PNJ: RIPPER
Sexo indeterminado, solo contacta con él vía intermediarios o por llamada telefónica y siempre tiene la voz distorsionada así que queda a tu elección en caso de que llegue a aparecer.
Ripper es una especie de relaciones públicas e intermediario entre gente que necesita que se cumplan cierto tipo de trabajos (principalmente asesinatos y "recuperación de objetos") y aquellos que los llevan a cabo (asesinos a sueldo y mercenarios). Es bueno en lo suyo y en obtener información de todo tipo de personas, por eso su red de contactos es amplísima y no deja de engrosarse.
Sabe que Rick es bueno para determinados tipos de trabajos y por eso le fastidió algunos planes que dejara de trabajar con él pero ahora que Rosewood ha fallecido parece una buena oportunidad para volver a tenerle entre sus filas. Probablemente no acepte una negativa por segunda vez.
PNJ: Olivia Spencer (enemiga/rivalidad) - Emily Blunt
Se conocieron antes por el nombre que por verse. Ambos trabajaron para Ripper durante un tiempo y de vez en cuando Rick conseguía los trabajos que precisamente ella quería, sin embargo nunca fue tan selectiva como él para sus objetivos.
Colaboraron en un par de misiones dividiéndose el correspondiente pago por ello. Unidos forman un buen equipo porque ambos son buenos pero a Olivia le cuesta demasiado ceder o compartir decisiones por lo que siempre había cierta desconfianza y resentimiento mutuo.
Ella aceptó encargarse del asesinato de Alexander Rosewood allá por 2012 y desde entonces han sido enemigos por motivos obvios. Rick tuvo que detenerla en los momentos más inesperados y al final resultó no ser ella la que acabó con la vida del viejo pero, ¿quién sabe si tuvo algo que ver de manera indirecta?
PNJ: Erick Wilson (aliado/amigo) - Karl Urban
Se conocieron cuando Rick ingresó en la milicia y no tardaron demasiado en hacerse amigos debido a que ambos eran novatos por aquel entonces. Es de las pocas personas, además de Alexander, en las que Rick confía por haberle demostrado apoyo y estar ahí siempre que le ha necesitado aunque su contacto últimamente ha sido muy esporádico.
Cada vez que se lo pueden permitir acuerdan alguna "noche de colegas" para pasarla juntos bebiendo cervezas y viendo películas estúpidas. Es de las pocas personas que consigue hacerle pensar que una vida normal y corriente no estaría tan mal pero se le pasa pronto.
Fue él el que consiguió el contacto de Ripper para Rick a raíz de algunos rumores entre los soldados pero no tardó demasiado en arrepentirse de ello. Se preocupa por su amigo, sabe que es demasiado temerario y que probablemente eso le mate (él es más sensato aunque tampoco es muy difícil de superar).
PNJ: Jason McNeil (hermano menor) - Joseph Gordon Levitt
El único miembro de su familia sanguínea con el que todavía siente algo de vínculo y responsabilidad a pesar de que no se ven prácticamente nunca, en parte por su propia seguridad. De vez en cuando le llama o le envía regalos para festividades señaladas.
Jason suele mostrarse receloso y a la defensiva con Rick pero a pesar de eso nunca le ha colgado el teléfono cuando le ha llamado así que sigue existiendo esa conexión invisible propia de los hermanos a pesar de que él mismo lo niegue.
La verdad es que ignora a Rick principalmente porque sabe que está metido en líos que no debería y es su manera de reprochárselo pero en el fondo le admira e incluso le envidia un poco por toda esa libertad y aventuras que supuestamente "disfruta" (a pesar de no saber exactamente a qué se dedica) ya que él hace años que se trasladó a Londres, donde trabaja como arquitecto en un estudio prestigioso, inmerso en una vida llena de rutina.
Rick se siente orgulloso de él, aunque no se lo diga ni lo demuestre, y se alegra de que haya conseguido una vida acomodada y tranquila aunque no deja de instarle para que deje la timidez a un lado y se eche novia de una vez, cosa que saca de quicio a Jason.
Jason es pacífico, tranquilo y algo tímido. Un poco torpe para los deportes pero muy listo y astuto (prácticamente el polo opuesto de su hermano).
PNJ: Isabella Paglia (ex-pareja, periodista) - Charlotte Riley
Originaria de Venecia, Italia.
