Partida Rol por web

Historia de un Asesino

Capítulo 5. Los límites del Imperio

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21/08/2019, 14:50
Narrador

El grupo se había reducido con la marcha de Farah escoltada por Elerión y un grupo de mercenarios contratados por él. Asteirm estaba convencido de que esas gentes eran de fiar, él mismo se había encargado de ello. Un asesino como él podía ser muy persuasivo con rufianes como aquellos. No había hecho falta una recompensa extra tras cumplirse la misión con éxito para que aquella gente supiera lo que le convenía. Las palabras del extrangero, y aquella mirada mortal de asesino habían sido suficiente incentivo como para no fallar en su encomienda.

Por ello Asteirm, Aswand y Isidore marcharon sin miedo a que su antigua compañera sufriera una traición. Se notó que aquella marcha había afectado un tanto a Isidore. El niño había visto en aquella moletsa mujer algo más que una carga para todos. Con el paso de los días Isidore había encontrado una madre, o una hermana mayor en aquella mujer. No se despidió de ella, no quiso que le viera llorar. Cuando Farah se marchó junto con su escolta el joven Isidore se escondió entre los callejones de El-Kortun. 

Los camellos que les habían llevado hasta allí fueron cambiados por caballos. Eran más rápidos, aunque no tan resistentes, sin embargo iban a ser mucho más útiles al salir del desierto que los torpes camellos. Aswand había comentado la ruta con Asteirm antes de partir y según sus palabras quedaban pocas millas arenoras. En tan solo unas cuantas jornadas llegarían a un terreno menos árido en el que crecían algunos arbustos y habitaba algún que otro mamífero. Hasta allí los caballos sufrirían bastante, pero no quedaban más ciudades hasta llegar a las montañas. 

Por primera vez desde su partida el grupo no avanzó en dirección sur, sino al suroeste. Tenían que desviar su trayectoria para esquivar Atargrún pero no demasiado ya que la torre de Bodania se encontraba también bajo el dominio del Imperio. Los soldados imperiales les detendrían de seguro si les veían llegar, les impedirían el paso, y les requisarían todo lo que portasen. Esa era la política del Emperados Zacarías para las gentes que abandonaban la región. Fuera como fuera debían a toda costa evitar los controles y las patrullas imperiales. Hasta ahora no habían tenido problema pero estos empezarían de seguro, en el sur. 

El clima de aquella zona era muy duro, el calor era abrasador como ya habían podido notar en jornadas anteriores, no había ni un solo lugar con sombra donde descansar, parecía que el sol estaba justamente sobre sus cabezas y se movía por encima de ellos evitando cualquie sombra posible. A todo ello se sumaba un insufrible viento que levantaba la arena desértica haciendo que esta se metiera en todos los orificios del cuerpo de los tres viajeros. Sus bocas estaban pastosas, llenas de barro, sus orificios nasales llenos de arena que hacían muy difícil respirar, y sus ojos estaban rojos y llorosos. 

Pero como había dicho Aswand, si aquella pequeña tempestad no remitía pocos bandidos y menos soldados imperiales patrullarían la zona en busca de un fácil botín que seaquear. Aquello podía jugar a su favor si no se convertía en algo letal para ellos. Pero pronto caería la noche y si el viento no cesaba almenos el calor les dejaría respirar durante unas horas.

A media tarde y cuando el sol empezaba a descender por el horizonte Isidore se desmayó agotado por el calor. Decidieron detenerse en aquel lugar y montar el campamento antes de que la oscuridad de las cuatro lunas les impidiera ver donde ponían los pies. Cuando la noche cayó definitivamente Isidore abrió los ojos. Tras una hoguera se econtraba un oscuro hombre envuelto en una nube de humo. Se trataba de Asteirm, relajado ante el fuego fumando tabaco en una pipa. Aswand estaba de pie, de espaldas a Isidore y Asteirm con los brazos en jarra observando el cielo con cierta curiosidad. 

Isidore salió de su saco y se sentó junto a su maestro. Miró atentamente al fuego y se calentó las manos frotándolas frente a la hoguera. Miró a Asteirm y se levantó hacia su mochila. De ahí sacó un trozo de carne y un odre de agua. Con una sonrisa miró al asesino y se puso a calentar aquel trozo de carne. 

