Partida Rol por web

Por fin lo habíamos encontrado pero, pensé que me sentiría más ilusionada y enormemente emocionada por tal descubrimiento, en cambio lo que sentía era temor. La sensación de que esa tumba nunca debería haberse abierto fue más palpable al comprobar el precio que se había pagado, los cuerpos de los hombres, aunque fueran nazis, era una prueba palpable de que profanar aquella tumba sólo traería desgracias, y Zimmer parecía no querer ver el peligro real que corría, pues no se le veía por ninguna parte.

Me acerqué un poco más a observar, mirando detenidamente la estrella de David. Me resultó un poco extraño ver aquel símbolo en una tumba egipcia y mi cabeza intentaba buscar alguna lógica. A pesar de que la razón me gritaba que, siguiendo el consejo de Sophia, lo mejor que podíamos hacer era salir de allí, la curiosidad me impelió a seguir mirando cada uno de los detalles de aquella entrada tan extraña.

¿Ve usted lo mismo que yo, señorita*? -le dije a Ágatha mientras observaba que ella estaba interesada en la forma y estructura de la sala-. Parece una metáfora del pueblo de Abrahám y Moisés -le dije-: la última columna tan destrozada, como cuando el pueblo judio rompió las cadenas de la opresión... Y entonces señalé la última columna-. Tenemos... tenemos que ver el interior...

Algo me llamaba. Algo. Ni tan siquiera me había hecho ilusion ser miembro de ese fantástico club del 57 (en absoluto), ni la propia máscara de Fu-Kang allá en el Nepal (¿sería tal vez por aquel frío que entumecía también mis sentidos?); pero el caso es que jamás había estado en una fosa funeraria tan cuidada y espectral, tan oscura y secreta... Ni siquiera el Highgate Cementer de Londres o el Père-Lachaise de París, lugares de silencio y tumbas, podían compararse con la inmensidad de aquella "puerta de Anubis". ¿Cuántos siglos haría que nadie vió éste lugar?

Poco a poco, fui andando hasta la tumba. Tenía que ver qué diantre había allí.

Aunque tiene lógica el planteamiento de Eric sobre la última columna, te inclinas a pensar que en lugar de representar la rotura de las cadenas del pueblo judío, es más probable que representara, como las otras, una última plaga no revelada; una plaga definitiva...
 

Todo el mundo estaba en movimiento. Los botones lanzaban chispas a la luz de las antorchas. Incluso los elegantes uniformes nacionalsocialistas de los alemanes parecían tener una mística especial en aquel lugar. Pobres. Meneé la cabeza, mientras me colocaba con elegancia mi flequillo y tomaba un poco de aire. ¿Tendrían tabaco aquellos soldados? Me agaché para hurgar en sus uniformes, sin tocarlos demasiado.

Por el rabillo del ojo observaba a Rick, que con su estúpido atuendo de domador de leones parecía saber lo que hacía. Llevaba los pantalones tan prietos que si aquello fuera un baile de la alta sociedad en Ginebra, Genéve que dirían los suizos, serían la comidilla de las damas de primera fila. ¡Oh! ¿Ha visto usted, Lady Eyra, el tamaño del sable de Rick? ¡Qué poderío!¡Oh!

— ¡Oh! — Vaya... Ya estaba pensando de nuevo en voz alta. Ahora debía decir algo para quedar bien — Emmm... Mister Blair, tenga cuidado. ¡Yo le acompañaré! — dije elevando un poco más el tono para que todo el mundo viera que podía ir en primera fila y acompañar al... bueno, al periodista.

Con presteza y no sin cierta rígida elegancia inglesa, agarré una de las antorchas ¿Cuánto tiempo llevaban encendidas? ¿Habría sido Zimmer el que las había prendido todas? Y eché a correr para ponerme a la par del señor Blair como si me hubieran frotado el culo con guindillas.

Eric y David son los primeros que, con paso cauto y como hipnotizados, se acercan al sepulcro abierto. Cuando llegan, sus rostros se tornan en expresión de completo horror cuando David Wilson acerca la antorcha y ambos se asoman a un insondable abismo...

...Un feroz estertor resena en la cavidad del sepulcro, retumba pronfundo y ronco debajo del abismo para trasformarse de inmediato en grito lastimero, en rugido de trueno. Sobresaltados, lo primero que os viene a la cabeza es la necesidad impresiosa de sellar aquel agujero infernal.

El tremendo rugido, que lacera el aire hasta alcanzar el horizonte hace temblar la tierra. Parece que vuestra cabeza va a estallar de un momento a otro...

No estaba demasiado convencida con la explicación del señor Blair, para mi gusto la explicación sobre la columna rota sonaba demasiado poética. La observé con más detenimiento y no pude evitar un escalofrío. Había que cerrar aquella tumba fuera como fuese.

- Las otras columnas representan las distintas plagas que asolaron Egipto, ¿por qué ésta iba a representar algo distinto? Mmm... Yo creo que puede significar una plaga más, una plaga terrible de la cual no tenemos conocimiento. Una plaga que, con toda seguridad, podríamos despertar si seguimos adelante. Hay que sellar el...