Se conocieron porque Rick fue contratado por ella misma (a través de otros intermediarios) para ser su guardaespaldas después de recibir varias amenazas debido a algunos de sus últimos artículos periodísticos algo polémicos entorno a los fraudes y cohechos de una da las familias relevantes de su país (en realidad una mafia, aunque ni ella misma sabía hasta dónde llegaba todo aquello).
Después de salvarla de un par de intentos de asesinato Isabella aceptó abandonar Venecia temporalmente pero Rick todavía se quedó un tiempo más con ella porque estaba demasiado asustada como para quedarse desprotegida, así fue como ambos acabaron en Suecia. Ahí se conocieron mejor y según pasaron los los días y semanas su relación se volvió más íntima, hasta que el hecho de hacerse compañía mutua se volvió algo natural.
Isabella fue la única mujer que consiguió que Rick se sintiera cómodo más de un mes seguido en una relación, de hecho se prolongó hasta más de un año pero cuando ella empezó a plantearse la posibilidad de que la cosa fuera un poco más seria Rick "voló". No fue porque no quisiera comprometerse con ella, fue el darse cuenta de que la idea no le desagradaba lo que realmente le espantó.
Aunque se arrepintió de esa decisión de vez en cuando se justifica diciéndose que era lo más seguro para ella. No se ha puesto en contacto con Isabella desde que empezó a trabajar para Alexander pero de vez en cuando paga a otros para recibir informes sobre su estado y asegurarse de que sigue estando bien y a salvo.
De ideas firmes y claras, honesta, un poco mandona en determinadas ocasiones y situaciones. Buen equilibrio entre paciencia y determinación.
Pasado
Nacido en 1821, llamado Luis Alberto Herrera e hijo ilegítimo de Martín Rodríguez, octavo gobernador de Buenos Aires. Aunque nunca se le reconoció, los primeros años de su vida fueron cómodos y sin penurias. No siguió los pasos de su padre ni quiso nunca tener nada que ver con él. De hecho, siempre que alguien averiguaba quien era su padre, el trato hacia Luis Alberto cambiaba radicalmente. No siempre a mejor ni a peor, pero cambiaba. Odiaba eso. Ser llamado sangreazul por el simple mérito de ser hijo de un, hacia ya mucho, gobernador.
Sirvió a su país como soldado desde los 18 años hasta los 25 cuando, acusado injustamente, fue encarcelado. Su pena no sería larga pero tuvo la suerte, o la desgracia, de verse envuelto en un motín y casi sin planteárselo estar fuera de prisión menos de un mes después de entrar. Más que suficiente para toda una vida. Sabiendo que no sería tratado mejor si se le encontraba, huyó a Europa.
Durante años deambuló por España, de ciudad en ciudad, dando tumbos de trabajo mal pagado en trabajo mal pagado. Sobreviviendo y sin poder prosperar con ese estilo de vida, tuvo un golpe de suerte. Conoció a una mujer. Isabel se compadeció de él una noche en la que, herido y robado, simplemente se tumbó a esperar el alba. Lo curó y alimentó hasta que el padre de la mujer lo descubrió todo. De nuevo la suerte hizo que, como habría hecho cualquier padre de familia al encontrar un extraño en su granero, el robusto hombre no lo matase. Escuchó su historia y vio la verdad en los ojos de Luis Alberto.
Tras dos años, padre de un hijo y con otro en camino, su esposa Isabel y él partieron a Paris para ver la ciudad y firmar los papeles de unos prósperos negocios. Pues el amable suegro le había enseñado un nuevo medio de vida. El oficio de vinatero, como administrar una finca y hacer buen vino. La vida le sonreía, los negocios iban a más y en Paris la felicidad creció. Una hija. Las bendiciones llegaban una tras otra, pues Adeline, la mujer del hombre que debía firmar los papeles junto a Luis Alberto- un anciano adinerado- hizo muy buenas migas con Isabel. Las dos se hicieron íntimas amigas y la estancia en Paris, acogidos por los ahora socios de negocios, se prolongó.
