Era la mañana del funeral de los marineros perecidos en su heroica búsqueda en el Cuerno de Narval. La parroquia estaba absolutamente abarrotada, por lo que se vieron obligados a celebrar la ceremonia en el jardín. Hacía un buen día y el cielo estaba despejado, en contraste con las familias rotas que aquella tragedia había dejado.
El jardín se encontraba lleno de ataúdes y grandes coronas de flores traídas de otras partes del estado de Maine y probablemente de Canadá, puesto que el condado de Washington era bastante yermo y no podía cultivarse prácticamente nada.
—Queridos hermanos —comenzó el Padre Longstone—, nos encontramos hoy aquí reunidos para dar sepultura a las almas de estos veintidos marineros que dieron su vida para que tuviéramos algo que llevarnos a la boca —hizo una pausa y comenzaron los llantos rotos—. Su esfuerzo no fue en vano, y el Señor lo tendrá en cuenta. Sabrá recompensarlos para que búsquedas futuras tengan éxito. Ahora, cojámonos de las manos y pasaremos a dar gracias uno a uno a estos grandes hombres para darles un último adiós —la gente se cogió de las manos.
Cambió su peso de pie. Parecía algo nervioso, no terminaba de creer lo que estaba diciendo. El sacerdote había estado perdiendo la fe desde hacía meses, pero no podía dejar que eso se notase en los feligreses, y mucho menos en tal día como aquél.
—Damos las gracias a Alfred Thompson —comenzó con la enumeración. Cada vez que pronunciaba un nombre, los asistentes murmuraban «Gracias, Señor» en un descordinado coro—. Damos las gracias a Walter Willard. Damos las gracias a Jeremy Willard...
El sol comenzó a taparse mientras recitaba aquella enumeración de nombres. Sin embargo, no había ninguna nube. Algo cayó del cielo, golpeando a uno de los asistentes, que lanzó un grito de dolor.
—¡Es un pez! —gritaron unos, y pronto cayeron más—. ¡Están cayendo peces del cielo! ¡Aleluya! —exclamaron—, ¡aleluya!
Y los peces continuaron cayendo, rompiendo ventanas y algunos tejados. Se suspendió la ceremonia y todos se tuvieron que poner a buen recaudo dentro de la parroquia. Cuando salieron, la lluvia de peces había cesado y el suelo se encontraba prácticamente encapotado de ellos.
Los peces se extendían hasta la costa, donde pronto descubrirían que en la Bahía del Hombre Colgado se encontraba varada una gran criatura, que esta vez sí, los había salvado a todos.
Sobre la isla el silencio era sobrecogedor, un silencio solo roto por los ocasionales ruidos de la fauna salvaje que aún quedaba en rededor. La visión que había sido Jonesport se había esfumado y ahora solo quedaba mar en derredor. Alexis volvió de la orilla donde había estado escudriñando el horizonte hacia el grupo. El sol comenzaba a bajar y el calor amenazaba con marcharse. No tenían aún fuego, no refugio, nada más que la voluntad y el deseo de cuidar ese lugar y la esperanza de que fuese lo que fuese William ahora hubiera cumplido su promesa.
—Descansa en paz, amor mío —dijo Joe en voz baja sacándose el anillo que aún llevaba y enterrándolo en la arena. Se apoyó en el muslo al levantarse y sintió algo arrugado en el fondo de su bolsillo.
Tímidamente se acercó a James y Lucy le hizo una seña a esta última enseñándole aquella carta que tanto había viajado con ellos. Tras pedir su permiso, se sentó a su lado y, abriendo un sobre que prácticamente se deshizo entre sus dedos, comenzó a leer.
Querida Lucy:
En la quietud de la distancia, la añoranza se convierte en mi única compañera. Cada pliegue de esta carta es testigo de los recuerdos que ahora solo viven en el eco de nuestras memorias compartidas. La fe que profeso no ha menguado; al contrario, se fortalece en la esperanza de que nuestras almas, aunque separadas por la geografía, permanezcan entrelazadas en el tejido divino del destino y mi estadía aquí me ha dado respuestas a cosas que no sabía que estaba preguntando.
Extraño los días en los que tus risas resonaban como melodías sagradas y nuestras convicciones se sostenían con la solidez de un antiguo altar. Sin embargo, reconozco que la vida, como una barca a la deriva, nos lleva en direcciones que a veces no podemos prever ni controlar.
