Es un pueblo típico de la Norteamérica feliz y consumista de los años 50, sin conflictos, ni pobreza, ni desigualdades.
Sus habitantes llevan una vida llena de rutinas y costumbres que apenas se ve alterada. Todos son iguales, todos sonríen con facilidad, todos esperan que suceda lo mismo cada hora de cada día, y como no hay cambios a la vista son conformistas. Tienen una buena forma de vida.
Llega el verano y los niños tienen vacaciones.
Nuestra mirada se centra en la zona residencial, donde las casas blancas tienen su jardín con su pequeña valla que lo rodea y las familias se disponen a disfrutar del buen tiempo.
Hoy es un gran día para Martha ya que era el cumplemes de la pareja y le fascinan estas cosillas, por ejemplo preparar el pastel de fresa que tanto le gustaba a su esposo mientras los niños habían dejado la casa sola con tal de ir a jugar. Incluso luego de una mañana donde compró de todo para el momento especial, se hizo un rato para ponerse al día con las vecinas de la zona y esa sonrisa perenne que siempre llevaba consigo en su rostro siguió presente en lo que restaba del día mientras cocinaba para él.
Desde el living se podía escuchar los sonidos de los cubiertos y la voz cantarina de aquella mujer mientras que el intenso aroma a fresa que endulzó el ambiente de una forma especial. Martha amaba esta vida, a sus niños, a su dulce amor y también sus queridas plantas. Era la vida que siempre había soñado y todo se lo debía a Karl.
Sólo que de repente escuchó el sonido de la puerta, seguro había llegado su esposo del trabajo así que rápidamente revisó el pastel que estaba en el horno y lo sacó rápido para que se enfríe. Ni tiempo a ver qué tal estaba pese a que siempre lucía radiante, no pasa nada, aunque si se quitó el delantal así no sospechaba de la sorpresa. Pero los aromas sí que la delataban.
—¡Cariño! ¡Has llegado!
Y claramente pese a ser años que estaban juntos, ya estaba corriendo a llenarlo de besos. Lo amaba de verdad.
Adjudicame a Martha y pon modo pj no modo foro. Please!
"Dichoso tráfico..." —pensó echando una ojeada a su reloj, descubriendo que llegaba bastante tarde. Sabía que Martha no se lo tendría muy en cuenta, pero siempre había intentado asumir sus compromisos en aquello que hacía, particularmente en su relación. A la salida del trabajo, Karl se pasó por una gasolinera cercana, el único establecimiento que estaba abierto a esas horas, y compró un ramo de amapolas de California con motivo del aniversario mensual. No eran las más bonitas, pero era de las pocas cosas que podía comprar a esas horas. Ya se lo compensaría en otra ocasión...
Llegó al fin a casa después de una jornada que se había prolongado una hora más de la que debería. Sin embargo, era lo necesario si quería traer un buen sueldo. No en vano, había conseguido cerrar la venta de varios vehículos de buena calidad. Aparcó, como siempre, frente a su casa, observando con un ligero aire nostálgico la fachada de su hogar; parecía que fue ayer cuando se mudaron a esa urbanización. Se encaminó a la puerta, invadiéndole un aroma muy familiar incluso antes de entrar. "Mmm... mi pastel favorito."
—¡Cielo, ya he llegado!
Apenas cruzó el umbral de la puerta, se encontró a su esposa plantada justo ahí frente a él recibiéndole con su alegría habitual. Escondió a su espalda el ramo de flores, mientras recibía los cariños de su mujer. Era cierto que parte de la llama del amor y de la pasión que tuvieron siendo más jóvenes se perdió un poco por el camino. Empero, eso no significaba que no siguiera amando a su esposa ni a sus hijos; daría la vida por ellos sin dudarlo. Su familia le daba las fuerzas suficientes para levantarse cada día.
—Perdóname por llegar tan tarde, el tráfico hoy estaba imposible —se disculpó—. Ha sido un día duro, aunque he conseguido vender varios coches. Y eso significa que cuando reciba el cheque a finales de mes, podremos ir a cenar a algún restaurante caro. Te dejaré elegir el que tú quieras —murmuró sujetando a su mujer de la cintura, mirándola al rostro fijamente, apreciando su belleza. Uno de sus pasatiempos favoritos.
Estaba tan guapa como siempre. Tan perfecta. Tan irreal para él...