Mis palabras quedaron acalladas por el retumbar procedente de las profundidades y un terrible rugido hace que mis manos vayan hasta los oídos, en un vano intento por buscar el silencio. Tuve la sensación de que un terror largo tiempo dormido había despertado y que algo horroroso estaba a punto de suceder.

- Hay que sellar el sepulcro, no podemos perder tiempo. Las palancas... hay que mover las palancas.

Agarré una de ellas para, una vez que estuvieran todos posicionados, tirar de ella a la vez.

Deja caer la libreta y el lápiz cuando ese sonido infernal sale del sepulcro para taparse los oídos. Algo terrible estaba guardando Anubis... algo que han despertado los nazis, por los cuerpos que hay alrededor del sepulcro, y que ellos han traído de vuelta con sus antorchas.

A duras penas escucha a Agatha, pero asiente mientras se acerca con cuidado a la zona del sepulcro y a una de las palancas. ¿El mecanismo estará lo suficientemente bien como para responder a las palancas? ¿O se quedarán con ellas en la mano?

Espera que no haya ningún problema con eso porque quiere encerrar lo que sea que hay ahí y que ese ruido infernal cese antes de que les estalle la cabeza.

Aquel grito me estremeció, el resurgido desde las profundidades, como si el el infierno hubiera dejado escapar alguna alma y aquella fuera la puerta del averno.

Nosé señorita Ágatha, seguro que usted es la experta, no yo -dije mientras continuaba marchando a la tumba-. Y ciertamente no tenía yo demasiada idea de egiptología-. Noté cómo David me seguía y la señorita Ágatha también, al igual que Sophia.

Venga David, ¡Rick! -dije a los dos, que uno parecía entretenerse saqueando nazis y otro algo atrasado, y luego miré a la guardaespaldas-, o usted, Mrs. Anne -casi se me olvidaba el nombre-, dos de vosotros, habéis de tirar. Tomad las palancas -y un servidor hizo lo propio con una-.

UGGGH!!! -tiré con todas mis fuerzas, rezando por que no se partiera en dos la palanca-.

Aquel rugido ensordecedor que parecía provenir del mismísimo infierno heló mi sangre y petrificó mi cuerpo. No pude moverme, ni tan siquiera articular palabra; el terror se había apoderado de mi.

...petrificada vi como mis compañeros, asustados e indecisos, se apresuraban en activar aquellas palancas con el fin de sellar nuevamente aquella boca del infierno. Quise moverme, lo quise de verdad, pero no pude...

─Al menos somos siete ─pensé. Habían cinco palancas. No sería necesaria mi ayuda.

Lo reconozco me estremecí. Y bastante. Pero fue una décima de segundo, seguida de un rápido vistazo a Madeleine y luego a Rick. Mi prometida estaba aterrorizada. No pensaba mover ni un dedo. Yo tampoco.

La antorcha golpeaba con su calor y vi como el señor Blair, Sophia y la otra mujer que no recordada muy bien cómo se llamaba, se colocaban en las palancas. ¿Qué hacer? Por mi, acercarme a Madeleine, darle un beso de Hollywood, abrazarla y decirle: aquí estoy para cuando tengas miedo. Pero no, por dos cosas. Porque estaba atemorizado. ¿Qué era aquello que rugía? ¿Egipto? ¿Alemanes? ¿Plagas? ¡La boca del infierno! Y la segunda cosa, porque no podía disimular mi odio interior porque me mordía. Si el vaquero aquel se adelantaba, yo perdería puntos. ¡Mierda!

Pero claro, estaba obligado a proteger a Maddie. De ella dependía que pudiese llegar a viejo con cierto decoro, sin tener que depender de un empleo y sueldo. Así que con mi mueca de galán, como si ni pudiese completar del todo una sonrisa, me acerqué hasta la señorita Archer, y la abracé con la mano libre mientras ambos observábamos cómo tiraban de las palancas. Hinché pecho, y arrimándome a su oreja imperé:

— Tranquila, Madeleine. Todo irá bien. Estoy aquí.

Por si acaso fui mirando alrededor, buscando un lugar por el que escapar si la cosa se ponía fea. 

Rick y Anne; los más valientes y avezados fueron los últimos en actuar. Con un gutural aullido infernal in crescendo como banda sonora, ambos corrieron desesperadamente en busca de las dos últimas palancas restantes.

Los cinco jalaron de ellas con fuerza, y mientras la pesada losa poco a poco iba cerrando aquel agujero que, más que un sepulcro parecía la mismísima puerta del infierno, las palancas comenzaron a calentarse hasta casi alcanzar el rojo vivo. El olor a carne quemada inundaba la cámara funeraria, y tras un esfuerzo y dolor sobrehumano, los cinco aventureros consiguieron cerrar aquella oquedad abisal...

...La losa ocupó su lugar. El sepulcro fué sellado. Súbitamente las antorchas que iluminaban la escena se apagaron.

Reinó un silencio y una oscuridad total.