Todos disfrutaron de la hospitalidad yanqui y el buen licor. Algunos lo disfrutaron incluso demasiado. Para cuando apenas se habían sentado, la comida ya había empezado a ser servida: unos gruesos filetes tan crudos y sangrantes que parecían a punto de soltar un mugido moribundo. Desde luego era del gusto de los tres muertos vivientes, pero nadie hizo remilgos y, muy al contrario, los soldados devoraban su ración con un apetito envidiable. Pronto hubo pocas camisas, mejillas y manos limpias de sangre, pero hoy no era día para preocuparse por tales frivolidades y la gente comía y comía mientras Hank bebía y bebía.
Tan solo la canción del cochero fue capaz de crear un silencio de tumba en la tienda. Todos los ojos estaban posados en los tres muertos que, si normalmente llamaban la atención, esta noche la llamaban a gritos.
La tensión podría haberse cortado con uno de los herrumbrosos cuchillos para carne. Fue el capitán Rogers el que, con un carraspeo, recondujo la velada hacia una vaga resemblanza de normalidad.
Danny había expresado intención de salir pero no lo narró así que supongo que le incluyo al menos en esto. Que lo diga si quiere haber salido ya para cuando Rogers habla.
Pufff... Que si la carne está poco hecha/cruda, bla, bla, bla... Qué mal huele esto.
Después de haber jugado el "Fiesta de Goblyns" en D&D Ravenloft y "La Cena de los Giovanni" para Vampiro Edad Oscura ya me estoy imaginando lo que va a ocurrir.
Por mi le daba caña al discurso y consideraba que Chang se ha marchado. Para mí que este se ha olido lo que va a pasar y a corrido cual gallinooooo...
Danny aaprovechó la escenita de su compañero para irse más discretamente, aun así no dejó de poner el oído y no pudo aguantarse una sonrisa al escuchar a su compañero Hank haciendo de las suyas.
El imprevisto regreso del O’Lowell junto a unos pocos hombres y la noticia de unos monstruos arácnidos que arrasaron el puesto avanzado, fue una señal inequívoca para Rogers. El capitán se informó de los detalles: centenares de aquellas aberraciones se dirigían hacia Fort Doom y muy pronto deberían hacerles frente. Una batalla desigual para un puñado de hombres, pero eso no los arredraría. Por el contrario, lucharían como siempre, como bravos. No, corrigió, como nunca antes. La decisión estaba tomada. Meditó sobre los pasos que daría a continuación e instruyó a sus hombres al respecto. Había aún algunos cabos sueltos, pero los resolvería en el acto: dos mensajeros salieron al galope con rumbo desconocido. Entretanto, en el interior del fuerte, mientras que el capitán organizaba los preparativos para la batalla que se avecinaba, el coronel disponía un banquete para elevar el ánimo de los hombres. Rogers no hizo ningún comentario al respecto, simplemente se limitó a asentir con una sutil y humeante sonrisa. La última cena, ironizó tras una larga calada.
Y llegó la noche.
Los hombres estaban cansados, pero alegres, y se acomodaron rápidamente en torno a las mesas dispuestas para el banquete. Un ánimo festivo circulaba por las mesas, como si no hubiera una dura batalla que enfrentar al otro día. O como si no hubiera mañana quizá. Rogers sonrió y recorrió las mesas contemplando los rostros de aquellos soldados con sus pequeños y penetrantes ojos de acerada mirada. Era implacable, pero justo y generoso con sus hombres. Estaba orgulloso de ellos, y no lo disimulaba. Habían dado todo de sí, sacrificado familias, sueños, sudor, lágrimas y sangre por su patria. Vida y alma habían ofrendado por ella, y era hora de que esta nación les reconociera aquel sacrificio. Ninguno de ellos volvería a sus hogares, ninguno de ellos soñaría un proyecto que no fuera el de todos, ninguno dejaría de ser un soldado de la Unión hasta el final de sus días. ¿Cuántos podían jactarse de semejante sacrificio? Tantos años batallando en las Tierras Muertas, la “Frontera Maldita” que les arrancaba los últimos retales de humanidad que les quedaba, y aun así jamás se quejaron. Aceptaron su suerte con la misma aridez y fatalidad que el desierto aceptaba la suya; y cuando Rogers los reunió y les habló del arduo pero glorioso porvenir que les deparaba, con la misma determinación y coraje, aceptaron también su destino de leyenda.