- Ya se cuidar de mi mismo, tengo mi propio dinero y se como gastarlo. - Dijo el niño. Asteirm sin quitarse la pipa de la boca asintió con desgana. 

Isidore calentó durante unos minutos aquel trozo de carne y luego se sentó con su banquete y su cantimplora junto al extrangero. Dio un amplio trago y a continuación arrancó un gran bocado de su pieza de carne. Miró a su maestro y esperó a que este le devolviera la mirada.

- ¿No te da pena que Farah se haya ido? - Le preguntó el niño. 

- No, era una carga para todos, de seguir con nosotros la habrían matado, y por su culpa quizás también a nosotros. - Respondió el asesino. 

- Pues a mi si que me da pena. - Comentó el niño sin mucha expresividad y sin dejar de mirar al fuego. 

Aswand se dio media vuelta y se encaminó al corrillo alrededor de la hoguera. Se sentó enfrente de su contratante y con una mirada de preocupación habló.

- Mañana hará más viento que hoy. Será difícil seguir avanzando sin desviarnos del camino. Tengo miedo de viajar demasiado al oeste. No muy lejos de aquí se está construyendo un magnifico monumento funerario para el gobernante de estas tierras. Zacarias mandó construir una tumbas en Banyara. Eso está lleno de esclavos, pero son soldados del Imperio quienes supervisan la construcción. - Dijo el gigantón.

Asteirm le escuchó con atención. Aquellos soldados imperiales se estaban conviertiendo en algo demasiado molesto, parecían estar por todo y por lo que había oído tenían los mismos escrúpulos que los suscios asesinos que abundaban en su orden. Aswand esperó una respuesta durante unos segundos, pero fue pronto cuando se dio cuenta de que si Asteirm le había pagado cinco mil piezas de oro no era para que le diera cosnejos sino para que decidiera el camino a seguir, y que fuera el más rápido y seguro. 

Al amanecer partieron muy temprano, tres de las cuatro lunas aún eran visibles en el cielo. Como había predicho Aswand la noche anterior el viento era mucho más intenso que en el día anterior pero no hacía tanto bochorno como en jornadas pretéritas. Con pañuleos húmedos cubriendo el rostro avanzaron durante toda la jornada sólo parando para almorzar un breve periodo de tiempo. 

Ya al anochecer y cuando el sol abandonó la linea del horizonte el grupo se fijó en algo inquietante en la lejanía. Tras un acantilado a menos de un kilometro de donde se encontraban se alzaba una gigantesca construcción de piedra. Se trataba de la pirámide de la que había hablado la noche anterior Aswand. Pero lo más inquietante era que a los pies del monumento cientos, quizás miles de esclavos trabajaban sin cesar azuzados por los látigos de los soldados imperiales. Aquel lugar era un sitio peligroso para acampar pero la noche ya había caído y los tres se encontraban exhaustos.
 

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21/08/2019, 14:50
Asteirm

Asteirm observó en la lejanía la imponente construcción que aquel millón de esclavos se afanaba por levantar. Isidore lo contempló con cierta congoja y Aswand no sabía de qué lado estar. 

Aquí, como en cualquier parte, el Emperador debe demostrar su grandeza ante la gente construyendo edificios que superen la grandeza de los dioses... - murumuró el asesino. - Desde luego, esta región no se diferencia en nada de la mía... 

Bajó de su montura y se dedicó a explorar el terreno para encontrar un buen lugar en el que pasar la noche. Las vigilancias y las patrullas los verían en la lejanía si enciendían un fuego, pero no podían morir de frío por una nimiedad semejante. Además, cualquier patrulla tendría que alejarse demasiado del campamento principal para poder llegar hasta ellos, y por tanto, la distancia los ayudaría a estar prevenidos en caso de ataque. 

- Supongo que solamente podremos descansar, pero no dormir, no podemos arriesgarnos a que nos encuentren desprotegidos.

Son soldados Imperiales, nos tomarán por asaltantes y no nos darán tregua. Yo haré la primera guardia, no tardarán en venir a averigüar la razón de nuestro fuego - comentó Asteirm, sentándonse tranquilamente en una piedra. 

