Partida Rol por web

En pocos segundos, la sacristía se convirtió en una reyerta de bar. William y el hombre nórdico se cruzaron sendos golpes, pero Whorf era mucho más robusto y resistente. Éste consiguió asir a su rival y, con una fuerza sobrenatural, lo lanzó contra la pared. Aprovechando el aturdimiento, trató de hacerle una presa por la espalda para dejarle inconsciente. Desde luego, cualquiera de los allí presentes podía afirmar que no era la primera vez que Whorf hacía algo similar.

Fue en ese momento cuando Lucy entró de un salto desde la ventana entreabierta por la que estaba observando y le propinó un golpe en la frente con una gran losa que encontró en el jardín, utilizada como ornamento para algunas de las plantas del patio trasero. El hombre quedó totalmente inconsciente en brazos de William.

El padre y Thomas se encontraban de pie encima de la cama, cuya estructura estaba a punto de vencerse. Se habían ido apartando durante el desarrollo de la pelea para que no les alcanzara un puñetazo perdido.

—¿Pero qué...? Whorf... ¡Lucy! —no podía decirse que el padre Longstone estuviese sorprendido por la conducta del marinero, pero ciertamente, estaba escandalizado por las acciones de la joven—. ¡Debéis marcharos! —se santiguó—. Yo... yo me encargaré de él. Nadie os puede relacionar con esto, no quiero que vengan a por vosotros —miró entonces a Thomas, quien callado, asintió—. Vamos, ¡vamos! —tragó saliva—. Y gracias, el Señor sabe que hicisteis lo correcto.

De la losa del jardín goteaba un poquito de sangre, nacida en la brecha de la frente del desconocido ahora inconsciente 

"Estoy en un lío. Estoy en un tremendo lío. Ay, Dios y María Santísima".

-¿Están todos bien?

Lucy miraba aterrada al nórdico. Sus ojos iban y venían de William a Thomas y al sacerdote. 

-Yo… yo… -balbuceó. Se le cayó la improvisada arma al suelo. El golpe en el piso tuvo el efecto de liberarla del aturdimiento causado por su violenta acción.

-¡No, nos vamos! No antes de saber qué es todo esto, quién es este hombre, qué quiere de usted. ¿Quién va a venir a por nosotros? Y qué hace aquí Thomas.

Las palabras le salieron en torrente. No se reconocía a sí misma, pero es que comenzaba a estar al límite, agobiada por la ansiedad y la ignorancia.

-Necesitamos respuestas. - Lucy se puso bloqueando la puerta de la sacristía, decidida a no dejar marchar al padre Longstone ni a Thomas 

Y la llave. También necesitaban esa llave, si es que era la que pensaba y no otra cosa. 

Longstone respiró hondo. 

—No lo sé —declaró—, dice ser un amigo del reverendo James, quien estaba antes que yo —dedicó una mirada llena de contenido a Lucy, de quien se rumoreaba que había tenido una relación un tanto más cercana de lo normal—. Siempre viene a preguntarme por un cofre o una llave «que la parroquia ha robado», me dice. ¡Pero no sé de qué me habla!

—Bueno, yo me marcho —interrumpió Thomas—. Se levantó y se estiró y pronto se encontraba ya en el marco de la puerta.

—Con Dios —Longstone asentió—. Anoche alguien encontró a Thomas tirado en el suelo, durmiendo borracho de cualquier manera, y lo trajo aquí para que pasara la noche tranquilo —sonrió con tristeza—. El hombre tiene un problema, pero el Señor nos pide apoyar al prójimo —se agarró el crucifijo de madera que llevaba en el cuello. Volvió a mirar al extraño—. Por favor, marchaos, hablaremos en otro momento, tengo que encargarme de él.

El calor era palpable en el ambiente. Era ya mediodía y el cielo se encontraba totalmente despejado. Por fin estaba llegando la primavera acompañada de aquella maldita humedad.

A Lucy las explicaciones del párroco le sonaron a evasivas. ¿James? ¿Qué tenía que ver él con esto? Nunca le mencionó nada. ¿Mentía el padre Longstone? Era probable, a deducir negando la existencia de esa llave que ella misma había visto que ocultaba bajo la sotana.

