Nada ocurrió mientras Dakota tanteaba la presencia de tiradores en la cercanía. O no había nadie o no habían mordido el cebo. La posibilidad de asomar la cabeza de verdad y recibir un tiro existía, pero Dakota tenía que vivir (o morir) aceptando esos pequeños riesgos. Echó un vistazo hacia fuera.
Nada ocurrió. Una de las ventanas del edificio cercano, o tal vez la azotea, hubieran hecho buenos puntos donde colocar un tirador, de haber creído alguien que era necesario. Todo estaba despejado; la calle estaba vacía. Los de este pueblo parecían haber aprendido a evitar los problemas. El tiroteo que sin duda implicaba a Frank había ocurrido en el lado opuesto y en la trasera del hotel no había nada ni nadie. Una calma extraña.
Para evitar probar una soga de cáñamo en su cuello, Dakota sabía que lo mejor era marcharse pronto. Era de suponer que esa costumbre local de meterse en sus asuntos y alejarse de los problemas no sería del todo compartida por los representantes de la ley. Mucha gente habría oído los disparos, y los forasteros que matan a paisanos nunca eran bienvenidos.
Con largas zancadas, Dakota abandonó la habitación, poniendo poco cuidado en que sus botas respetaran los restos mortales de sus víctimas.
El indio salió del edificio para encontrarse con un vaquero abofeteando a un mexicano que agonizaba en el suelo junto a otros dos cadáveres de chicanos. Por si ya fuera difícil interrogar a un enemigo moribundo, como Dakota sabía bien, en este caso no ayudaba el que la víctima no hablase una palabra de inglés. Frank no sabía mucho más de español.
Cowboy y apache intercambiaron una mirada que podía estar cargada de significado o no tener ninguno. Antes de que alguien pudiera decir palabra, el sonido de un galope les hizo mirar hacia el lado opuesto de la calle. Un jinete vestido de negro se alejaba a toda carrera hacia el norte, saliendo del pueblo. Entró en la calle principal abandonando la trasera de un hotel cercano, y se alejaba a la considerable velocidad de su montura.
Frank encogió los hombros queriendo decirle a Dakota "a ese no lo alcanzamos ya..." Luego, antes de centrarse en el rehén, comentó al apache: - No sabrás español, ¿verdad? - El vaquero pensaba acabar con la vida del ladrón con sus propias manos.
Dakota reaccionó tarde ante la repentina huída de su misterioso atacante, más preocupado por el estado de Frank y sus nuevas víctimas que por lo que ocurría a su alrededor. Quizás por ello, para cuando por fin consiguió poner al diminuto jinete en su punto de mira, éste ya se había alejado demasiado como para tener alguna posibilidad cierta de darle. No obstante…
- BANG !!!
El solitario disparo de su viejo Winchester resquebrajó la tensa calma que se había aposentado sobre el lugar. En verdad, no se trataba de un disparo de agresión propiamente dicho. A esa distancia hubiera sido un milagro acertarle a algo. Era más bien para soltar un poco la furia contenida.
En cualquier caso, el estampido no pareció cumplir ninguno de sus objetivos, pues el indio se volvió de inmediato sobre sí mismo, mascullando por lo bajo algún tipo de maldición antigua y olvidada.
Tras ello, Dakota observó largamente a los prisioneros de Frank, con aquel gesto inescrutable e insensible de siempre, como si no tuviera frente a si más que unas cuantas rocas mugrientas y gastadas.
Casi pareció encogerse de hombros antes de encaminar sus pasos hacia la construcción que se hallaba justo enfrente del hotel que acababan de abandonar.
El disparo resonó poderoso en la calle principal, rebotando el eco en cada edificio y perdiéndose en la llanura más allá. La misma llanura por la que el jinete desaparecía cabalgando. Se trataba de un disparo difícil, pero distinguir el destino de la bala desde esta distancia caía dentro de lo imposible. Desde luego el caballo no había sido abatido, ni el tipo se había caído de la montura. La figura se convirtió en una nube de polvo en el horizonte antes de que los dos proscritos pudieran hacer mucho más.
Sin dedicar mucha atención al vaquero ni al mexicano agonizante, Dakota se dirigió al hotel del lado opuesto de la calle. Frank quedó en mitad de la calle con la compañía de dos difuntos y un medio muerto, tratando de decidir si dedicarle una bala al desgraciado chicano, si ir directamente detrás del apache o si mandarlo todo al infierno y salir en busca de un pueblo más amigable donde dedicarse a las furcias, el alcohol y el poker.