—Te he traído esto. Espero que te gusten —le ofreció el ramillete mientras esbozaba una sonrisa.
Y los besos surgieron de forma natural porque pese a los años de matrimonio, la vida misma, los niños y la casa, Martha sentía que Karl era el amor de su vida. Lo cual intentaba mantener esa llama encendida, darle esa dosis de cariño, de intimidad que toda pareja necesita. No obstante ante la sorpresa del ramo, ella abrió los ojos inundados por la sorpresa y recibió el presente con toda esa alegría que jamás ha perdido.
—¡Oh mi amor! ¡Son hermosas!
Era totalmente sincera, no le importaba si eran rosas o una flor silvestre, para la mujer el gesto era lo que tenía en cuenta. Además hoy era un día especial, entonces el motivo para celebrar está presente en los dos y por eso cogió el maletín mientras lo ayudaba a quitarse el saco.
—Cariño, no te preocupes. Este tiempo extra me ha servido para prepararte una sorpresa, así que cierra los ojos mi amor—dijo divertida y tras invitarlo a que se siente, siguió hablando—. ¡Ya regreso!
Tan rápido como pudo se fue corriendo hacia la cocina y ya cuando comprobó que el pastel está bastante frío, le gritó a Karl desde la cocina.
—¡Cierra los ojos!
Por el aroma seguramente ya se había enterado, pero no quería perder esos instantes de sorpresa e ilusión. Tenía cierta sensibilidad Martha a la hora de regalar gestos llenos de amor a su esposo. Y por ello cuando salió de la cocina con el pastel en la mano, no dudó en hacer pose y mostrarle la sorpresa.
—Para ti mi amor, feliz cumplemes. Te amo Karl.
La sonrisa de Karl se ensanchó por el entusiasmo desmedido con el que su mujer recibió el ramo de flores; ni de lejos era el mejor regalo —ni las mejores flores— que podía conseguir para ella. Pero así era Martha: optimista, alegre y muy amorosa. Una serie de rasgos que él nunca había reunido de un modo tan palpable como los expresaba su cónyuge. Ese fue uno de los motivos por los que se fijó en ella, más allá de su belleza delicada y esa sonrisa tan bonita que le hechizaba por completo cada vez que la veía.
Karl obedeció la orden de su mujer entretanto esta se marchaba corriendo a la cocina y se tapó los ojos, una vez estuvo sentado en una de las sillas del salón. Mientras se aflojaba el nudo de la corbata, pensaba en lo afortunado que era de estar casado con ella. Siempre se repetía que nunca entendería del todo cómo consiguió conquistar su corazón. El hombre se infravaloraba en ocasiones, y ese tipo de pensamientos le acompañaban cuando celebraban los aniversarios. Nunca le daría lo suficiente. Nunca sería suficiente.
Se destapó los ojos para descubrir la sorpresa que le había preparado, que no fue tal, pues el dulce aroma del pastel de fresa recorría prácticamente cualquier rincón de la casa, imposibilitando que pudiera sorprenderse. Su pose y la frase final, tan típica entre dos enamorados, provocó que la mirara fijamente, desde su austera posición. "Oh, cielo. Eres demasiado buena conmigo."
—Vaya, cariño. Parece que quieres que haga una sesión extra de ejercicio si me tengo que comer todo eso yo solo... —le guiñó un ojo—. Ven, siéntate aquí y probemos juntos qué tal te ha salido. No me fío de que se te haya quemado esta vez —dijo, bromeando, mientras señalaba su regazo.
Desde la mirada de Martha, Karl siempre era el más frío, pero su esposo hacía mucho por ella y eso sin dudas le daba los mejores momentos de su vida. La mujer era simple en esencia, le gustaban los gestos pequeños y los momentos en familia porque fue educada para ser una mujer responsable y amorosa. Alguien que daría lo que fuera por los que más quería.
Por esa razón es que ante el gesto de su esposo, rápidamente alzó un pulgar y se fue corriendo hacia la cocina porque previsora como era, ya tenía la infusión preparada para compartir aquel pastel que hizo con amor. Ya tras unos minutos de arreglos, salió de aquel sector de la casa con una bandeja que contenía las tazas y una tetera con un delicioso té.
—Cariño, tu siempre estás perfecto—respondió tardíamente—. La que se engorda soy yo... Aunque bueno, es momento de que disfrutemos del pastel.
