Aquellas risas golpearon con violencia a todo aquel que podía escucharlas. Uno de los guardias que acompañaba a Hamed cayo al suelo catatónico. Sus ojos en blanco miraban hacia ningún sitio mientras su cuerpo convulsionaba y salía espuma por la boca, además de sangre por los oídos.
Las risotadas de Mephisto se clavaban en los oídos como cuchillos y perforaban el cerebro. Los más afortunados pudieron huir. Ya no quedaban curiosos en la zona, tan solo estaban Hamed, sus guardias, Caín y Mephisto, además de algunos lugareños que, al igual que el desafortunado soldado que convulsionaba en el suelo, se habían desplomado inconscientes y entre espasmos. La sangre que manaba de los oídos era un elemento común en todos ellos.
El propio Hamed se limpió la sangre que manaba de una de sus orejas y se asustó un poco, pero se recompuso. Dos de los soldados, no pudieron aguantar más. Al ver a aquel demonio encarnado, lo que le había sucedido a su compañero y como el suelo seguía crujiendo y amenazaba con resquebrajarse por completo engulléndolos hacia el centro de Gea, soltaron sus armas y huyeron despavoridos.
Tan solo dos de los soldados que habían decidido acompañar a Hamed y cumplir con su promesa de obedecer las órdenes y proteger la ciudad, acompañaron a su oficial hasta el lugar que ocupaban Mephisto y Caín. Sin embargo, al verlo, Mephisto lanzó un golpe al aire, que con su onda expansiva golpeó a uno de los soldados y lo lanzó por los aires. Golpeó contra la pared de un edificio que se había derruido parcialmente debido a los temblores y con el impacto de aquel soldado contra su muro, acabó por desmoronarse un sinfín de escombros sobre él.
El segundo, loco y desesperado, cargó contra Mephisto con su espada por delante. Cuando se encontraba a escasos centímetros de él, Mephisto le miró abrió la boca y lanzó un grito desgarrador. El soldado fue golpeado y cayó al suelo. El aliento del demonio era caliente y ampolló su cuerpo, desgarró su piel y le dejó tembloroso y al borde del colapso. Hemed sabía viendo aquello, que sus posibilidades de salir victorioso eran nulas. Pero el hombre que dijera llamarse Mephisto, parecía que no se iba a rendir fácilmente y quizás por ello, Hamed decidió seguir luchando contra aquel ser de inmenso poder.
- ¡No te rindas, pues yo no lo haré! - Gritó Hamed, quien sin pensárselo mucho, pues de haberlo hecho, se habría largado, cargó contra aquel monstruo.
Mephisto le encaró. Abrió la boca y gritó de nuevo con una fuerza arrolladora y terrible. Hamed se lanzó a un lado, escondiéndose tras unos escombros. Notó como el aliento de fuego impactaba contra los escombros y notó un intenso calor. Un calor que emanaba maldad. Un calor que nunca antes había experimentado ni en el desierto, ni acercándose a las llamas de una hoguera, ni siquiera la vez que se quemó con una olla de agua hirviendo de niño.
Pero los escombros aguantaron. Se habían fundido adquiriendo una aspecto de vidrio oscuro, pero le habían salvado de las quemaduras. Le habían salido algunas ampollas en el cuello y también en la espalda y el hombro, pero nada que le impidiera seguir luchando. Y eso hizo. Salió de su escondite y se acercó por la espalda de aquel ser que seguía luchando con el humano que deseaba conservar su cuerpo.
Entonces, Hamed lanzó un golpe directo al corazón de Caín. Pero Mephisto adivinó lo que estaba a punto de suceder. Un golpe de puño alejó a Hamed de la acción. Aquel hombre, seguidor de Tot, cayó al suelo casi derrotado. El impacto le había fracturado la mandíbula, pero no le había matado. El dolor era terrible, nunca antes había experimentado un dolor como aquel. No obstante, al percibir la presencia del demonio sobre él, rodó a un lado esquivando un nuevo golpe que hubiera roto en mil pedazos su cráneo.