Hoy era ese día.
Con aire ausente, intercambió algunas palabras con el sacerdote y aquel inglés de lenguaje enrevesado y maneras casi femeninas. Pero apenas siguió el hilo de la plática entre el coronel y Boyle, quien parecía haber fascinado a O´Lowell con su cháchara indescifrable. Sus ojos estaban puestos en los hombres que los circundaban, simples soldados, hombres rústicos, la mayoría iletrados, pero leales, que departían entre sí y devoraban con placer aquel inesperado banquete. De pronto, uno de los muertos (cuya sesera seguramente había sucumbido bajo la voracidad de los gusanos) se trepó a una de las mesas y montó un grotesco espectáculo que logró acallar las voces y cosechó las lacerantes miradas de todos los presentes. Impávido, Rogers carraspeó y con un silencioso gesto apaciguó los ánimos. Luego se incorporó y se dirigió a sus hombres, sin preámbulo alguno.
—Estamos empeñados en sostener una nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales. Fuimos entrenados para defender estos ideales y combatir contra un enemigo conocido, hombre contra hombre y ejército contra ejército. Pero la realidad nos golpeó duramente cuando descubrimos lo que ningún manual nos enseñaba, que debíamos enfrentarnos a las maldiciones y los engendros que la tierra nos vomita a cada paso. Sufrimos muchas bajas entonces, y aun las sufriremos, pero nada nos apartará de nuestro camino. Hemos aprendido una cruel lección y hemos aprendido también a sobrellevar este duro trance a base de intuición, de prueba y error. Nos equivocamos muchas veces, yo el primero,— admitió con gesto severo —y perdimos algunos hombres, valiosos hombres, pérdidas lamentables que no volverán a ocurrir. Porque este camino lo iniciamos juntos, y juntos lo terminaremos.
Hizo una pausa y su mirada se volcó sobre las mesas, escrutando cada rostro, cada expresión, cada mirada. Muchos hombres asintieron con gestos adustos y en silencio, otros simplemente sonrieron y alguno soltó una exclamación aprobatoria. Rogers avanzó unos pasos paseándose entre las mesas y prosiguió:
—No es el momento de los que dudan, de los apocados, de los tímidos, de los que no se atreven a dar todo de sí. No podemos permitir que la duda medre en nuestra determinación, debemos arrancar de raíz los brotes de la vacilación, de la sospecha y del temor—. Al decir estas palabras, el capitán se giró levemente hacia la mesa principal y sus ojos se clavaron en el coronel O’Lowell; luego añadió: —Es el momento de los corazones temerarios y de los espíritus indomables—. Entonces su mano hizo un giro señalando a los soldados. —Es la hora de los que han entregado hasta el alma por el futuro de esta nación. Pero para que esto sea así, habrá que hacer grandes sacrificios— y una sonrisa feral se dibujó en la fina línea de sus labios.
Lentamente, avanzó internándose entre los soldados y devolviendo la mirada que sus hombres le estrechaban. Una profunda camaradería los unía, algo más allá de su condición de soldados, o de hombres incluso. Algo profundo y primitivo, una fuerza inasible a las palabras.
—Mañana será el día en que este país conocerá el valor y el sacrificio de la Compañía F, 4º Regimiento Caballería de Nevada y se hablará de ello por mucho, mucho tiempo. Mañana los periódicos narrarán lo acaecido en Fort Doom y se recordará por siempre en los libros de historia lo que aquí se inició. Pero no estaremos solos, no. Mañana entregaremos nuestra sangre, pero esto que inicia aquí continuará en Fort 51 y en Fort Worth y se conocerá por el mundo entero—. Y recalcó: —Estáis destinados a forjar una leyenda y a moldearla para gloria de esta nación. Yo os pregunto: ¿estáis preparados para forjar esa leyenda?
Enardecidos gritos y vítores brotaron de las bocas de aquellos hombres. El capitán sonrió y su acerada mirada adquirió un brillo pertinaz.
—Lo que resolvamos aquí y ahora será lamentable aunque necesario, sacrificios indispensables; pero lo que resolvamos mañana será el principio de una gloriosa epopeya. Será que estos sacrificios no habrán sido en vano. Será que las abominaciones que nos asedian regresarán al mismo infierno del que han salido. Y será que combatiremos, fuego contra fuego, para que esta nación tenga un nuevo nacimiento en libertad. Ahora os vuelvo a preguntar: ¿estáis preparados para este sacrificio? ¿Estáis preparados para convertiros en leyenda?
