Partida Rol por web

Rodrigo se tuvo que quitar la armadura y quedarse tan solo con la camisola de tanto calor que hacía en aquel infierno. El sudor le caía por la frente dejando trás de sí sucios sucos de hollín.

Estaba cansado pero con el alma alegre. Aunque no habían podido salvar los bienes materiales habían salvado el alma de aquella gente. Ya no volverían esas bestias a molestar a aquel pueblo. Ya no había pueblo maldito al que molestar. Quizás esa no había sido una manera muy sutil de hacerlo, pero es que Rodrigo era de todo menos sutil.

Calmó a su jamelgo que estaba algo alterado por el humo y las llamas y cargó en él su pesada armadura.

- Debemos encontrarnos con esos bandidos y darles las buenas noticias de que hemos purificado al fin la aldea. Espero mantengan su palabra y liberen al Conde. Volvemos al camino donde nos encontramos por primera vez con ellos y les esperamos allí?

La visión de un fuego, de mayor o menor extensión, era imagen que atraía a los sentidos de Breixo; también despertaba recuerdos agrios en su memoria, todos relacionados con la suerte que corrió su madre. Será que mi vida acabará entre llamas, era un pensamiento recurrente en la sesera del pardo. Bueno, no era mal espectáculo ver el pueblucho de Algaida de Madrás devorado por las llamas, aunque fuera la prueba demasiado elocuente del fracaso de su obligada misión. ¿Eso que veo ahí son rostros en el fuego...? Ah, Breixo, deja ya de delirar...

— Pues no hemos hecho mala empresa aquí, compañeros, hemos vencido a criaturas del Viejo Cabrón y redimido a estas gentes de su sufrimiento. —El pardo volvió a hacer gala de su inseparable sarcasmo—. Estoy seguro de que esa panda de bribones que han brindado su rara hospitalidad a nuestro amigo y señor entenderán que hemos hecho todo cuanto hemos podido. Si no entienden, siempre podemos dejar que hablen las armas... —Dio una palmada que se podría definir como cariñosa a la hoja de su hacha.

Arrasada...

La aldea ardió hasta los cimientos, y Roi quedó desolado, viendo a aquellas gentes sin hogar y sin esperanza. No se daban cuenta de lo que había sucedido, de que habían ardido también a esas bestias que los atormentaban. No sabía si alguna vez llegarían a contárselo, si se quedarían para escuchar el relato, o los molerían a palos.. Pero sin duda, después de haber visto el horror que yacía en aquella cueva hedionda, haber quemado unas cuantas casas para librarse de él, al portugués le parecía poco precio. Las casas se reconstruyen. La vida no.

-Acudamos ao nosso amigo, a él podemos salvarle. A estas gentes del pueblo, si mo permiten, regresaré en lo posible para trabajar en la recuperación de la aldea, así sea con las mías propias manos. No perdamos un minuto, busquemos al conde. 

En pocos minutos, la aldea estuvo hecha cenizas.

Para algunos de vosotros la visión del fuego os enorgullecía, pues pareciera que hubiérais dado limpieza a todo mal que pudiera haberse ceñido a ella. Para otros no eran más que casas y enseres de gentes sin culpa, que ahora lo habían perdido todo. Empero que estábais allí por otra razón ¡El conde de Guadalest! Tomando las monturas y en habiendo rellenado los odres de agua de aquel pozo, os encaminásteis hacia la vereda donde os asaltaron, fuera de Algaida. Aquellos hombres, si algún ápice de honestidad tuvieran, os devolvería a don Joan de una pieza...

Minutos más tarde ya estábais sobre el camino de la perdición. En poco tiempo llegásteis al punto exacto donde os asaltaron. En pocos segundos notásties la presencia, tras los árboles y en los alrededores, de gente semioculta.

Eran ellos.

Uno de ellos salió de entre las sombras de la noche.

Bravo -dijo secamente-. Habéis despoblado ese pueblo y sus alrededores del auténtico peligro -añadió como riendo-. ¿Véis? Nosotros no éramos tan siquiera la más mínima amenaza. El fuego es lo único que purifica -comentó mirando los últimos rescoldos de allá, en Algaida-.