No había engordado, salvo el detalle de sus caderas que estaban más anchas. Ella se conservaba como una mujer bastante atractiva pese a su maternidad, quizás porque la naturaleza era buena con su anatomía.
—Hm, está a punto. ¡Ya verás!—dijo—. Sabes, creo que con los ahorros podremos hacer un pequeño viaje. Sé que te estás esforzando, que los números a veces nos preocupa pero quizás necesitemos un pequeño paseo largo para distraerlos. ¿Que te parece cielo?
Después de que su esposa se marchara a la cocina a traer el té, él se acomodó en la silla, desabrochándose los botones de la camisa, dejando al descubierto su camiseta de tirantes. Cuando ella volvió con la bandeja, esperó a que la pusiera sobre la mesa para continuar hablando.
—Estás genial tal y como estás, querida.
A él siempre le había gustado el cuerpo de su mujer, la consideraba perfecta así; ni con un kilo de más ni con un kilo de menos. Y, pese a que diera por casualidad un cambio radical a su físico, estaba convencido de que la querría tanto o más como ahora. La fuerza del amor podía con otros aspectos superficiales que complementaban y formaban las relaciones. Dejó de divagar cuando recibió aquella pregunta.
—Me parece una gran idea. ¿Dónde te gustaría ir? ¿A la playa o a la montaña? —propuso, dándole a elegir—. Iremos al lugar que más te guste. Aunque luego los niños serán los que tendrán la última palabra, como siempre. Conociéndolos, empezarán a presionarnos para que vayamos al sitio que más les apetezca a ellos —se rio con suavidad mientras acariciaba su mejilla.
Karl tomó entonces a su mujer de la cintura con delicadeza, como si fuera una frágil figura de porcelana que bajo ningún concepto podía sufrir un movimiento brusco, y la situó sobre sus rodillas. Tomando un poco de la cobertura del pastel con el índice para probarlo, en lugar de dirigirlo a su boca, lo dirigió a los labios de Martha. Enseguida cambió su expresión, componiendo un mohín de disculpa.
—Oops... Perdona, amor. Ha sido un despiste y debido a eso te he manchado sin querer. Tendremos que arreglarlo de algún modo, ¿no? —alzó las cejas, creando una leve expectación, antes de darle un suave beso, con el que pudo saborear todo: tanto el pastel como a su propia esposa—. Mmm... Delicioso, te ha quedado perfecto. Te quiero, Martha. Y... —el resto de la frase nunca llegó a surgir de sus labios. "Y no te merezco."
Karl apartó un momento la vista de su adorada esposa. Tenía algo bajo su zapato, algo que había caído de la mesa cuando - como si se tratase de una delicada flor - la sentó sobre sus rodillas.
Un papel de colores en el que se podía ver un osito y unas palabras escritas por un niño. Una invitación de cumpleaños. El pequeño Sam, el hijo de Timothy Thomson, cumpliría siete años el sábado y había invitado a todos los niños del vecindario que tenían una edad similar a la suya.
Con una sonrisa se acomodó sobre el regazo de su esposo mientras continuaron la conversación e incluso le sorprendió que Karl estuviera de acuerdo con el viaje y no pudo evitar el que una sonrisa melodiosa se escape de sus labios. Los niños eran así, ellos decidían por sus papis acorde a los gustos.
—Les preguntamos, sabes que para mí cualquier lugar es perfecto si estás tú—dijo cariñosa—. Ya sabes que los niños eligen y no hay problema.
Luego cuando su esposo le ensució la boca con un poquito de pastel, ella lo miró con cierto aire pícaro que no pudo evitar.
—Hm, como sólo tú eres capaz de resolver...
Y sí que Karl sabía hacerlo cuando aquel beso surgió lleno de amor, complicidad y pasión. El sabor ya de por sí era delicioso, aunque Martha se apuntó aquello para más oportunidades así juntos disfrutaban de algo tan bonito como ese gesto travieso por parte de su marido. Ya cuando finalizó, quedó algo acalorada por lo sucedido y le acarició el rostro con la yema de sus dedos, embelesada, muy enamorada.
—Y yo a ti.