Así como las estaciones cambian, comprendo que hay momentos en los que debemos dejar ir lo que una vez fue, confiando en que el tiempo y la fe nos guiarán hacia nuevos horizontes. Pero acá he aprendido también que no podemos negar nuestros sentimientos y que el amor es el verdadero poder en el que nuestro señor se manifiesta. Y negar lo que sentimos de verdad es casi como negarlo a él. Por eso querida Lucy yo...
Y así como se llevaba el mar la isla hacía desconocidos parajes, así se llevó el sonido del viento y el oleaje as últimas palabras de aquel mensaje.
Lucy estrechó la carta arrugada en su torso. Cerró los ojos, su bonita y algo sucia cara llena de felicidad, sabía que James la amaba, siempre, por siempre.
-Nos volveremos a encontrar, James. -susurró al viento, recordando el primer y casi único beso, el sabor de sus labios y de su aliento.
Alzó los párpados, guardó las palabras de su querido James y tomó la mano de Alexis, regalándole una sonrisa plena de amistad.
-Gracias, Alexis, gracias. Tú también te reunirás con la persona que amas.
Lucy había comprendido. No le importaba ni juzgaba, tal y como había escrito James, el amor es la manifestación de Dios.
Cogió la mano de Norris. -Todo está bien. Ya no tengo miedo. Me siento bien. Se que el gruñón de Will está aquí, con nosotros. En todas partes.
Sus ojos claros observaron el horizonte.
-Todo está bien.
Los días pasaban, y parecía que Jonseport empezaba a recuperarse. La pesca volvía a abundar, y incluso corrían rumores de avistamientos peces y animales que nunca antes se habían visto en por la zona.
También se hablaba de una isla que había aparecido en la lejanía justo antes de lo que ya se había bautizado como El Milagro. Por supuesto, estos rumores llegaban de los borrachos y los impíos que la mañana del funeral no habían asistido a la iglesia. De todos modos, eso no había impedido que algunos barcos llenos de jóvenes aventureros partiesen en busca de la misteriosa isla.
En cuánto a la bestia encontrada en la bahía, ya había empezado a descomponerse. Cuando la encontraron, ya estaba muerta. Aunque nadie sabía qué era exactamente, los habitantes de Jonesport no tardaron en relacionarla con la muerte de sus seres queridos en el ataque al barco. El cuerpo de la bestia sufrió ataques y destrozos, y los más valientes no dudaron en llevarse garras y colmillos de la bestia para decorar sus salones. El padre Longstone no pudo evitar sentir pena por el monstruo. Algo en su interior le decía que estaba relacionado con El Milagro de alguna manera. Y qué no era el único.
Desde el funeral, había estado buscando a Lucy Belt. Con lo devota que siempre había sido, no entendía como no había aparecido para llorar a sus muertos. Habló con Irving, quien tampoco la había visto desde hacía días. Finalmente, y recordando con quién la había visto la última vez, Longstone cerró la parroquia una mañana y se dirigió a la cabaña de William Whorf.
A medida que se acercaba a la alejada cabaña, notó como una fina neblina se formaba en la lejanía. Al llegar, se encontró el lugar aparentemente abandonado, sin rastro de que nadie hubiese pasado por allí en una temporada. La puerta de la cabaña estaba abierta, y en el tejado de la cabaña se posaba una extraña gaviota. El ave miró a Longstone fijamente, y éste sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sin emitir ningún sonido, la gaviota emprendió el vuelo y desapareció en el horizonte, atravesando la neblina.
Cuando Longstone entró a la cabaña, la encontró vacía. Nada destacaba en la gran habitación, salvo una mesa frente a la chimenea. Sobre ella se encontraba una brújula abierta, con el cristal roto y la aguja partida. En la otra cara, el retrato de una joven sonriente.
No tardo en saber que allí estaba bien, aquel era su sitio. La paz le fue envolviendo poco a poco, sus manos y pies se entumecían, pero no era algo doloroso, era como un cambio, una metamorfosis. El tiempo perdió su significado, su linealidad, el antes y el después no eran algo fácil de separar. El cuerpo se termino por fusionar con la isla, por entrar en la mente colmena, por ser uno mas dentro de aquella multitud que era aquella no isla. Sabía que el pueblo había sobrevivido, que la hambruna había pasado y que tendrían pesca y comida, al menos durante un tiempo.
A lo lejos, en la colina sobre el pueblo, unas clases en el colegio, aquella mañana terminaban las vacaciones del profesor Norris, sus alumnos y alumnas esperaban a ver con que historias les sorprendería ese trimestre. Este se estaba retrasando, lo que no era nada normal. Aquellos adolescentes, esperaban la única clase entretenida que tendrían aquel día, pero esta no parecía que fuese a llegar.