- ¡Dame fuerzas Tot! - Quiso decir, pero no pudo articular palabra y sólo lo pensó.
Sin embargo, fuera Tot o fuera su férrea determinación, al rodar sobre el suelo e incorporarse hasta quedar con una rodilla sobre el suelo, lanzó un golpe con su espada y el filo curvado de ésta, impactó contra el cuerpo de aquel pobre hombre, anfitrión de aquel demonio y una fina línea carmesí, se dibujó en el vientre de Caín.
- ¡Muere, muere! - Imploró en silencio.
Caín se encontraba sumido en completa oscuridad, rodeado de grilletes, su cuerpo inmóvil no respondía a ninguno de sus órdenes. Era una sensación familiar, ya había estado antes así, atrapado sin salida, consciente del dolor, de todo lo que sucedía a su alrededor, pero sin posibilidad de defenderse.
Había sido torturado. Recordaba la sensación y empezaba a recordar los sucesos, los castigos, el uso de su cuerpo más tarde para experimentos. Nadie le decía por qué, ni cuánto duraría aquello, únicamente lo usaban para hacer pruebas, cortaban su carne, metían conjuros bajo su piel, forzaban su resistencia, lo alimentaban para que estuviera fuerte y lo imbuían con magia para que aguantara el dolor. La cabeza le iba a estallar en cualquier momento, el corazón se le paraba y lanzaban descargas para traerlo de vuelta, se ahogaba con su propia respiración. Lo matenían con vida y él se volvía cada vez más loco.
Caín siempre había tenido una voluntad férrea, las convicciones claras, una seguridad que había adquirido con los años siendo un mercenario que luchaba a favor de quién pagaba mejor. Las emociones no tenían lugar en su pecho, lo único que él mismo se repetía era que no era un tipo despiadado y la mayor parte de las veces, se mantenía neutral en los conflictos. Tomar partido por uno u otro nunca aportaba nada bueno, mantener la neutralidad siempre le había parecido la decisión más correcta. El mal menor. Ayudaba o no, llegó un punto en que ya no lo hacía por dinero, sino para sobrevivir. Un trabajo rápido, unas monedas y lo gastaba en alimentarse, mejorar sus armas y viajar a la siguiente ciudad que buscara una espada de alquiler. Nunca entraba en detalles, no quería saberlos, se limitaba a hacer su trabajo: matar, escoltar, robar. Nunca mujeres o niños, aunque en ocasiones, las apariencias eran peligrosas. No mataba sino había una buena razón para ello, siempre ofrecía una segunda oportunidad, era lo bastante inteligente como para iniciar su propia investigación y conocer las implicaciones que ciertas muertes podían tener. Con el tiempo, mantuvo su propio credo: no mates inocentes, sé discreto, no comprometas a otros...
Levantó la mirada, ya no estaba aprisionado, se había puesto en pie, o eso creía él. A su alrededor, la oscuridad lo abrazaba. Se sentía sumergidio en ella, como si estuviese en el océano. Sentía dolor, por todas partes, entumecidos los brazos y las piernas. Un perfume familiar flotó en el ambiente. Helysse. Elyss. Elys. Elise. El nombre rebotó en su cabeza varias veces hasta que formó el correcto. Elyse Deveraux, soberana, esposa del emperador. Fue contratado para matarla, un bien mayor, suponía un peligro para las políticas del hombre con el que estaba casada. En realidad, era todo mucho más complicado que eso, Caín investigó antes de empuñar un arma contra ella y descubrió la verdad. Y esa verdad lo condujo a dónde estaba ahora, ahogado en oscuridad, atado de por vida a Mephisto.