En realidad todo ocurrió por los deseos de la arpía, de Adeline. No le interesaban los negocios de su decrepito esposo, pero sí que le interesó su nuevo socio. Una tarde como cualquier otra, mientras Isabel paseaba con sus hijos por las calles de Paris y su esposo realizaba una de sus visitas a sus amistades Adeline habló con Luis Alberto, y se lo dejó todo muy claro. Si no hacía lo que ella quería, los negocios se romperían de inmediato y ellos quedarían en la ruina. Y lo que quería era el vigor de un hombre joven.
No le quedó otro remedio que acceder, y no era una tarea desagradable en absoluto pues Adeline era hermosa de rostro y con un cuerpo envidiable. Además de nada recatada en la cama. Se lo contó a Isabel y, por primera vez, mintió. Dijo que no disfrutaba con Adeline, que no la amaba. Y tal vez no existía el amor pero la relación de ambos que al principio fue tensa y bajo amenaza pronto se convirtió en una de placer y deseo. Él le daba a ella lo que tanto deseaba y no podía tener. Ella cumplía todo deseo carnal que él pudiese tener. Pronto las cosas cambiaron y Adeline sintió celos de Isabel, de manera irracional. Era ella quien decía cuando y como disponer de Luis Alberto, pero era con su esposa con quien paseaba y miraba el atardecer. Con quien compartía hijos. La frustrada mujer ideó una venganza.
Forzó a Isabel a estar presente, escondida en armarios o bajo la cama, siempre que tuviese encuentros con Luis Alberto. Le pedía que le dijera que la amaba, se esforzaba al máximo para que Isabel escuchase y viese a su esposo disfrutar como no hacía con ella, pues era una mujer mucho más tradicional. Día tras día, encuentro tras encuentro. Y esos días, claro, Luis Alberto terminaba agotado entre el trabajo y Adeline...por lo que no la tocaba por la noche.
Los celos nublaron el juicio de Isabel, y la desgracia golpeó a Luis Alberto. Su esposa habló con el anciano esposo de Adeline. Este habló con su esposa y...la creyó. Creyó las mentiras...que era Luis Alberto quien la forzaba a diario. Que vivía con miedo, que temía quedarse encinta de otro hombre. El miedo de Adelien era real, pero no eran ciertas sus palabras. Lo que temía era la ira de su esposo.
Y con razón.
Esa tarde al regresar, cansado y fatigado, acudió como cada tarde a la habitación de invitados en la que yacía con Adeline. Sobre la cama encontró a la mujer ya desnuda y con las piernas abiertas, esperándolo...o eso creía. Lo cierto es que estaba muerta. Degollada. Y no era Adeline, sino Isabel. Asustado corrió a sus habitaciones temiendo lo peor...y confirmándolo al encontrar a sus hijos ahorcados. Las fuerzas le abandonaron y cayó de rodillas. Eso le salvó la vida.
Sentado en una esquina, fuera de la vista para quien entra a la habitación estaba el anciano armado con una pistola. Preparado para disparar y matar a Luis Alberto cuando este viese la imagen que había preparado. Al caer de rodillas, el disparo falló. Tras escucharlo y ver al anciano pudo saltar hacia la puerta y esquivar un segundo disparo mortal. La bala le dio en el costado y lo derribó. Pero pudo levantarse de nuevo y correr. Huir.
Lo había perdido todo y moriría, lo sabía. El disparo, aunque no letal de inmediato, lo mataría por la pérdida de sangre. Y ¿Quién lo iba a creer? El anciano tenía suficiente dinero para comprar a quien hiciese falta. Solo podía huir. Dejar atrás a su familia muerta, sus negocios, su amante. Todo.
Por segunda vez en su vida, se tumbó a esperar el alba, todo perdido. Si es que llegaba a verlo, probablemente muriese antes. Y, por segunda vez en su vida, una mujer lo salvó. O al menos, parecía una mujer. Entre la neblina de sus recuerdos, la cabeza ida por la pérdida de sangre, sintió como era levantado por unos brazos pequeños y fríos. Fue introducido en un carruaje y ya no pudo recordar más, salvo los labios rojos de la muchacha. Nada más, hasta despertar en una cómoda cama, iluminado por el sol del medio día. Su herida estaba sanada, algo inexplicable, y se sentía más fuerte. Sin embargo no lo suficiente para poder abrir la puerta o arrancar los barrotes de la ventana. Estaba atrapado.
