Heridos y cansados, los elegidos fueron atendidos esa noche por aquellos a los que habían salvado, sus heridas limpiadas y tratadas bajo la atenta mirada de una también fatigada Kyora. Las artes curativas de esas gentes eran crudas y poco refinadas, desconocían la higiene más elemental y la existencia de las bacterias, aunque tenían cierta maña con los huesos rotos y las torceduras.
En los ojos de los lugareños a vuestro alrededor, incertidumbre y esperanza mezcladas. Un mal que creían invencible había sido derrotado, pero no definitivamente. Y ni siquiera por ellos mismos, si no por la intervención de unos poderosos enviados de los dioses del país verde. ¿Qué pasaría una vez los tres volviesen a Khytya? ¿Qué pasaría si el demonio volvía? Solo en aquellos que habían oído las palabras de Joshua podía verse otra cosa: Valor, decisión. Inquebrantable humanidad.
La mañana siguiente, los tres, junto a un grupo de valerosos ancianos, aún tuvieron fuerzas para dirigirse hacia la Montaña de Hierro y Luces, donde las pulseras obraron su magia por última vez antes de apagarse definitivamente. Las compuertas de la hermética construcción metálica se abrieron al acercarse, mostrando su interior lleno de incomprensible maquinaria a la que se hallaban encadenados cientos de hombres. El hacha que empuñaba Joshua rompió cadenas, abrió las celdas y cortó los cables que alimentaban, cual arterias, el corazón de la montaña, una enorme bomba subterránea que drenaba el agua del subsuelo. A cada golpe del Hacha de plomo, la unión entre el Vendhyana y arma se hacía más fuerte, como pudo percibir la intérprete con preocupación. Una Kyora que, tras liberar a los esclavos y regresar a la meseta, se encontró con que su respeto por el Todo, por lo vivo, no era compartido por las mujeres de la Ciudad bajo la Roca. Una pirámide de cabezas cortadas, pertenecientes a los que habían seguido al Hömbre-Cobra, le esperaba a la vuelta, oscureciendo lo que podría haber sido un momento completamente luminoso.
La destrucción de la estructura metálica, la factoría que hundía sus garras en las profundidades, hizo que arroyuelos de agua ponzoñosa surgieran de las laderas resecas y vapores nocivos llenaran el cielo para espanto de los abandonados. Poco a poco, hora tras hora, sin embargo, nuevos torrentes, agua que debía filtrarse desde la próxima Khytya y un viento frío, fresco, que trajo bienvenidas nubes de tormenta, se aunaron para limpiar la inmundicia de Hierro y barrer el líquido veneno que alimentaba los fuegos de las Naves-cobra.
La barrera que rodeaba Khytya parecía comportarse de nuevo con normalidad, sin interrupciones, aunque Mwoge aseguraba que su 'brillo' había disminuido considerablemente. Las consecuencias del debilitamiento de la barrera que rodeaba la ciudad de los dioses auguraba consecuencias imposibles de predecir en éstos momentos. Puede que en el sitio que llamaban el Campo Solar hubiesen obtenido más respuestas. O si se hubiesen arrastrado a la otra punta de Khytya, buscando el Oráculo. Difícil de saberlo ya. Para los elegidos, solo quedaba volver y recuperarse de las heridas, cobrar su recompensa, fuese ésta prestigio social, satisfacción moral o una exigua gratificación monetaria.
Nadie os esperaba al otro lado, en el interior del reino bendecido en el que viviais, salvo el veterano Chege, que se ofreció a acompañaros hasta la ciudad. Una vuelta lenta e incómoda, aunque nada, ni agua, ni comida ni refugio, os falta entre las habilidades del viejo y las del algo renqueante Uren.
El círculo interior del Nexo os recibió en el lugar más sagrado de Khytya, junto a la entrada que llevaba al Hacedor de Preguntas. Vuestra narración fue analizada, diseccionada, interpretada por los sabios, entre miradas de preocupación y una mal disimulada sorpresa. Narración en la que el hacha de Joshua y las pulseras que el medio-hiena y el vendhyana llevaban, habían sido omitidas.
Con gestos amables pero firmes y fríos como el acero, se os dejó ir, con libertad para seguir con vuestras vidas. Pero se os hizo prometer que nada de lo sucedido podía contarse. Nada acerca de los abandonados, ni del exterior.
Nada de los Hombres-Cobra.
Llegado el momento de responder preguntas, la mirada del Vendhyano se detuvo largamente sobre el lugar que conducía hasta el Hacedor de Preguntas. Pese a que parecía que toda una eternidad había corrido desde el día que descendieron aquellas escaleras todavía recordaba vívidamente lo que había visto allí. Y aunque había sido incapaz de comprenderlo en un primer momento, lo que habían vivido después le había ayudado a empezar a hacerse una idea sobre la realidad que había detrás del lugar donde vivían. Por desgracia, era una idea llena de lagunas, y la esperanza que había tenido de despejarlas se esfumó cuando comprendió que no tendrían una segunda oportunidad con el Hacedor.