La Torre de Magia lo utilizó para sus fines. Fue capturado, torturado y utilizado como medio para traer desde el Abismo a un poderoso demonio. Pensaron que obedecerían sus órdenes, pero no se puede engañar a un demonio; dieron por muerto a Caín, fallecido durante los experimentos a causa del dolor. Lo enterraron en una fosa común. Pero los poderes del demonio lo salvaron, permanecieron latentes hasta el mismo momento en que se alejaron de la influencia de la Torre. Entonces Mephisto despertó a Caín, lo devolvió a la vida una vez más y luego permaneció adormecido, buscando su oportunidad. Confuso, Caín habbía perdido la memoria, se encontraba rodeado de tierra y cadáveres, en su deambular se cruzó con un asesino que estaba dando por finalizado un trabajo, enterrando a sus víctimas. Se atacaron el uno al otro y Caín ganó. Robó su equipo y su identidad, porque no recordaba quién era; de ese modo se convirtió en Asteirm.
Caín avanzó por la oscuridad. Oía gritos, chillidos, bramidos ensordecedores. Pero no veía nada. Empezaba a comprender que su consciencia se encontraba dormida, como en un sueño; él estaba despierto, pero su cuerpo estaba adormecido y era otro quién lo controlaba. Vio una luz, un destello a lo lejos, y se dirigió hacia ella a la carrera. Los gritos y chillidos se hacían cada vez más fuertes. Vio una puerta y la cruzó.
Era una habitación grande, lujosa, paredes de piedra adornadas con tapices, la ventana abierta traía el sonido del mar y en el aire se podía saborear la sal. El castillo, conocía aquella habitación, había entrado por esa misma ventana muchas veces, siempre con el mismo propósito. Avanzó hacia la cama, allí estaba Elyse, como de costumbre, sola, sin ropa, cubierta por sábanas de seda. Hacia mucho tiempo que no la veía, que no escuchaba su voz, que no sentía su presencia. Se sintió relajado, tranquilo; cuando estaba ella, olvidaba todo lo malo, simplemente el mundo de fuera de la habitación dejaba de existir. Se dirigió a la cama, se quitó la ropa, estaba limpio y no tenía ninguna cicatriz. Era joven. Se tumbó con ella, la despertó a besos y se fundió en sus brazos. Ella lo recompensó con una sonrisa, un susurro y un abrazo cálido. Hacía mucho tiempo que no tenía esa sensación tan agradable y se rindió a ella durante unas horas.
El tiempo no pasaba. A través de la ventana solo veía la noche, nunca se hacía de día, nunca tenían hambre, nunca estaban agotado. Dormían y se despertaban para hacer el amor. Hablaban del futuro, cogidos de la mano, mirando al techo. Olvidaban la situación de cada uno, ella emperatriz, él asesino que no había cumplido su misión. Hablaban de lo que harían si vivieran juntos, soñaban con situaciones idílicas en las que sus responsabilidades no tenían cabida. Era demasiado bueno para ser real. Entonces Caín comenzó a darse cuenta de que estaba soñando, que aquello no podía ser tan bueno y decidió abandonar la habitación. Pero Elyse se lo impidió varias veces, él siempre volvía a la cama. Él decía que aquello no era real y ella lo tranquilizaba con suaves palabras. Se sentía atrapado en una red. Elyse era una araña, cada vez que él intentaba escapar, inyectaba su veneno y lo adormecía para que siguiera sumido en su propio sueño. Finalmente, tras muchos intentos, Caín se dio cuenta de que algo malo sucedía, porque los gritos y aullidos seguían escuchándose en segundo plano.
Contra su voluntad, abandonó la habitación. Elyse suplicó, lloró, imploró de todas las formas posibles. Él sabía que hacía lo correcto al abandonarla, era lo mejor para ella, no podían relacionarlos. Cada vez que trataba de salir por la puerta, ésta se alejaba. La lucha contra lo que sentía, lo que deseaba y lo que debía hacer era lo que alargaba su huida.