El día fue largo y desesperante pro al caer la noche, la puerta se abrió y pudo ver a su captora. Una mujer hermosa de 18, quizá 20 años, no más. Sus movimientos dejaban claro que era la dueña y señora del lugar. Pese a la corta edad que aparentaba, sus ojos daban a entender un sabiduría mucho mayor. Fue clara y concisa.
-Me llamo Marie Antoniette.- Su voz era bonita, su acento francés al hablar español, adorable. -No me conoces pero yo a ti sí. Sé quien eres y lo que te ha pasado, también conozco tus habilidades. Te quiero a mi lado. Quiero que lleves mis negocios cuando yo no esté. Y quiero un compañero fiel para la eternidad. Te he dado el regalo de la vida, pues te estabas muriendo, por ello escucha mis palabras. Escúchalas hasta el final y decide. Respetaré tu decisión, pues no pido poco a cambio. Y no es fácil darlo a una desconocida. Quiero que me des tu vida, que me la entregues voluntariamente...morirás a mis manos, y te traeré de vuelta a la vida. Renacerás como lo que soy, un vampiro. Obtendrás poderes que no imaginas, conocimientos que no sospechas. Y la vida eterna. A cambio exijo tu obediencia y tu lealtad.
Era una locura. Una completa locura. Y una muchacha no iba a detener a Luis Alberto una vez abiertas las puertas. Corrió para huir de esa casa...y fue incapaz de soltar su mano del agarre de la chica. Marie Antoniette lo cogía del brazo, con una mirada algo decepcionada. Soportó los golpes del hombre, impertérrita, como si fuesen meras caricias. Y lo arrojó dentro de nuevo.
Le dio el resto de la noche y el día para pensar, y se fue.
Fue un día complicado. Quedó ronco de gritar pidiendo auxilio. Pero poco a poco comprendió su situación. ¿Qué le quedaba? Nada. Sin duda había sido denunciado como asesino de su esposa. No podía regresar a su vida. Tampoco la quería, no sin Isabel y sus hijos. Y si lo que la muchacha ofrecía era remotamente cierto...¿Podía serlo? Como vampiro podría empezar de cero. Podría prosperar con esos poderes que le prometía. ¿Servirla? No sería distinto de trabajar para otro patrón. Y sin duda tendría que aprender cosas.
Poco a poco se convenció de aceptar. Lo haría. Sí. Con un detalle, una condición. Que le permitiese atormentar a ese anciano y a esa arpía. Luis Alberto nunca había sido una persona cruel o vengativa pero los recientes acontecimientos...debía vengar a Isabel. Tenía que hacerlo.
Cuando Marie Antoniette regresó, aceptó su propuesta.
Esa misma noche murió. Su sangre fue extraída y se le dio La Sangre. La vitae. Renació como vampiro y, acompañado de su creadora, regresó a la mansión del anciano. Dejó que este le disparase una y otra vez. Que huyese de habitación en habitación. Hasta que la desesperación en los ojos del anciano fue completa. Solo entonces le partió el cuello. Su intención era hacer lo mismo con la asustada Adeline, a quien Marie Antoniette mantenía sujeta, con aire aburrido. Pero la noche no era solo para la venganza. También para empezar a aprender.
Conforme escuchaba las palabras de su creadora el hambre, o sed, crecía en Luis Alberto. Al observar el cuerpo desnudo y pálido de la mujer, el contraste de sus negros cabellos con su piel, la curva de su cuello...era demasiado. Casi sin darse cuenta, posó sus labios en el cuello de la mujer que, al sentirlos, suspiró aliviada creyendo aún que viviría. Que su amante la salvaría. Dejó de resistirse y apretó el cuerpo del reciente vampiro ahogando un gemido como tantos otros que habían compartido. Solo que este no era provocado por el sexo, sino por la mordedura de Luis Alberto. Por sus colmillos hundiéndose en el cuello de la morena.
Succionó toda su sangre. Y quemaron la casa al marcharse.
Observando el incendio desde lejos, su creadora le acarició la mejilla.
-Ahora, deja esa vida atrás. Te ha hecho quien eres, pero no puede gobernar tus actos. Ahora eres un Hijo de la noche. Un vástago de Caín, y eres parte del mayor clan, los Ventrue. Te enseñaré y haremos grandes cosas juntos. Pero ahora ya no eres Luis Alberto Herrera. A partir de este instante eres Jules de Bourdeu.