Te dejo lo de la invitación. :3
Disfrutando de las suaves caricias de su bella mujer, sintiendo que el vello de su piel se erizaba por aquel tacto delicado, Karl no reparó en el papel que había caído al suelo hasta que desvió un momento la mirada de los ojos de Martha. Con el ceño ligeramente fruncido, alargó el brazo hasta alcanzarlo y le echó un rápido vistazo por encima. Tsk... tocaría ir a la juguetería de la ciudad para encontrar algún regalo acorde a los gustos del cumpleañero. La pregunta era: ¿Cuáles serían sus gustos?
—¿Eras consciente de esto, cariño? —le preguntó, mirando una última vez la invitación, antes de dejarla de nuevo en la mesa—. ¿Qué se le puede regalar a un niño de siete años para que esté satisfecho y que no se lo vaya a regalar todo el mundo? —la duda iba planteada en serio. Si ya le costaba hacerle regalos a su esposa o a sus propios hijos después de tantos años; hacérselo a un niño que además no era el suyo... Casi estaba por entregarle unos dólares para que se los gastara en lo que quisiera.
Pero no, eso no sería muy apropiado para alguien de su edad. Meneó levemente la cabeza, aparcando ese tema en su mente, para centrarse en lo importante en esos instantes, y lo importante tenía nombre y apellidos: Martha Stevenson. No sabía por qué, pero aquel día el cuerpo le pedía que compartiera más con ella. Y él iba a obedecer a sus instintos. Quizá fuera la manera perfecta de celebrar el cumplemes.
—Oye, cielo... —susurró en la cercanía de su oreja—. Te apetece que continuemos comiendo el pastel... ¿En otra zona de la casa? —inquirió, en un tono un tanto desvergonzado, mientras depositaba algún que otro beso a la altura de su cuello.
Al ver la invitación, Martha sintió una alegría inmensa porque ese tipo de evento le agradaba en demasía a su hijo y en cuento lo sepa, estaría tan feliz que llenaría la casa aún más de felicidad. Solo que ante el comentario de su esposo, apoyó la yema de sus dedos sobre los labios a modo de caricia y dijo:
—Amor, de eso me ocupo yo. Tranquilo.
Es que se le ocurrieron miles de cosas para comprar al pequeño cumpleañero, las madres eran así. Por esa razón ya dada la cercanía que estaba teniendo con su esposo, le encantó aquel beso y la propuesta sugerente que llegó a sus oídos, siempre un momento a solas con Karl era perfecto y una buena forma de festejar el cumplemes que ahora celebraban.
—Hm, sabes que me encantaría... Continuar probando el pastel en otro rincón de la casa.
Y sin más, tironeo del labio de su esposo con los dientes tras darle un dulce beso, claramente aquello era una provocación.
Karl se despreocupó del tema del cumpleaños sabiendo que Martha se encargaría de la tarea de buscarle un regalo al niño. Ocupándose ella, seguro que no habría problema y encontraría algo del gusto del chaval. "Además, poco me importa eso ahora mismo..."
Sonriendo con la comisura de los labios porque su esposa accediera a su petición, Karl disfrutó de ese pequeño intercambio de besos y otras muestras de cariño, aderezadas con la dosis justa de provocación. Aquello hablaba de un deseo mutuo por el otro. Todo estaba sucediendo como en una época pasada, algo lejana ya en el tiempo, donde ambos daban rienda suelta a sus sentimientos y emociones. Sin embargo, el paso de los años alteró diversas cosas en el matrimonio. Llegaron nuevas preocupaciones, nuevos quehaceres; nacieron los niños con la consabida responsabilidad que ello tenía... Se habían dado muchos cambios en la vida de Karl, quien aún parecía no asimilarlos a la misma velocidad que lo hizo su esposa. Tal vez por miedo a abrir los ojos un día y ver que, en realidad, dormía solo en la cama.
—Pues... ¿A qué estamos esperando? Coge el pastel y nos vamos. Esta zona la tenemos demasiado vista —dijo, de manera escueta, antes de llevar a su esposa en volandas y con pulso firme escaleras arriba, en dirección al dormitorio. El peso de Martha en sus brazos le reconfortaba.
Reparó, mientras subía los peldaños, en la bandeja de té recién preparado y humeante que reposaba en la mesa del salón. "¿Quién necesita té?" —pensó, bastante convencido de que era lo que menos les apetecería en un rato. A decir verdad, lo último que necesitaban era una bebida cuyo efecto fuera relajante.