Sintió el acero atravesándole el vientre. Caín se llevó la mano al abdomen, comenzó a brotar sangre. Elyse tenía un cuchillo en la mano, su piel se había tornado rojiza, su cabello claro se había ennegrecido y en su cabeza habían asomado dos cuernos. Trastabilló por el dolor, las fuerzas comenzaron a fallarle y Elyse sonrió, triunfante, con los dientes convertidos en colmillos. Levantó el cuchillo para atacar y Caín se defendió, lucharon el uno contra la otra y finalmente, fue él quién venció, degollando a la mujer con un movimiento preciso y aprendido. La sangre comenzó a brotar, cubrió a Caín, estaba caliente y espesa. El cuerpo de Elyse cayó en sus brazos, su piel rojiza se volvió pálida, su mirada asustada, la sangre se extendió y la culpa abrumó a Caín. Cogió la daga con la que había asesinado a Elyse y se la clavó en el corazón...
Mephisto lanzó un rugido tras haber sido herido por Hamed, pero también porque sintió la herida de Asteirm.
-Maldito bastardo -gruñó el demonio, con una herida en el pecho que no la había provocado Hamed.
-Deja de manipularme -gritó Asteirm. Caín, en realidad-. Yo tengo el control.
-Deberías estar muerto.
-Tú me trajiste a la vida -le recordó el asesino-. Ahora lo recuerdo todo.
Mephisto lanzó un grito agudo y cayó de rodillas frente a Hamed, su cuerpo enfundado en acero negro comenzó a brillar, lanzando destellos oscuros.
-Vuelve al Abismo del que nunca debiste salir -gruñó, la voz mezclada entre la de Caín y la suya-. ¡Hamed! Atraviésale el corazón. ¡Ahora!
Pero hacerlo supondría también la muerte de Caín. Estaba listo para afrontar su muerte, un demonio como Mephisto no podía seguir con vida.
Hamed dudó un instante. Mantuvo su espada curva apuntando hacia el cuerpo de Caín, pero no efectuó el golpe de gracia. Sabía que se hacerlo, no solo mataría a Mephisto, sino que haría lo propio con el hombre que había poseído. No conocía a Caín, pero intuía, de alguna manera, que él era un hombre puro. Un hombre que había hecho cosas horribles, pero que en el fondo, el mal no estaba instalado en su corazón. Tenía la corazonada de que Caín podía amar y si podía amar podía redimirse de alguna forma. Sin embargo, si le mataba ahora, su alma sería destruida o acabaría descendiendo al Gan Abismo, donde todo los geasianos eran olvidados.
Sin embargo, no tenía muchas más opciones que hacer caso a la petición de aquel hombre. Había logrado dominar su cuerpo y por ende a Mephisto, pero aquello no duraría demasiado. La voluntad de Caín tenía límites y éstos estaban realmente muy cerca. El demonio en cambio, todavía no había desarrollado todo su potencial y era cuestión de tiempo y seguramente de segundos, que Caían acabara totalmente doblegado por el demonio que llevaba dentro y ya poco importaría su alma, pues finalmente sería destruida de igual modo por la abrumadora presencia de Mephisto y el cuerpo que otrora perteneciera a un humano, ahora sería enteramente de aquel ser de inmensa maldad.
- ¡Por Tooooot! - Gritó Hamed armándose del valor suficiente para acabar con aquel, a sus ojos, inocente, por lograr un bien mayor. Expulsar de Gea a aquel monstruoso y retorcido ser, que nada bueno traería a los mortales, aún teniendo que acabar con la vida de Caín era lo que tenía que hacer y era su deber.
Pero entonces escuchó una voz que le detuvo.
Hamed El-Jeffir no pudo mover un solo músculo. Estaba a punto de asestar el golpe definitivo sobre Caín, estaba a punto de sesgar su vida de forma definitiva de su cuerpo y separar su alma de la de Mephisto, cuando algo le obligó a quedarse totalmente inmóvil. Fue algo incorporal, algo poderoso, algo mágico lo que se lo impedía. Asustado, El-Jeffir trató de girar la cabeza para mirar atrás. Era de su espalda de la que proveían unas extrañas palabras que no llegó a poder descifrar.