Los años pasaron y Jules aprendió cosas, muchísimas cosas. La historia de la Estirpe, del clan, de la Camarilla. Aprendió sobre sus poderes y capacidades, pero también aprovechó el tiempo y mejoró su olfato para los negocios. Aprendió a crear dinero casi de la nada y a manipular a los mortales. Disfrutaba con su vida, no era un sacrificio servir a Marie Antoniette. Con los años la relación entre ambos cambió y, aunque en ocasiones había roces amo-siervo, la mayor parte del tiempo eran una pareja de amantes. La bella vampiresa, una joven adulta en apariencia, y el fornido hombre en plena madurez física.
Recorrieron Europa de punta a punta, disfrutando de los placeres de las capitales, de la historia de las regiones. Y, pasado un tiempo, se afincaron en París para comenzar a crear un imperio. El dinero es algo fácil de conseguir con los poderes de un Ventrue, pero verdaderas fortunas que dejen huella, es otro cantar. A fin de cuentas, los recursos son algo limitado...y nadie quiere cederos. Jules lo descubrió por las malas, casi de un día para otro se encontró envuelto en una lucha de poder entre su creadora y otros antiguos afincados en la ciudad.
La suerte iba en contra de la pareja, pero Jules era un hombre leal. Al comenzar a comprender sus poderes supo que su mentora podría haberlo obligado a cualquier cosa, pero no lo hizo. Le dejó elegir. Y tras su abrazo, tampoco lo había forzado nunca a nada. Por ello cuando se vieron superados por la situación y ella lo miró a los ojos pensó que era una manera de decirse adiós antes de la batalla, por si no sobrevivían.
En cambio, impuso su voluntad sobre la de él y lo forzó a atacar a sus perseguidores. A ganar tiempo para que ella pudiese escapar. Traicionó a Jules, si bien es cierto que la pena le enronquecía la voz y las lágrimas de sangre caían de sus ojos. Pero lo hizo. Lo mando a morir para poder vivir.
Tal vez Jules lo habría hecho, se habría sacrificado por ella. Tal vez entre los dos habrían logrado sobrevivir. Habría sido su decisión. Pero no así, no obligado.
Jules luchó, superado por sus rivales. Pero también fue subestimado. Herido, casi acabado, logró terminar con los tres. Ancillae como él, ninguno podría compararse con un antiguo, lo que fue una suerte o habría sido vencido. Pero, aunque había sobrevivido, su vida en París estaba acabada. Debía marcharse. Lejos. Cruzar el océano no era algo sencillo para un vampiro, no en 1880. Pero era su única salida.
Regresó a Buenos Aires.
Lo hizo en un momento perfecto. Coincidió con el fin de una masacre, una batalla que incluso los mortales percibieron. Una lucha de poder entre las sectas...que dejó muchos huecos vacantes. Tras identificarse como miembro del clan Ventrue se instaló y comenzó, sin prisa pero sin pausa, a crear un lugar donde vivir. donde prosperar. Donde ser el dueño de su vida, por primera vez. El primer paso, conseguir una fuente segura de alimento, quizá la mayor debilidad del clan sea lo exquisitos que son sus miembros a la hora de alimentarse. Exquisitos, o peculiares.
En el caso de Jules, solo la sangre de mujeres con el pelo largo y oscuro era capaz de satisfacerlo. Por tanto buscó ese tipo de mujeres y doblegó sus voluntades. Era necesario con la primera generación. Las siguientes ya estarían educadas, criadas desde pequeñas con el propósito de servirle.
El siguiente paso, asegurar una fuente de dinero.
Y los años pasaron.
Actualidad
Su regreso a Buenos Aires, coincidió con la consolidación del ascenso al poder de Alexandria. A diferencia de muchos otros vástagos que llegaban desde Europa él no era un anarquista sediento de cambio y poder. Sino un fiel miembro de la Camarilla. Al principio a Jules no le gustó la idea de que ella, otra mujer poderosa, se interesase en él para usarlo como una de sus piezas. A fin de cuentas un recién llegado podía ser muy útil, nadie le conocía. Negarse no era una opción real por lo que se sometió a Alexandría. Trabajó para ella modernizando y mejorando las bases económicas del poder de la poderosa antigua, que necesitaba más y más dinero legal para sus aspiraciones en ambos mundos, mortal e inmortal.