El tipo dio entonces un silbido, y cuatro brazos que aparecieron a sus espaldas dieron empuejón a un tipo, el cual salió despedido hacia delante, rodando por el suelo. Su espada también fue lanzada junto a él.

Ahí está. Habéis cumplido. Nosotros somos también gente de palabra -os hizo saber-. Idos ahora, el Mal siempre pulula aun habiendo sido derrotado. Marcháos...

Aquel tipo volvió a internarse entre los árboles. Mientras cogíais al tipo caído en el suelo, Joan de Guadalest, aquestos otros desaparecieron en la oscuridad, y la sensación de estar rodeados por decenas de miradas finalmente desapareció. El conde estaba bien, no había sufrido golpe alguno, pues no veíaisle marcas, hematomas ni herdas o sangre. Eso sí, su disposición para continuar tan siquiera de pie dejaba mucho que desear: parecía como intoxicado por algo. Tal vez aquellos hombres le hubieran dado algún brebaje, Dios sabe cual, mientras lo retenían...

- Hermanos, a fé mía que este no es buen sitio para montar campamento, por mucho se la noche no esté lejos y el conde se encuentre malherido - dijo el sacerdote - Será mejor que avancemos una o dos leguas y lo hagamos entonces, acampar y echar un vistazo a las heridas del joven conde Joan - hizo una pausa meditabundo - No vaya a ser que, como ha dicho el jefe de los encapuchados, aún haya aqui mal alguno que haya sobrevivido al fuego, que a fin de cuentas, ni brujas, ni niña han aparecido aún.

- Si bien mi ánimo sería buscar a ambas, no creo que esté en nuestra mano hacello, con el bosque aún ardiendo - precisó, si bien interiormente se alegraba de no tener que enfrentarse de nuevo a seres del Infierno con tamaña prontitud.

El conrazón de Roi se alegraba de que hubiera sido sencillo recuperar al conde, pues creyó que tendrían que volver a luchar contra aquestes malnacidos que lo secuestraron. Una vez con ellos, el portugués le expresó a su amigo su alegría por el reencuentro, mas se preocupó al verlo en tan mal estado.

-Semella* que le dieron algunha medicina para aturdirlo o confundirlo.. Nosso amigo nao está ben, mais yo creo también que no es bueno acampar aquí. Vayamos más lejos, dejemos iste lugar maldito.

Al menos aquellos bandidos sabían reconocer un buen trabajo, lástima que el Conde se lo hubiesen entregado casi en las mismas condiciones que ellos hubieran dejado la aldea.

Con premura Rodrigo se dispuso a ejercer lo que había aprendido de su madre sobre su querido amigo el Conde. Miró su estado he intentó hacer lo posible para que el camino que debía hacer en caballo no le resultase de muerte.

Estuvo tentado en más de una ocasión en desenvainar el arma y ajusticiar a los bandidos que les rodeaban, pero el lamentable estado de Joan de Guadalest refrenó su impulso de justicia.

Una vez hizo lo que pudo por Joan, pidió al padre ramón que le ayudase a subirlo a su jamelgo, él caminaría a su lado.

- Sí, mejor alejémonos de estas tierras infestadas de mala gente antes de acampar y dejar descanso al señor Conde.

Simpáticos hideputas los misteriosos embozados estos, se decía a sí mismo Breixo mientras recogían sus compañeros al conde Joan. Aunque no mostrase heridas visibles, el pardo no podía evitar preguntarse a qué clase de tortura le habrían sometido para que estuviera tan debilitado. Quizás lo habían mantenido en estricta ayuna, sin darle una mísera hogaza. Desde luego, era mejor huir cuanto antes de los alrededores de Algaida de Madrás, que no dejaba de ser funesta para ellos. Ya tendrían tiempo de averiguar si no era más que simple desvanecimiento o la acción de un agente externo lo que afectaba al conde.

Et mientras se alejaban de aquel malhadado lugar, Ramón elevó una plegaria a Dios y dió las gracias a San Fermín bendito por haberle librado de las garras de aquellos infernales seres a quienes devolvieron justa et ignea retribución.

Sin embargo, las sombras de las ramas los árboles seguirían haciendo encogerse su corazón durante mucho más tiempo.