- ¡Azazut urka nughu! - Recitaba una conocida voz para Caín, aunque su tono era mucho más oscuro y profundo que las otras veces que la había escuchado. - ¡Naruk tuhja ninri operku! - Chester, si es que realmente se llamaba así aquel viejo loco, había alzado los brazos hacia arriba y hacia adelante, portando en uno de ellos su báculo y en el otro un medallón con un extraño símbolo, posiblemente sagrado, una serpiente ensortillada. - ¡Okalum purl urka muuka! - Siguió recitando mientras avanzaba en dirección al lugar donde Caín luchaba por mantener a raya al demonio. - ¡Fruka ruk otupe ni nianki!
Un aura de color violeta había comenzado a envolver al conjurador. Se trataba de un aura que iba incrementando su tono a medida que el anciano pronunciaba aquellas palabras arcanas. Además, era un aura que creía en tamaño y que poco a poco brillaba de cada vez más. Cuando se colocó al lado de Hamed, fue evidente para Caín, que aquel aura no le gustaba a Mephisto, pues compartían todavía aquel vínculo que les había unido en un solo cuerpo.
- ¡Ru mokru lutu eka mi! ¡Urka tupa enma ruk! - Prosiguió con aquel ritual.
Caín notaba que Mephisto sufría y se debilitaba y por lo tanto él también. Pero lo cierto era que aquel demonio no iba a rendirse con facilidad. Mephisto luchaba por mantenerse en el cuerpo cada vez más agotado de Caín, cada vez más consumido y con menos fuerzas. El colapso de aquel organismo estaba cerca, muy cerca, pero quien tampoco se rendía era el propio Caín. Iba a ganar aquella batalla, pues su voluntad era todavía más férrea que la del propio demonio que habitaba su cuerpo.
- ¡No me doblegaras Phawar! - Gritó Mephisto con una voz aterradora, con la fuerza de un huracán y el sonido de una tormenta. - ¡No eres nadie, viejo inútil! - Le gritó a Chester. - ¡Siempre supe que eras el más débil! - Al parecer se conocían, Chester o Phawar como Mephisto le llamaba, debían conocerse mucho antes de que aquel demonio hubiera ocupado el cuerpo de Caín. - ¡Te arrancaré los ojos y los aplastaré con mis manos, pero antes me comeré tus intestinos mientras todavía vives! - Le amenazó. - ¡El dolor que sufrirás sera inmenso! ¡Te lo juro, Phawar! ¡Haré que lo pagues!
Pero por mucho que el demonio blasfemara, amenazara y tratara de amedrentar a aquel mago loco y excéntrico, éste no detenía su empeño en derrotar al demonio. Caín sabía que su final estaba cerca. El de ambos, pues su cuerpo estaba exhausto y si no había caído ya era por su inquebrantable determinación y empeño en su propia supervivencia. Pero ahora también sabía que Mephisto podía ser derrotado, pues sus fuerzas también se estaban agotando. Caín lo notaba en el espíritu de éste, el cual estaba ligado a su propia alma. Estaba perdiendo la batalla, Caín lo sabía y Mephisto también y entonces percibió el miedo del demonio y decidió que rendirse no era una opción.
- ¡Ni se te ocurra Caín! - Le dijo Mephisto al hombre con el cual compartía el cuerpo. - ¡Se lo que estás haciendo! ¡Me las vas a pagar! ¡Eres sólo una cucaracha! - Alzó la voz. - ¿Crees realmente que puedes con...? - El demonio detuvo su discurso en ese momento.
- ¡Ronjka pogus morka! - El ritual no se detenía.
Chester seguía pronunciando aquellas palabras ininteligibles, pero algo estaba sucediendo. El medallón estaba atrayendo el alma de Mepshito hacia si. Caín lo percibía y Mephisto también lo sabía. Caín se hizo fuerte entonces, pues notaba que se estaba liberando, que el ser que habitaba su cuerpo empezaba a marcharse. Notaba como su presencia en su interior era cada vez más débil y percibía como empezaba a recuperar el control total de su propio organismo.