Una hora más tarde, los tres estaba reunidos alrededor del fuego. Aswand e Isidore dormian, y Asteirm sacó de nuevo su pipa. Al rehacer la mochila de viaje la había encontrado, olvidada al fondo de un bolsillo. Casi no le quedaban hierbas, así que había ido a comprar una poca. No era de buena calidad, pero al menos sabía que no era esa clase de drogas que se vendían en los mercados del oásis. Prefería disfrutar de la calada que tener que depender de ella. Entre volutas de humos contempló la construcción y vigiló a los posibles soldados que vendrían a visitarlos aquella noche.

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21/08/2019, 14:54
Narrador

Asteirm no dejaba de mirar aquella construcción que tanto le recordaba al lugar del que provenía. Algo que nunca cambiaba era la necesidad de los gobernantes de hacerse notar y su intención de ser recordados por el resto de los tiempos. Con aquellos monumentos se pretendía mostrar la grandeza de un gobernante, pero un gobernante no es grande por los monumetos que construya sino por los monumentos que se le construyan tras su muerte por un pueblo agradecido. Por lo que había oído el extranjero, Zacarías era uno de esos gobernantes que se recordarían como tiranos y aquel monumento era prueba de ello. 

Menos de una hora después de que Isidore y Aswand cayeran en un profundo sueño los trabajadores de la pirámide se retiraron a descansar. Asteirm se tranquilizó un poco ya que cuantos menos ojos les pudieran ver menos peligro de ser descubiertos tendrían y más fácilmente evitarían los probelmas. Si Aswand estaba en lo cierto en pocas jornadas dejarían ese desierto y las cosas serían más fáciles en el futuro, temperaturas templadas, agua y alimentos abundantes, menos bandidos y menos soldados.

Pasaron tres horas más en las que Asteirm no dejó de hacer guardia. Esa noche no abría relevos, no podía fiarse de Isidore y Aswand ya había hecho guardia las dos noches anteriores, por lo que tampoco era mucho de fiar. Mietras el asesino encendía de nuevo su pipa se fijó en algo inquietante. Shaneê, la luna más cercana a la tierra, relucía en todo especialmente esa noche, pero lo más raro es que estaba enrojecida, parecía que sangraba. Los rayos de luz que llegaban a la tierra tenían un brillo rojizo intenso, pocas veces pasaba algo así pero cuando eso pasaba no era un buen augurio. 

- No me gusta nada. - Asteirm se sobresaltó y de un salto se levantó y agarró su daga plateada. Al ver que era Aswand quien hablaba se tranquilizó. Ese hombretón era muy silencioso pese a tener una gran embergadura. - Pasan cosas malas cuando Shaneê llora sangre. Algo horrible está a punto de pasar Asteirm. No se que es pero pronto lo notaremos. - Habló el hombre de azabache. 

Tras aquellas palabras Aswand se sentó en el suelo y comenzó a mirar hacia la luna. Asteirm entendió aquello como un relevo y fue entonces cuando decidió descansar hasta el amanecer o hasta que llegasen los soldados imperiales a despertales. Pero increiblemente quien le despertó no fue la lanza de un nuevo enemigo sino Isidore que ya había preparado todo para el viaje.

Los tres montaron sobre sus caballos y salieron de allí a toda prisa. Los esclavos ya empezaban a trabajar en la construcción y no había rastro de imperiales hostigándoles. Habían tenido demasiada suerte de no ser vistos en la noche. Avanzaron a través del desierto toda la mañana tratando de avanzar por los lugares menos calurosos, pero todos eran calurosos en esa zona. 

A media tarde empezaron a ver un cambio en el terreno. El suelo ya no era únciamente arenoso sino que había algo de tierra más o menos húmeda en la que podían crecer algunos arbutos. La temperatra había bajado bastante y ya se veían aves en el cielo. Cuando cayó la noche acamparon sin tomar demasiadas precauciones, no habían visto a nadie en el día anterior y estaban muy alejados de cualquier lugar habitado. 

El día siguiente no fue muy difrente del anterior, marcharon todo el día por aquella tierra árida en la que ya crecían arbustos y árboles pequeños y en la que pequeños mamíferos correteaban en busca de alimentos. A mitad de tarde comenzaron a divisar en el horizonte una gran humadera que se acercaba hacia ellos. Se trataba de caballos que corrían hacia su posición. 

En pocos minutos una patrulla de cuatro soldados imperiales alcanzó al grupo de Asterim. Eran hombres del norte, de pieles bronceadas y marcadas por las duras condiciones ambientales, de ojos oscuros, tanto comos su cabellos, y muy corpulentos. Tres de ellos vestían con uniformes rasos y el cuarto tenía una capa magenta, que le daba cierto aire de liderzago. Todos ellos estaban armados con cimitarras y escudos.

