Tras vaciarle los bolsillos, Calisto "se dió el clareo" presto y sin dilación alguna, habiendo desprovisto a Aleixo de unas cuantas monedas mientras Glancio y el úlimo de los mercenarios de Sao luchaban entre sí. El goliardo salió por la verja del cementerio, recorrió el camino campestre hasta el pueblecito de Monegros y se perdió en la faldas de los picos de Urbión, olvidándose de todo aquel berenjenal festivo, de mutilación, muerte y magia. De su compañero Aleixo nada supo, ni de la suerte que corrió.
Sin embargo, a Vuecencias si les voy a narrar qué ocurrió finalmente.
Glancio acabó con un espadazo de fuego con el último de los hombres de Sao, matando finalmente al propio cura. La espada de fuego le atravesó el pecho y asomóle por la espalda a cura, y entre gritos acabó quemado por la hoja llameante. Claro que, la tormenta que habíase comenzado levemente se convirtió en gran torrencial, y en medio de la noche en el camposanto (en estando Aleixo aún inconsciente) apareció un ser con el cuerpo alto y muy delgado, casi consumido, cuyo rostro lo formaban cuatro caras, una detrás de la cabeza y dos más a los lados, con una larga nariz y una boca en forma de pico de ave. Era Guland, el Demonio de la Envidia.
Entonces, Glancio, acompañado de su espada de fuego, transformó su apariencia de inocente juglar tornándose como un Hayyoth, un ser angélico de aspecto humano, ahora con cuatro alas e innmerables ojos repartidos por el cuerpo. Nada había ahora de aquel tipo que os lanzaba trovas nada más veros aparecer por la aldea de Monegros de Urbión.
Siendo un ser con alas y Guland un terrible demonio, ambos dos persiguieron a Isidro, el mercenario de Sao que se unió a vuestra causa. También persiguieron durante un tiempo a Calisto, más cabe decir que nunca lo encontraron. Por su parte, Aleixo, cuando despertó de su inconsciencia, se vió a si mismo de nuevo en la plaza de Monegros de Urbión, donde se alzaba la hoguera de la fiesta en el centro del pueblo.
Llevaba ropas como de campesino del lugar (no sus propias prendas o enseres) y alguien le agarraba de la pechera, mientras a punto estaba de ser golpeado por un puño; claro que, a su vez, él tenía agarrado por un brazo a alguien y le amenazaba con un cuchillo que tenía. ¡¡Y la plaza estaba concurrida de vecinos!! Era como si Aleixo estuviera reviviendo de nuevo la pelea en la plaza de Monegros que ya vivió con sus tres compañeros, pero siendo él un vecino más. Claro que, ésto pasó por toda la eternidad, año tras año, como si de un tremendo hechizo se tratara.
* * *
De Monegros de Urbión:
Corría el siglo II cuando los romanos torturaron hasta la muerte a una tal Cecilia, convirtiéndola en mártir de la religión cristiana. Siglos después, en la Primera Cruzada, los restos de ésta fueron encontrados por unos caballeros que se repartieron el botín en porciones muy diferentes. La parte que nos ocupa en este caso es nada más y nada menos que el cráneo chiquitín de la santa.
El caballero Eudorico de Abejar investigó los restos y escribió todo en su diario y, al volver a su hogar en 1099, se encontró a la nefasta Parca en el norte de Soria, siendo allí mismo sepultado por su escudero y amigo.
Al principio del siglo XIV, la burra de un campesino llamado Ticio Rondono metió la pata en una parte de terreno blando y se hizo mucho daño. Ticio, malhumorado y acongojado por los rebuznos de dolor de su querida Mera, acudió en la su ayuda y descubrió que la burra había metido la pata en una vieja tumba de roídas tablas. El brillo de una espada le incitó a mirar dentro y descubrió la armadura pomposa de un viejo esqueleto, que aferraba un cráneo chiquitín y un diario. Sin saber muy bien porqué, Ticio tomó la espada, el cráneo y el diario y se fue a casa con su mujer. Desde entonces, Ticio permanecía largas horas ensimismado, mirando la calavera y hasta le daba por cantar espada en mano.
La mujer, asustada, harta de escuchar cantar a su marido y con el precedente de que se habían encontrado tales objetos en un sepulcro, decidió coger el manuscrito y llevárselo al sacerdote del pueblo, el Padre Sao, de ascendencia portuguesa. Nuestro regordete cura se hizo cargo del legajo del caballero Eudorico y lo estudió con esmero. Cuál fue su sorpresa al descubrir que el cráneo perteneció a Santa Cecilia y que, según Eudorico, poseía la cualidad de enaltecer el canto a su poseedor así como de obsequiarle con grandes fortunas mientras este viviera.
Empezó pues una gran disputa entre Ticio y Sao, ya que el cura consideraba que, como reliquia que era, debía ser custodiada por la Iglesia y tener él los derechos sobre las fortunas que ofrecía; pero en cambio Ticio, pensaba que, si él había sido el elegido para encontrar el cráneo, debía ser él quien tuviese bella voz y bolsillos llenos. Probablemente Ticio hubiera entregado de buena gana el cráneo al cura Sao si no ubiese dado pruebas de sus poderes al poco de llegar a casa. Aquella misma noche parieron todas las cerdas del corral; dos corderos que tenía un poco mostrencos se le volvieron robustos y la burra no cojeaba nada a la mañana siguiente...
Tanta buena suerte le sonreía a Ticio que, la noche del 22 de noviembre de aquel mismo año (la festividad del pueblo), Sao no aguantó más y sumido en el desconcierto y deorientación que el vino le ofrecía, incitó a la muchedumbre a que aniquialara a Ticio y recuperara el cráneo. Aquella noche fue conocida durante mucho tiempo como "la matanza de Santa Cecilia".
Tal fue la desgracia que asolo Monegros de Urbión que su majestad Fernando IV de Castilla decretó que todos los supervivientes debían abandonar el pueblo para no volver nunca más. Pero la batalla entre el bien y el mal por la recupración de la reliqua de Santa Cecilia continuó reviviendose fantasmagóricamente cada año, pues en la noche del 22 de noviembre el pueblo rebosa de espíritus malsanos y divinos enfrascados en una lucha sin fin.
Aleixo acabó por convertirse en uno de ellos, siendo, cada año, un protagonista más de aquella matanza.
::FIN::