Prometió que guardaría el secreto sobre todo lo que habían vivido porque era lo que se esperaba de él, pero en el fondo era un alma demasiado curiosa como dejarlo ahí. La verdad estaba posiblemente más allá de su alcance, pero desde ese día el sibarita desarrolló una nueva obsesión. Aprovechando su fortuna, buscó artefactos del pasado, aquellos que, por lo que había podido ver, guardaban muchos más secretos de lo que aparentaban.
Pero antes que eso llegó el momento de la despedida. Eran ellos tres los únicos que habían experimentado esa odisea, los que habían pasado la prueba de fuego de aquel infierno y vivido para contarlo. Pese a que en el fondo tenía poco en común con ellos, les unía un lazo único e inquebrantable. A él le ofreció la mano, y a ella la abrazó y le guiñó un ojo. El destino decidiría si sus caminos volvían a cruzarse una vez se separaran, pero aun así, les aseguró que ambos encontrarían siempre un plato lleno y una cama en su casa.
Una vez estuvo de vuelta en ese hogar, una emotiva reunión con su madre se prosiguió de un recibimiento propio de un héroe, de un triunfador. Y sin embargo, él no tenía tan claro que esa fuera la verdad.
En mitad de aquella explosión Joshua había llegado a divisar las facciones monstruosas del segundo Hombre-Cobra, gorgojeando la retorcida parodia de una carcajada, mientras sujetaba en alto aquella mano pálida que había rescatado de su recipiente. No había llegado a entender qué uso tenía algo así y, sin embargo, por aquella despedida le parecía que era justamente lo que la abominación había estado buscando. Y él se lo había puesto sobre un plato. Si ese desliz tendría consecuencias solo lo diría el tiempo, y quizá incluso el tiempo que llegara después de su tiempo, cuando sus ojos ya llevaran mucho tiempo sin ver.
Solo que ya nada iba a cambiar lo sucedido, y habría sido tremendamente hipócrita por su parte esperar que otros vivieran por unas palabras que él no era capaz de aplicarse. Así que la sonrisa volvió a los labios de Joshua como si jamás hubiera desaparecido, aunque aquellos que lo conocieron empezaron a ver algo diferente en ella. Porque, pese a todo, el joven arquero que se había marchado y el que había vuelto eran personas muy diferentes.
Lo que el futuro tenía preparado para él tendría que descubrirlo día a día.
Uren casi no habló en el camino a casa, de alguna manera sentía aquello como una derrota. Le hubiese gustado regresar con mas información, con haber derrotado el otro hombre cobra, en definitiva, entender algo más de todas aquellas incógnitas y maravillas que lo rodeaban, pero no había conseguido casi nada de ello.
Se había mantenido firme y había respondido todas las preguntas con el mayor lujo de detalles posible, pero siempre que pudo dejó las palabras a Kyora o a Joshua. Por ambos había logrado sentir cariño y admiración. Esperaba poder verlos una vez que finalizara su tarea, aunque sabía que aquello era poco probable. Pero si, compartían ahora la camaradería de haber vivido peligros inimaginables para muchos, y también secretos. Aquellos objetos que tenían estaba seguro de que iban a resultar de utilizad en un futuro cercano.
Se aseguró de que ambos supieran cómo y dónde encontrarlo cuando lo necesitaran, y emprendió el regreso a los bosques, donde se empeñaría en aprender a utilizar aquella extraña pulsera. Si lo conseguía, los buscaría para contarles las novedades. Sabía que aquello no terminaría allí, había todo un mundo afuera, y tarde o temprano terminaría por entrar a Kyhtya.
El mundo para Kyora a veces solía ser demasiado injusto, ella era muy sensible al poder de la naturaleza y como ella respiraba a través de su armonía ancestral. Pero la mano del hombre, obstinada, demente ejercía su influencia y una justicia que para ella era terriblemente injusta. Lo cual cerró su corazón en el silencio bajo un asentimiento que no comparte esos obrares de ese lugar, pero sí una comprensión que va más allá de lo que se pueda comprender. La intérprete era puro corazón, sentimiento y equilibrio, lo cual un pequeño desajuste le hacía doler en el alma.
Pero la compañía de sus amigos, ese valor que no se encuentra en cualquier lado hizo que este resultado sea el esperado. Por ello es que se abrazó a Joshua cuando éste hizo lo propio y lo miró a los ojos de una forma diferente cuando le guiñó el ojo, quizás abriendo una pequeña puerta para el mañana. Nunca se sabe. Habían compartido tanto, pensamientos, diferencias, camino y ese destino que hoy la había unido con ella, quizás tenía su continuación, su mañana también.
Ya con Uren muchísimo respeto y admiración, ella le agradeció cada uno de sus silencios y se dio cuenta de que ese hombre era una acción pura que resguardaba un corazón muy noble. Algo valioso para Kythya en todos los sentidos. Así que tras dejar aquel instante que se convertiría en pasado, avanzó junto a los demás luego de curar las heridas y recuperar un aliento que parecía extinguirse con toda la odisea.
En su pueblo no surgió lo esperado, pero Kyora había ganado ya en su corazón. Dos nobles personas le demostraron que se puede obrar desde la justicia, que el mundo es cruel por donde lo mires y la influencia de las personas aún lo son más. No obstante la morena jamás perderá la esperanza porque cree en el poder natural, cree en el renacimiento de una nueva era que ellos mismos comenzaron.
Para siempre, por siempre.