- ¡Nut uka pork luka! - Dijo el arcano alzando la voz por encima de la del demonio. - ¡Ruk nutuk rika uhmi! ¡Flaki tuik ni eka remi! - Caín cerró los ojos, estaba a punto de ser libre de nuevo. Aquella tortura estaba a punto de concluir. - ¡Fakr nitu uke riku!
Entonces pasó. Un último grito ahogado del demonio precedió a la calma. Caín cayó al suelo. Hamed recobró el control de su cuerpo y Mephisto calló. Phawar cerró los ojos y se encorvó. El esfuerzo que había hecho había sido sobrehumano. Pero ya estaba. Lo había logrado. Mephisto había abandonado el cuerpo de Caín y Caín había dejado de sentirle en su interior. No por completo, pues había dejado huella en su ser, pero sabía que ya no estaba y que ya no le dominaría nunca más, como también sabía que no volvería a escuchar su voz maldita ni su estridente risa en su cabeza.
Por fin y después de mucho tiempo, Caín volvía a ser Caín.
- ¡Rápido, necesita un galeno! - Gritó Phawar. Y eso fue lo último que Caín escuchó antes de una profunda y larga oscuridad.
Caín despertó en un cómodo lecho. Se encontraba en una casa humilde, no sabía quien le había acogido ni porqué, pero si sabía que le habían cuidado. De otro modo hubiera muerto. Recordaba lo que había sucedido. Recordaba la lucha que había mantenido contra Mephisto. Como Hamed le había ayudado y como Chester había aparecido como siempre, sin que nadie le llamara, sin saber muy bien de donde salía ni que pretendía, pero lo que si sabía era que le había liberado de su condena.
Trató de ponerse en pie, pero acabó en el suelo. Rápidamente una mujer, al oír el estruendo acudió en su ayuda. Najima se llamaba, lo supo después. Era la esposa de Hamed El-Jeffir. Aquel hombre, aquel simple soldado le había salvado la vida y le había acogido en su casa. No sabía porque aquel hombre se había portado así con él. No lo llegaría a entender nunca por mucho Hamed se lo explicara una y otra vez.
Najima alertó a Hamed y Hamed acudió rápido para ayudar a Caín a subir de nuevo a su lecho. No estaban solos, Phawar también estaba allí. Los tres le habían cuidado. Llevaba más de una semana en cama. Inconsciente, convaleciente y al borde de la muerte. Había sufrido horribles pesadillas y había delirado. Peor finalmente había vivido, pues aunque la muerte pretendía adueñarse de su alma, su férrea determinación por seguir caminando sobre Gea y los esmerados cuidados de Phawar, Hamed y Najima, habían vencido a Asthar, la diosa de la Muerte.
Frente a un calda caliente que a Caín le supo a gloria, Phawar le explicó su historia.
Años atrás había tenido un ritual en el Imperiode Shurima. Cuando el Emperador Alid ibn Fi'jy al-Tafiri supo de la traición de Helysse y del propio Caín, hizo que le capturaran. Acabó en lo más profundo de las mazmorras del propio palacio Imperial. Allí los magos de la corte, tan solo tenían una instrucción, hacer lo que desearan con aquel indeseable, pero siempre y cuando Caín sufriera lo indecible. Fue torturado durante semanas, eso lo recordaba el propio Caín, pero llegado el momento, el cónclave de magos decidió hacer algo terrible con él. Ligar su alma al de un ancestral demonio. Eso acabaría de destruir lo que quedaba de Caín y finalmente sería sustituido por aquel gran poder.
Pensaban los arcanos que Mephisto estaría agradecido con ellos por devolverlo a Gea, tras miles de años encerrado en la prisión del Gran Abismo, a donde había ido a parar tras traicionar a su propio señor. Creían los arcanos, que serían recompensados y que adquirirían un gran poder, un poder tan impensable que hasta el propio Emperador se postraría ante ellos. Pero aquello no sucedió así. Mephisto liberó a Caín y tras una cruenta lucha con los arcanos, huyo de la mazmorra donde se encontraba retenido, sin que ninguno de los magos pudiera hacer nada por impedirlo.