¿Cuánto tiempo pasó de una última vez tan espontánea? Pensó Martha al estar en los brazos de su esposo, no es que habían dejado de tener instantes íntimos sino que simplemente los dejaban para ese rato en el que los niños dormían condicionando esos encuentros solo a la noche como si fuera una mera rutina para estar juntos. Aquella mujer siempre deseó a su esposo desde lo más profundo de su ser y jamás se negó a la posibilidad de pasar un rato juntos en la intimidad. Solo que faltaba eso, el factor sorpresa.
Por esa razón es que ella se dejó llevar por el deseo de su esposo que era el mismo que el suyo y así dejando el pastel, el té y posiblemente los niños jugando fuera, todo atrás para ser solo un hombre y una mujer. Al fin de cuentas era el fuego que una pareja debía mantener y estos pequeños detalles era todo lo que necesitaban para ser ellos mismos. Así que en cuanto llegaron a la habitación, Martha sumida en la mirada y las ganas de estar con Karl, besó aquellos labios con intensidad mientras la llevaba allí donde sea que su esposo quiera dejarla.
Le daría rienda suelta al deseo, a la pasión, como si el tiempo jamás hubiera pasado.
—Te deseo Karl...
Entrando en el dormitorio entre continuos besos, con su esposa aún en brazos, Karl ignoró que ella no se hubiese decidido por traer consigo el postre que ella misma había cocinado con tanto cariño y, al final, lo que hizo fue dar un vistazo general a la habitación, antes de depositar a Martha con sumo cuidado sobre la cama. El candor de su pecho era cada vez más notable, sintiendo que un calor muy inusual —por aquello de que este solo se producía en contadas ocasiones— se extendía por cada poro de su piel.
Se dirigió con presteza hacia la ventana, corriendo las cortinas mientras se quitaba los zapatos y lanzaba la camisa sobre uno de los muebles que quedaban a su lado. Sumido por un completo sentimiento de atracción, ese que nunca se fue del todo, a pesar de que en los últimos tiempos no lo hubiera sacado a relucir al exterior, quedó encima de su esposa. La miró con deseo, el mismo que expresó ella con palabras.
—Y yo, Martha... aunque no te lo demuestre siempre con palabras o hechos. Sabes que jamás os abandonaré a ti y a los niños —respondió, con sinceridad, acariciando su cabello con ternura, mientras la atraía hacia él para besar sus labios, con mucha más pasión.
Era paradójico que, en un día como otro cualquiera de su rutinaria vida, con la salvedad de comer un pastel preparado por su mujer para celebrar un mes más como pareja, le poseyera al hombre un instinto carnal que creía olvidado y del que tuvo muchas dudas que se despertase de nuevo. Pero así era el amor verdadero. No se iba, sino que permanecía ahí anclado, agazapado a veces en la mente, debido a las diferentes circunstancias y escollos que pudieran surgir en el camino. Pero nunca te abandonaba. Nunca.
Y en la habitación se encontraban, Martha quedó sobre la cama con sus bonitas piernas más expuestas debido a la forma en que su falda había decidido subir un poco más. Su intención, la mirada y ese gesto tan propio de ella, que remontaba fácilmente a los años de juventud, allí estaba presente para Karl. Como una mujer que era capaz de seducir a su esposo, alguien que sentía en toda su piel una deliciosa sensación provocada por él y ante el deseo manifiesto ya no hay nada más que decir.
Por ello recibió a su esposo fascinada y acarició con la yema de sus dedos cada centímetro de piel expuesta, disfrutando del cosquilleo provocado en todo su cuerpo. Incluso lo miró a los ojos, se sentía una colegiala o aquella chica enamorada de ese chico tan especial. Solo que en medio de aquel fulgor carnal, silenció a Karl con un beso más lascivo, más directo y apasionado para que todos esos fantasmas, miedos o lo que sea que esté en la cabeza de su marido desaparezca para que la atracción fuera capaz de actuar por si sola.
Por ello sus labios besaron los suyos, correspondiendo, alimentando el fuego que con caricias, miradas y roces más íntimos, lo invitaban a ir más allá. Era su recreo, su pausa, ese instante dónde todo podía ser perfecto y a ello fue. Para vivirlo, para sentir a su amado tan cerca como siempre en su corazón lo ha tenido.
