El aguerrido padre de familia recogió un revolver de uno de los coches patrulla. El arma estaba cargada. Con aquellas seis balas Karl pensaba erradicar el mal que se extendía por su bonita ciudad, perturbando la salud mental de los niños y acabando con la vida de los adultos.
Su fiel esposa Martha dejó a sus asustados hijos dentro del vehículo, de nuevo, a pesar del calor sofocante que calentaba el asfalto. Agarró con firmeza el palo que le sirvió para luchar contra el monstruo y se dispuso a seguir a su esposo.
Ambos cónyuges se dirigieron al bosquecillo cercano. Sabían donde se encontraba pues los niños que se iban a jugar en aquel lugar siempre volvían a la hora de la cena. Con sumo cuidado para no llamar la atención de los infantes hostiles ni de ningún ser desconocidos.
El sol de mediodía brillo con fuerza en el cielo y desearon que ojala fuese capaz de derretir todo aquel mal.