Jamás había tomado una mejor decisión.
Era una pieza prescindible, lo sabía, pero a diferencia de en ocasiones anteriores podía, además, llevar su vida adelante. Sus aspiraciones. Y prosperó, se hizo un lugar. Controlaba especialmente la exportación e importación de artículos de lujo de toda clase. La vida, o no-vida, volvía a su cauce y pudo dedicar tiempo y recursos a un proyecto personal y complejo. Invirtió dinero en orfanatos, hospitales y clínicas de adopción para conseguir la custodia, con distintos nombres e identidades, de niñas sanas y pelo oscuro. Cuanto más negro, mejor. Creó un complejo en el que criarlas y educarlas, en el que pudieran vivir felices y entrenar. Ser su rebaño y sus criadas, para poder alimentarse de ellas pero también usarlas como protección, o como agentes durante el día.
El poder de la sangre y distintas técnicas de enseñanza garantizaban el adoctrinamiento de las niñas, desde bebé hasta su muerte. Y cuando dejasen de ser útiles como alimento o sobre el terreno, siempre podrían criar y enseñar a las más jóvenes. Era perfecto.
Todo era perfecto, hasta que llegó la Cruzada de la Plata.
Sobrevivió al ataque de una manada de iniciados del Sabbat, demasiado jóvenes para ser una verdadera amenaza pero con el suficiente número como para mantenerlo ocupado mientras otra manada destruía las instalaciones y a sus chicas. Para cuando logró llegar, solo pudo salvar a siete. Siete de más de cien. ¿cómo había sabido el Sabbat donde golpear? Siempre sospechó, aunque nunca encontró pruebas de ello, de que era obra de Don Jonás, el mayor rival de Alexandría.
O quizá fuese cosa de Doña Ana María Fernández. Después de todo Jules de Bourdeo era un Ventrue mucho más cercano y útil a Alexandría, una Toreador que a la primogénita de su clan. Algo así no podía sentar bien. Pero, después de todo ¿Qué había hecho el clan por él? Marie Antoniette lo mandó a morir.
Los siguientes años fueron turbulentos para el país, pero el objetivo de negocio de Jules no se vio afectado. Los consumidores de artículos de lujos eran más ricos aunque el país fuese más pobre. Lo único que le molestaba, aunque no lo admitiese, fue la destrucción de sus instalaciones. Había tomado aprecio a "sus niñas" y verlas muertas a casi todas...le dolió. Quería reconstruir el lugar pero conocer su propia debilidad lo frenaba. Y por tanto pospuso la reconstrucción. Cuando finalmente se decidió a hacerlo de nuevo, algo se lo impidió.
Una carta de Marie Antoniette. Su mentora quería verlo, quería que fuese a París o que la invitase a Buenos Aires. Le pedía perdón por lo ocurrido y le ofrecía hablar, colaborar de nuevo quizá. Ignoró sus siguientes cartas, sin saber como había logrado averiguar que seguía con vida o su dirección. Tan solo, tras más de un año de acoso, accedió a una llamada telefónica. Simplemente para decirle.
-No quiero saber nada de ti, tomaste tu decisión.- y colgar.
La siguiente carta tardó más de un año en llegar. Parecía arrepentida y su insistencia ¿Por qué tal insistencia? No lo entendía. Y firmaba que no esperaría mucho más, que aparecería en Buenos Aires antes o después, para encontrarlo y abrazarlo.
Quiso pedir consejo a Alexandria pero cuando se decidió a hacerlo, llegó la tragedia. La Noche de los aullidos. Él, a diferencia de muchos, sobrevivió. Y Marie Antoniette pasó a segundo plano. Se avecinaban tiempos turbulentos. Casi todos sus aliados y contactos estaban muertos o desaparecidos.
El peligro acechaba.
De trato fácil y porte apuesto, sabe ser el centro de atención cuando quiere, o desviarlo a donde quiere. Hábil con las palabras e implacable con sus deseos. Porte apuesto y algo más grande que la media habitual en los hombres. Viste elegante casi siempre, aunque no vaya a ser visto en público.
No se le conoce pareja habitual, salvo "sus niñas".