Tirada oculta
Motivo: Disparo lejano
Tirada: 3d12
Dificultad: 10+
Resultado: 6, 10, 3
Exitos: 1
Tirada oculta
Motivo: Localización
Tirada: 1d20
Resultado: 8
Tirada oculta
Motivo: daño
Tirada: 4d8
Resultado: 7, 4, 8, 4
Tirada oculta
Motivo: daño (suma)
Tirada: 1d8
Resultado: 1
Maldito mestizo - pensó Frank indignado.
Dejó al mejicano agonizante bajo el sol del desierto y se encaminó tras los pasos de Dakota. Una bocanada de ácido ascendía desde su estómago a la garganta. La tragó haciéndole carraspear...
Los seguros pasos del indio le llevaban hacia el otro hotel de la misma calle. Las mismas zancadas del apache guiaron a Frank hasta un lugar en el que no tenía ningún interés. A plena vista se desangraba un maleante local acompañado por otros dos cadáveres. Una habitación del hotel Brickson había quedado hecha un coladero, y en ella se pudrían otros tres difuntos. La Gatling esperaba, mal escondida, en uno de los caballos, como deseando provocar más problemas. Los disparos debían de haberse oído en media ciudad, y eso provocaba un sentimiento de urgencia en Frank que era apenas compartido por el impasible medio indio.
Cuando entraron en el establecimiento ninguno de los dos se sorprendió de encontrarlo, también, vacío. Definitivamente algo olía a podrido en esta ciudad.
El indio parecía saber a dónde iba. Ni siquiera al llegar a la tercera planta dudó; del final del pasillo procedía un ligero olor a quemado y de debajo de una puerta podía verse un poco de humo escapar.
No parecía un incendio del que hubiera que preocuparse. Apenas una barbacoa. Una patada a la puerta y, entre astillas volando y humo negro, pudo verse la habitación del huidizo hombre de negro.
Un escritorio vacío. Unas pocas ropas por el suelo. Una ventana abierta con una cortina ondeante y una cuerda atada a un armario que desciendía por ella. Todo hacía pensar en una huída rápida pero planificada. La cama ardiendo reforzaba esa idea... Los cartuchos de dinamita bajo el colchón en llamas gritaban a gritos "trampa".
Frank miró al mestizo con cara de póker.
- Amigo, ya está bien por hoy de hacerse el héroe por hoy...
Salió corriendo lo más rápido posible. Lo que quiera que el forajido quisiera destruir no valía la vida del vaquero.
Entre aquellos dos hombres del Oeste, curtidos veteranos de mil batallas que habían atravesado el fuego y la muerte, y que se habían enfrentado a los demonios más terribles espalda con espalda, no había demasiada necesidad de palabras. Un simple vistazo fue suficiente para decirse todo lo que había por decir, y de inmediato, casi al unísono, como si se trata de dos cuerpos guiados por una misma mente, ambos iniciaron una desesperada carrera escaleras abajo.
No era la primera vez que el mestizo se veía obligado a huir de un edificio en llamas. Probablemente tampoco fuera la última. Aquella vez, en una lejana noche sin luna, incluso se las había ingeniado para convertirlo en su propio infierno personal, aprovechándolo para sacarse de encima a los malnacidos que andaban tras su pellejo.
Claro que aquella vez había tenido suerte. Mucha suerte. Y había salido ileso. O casi. Solo esperaba que los Espíritus volvieran a ponerse de su lado.
No sería sencillo. Incluso Ellos preferían mantenerse alejados de la dinamita…
Los pasos acelerados retumbaron en la habitación y el pasillo. El olor a quemado había dejado de parecer inofensivo. No haría falta que el incendio se extendiera más; si se demoraban acabarían sintiendo lo que era estar dentro de una barbacoa.
Cuando bajaban los primeros escalones hacia la salida les conmocionó un estampido literalmente esordecedor. Lo único que sintieron se pareció a recibir una bocanada de aire caliente por la espalda. La escalera perdió la consistencia de suelo a la vez que el techo se desmoronó. El cielo caía sobre sus cabezas.
Después silencio, oscuridad. Todo dolor desapareció junto con cualquier otra sensación.