Phawar, que no había estado de acuerdo con las terribles prácticas que sus compañeros de cónclave habían tenido para con Caín, como tampoco estuvo de acuerdo a la hora de invocar al demonio, partió de Shurima en busca de la forma en que atar al demonio a una nueva cárcel y cuando supo como hacerlo, cuando tuvo claro el ritual, trató de encontrar a Caín y finalmente lo logró. Pero Mephisto era demasiado poderoso y debía de esperar a que su poder estuviera debilitado para comenzar el ritual.
Hamed y el propio Caín le dieron la oportunidad que necesitaba y salió victorioso. Mephisto fue encerrado en el medallón y Caín liberado. Aunque no del todo. Caín tendría que convivir siempre con el demonio, pues una parte residual había quedado en su interior. Un trozo de la esencia del demonio todavía recorría su cuerpo, pero era fácil de domar aunque estaba allí. Caín lo sabía. Caín lo notaba...
Caín aseguró las riendas de la montura por tercera vez. En realidad, no hacía falta que lo hiciera, los arneses eran seguros y lo sabía. Solo ganaba tiempo antes de marcharse definitivamente de aquellas tierras extranjeras. O, tal vez, aquellas eran sus tierras. Todo seguía siendo tremendamente confuso en su cabeza, ya no podía discernir una realidad de una manipulación, por lo que solo le quedaba el instinto para sobrevivir y la voluntad para volver a levantarse cuando todo lo demás fallaba.
Su cuerpo seguía cubierto de cicatrices, eso no iba a borrarse nunca. Sus marcas eran la prueba de lo que había ocurrido en el pasado y de lo que no debía volver a pasar. No sabía si Elyse seguía con vida, ni si el emperador seguía gobernando Shurima; en ambos casos, tenía que regresar al Imperio para poner en orden el caos que allí reinaba, vengar la afrenta que habían cometido contra él los magos y el propio Emperador y si Elyse seguía viva, recuperarla para siempre. También tenía que regresar al desierto y ayudar a Farah y los suyos. Se lo debía. Pensó, hosco, que no le debía lealtad a las gentes del desierto y que no era asunto suyo; él siempre se mantenía neutral.
Pero tenía que hacerlo. Aunque solo fuese para comenzar esta nueva etapa. No sabía si recordaría todo, faltaban muchos detalles todavía, pero Chester, o como se llamase el viejo loco, conocía la mitad. Conocía la parte relacionada con Mephisto.
Se despidió de Hamed y su esposa. Aquel buen hombre le había salvado la vida cuando había traído caos a su humilde pueblo. Se enteró de que la mediana había escapado, se habían ocupado de ella y en cuanto se recuperó de las heridas, se esfumó. Esperaba no volver a encontrarse con ella jamás. Era una ratera y una asesina, si levantaba una daga contra él, la mataría sin dudar. Subió al caballo y se alejó. Chester se había ido ya a resolver sus asuntos de magos, de modo que Caín viajaba solo.
Había perdido todo su equipo. Le habían prestado una capa, ropa de viaje, una espada para defenderse en el camino. Ya no tenía sus guantes mágicos, ni todos los objetos que había logrado reunir durante todos esos años en los que había vivido siendo Asteirm. Pertenecía a una orden de asesinos de la que ni siquiera recordaba formar parte, de modo que debía tener cuidado cuando se cruzase con ellos. Había mucha gente detrás de él. Pues ya era hora de empezar a acabar con todos ellos.
Viajó durante días, deshaciendo el camino andado. Pasó por los lugares por los que había viajado con Isidore y Aswand. Regresó al desierto. Acampó al raso, comió un poco y se echó a dormir.
-Hola.
Caín abrió los ojos en mitad de la noche y contempló el cielo estrellado. La voz había sonado en su cabeza.
-¿Mephisto?
Pero no obtuvo respuesta.