso sobre una mesilla junto al catre y se deshace de la poca ropa que lleva encima tumbandose sobre la cama... perdida en las ensoñaciones impropias de una acólita Inquisitorial.
Praetus por primera vez en varias décadas podía permitirse sonreir con franqueza. Cosa que resultaba bastante extraño en un rostro que haría palidecer al plastiacero por su dureza. Estaba vivo y lo que es mas, su larga cadena de condenas quedaba anulada, borrada, eliminada de la faz de los registros del Administrorum. Había pasado de ser una amenaza para el Imperio, ínfima pero al menos en su planeta de origen era muy conocido, a ser uno de los adalides en la lucha contra miedos y amenazas que hacían parecer bebes en pañales a los hombres de su banda.
Pasó todas y cada una de las horas de espera a la nave de embarque en la cantina del campamento imperial, arrasando con todo alcohol que le pusiesen delante y fumando con calma y satisfacción. Por suerte las arcadas terminaron a tiempo y con el estómago vacio pudo mostrar una imagen mas presentable a su Maestro.
El sueño le llegó en su camarote, con su equipo desperdigado por el suelo, recién grabada la cabeza afilada del hacha para rebautizarla como "CHOP". En la mesilla descansaba una botella de amasec prácticamente vacía y otra estaba perdida por el suelo. El cenicero estaba lleno de colillas de lho y el ambiente estaba cargado de olores fuertes, sudor, alcohol, lho y materiales de mantenimiento de armas y equipo. El cuerpo de Praetus, inconsciente por la borrachera y con un hilillo de baba por la comisura se adivinaba en un extremo del catre. Una mano aún sujetaba una botella de amasec y los labios guardaban una apagada colilla de lho.
Sí, era como estar en casa.