Y, definitivamente, se dejó llevar por la situación. Cualquier preocupación que hubiera en su cabeza quedó eclipsada al instante después de aquel beso mucho más fogoso que le dio su esposa. La respiración del hombre se volvió más acelerada, consciente de que su cuerpo le pedía subir un escalón en intensidad. El rostro de Karl estaba dominado por un gesto animal, casi enfermizo, provocado por la pura excitación. Se apretó contra ella, deseoso de su cercanía: tenía el cuerpo ardiendo, el cabello húmedo y la cara al rojo vivo. Justamente ese calor precipitó todo lo demás. Cuando un hombre y una mujer estaban en la cama, existía en muchas ocasiones una urgencia ineludible por la piel caliente, por la cercanía de la sangre de la otra persona, por esa rítmica cadencia de los latidos del corazón, a la que los de uno mismo respondían como si estuvieran imantados. Así funcionaban los instintos del ser humano.
Aquello, en el fondo, decía que lo que tenías delante de ti valía la pena. Te decía que valía más que todo lo que pudieras llegar a poseer. Todo lo que amabas. Y Karl, en esos momentos, perdió cualquier atisbo de racionalidad. Se desvistió por completo, estando tentado de arrancar también la ropa de su mujer, como si se tratara de una bestia salvaje que se abalanza sobre su inocente víctima. Consiguió controlar ese impulso, mas no pudo evitar comenzar una sucesión de besos, mordiscos incluso, por cualquier rincón visible de su bello cuerpo, con la intención de arrancarle algún gemido que terminaría de encenderle. Enfocándose en especial en sus piernas, dejó alguna marca a su paso por la cara interna de sus muslos, donde sí clavó los dientes con más fuerza, la justa para despertar una punzada de dolor en su cuerpo y sus dientes dejaran una impresión sobre su piel sin hacer un daño real. Como forma de contrarrestar ese movimiento vampírico, pasó su lengua por la zona donde había marcado su mordida, depositando algún que otro beso.
Pero, tras un rato de preliminares, cayó en la cuenta de que eso iba a ser insuficiente para ambos, por lo que al final levantó por completo su falda, para centrarse en su sexo. Hoy no sería una celebración de aniversario cualquiera; sería uno que recordarían en mucho tiempo. Demostrándose a ellos mismos que, aun siendo tenue, la llama del matrimonio seguía estando viva. Y si ambos luchaban por esa pasión que seguía estando ahí presente, aunque algo escondida, la llama no se extinguiría jamás.
Era increíble el hecho de que Karl la haya invitado a este desenfreno, dejando atrás todo pensamiento, preocupación y responsabilidad que podía de alguna manera devolverlos a la realidad. Para Martha este momento era todo lo que le importaba y por ello en medio de tanto desenfreno comenzó a desabrochar el vestido lentamente para que sus pechos voluptuosos se escapen un poco sobre el sostén. Pero su esposo allí estaba devorando sus piernas, mordiendo y lamiendo, al punto donde cada rastro dulce de su necesidad le robó un gemido que se escapó de los labios de la mujer.
Ya olvidando por completo a esa madre dedicada, aquel hombre pudo ver a alguien que estaba deseosa de compartir este instante cuando separó sus piernas y le ofreció lo más preciado que tenía para él. No era la primera vez que tenían esos arrebatos, pero sí que había pasado tanto tiempo de ellos que daba la impresión de comenzar todo de nuevo cuando llevaban años juntos. Por esa razón presa por la excitación, no dudó en regalar el dulce aroma de su intimidad y el calor que emanaba ante el roce. Húmeda, dispuesta y a merced de su gran amor, Martha cerró los ojos mientras una de sus manos jugaba con sus pechos al acariciarlos y la otra se dedicaba desde la dulzura a ofrecer mimos al cabello de su esposo.
Amaba esas miradas, amaba sentir todo lo que ahora mismo estaba sintiendo. Y por ello no dudó en sacar esa mujer que no tiene límites, esa mujer que se predispone a darlo todo en la cama. Ahora serían dos amantes hambrientos, libres de responsabilidades, libre de toda preocupación, entregados al deseo de la carne, a la atracción que dormida acaba de despertar para tener ese cumplemes como se merece. Y con esos gestos que quedarán inmolados en el recuerdo de ambos, la respiración comenzó a agitarse, a entonar esa melodía sexual que tanto Karl conocía.
Esto recién comenzaba, pero claramente entre esas dosis de dolor, de placer y tanta conexión aquel instante marcará sus vidas. Los unirá más.
Fin de la magnífica escena de amor y pasión.