El estruendo fue atronador, bestial, inhumano…
—Es la hora— susurró Rogers.
Fue imposible no notar cómo el estruendo de vítores y jarras contra la mesa se transformó poco a poco en otra cosa. Las voces fueron rugidos y las mesas se astillaron bajos cambiantes manos que empezaban a recordar a garras.
La sangre coagulada de Bill y Hank se heló cuando lo que había sido un regimiento de soldados aulló a la luna y a la muerte. Algo más de un centenar de hombres lobos abarrotaban la carpa y el doble de ojos, amarillos y salvajes, miraban a los dos muertos como un cuervo miraría los ojos de un cadáver. El capitán, mientras tanto, asentía con expresión de ceremonia y gravedad. Con esos ojos inhumanos y los colmillos, bien mirados, algo salientes en su boca, el tipo ni siquiera necesitaba convertirse en lobo para resultar aterrador.
El coronel y el puñado de hombres que habían vuelto con él del frente, así como Boyle y el sacerdote, a duras penas reaccionaron. El dudoso honor de ser los únicos verdaderos seres humanos en millas a la redonda les ponía en una situación de casi absurda desventaja. En otras condiciones, hubiera sido gracioso.
El coronel O'Lowell y sus hombres murieron misericordiosamente rápido. No llegaron a sentir odio, ni siquiera miedo al ser descuartizados vivos. Murieron con una estúpida expresión de sorpresa en sus rostros.
Hank y Bill, aguerridos zombies, estaban hechos de otra pasta. Con una docena de licántropos entre ellos y cualquier tipo de salida, aún tendrían tiempo para maldecir su suerte o ensuciar los pantalones antes de ser devorados.
Motivo: Redaños Bill
Tirada: 2d8
Resultado: 3(+2)=5, 8(+2)=10
Motivo: Redaños Bill (suma)
Tirada: 1d8
Resultado: 4(+10)=14
Motivo: Redaños Hank
Tirada: 4d4
Resultado: 2(+2)=4, 4(+2)=6, 4(+2)=6, 1(+2)=3
Motivo: Redaños Hank (suma)
Tirada: 2d4
Resultado: 1(+6)=7, 4(+6)=10
Motivo: Redaños Hank (suma)
Tirada: 1d4
Resultado: 4(+10)=14
Fría como el acero, la mano del hombre muerto se dirige rauda a la pistolera...
Motivo: Iniciativa (Reflejos)
Tirada: 2d12
Resultado: 6(+2)=8, 2(+2)=4
Los pequeños y acerados ojos del capitán ni siquiera parpadearon cuando se desató el estruendo de mesas y sillas astilladas bajo el peso de las garras y los aullidos de un centenar de lobos. Un regimiento de garras y colmillos. Pero eso era solo un paso, el primero. Otros regimientos se les unirían para formar parte del ejército que cambiaría el devenir de la guerra. Y de la historia. Fuego contra fuego, pensó entonces. Rogers se consideraba a sí mismo una pieza más de aquel demencial proyecto que había elucubrado tras largas noches de insomnio, bajo la luz de la argéntea luna que daba vida a la bestia que cobijaba en su interior. Nada detendría aquello, ni siquiera su propia muerte. Lo había planeado hasta el mínimo detalle, no había ningún cabo suelto. No había piezas indispensables sobre el tablero, todas las piezas conformaban un entramado perfecto y cada movimiento había sido establecido en una estrategia fríamente calculada. Sin rey, no había final de juego. Y así fue, así era, así sería.
Para gloria de la Unión, vaticinó.
Rogers observaba con cierto interés lo que acaecía en la mesa principal, como si algo o alguien acaparara toda su atención. Luego, con parsimonia, encendió un cigarro y echó una larga bocanada antes de dar la vuelta y encaminarse hacia un punto preciso. Donde los muertos. Una sonrisa lobuna tajeaba la fina línea de sus labios y su mirada brilló con la fuerza de mil infiernos. Una docena de fauces y el doble de garras rodeaban a Hank y Bill y le impedía verlos. El tercero, el asiático, había abandonado la carpa minutos antes, quizá había olido lo que ocurriría o simplemente había salido a estirar las piernas. Peor para él, pensó Rogers. Los hombres apostados afuera se encargarían de él, había dado órdenes claras al respecto: nadie abandonaría el banquete sin la venia del capitán o los tenientes.