El de la capa majenta se acercó a Asteirm y con un marcado acento habló en butuk al asesino. 

- No se quienes sois pero os estáis acercando demasiado a los límites del Imperio. No podréis pasar de aquí a menos que paguéis un precio razonable. Nadie sale del Imperio sin pagar el impuesto. ¿Qué me ofrecéis? - Dijo aquel hombre.

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21/08/2019, 14:56
Asteirm

Parado delante del capitán de la patrulla, Asteirm recordó entonces el significado que en su tierra se le daba al color de una luna roja. La luna de Sangre... Significaba que aquella noche se derramaría sangre. O en su defecto, alguien iba a morir. 

El asesino se adelantó al resto de sus compañeros y se puso al frente, colocandose en la línea de visión del soldado de la capa magenta. Con los ojos entrecerrados, amenazó silenciosamente al guardia antes de hablar con voz suave, aquel timbre que no auguraba nada bueno. 

No quisiera empezar con mal pie, pero a cambio de dejarnos pasar podemos ofreceros vuestras vidas - antes de que ninguno pudiera hablar, Asteirm continuó. - Sé que os jugáis el puesto, y tambén vuestras cabezas si nos dejáis pasar sin pagar, pero... ¿Quién va a enterarse? ¿Vosotros y nosotros?

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21/08/2019, 14:56
Narrador

Cuando aquel hombre abrió la boca se hizo el silencio. Los cuatro soldados imperiales miraron estremecidos a Asteirm y sus caballos direron varios pasos hacia atrás. Los cuatro hombres tragaban saliba, y estaban realmente nerviosos. Las palabras de aquel hombre habían sido muy convincentes, no parecía un viajero cualquiera ni un bravucó. Aquel tipo parecía saber lo que estaba diciendo, y lo estaba diciendo era muy en serio. Era un hombre siniestro que de seguro guardaría algún as bajo la manga.

Uno de los tres soldados rasos se acercó hasta el capitán de la capa magenta y sin descabalgar acercó su boca al oído de su jefe. Le susurró unas palabras en un idioma desconocido para Asteirm sin dejar de posar la mirada sobre los tres personajes a los que estaban tratando de robar su oro. 

- Saura pitya nyéni tuo nuoni. - Dijo aquel tipo. El capitán negó con la cabeza y tras unos segundos contestó a su compañero. 

- Ná úcar. Tuil halya vasarya táp aica píca soron oana áva. - Respondió el de la capa magenta.

Isidore se aceró hasta Asteirm y sin dejar de mirar a los asaltantes dijo lo suficientemente alto como para que le oyeran los imperiales. 

- Creo que sería mejor dejarles. - Isidore hizo una pausa. - Eso diremos. Cuando se vayan les seguiremos y lo acabaremos. - Isidore hizo otra pausa. - Creo que no debemos fiarnos de lo que nos digan. - Dijo el niño mirando con una sonrisa a su maestro.

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21/08/2019, 14:57
Asteirm

Asteirm tuvo que reprimir una risotada. En cambio, en su semblante se perfiló una sonrisa, mezcla de triunfo, mezcla de malicia. Dedicó una mirada de aprobación a Isidore, la primera que el niño le había visto hacer desde que lo conociera, y eso hinchó de orgullo el pecho del joven, que clavó una mirada de picardía a los Imperiales. El asesino, sin embargo, contempló a los cuatro soldados con fijeza, la mirada del que espera una buena explicación. 

No se movió, pero siguió mirando a los soldados con la misma amenaza pintada en el rostro. 

Hacéis bien en no fiaros de nosotros. Sin embargo, tened por seguro que si levantáis un arma contra mi, responderé de la misma manera - Asteirm permanecia tranquilo. En verdad no quería tener que matar a ningún imperial. Ya bastante problemas tuvo en el desierto como para ahora estar perseguido por la guardia Imperial lo que quedaba de camino. Tras una pausa en la que dejó pensando a los soldados, el asesino continuó. - ¿Y bien? ¿Nos dejaréis pasar... sin seguirnos para atacarnos por la espalda como vulgares asaltantes?
 

