Dispuestos a ir a la torre indicada para que el negocio no quede cojo, puesto que la mitad queda por hacer. Ya tienen los viajeros la fuente de de la que manaba la historia de fantasmas, pero los rústicos, de natural desconfiados, quieren hechos que avalen las palabras. Si pasan la noche al raso, el día siguiente amanecerá con risas de los de Bullas por sus tontas supersticiones, maese Manuel podrá contratar sus jornaleros, y la bolsa de dineros que se llevarán de buen gusto los nuestros viajeros.
Los viajeros llegan a las ruinas de la torre a media tarde. Tiempo más que suficiente para aposentarse buscándose buen acomodo. Aún quedan algunos techos que no se han venido abajo y rocas por doquier, pero estos viajeros en peores sitios se han visto.
Fidela caminaba por el sendero que les llevaba hasta la zona del molino, confiada de que todo lo que sucedía en aquellos páramos era futo de la palabrería, la superstición y los estúpidos miedos que transmitían las viejas con sus cuentos cuando caía la luz del sol.
- Bueno, solo una noche y mañana amaneceremos más ricos... Creo que me cogeré una pequeña casita aquí en Bullas y ejerceré la medicina en la villa... ¿Qué pensáis hacer vosotros con los dineros que ganaremos?... - Fidela encontró un hueco dentro de la estructura del edificio, alejándose de zonas de rocas, pues bien era sabido que allí se escondían las alimañas -...¿Nos tomamos este buen vino?.... - descorchó la bota y dio un buen trago a la botella
La mora rechazó con un gesto el ofrecimiento del vino de Fidela.
- No sé muy bien para cuánto darán los dineros, Fidela- respondió Yamila a la cuestión de la curandera- Me gustaría asentarme en una villa tranquila, y enseñar a los chabeas a tocar los instrumentos , a leer y recitar poesía...- contaba con aire soñador
El grupo siguió el camino hasta la torre sin ningún tipo de sobresalto.
Julián se detuvo a contemplar lo que quedaba de la torre.
-Un buen montón de pedruscos- Confirmó. -Ya solo queda lo fácil-
Buscó un lugar a la sombra en el que recostarse cómodamente. Si tenía que pegarse allí toda la tarde y la noche, mejor de esa forma. No rechazó la invitación. Tomó la bota que Yamila rechazó y pegó otro tiento. No tan grande como el de la curandera. Más les valía que les durase.
-Pos...- Julián aun no había pensado que hacer con la recompensa. Tampoco sabía de cuantos oros se trataría. -Si es posible arreglar un poco la barbería. Está mu vieja, la verda'. O la tez... Si da pa comprar tierras convertirme y en un señor de esos-
Vino y conversación austera, para Julián y Fidela, y un poco de reflexión tranquila para la qaina Yamila. El tiempo avanza tiñendo de negro el cielo y poniendo al día su broche, cuando os cubre la noche.
El rato pasa sin contratiempos, por eso he hecho una pequeña elipsis. ¿Qué vais a hacer a continuación?
El vino fue cayendo conforme las conversaciones tenían lugar. Y en vista que allí nada pasaba Fidela recostó su cabeza sobre el antebrazo, tomando posturas para soñar como una bendita, la plenitud que alcanza aquella que tiene la conciencia bien tranquila, a pesar de su estado de buena esperanza que aún no se dejaba notar.
- ¿Sabéis de instrumentos, Yamila?... Tocad algo para relajar... - sugirió la curandera cuando la qaina comentó cuál sería su destino futuro -... Don Julián, buen propósito tenéis si arregláis la barbería, más no creo que los dineros estiren tanto como para tener tierras.... - pero soñar era tan hermoso y gratuito, que Fidela se veía ya con un caserón parecido al de Don Manuel donde varios mozuelos correteaban persiguiéndose, sus propios hijos, y donde un apuesto varón los miraba con orgullo, un hombre obviamente producto de su imaginación.
Alegró a Yamila la petición de la curandera. Presta sacó su rabel del raído estuche y se dispuso a cantar una jarcha. Sus dedos se deslizaban por las cuerdas como si conocieran el camino de memoria, y el arco volaba como si tuviera vida propia. Las notas que arrancaba al instrumento resonaban en las paredes de piedra de la torre, que las devolvía, mezclándolas con sus sucesoras. Como siempre le sucedía, llevada por las notas, su voz parecía querer escapar de su garganta. Entonces, la dejó ir:
¡De tanto amar, de tanto amar,
amigo, de tanto amar!
Enfermaron unos ojos antes sanos
y que ahora duelen mucho.
Dejó que la música del instrumento siguiera fluyendo unos instantes antes de dar las notas finales.
- Bueno, y creo que con los dineros también le compraría un nuevo estuche a mi rabel- finalizó con una sonrisa, mientras guardaba de nuevo el instrumento en su maltrecho estuche.