William se estaba recuperando del enfrentamiento. -¿cómo estás, Will? -repitió, preocupada, mirándole afectuosa.

Todo lo contrario cuando siguió con aquel interrogatorio al sacerdote. Lucy ya estaba lanzada, peor no podía ser. Esperó a que Thomas se largase y cerró la puerta de un portazo antes de continuar insistiendo.

-No meta a James en esto, padre. -le señaló con un dedo acusatorio- Su actitud es muy sospechosa, algo esconde, usted y... -aquí se calló, no quiso mencionar al alcalde ni al alguacil, sería descubrirse y logró cerrar la boca a tiempo. Se agachó para registrar al atacante inconsciente, presa de una furia irreconocible en ella.

-Tiene que decirnos todo lo que sucede aquí. Lo lamento, pero no le creemos. -le lanzó una mirada decidida al cura- Sí que tiene esa llave, he visto como la escondía debajo de sus ropas. Entréguesela a William, por favor. Estará más segura con nosotros. 

No sabía lo que estaba haciendo ni diciendo, nerviosa y enojada. La desgracia, las muertes de amigos y vecinos, el misterio aquel, estaban zarandeando su corazón y su espíritu.  

Cuando el hombre dejó de forcejear, William, aturdido, lo soltó y lo dejó caer a suelo. Fue entonces cuando vio a Lucy asomada a la ventana con un pedrusco en la mano y ató cabos. La chica tenía más agallas que muchos marineros que había conocido durante su juventud.

William se apoyó contra una de las paredes para recuperar el aliento, dejando que Lucy se encargase de la charla, que se le daba bastante mejor que a él. Cuando Timmy abandonó la estancia, cruzaron un momento sus miradas, que William aprovechó para asentir pesadamente, despidiéndose del soplón. Y advirtiéndole de paso de lo que era capaz.

- Vámonos, chica - gruñó William mientras se dirigía a la puerta -, hemos hecho mucho ruido y no nos interesa que nos pillen aquí. Y usted - añadió secamente dirigiéndose a Longstone -, deme esa llave o consérvela, pero sepa que seguirán viniendo a por ella. Y esta gente - William señaló al nórdico, inconsciente en el suelo - no parece tener problemas en usar la violencia con quiénes se les pongan por delante.

Dicho esto, William se puso junto a la puerta, pero esperó antes a ver la reacción de Longston y, sobre todo, a la aprobación de Lucy para marcharse. La joven estaba agitada, quería respuestas, evidentemente. William le debía como mínimo, la opción de luchar por ellas, si así lo consideraba.

El padre Longstone sonrió pesadamente. Fue entonces, con esa preocupación y la luz del mediodía a través del ventanal que bañaba las imperfecciones de su rostro, cuando se pudo hacer visible lo envejecido que estaba Barryl.

—Toma, Lucy —dijo con dulzura y resignación, entregándole la llave que llevaba en el bolsillo de atrás del pantalón—. Sé que tienes muchas preguntas, pero ahora no puedo respondértelas. Sé lo que se rumorea en el pueblo sobre James, pero yo le creo. Fue alumno mío en el seminario y siempre ha sido un buen chico —Miró a Whorf, ya en el marco de la puerta, y asintió entonces levemente con la cabeza—. Cuando esto pase, te lo contaré. Ahora debes irte con William.

El hombre en el suelo comenzó a moverse, pero Longstone le propinó un sorprendentemente contundente golpe en la nuca y quedó inerte de nuevo.

—Marchaos —y cerró la puerta tras de sí, dejándoles solos en el pasillo de la sacristía.

Lucy miró la llave en la palma de su mano. Una llave, pero nada de respuestas a todas las incógnitas. ¿de qué servía entonces sus ruegos, sus exigencias, su insistencia en averiguar la verdad.

-Nos vamos, de acuerdo. Pero no nos ha contado nada, padre. Nada de valor. Las preguntas siguen en el aire, usted sabe que puede confiar en mí. En nosotros. No cargue con ese peso que le está enfermando.

La chica levantó los ojos hacia Will, resignada. -Vámonos. Gracias. 

En su cara la perplejidad ante la visión de aquella repentina muestra de violencia del reverendo.