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21/08/2019, 14:58
Narrador

Los soldados imperiales se miraron los unos a los otros como si no supieran que hacer. Aquel hombre que se había plantado frente a ellos parecía muy seguro de sí mismo y no parecía para nada temer a las fuerzas del Imperio. No era un buen síntoma tanta seguridad en él, quizás oculataba un as bajo la manga que de ser usado les pondría contra las cuerdas. 

El que parecía el jefe estaba muy inseguro, nervioso. Sudaba abundantemente, más aún que cuando llegó con sus tres guardaespaldas. Estaba claro que el encuentro no estaba siendo como había esperado que fuera. Una pelea contra aquellos tipos posiblemente acabaría con algunos heridos, e incluso poniendo su vida en juego.

Por fin se decidió a dar un veredicto y tratar de zanjar el asunto con la mayor rapidez y limpieza posible. 

- Está bien, creo que todo esto puede quedar como un malentendido. Os dejaría pasar sin más, pero toda persona que quiera salir del Imperio debe comprar su libertad. Si no se tratara de vosotros os pediría mil cien piezas de oro, pero al tratarse de gente de tan distinguida porte con quinientas piezas es más que suficiente. - Dijo aquel hombre.

- Me temo que no puedo pagar ese precio. - Dijo Asteirm llevándose la mano a la empuñadura de su nueva espada. En ese momento Isidore agarró la mano de su maestro con una seguridad insospechada en él tratando de hacerle entender que en esa ocasión no sería necesario el derramamiento de más sangre.

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21/08/2019, 14:58
Isidore

El niño rebuscó entre sus ropas sacando un saquito de cuero y se acercó hasta el jefe de los imperiales. Rebuscó en la bolsa y agarró algunas monedas llevándoselas al bolsillo, y lanzó el saco al imperial. 

- Ahí habrá más que suficiente para pagar por nuestra libertad. - Dijo el niño con una seguridad pasmosa. 

El Imperial agarró un puñado de monedas de la bolsa y las contempló. Mordió una para comprobar la calidad y entonces sonrió. Volvió a dejar las monedas en la bolsa y la cerró atandola con un cordel. La escondió entre sus ropas y sacó unos papeles de las alforas de su caballó. El niño se acercó hasta el imperial y le quitó de las manos los pases.

- Si no te importa mi maestro tiene prisa. Debemos irnos sin demora. Un placer hacer negocios con gente como vosotros, tan comprensiva con agotados viajeros como nosotros. - Dijo el niño tratando de ocultar cierto nerviosisimo. Isidore regresó a su caballo y montó. Los imperiales dieron paso y los tres jinetes salieron cabalgando a toda prisa dejando atrás al grupo de soldados.

Cuando ya estuvieron suficientemente lejos como para que los imperiales no le oyesen Isidore comenzó a reir a carcajada limpia. El niño saltó del caballo y cayó de espaldas, estaba totalmente fuerza de control, no parecía poder dejar de reir. Tanto que contagió la risa a Aswand que por primera vez rió enseñando sus blancos dientes. 

- ¿Qué te pasa niño? - Preguntó Asteirm. En un primer momento Isidore no pudo contestar a su maestro ya que no pudo dejar de reir. Pero una vez ya más calmado respondió. 

- Verás, en la bolsa había como mucho treinta o cuarenta piezas de oro. Ese imperial ha sido muy tonto en no contarlas antes de dejarnos marchar. - Respondió el niño.

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21/08/2019, 14:58
Asteirm

Asteirm miró al niño desde la altura de su montura. No rió la gracia, para él, aquella broma, no tenía nada de divertido. Sin embargo, dejó que tanto el negro como el crío disfrutaran de las risas durante al menos un rato. Luego tiró de las riendas y puso a caminar al caballo. 

Reíd ahora que podéis, pues cuando los Imperiales cuenten las monedas nos perseguirán... - no esperó respuesta, simplemente se alejó de allí esperando que aquellos dos insensatos lo siguieran. 

Así fue. Isidore tuvo que tragarse la risa y volvió a montar deprisa, trotando detrás de Asteirm nervioso. Aswand hizo lo mismo y finalmente, los tres salieron al galope poniendo distancia entre ellos y la guardia Imperial. Recorrieron un buen trecho a galope tendido, agotando sus monturas hasta la extenuación, para alejarse lo más rápido posible de la patrulla. Finalmente la noche los alcanzó y no tuvieron otro remedio que detenerse. 

