Partida Rol por web

Francesco no ocultó la lobuna sonrisa que se dibujó en su rostro al ser testigo de la frustración de Astrid. No le estaba mal a la Gauta sufrir en ocasiones un poco de la medicina que tanto le gustaba a ella administrar.

Con ágiles movimientos, comenzó a desplegar el velamen de un modo que no le resultó ajeno, aunque era la primera vez que tenía conciencia de hacer tal cosa.

-¡Suelta amarras, mientras yo despliego el Juanete y la Gavia! ¡Jarl, sube a bordo! -rugía Francesco como si en verdad fuera un auténtico vikingo. La sensación comenzaba a gustarle.

Francesco comenzó a hacerse cargo de los cabos, como poseído por algún conocimiento innato. Entonces las flechas, disparadas desde lo elevado del muro del puerto, surcaron el aire. Una cayó al aguar, otra rebotó contra el casco y la tercera prendió la vela mayor.

Astrid se apresuró a sofocar el fuego con la capa.

Francesco saltó al otro lado del barco evitando las flechas en la medida de lo posible. Se hizo con el timón y tiró de él con fuerza mientras comenzaba a gobernar el barco con la soltura de un viejo lobo de mar. Si Astrid lograba apagar el fuego, conseguirían machar de puerto y evitar a sus perseguidores. 

La brisa nocturna infló la velas y con rápidos giros al timón, el ahora Gangrel se las arregló para evitar todo obstáculo y dirigir la proa a la salida del puerto. Jarl aullaba eufórico y gruñía a los atacantes que maldecían desde la orilla y pronto la inmensa negrura de las aguar se extendió ante sus ojos.

Astir logró al fin apagar la llamas a costa de las quemazones en su capa de piel y entre terribles juramentos.

-¡No volváis a estas tierras! ¡Sabed que aquí sois proscritos y lo seréis hasta la Última Noche! -gritó a la embarcación desde el puerto.

Mostró los colmillos y, por un momento, estuvo tentado de responder a su perseguidor a voz en grito. Pero no merecía la pena. Lo importante era que por fin iba a dejar aquellas tierras inclementes y salvajes, rumbo a la civilización y, quizá, a descubrir qué había sido de Thomas y el resto.

La travesía hasta Britania no iba a ser precisamente sencilla, y planteaba una serie de problemas a tener muy en cuenta. La necesidad de descansar durante el día, la cuestión alimenticia de los tres tripulantes... Y la no menos desdeñable tarea de soportar a Astrid hecha una furia durante todo el viaje.

Iba a tener que armarse de paciencia y de todo su buen juicio para salir con los nervios ilesos.