Pero ahora le interesaba otra cuestión...
Lurith, cuando me digas que Rogers tiene a los muertos a la vista, posteo otra vez. Que ignoro a qué distancia se encuentra. =)
A vista y a mano si lo necesitas.
Edito: pero visto lo visto, Bill deja la partida, Danny está inlocalizable y Hank no se ha pronunciado. Si quieres hablar, mejor que sea un soliloquio, los matamos a todos y pelillos a la mar.
Podemos negociar que Rogers juegue una parte en la última escena con Dakota, Frank y demás, para compensar.
Bien, veo que ¡por fin! tengo vuestra atención.- Dijo Hank mientras acababa de subirse los pantalones y se abrochaba el cinturón, todavía un poco indignado por todo el trato que les habían estado dando últimamente en el fuerte, que era como para levantar una reclamación en las altas instancias como mínimo.- A ver... por dónde empezar...- En su vida de cochero había aprendido a tratar con todo tipo de bestias en el desierto, y sabía como dirigirse a ellas con al menos un mínimo de etiqueta; sin ceder terreno pero sin mirar a ninguno de los lobos a los ojos para no desafiarlo directamente. A pesar de la cantidad de la cantidad de garras y dientes que los rodeaban, amenazando su existencia, el viejo aperentaba la tranquilidad del típico sureño mayor, sentado en el porche de su ruinosa casa, reclinado con un banjo sobre una mecedora. La llama de una cerilla se encendió en su mano, que se acercó lentamente al impertérrito cigarro de su boca con la clarísima intención de apurar unas últimas caladas antes de su inevitable final. Si a aquellas bestias les quedaba solo un poquito de humanidad en sus perros corazones, lo dejarían también dar un último trago -lo que para el látigo significaba una botella del tirón, sin despegar los labios de la boca de vidrio- de la primera botella de bourbon que encontró a mano. Afortunadamente para Hank nunca estaba lejos de una buena botella repleta de bourbon. -BROOOOC.- Remató el trago con un sonoro regüeldo cargado de sustancia, que avivara por unos instantes, haciendo una pequeñísima explosión, la llama de la cerilla al entrar en contacto con su aliento profundo. La bebida que había estado trasegando toda la noche se escapaba por los múltiples remiendos que formaban su cuerpo de colador, empapándolo todo alrededor de los pies del zombie. - No huele aquí un poco como a petróleo? ¿Alguien que quiera abrir una ventana, por favor? ¿No? Ya me lo imaginaba... No pasa nada mirad, guauguaus, no os importa que os llame guauguau ¿right? las cosas estan así... :- Dijo mirando un poco a su ,alrededor, como muy distraidamente tratando de localizar la salida o ventana más próxima y evitando el contacto visual directo con cualquiera de las bestias.- ¿Vosotros sabéis lo que es una puta bomba andante? Acercaros un puto paso más y convertimos esto en la fiesta del pelo quemado. -Retrocedió un poco chocando contra Bill y poniéndose a su altura espalda contra espalda. Tampoco tenía mucha fé en lo que hacía pero que le ibamos a hacer. Por lo bajo le dijo.- Vamos Bill, lentamente y sin empujar, a la salida más cercana. ¿Tu no eras mucho de creer en los milagros no? Si no es así espero que al menos tengas tus hierros apunto.
Supongo que tener trato con animales ayudará para que no te coman a la primera de cambio, no :P
Bajo la atenta mirada del capitán Rogers, los dos muertos se fueron acercando a la salida paso a paso. Los licántropos no se abalanzaron sobre ellos e incluso parecían formar un pasillo a su paso, pero las miradas fieras y la risilla del capitán no auguraban que la amenaza fuera a hacer efecto por mucho tiempo. Quizá el suficiente...
Hank y Bill finalmente alcanzaron la puerta de la carpa, respirando aire fresco y sin perder de vista a la masa lobuna que les seguía de cerca.
Al echar un vistazo al exterior bajo la luz de la luna llena vieron algo que no les gustó. Danny Chang estaba despedazado, echo trizas en el suelo. Una decena de hombres lobos se alimentaban del cuerpo muerto, pero dedicaron toda su atención a las dos nuevas presas. Rugiendo contentos de anticipación, cerraron el círculo sobre Hank y Bill.