No levantaron un campamento, simplemente encendieron fuego para calentarse y tomar algo de cenar. Isidore se fue a dormir tranquilamente y Asteirm llamó a Aswand aparte para charlar con él. 

Cuando los dos estuvieron lejos del crío, el asesino miró al negro con gesto serio y grave. Aswand sintió un escalofrío. De nuevo aquella mirada desprovista de toda pasión o sentimiento lo estudiaba con atención. Los ojos grises del asesino igual de afilados y peligrosos que las hojas de sus dagas. El silencio se volvió incómodo para el hombretón, que creyó que el asesino nunca hablaría. Este se mostraba sereno, sin muestra alguna de sentirse incómodo. Intimidado, Aswand se atrevió a hablar. 

- ¿Qué sucede? - preguntó al fin. Asteirm tardó unos segundos en responder. 

Dime... ¿cómo es que han llegado a acercarse a nosotros una patrulla imperial? - su voz, susurrante y peligrosa, hizo que el negro descargara el peso de una pierna a otra. 

No te entiendo...

Sí me entiendes. ¿Por qué crees que te pago? Precisamente para que patrullas como esas no nos detengan por el camino...

Pero era imposible evitarlas...

No me importa. No hay nada imposible. Confiaba en que llegaríamos sin problemas, en que nadie nos vería, en que pasaríamos inadvertidos. Y así me lo prometiste, Aswand. Me has fallado. 

Asteirm no se movió. Sin embargo, Aswand sabía que el asesino no necesitaba moverse para atacarle, en caso de que lo hiciera. Tragó saliva, nervioso, intentando no mostrarse amenazado por el asesino. Hizo acopio de valor para contestar al hombre, aunque escogió con cuidado las palabras. 

Yo no dije que no hubieran patrullas, ni imperiales. Cuando llegamos aquí y nos acercamos a las torres, sabías que podía pasar. ¿De qué te extraña?

Asteirm dio un paso hacia Aswand y el negro no pudo ni dar un paso atrás, demasiado asustado. 

No me extraña en absoluto. Lo que no me gusta es que no hicieras tu trabajo. Teníamos que pasar inadvertidos por esta tierra. Tú eres el que la conoce, para eso te pago. No vuelvas a fallarma o la próxima vez te mataré...
 

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21/08/2019, 15:03
Aswand

A la mañana siguiente salieron temprano, con el sol asomando en el horizonte. Cabalgaron un nuevo trecho hasta que divisaron en la lejanía dos torres formando una línea. 

Esos son los límites del Imperio. Una vez estemos fuera, no nos podrán detener, por que esa ya no será su región ni su reino - explicó Aswand. 

- Salgamos cuanto antes. Puede que la patrulla nos siga - miró de reojo a Isidore y espoleó su caballo para llegar cuanto antes a la frontera.

Medio día transcurrió hasta que llegaron. Tuvieron que frenar la marcha hasta poner los caballos al trote y finalmente, tuvieron que caminar. La afluencia de gente se fue notando conforme se acercaban. Un numeroso grupo se acercaba a la frontera para salir, mostrando los documentos que los liberaba del Imperio. Asteirm repartió los salvoconductos que la patrulla les dio y después de una hora, mostraron los documentos a los Imperiales que allí se encontraban. 

Uno de ellos miró el salvoconducto y luego a Asteirm, para fijar de nuevo su vista en los pergaminos. Aswand e Isidore se miraron preocupados. 

- ¿Algún problema? - preguntó el asesino de buenas maneras, casi con amabilidad. Isidore se extrañó, no era el tono de voz que empleaba su maestro. Nunca lo había oído hablar así. El soldado miró de nuevo a Asteirm. El negro y el niño estaban cada vez más nerviosos. El asesino, igual de tranquilo. Lo que hacia que los dos compañeros se pusiera más nerviosos todavía al verlo tan relajado.

- Umm... no, ninguno. Podéis pasar - hizo señas a sus compañeros para que les franquearan el paso. 

- Muchas gracias - contestó el asesino montando de nuevo. Isidore y Aswand lo siguieron. 

Habían logrado salir de los dominios del Imperio y ahora, habiendo pasado la frontera, tanto el niño como el negro se sentían más aliviados. Cabalgaron detrás de Asteirm hasta que la noche volvió a caer y levantaron un campamento más cómodo que el de la noche anterior.