Don Miquel se quedó a cuadros, igual que su hijo, sentado a su lado. Su semblante quedó sumamente serio, et porque fuera el suyo sobrino don Joan, et ahora señor conde, pues de lo contrario ya habríalo mandado a la horca o a la cuchilla (para no hacer parafernalia et acabar pronto). Sin embargo, el hermano de su padre se contuvo, bajó un poco la mirada y se mojó la lengua.
Vuestro padre dejóme el señorío de Cartagena, conde Joan -dijo con mucho más respeto ahora del que le había tenido desde que llegásteis-; et no quisiera yo aquestas tierras sino para vivir lo que me quede de vida, dejárselo en herencia a mi hijo, et por supuesto, serviros. Todo lo que se hace y se haga en aqueste castillo y su influciencia no es y será sino para vos, por supuesto. Querría poner este pendón de vuestro abuelo et aqueste escudo del vuestro padre en algún sitio. Si me arrebatáis este gran recuerdo de Sevastià..., el recuerdo de nuestras batallas libradas se ahogará en el tiempo. Yo sólo he sabido serviros, et mi hijo hará lo mismo cuando yo falte...
Don Joan dejó de apretar las manos contra la mesa. Parecía que aquel discurso lo había calmado, puesto que en realidad tenía razón. Quizá era un conde joven, impulsivo y ambicioso. Y eso aún no lo sabía. Et arrebatar de cuajo un brazo a un cuerpo puede hacer tambalear a todo él... Al menos el señorío de Cartagena quedaba "en casa", en manos familiares.
Yo no mantengo tal regalo con vos. Mi padre cedió en herencia y pergamino el condado de Guadalest, empero me decís que de boca y palabras también vos lo dió tiempo ha. Si acaso insinuáis que mi padre no tuvo en cuenta aqueste embrollo será como insultarle. Seréis guardeses por un tipo de aqueste señorío -dijo más calmadamente don Joan-, empero que mi mandato será completo en el futuro -advirtió afirmándose don Joan-. Ahora sigamos comiendo et bebiendo. No deshonremos la memoria de nuestros padres en esta hora...
La fiesta continuó: los sirvientes seguían sirviendo vino, los invitados hablando y riendo y las borracheras y comilonas sucediéndose como sin descanso alguno.
Dejo por si queréis divertiros un poco en la fiesta. Podéis inventar/participar en cosas que ocurran en ella.
El joven caballero se mantuvo alejado de toda tentación durante el banquete y el festejo posterior. Dado el mal ambiente creado por su señor, veía peligro en cada esquina, en cada comensal que se acercaba a saludar al Conde, asi que se mantuvo, casi cual estatua, al lado de su protejido en todo momento.
Esperó con cierta impaciencia a que Don Joan decidiese retirarse a sus aposentos para acompañarle, y quizás entonces poder hablar con él sobre lo desacertado que le había parecido el trato con su tio y anfitrión, Miquel de Rugat.
Visto lo sucedido, y tras el más que incómodo momento, los músicos fueron apremiados a tocar repentinamente, para recuperar el ambiente de fiesta que nunca tuvo que haber dejado la sala. La gente se animó, y en breve la fiesta recuperó su tono amable y juerguista.
El caballero de Avis meditó en silencio lo sucedido, mas las viandas, el venado y el más que buen vino hizo mella en su funesto ánimo, y termino de buen modo la noche, hablando con sus amigos y riéndose de buena gana de su aún demasiado mal español, y de su mala suerte con los dados.
El día siguiente vendría, y quizás las palabras del conde le pesarían. Pero esta noche era para divertirse, pensó Roi. Se lo habían ganado.
El banquete se sucedió sin más festejos que los normales, ningún festejo de espadas ni nada parecido. El señor de Cartagena y su hijo comprendieron que no era momento de impacientar al recién coronado Conde de Guadalest, tanto porque no procedía como por la memoria del suyo hermano. Carnes a la brasa, frutas combinadas, vino en pellejos, copas, vasos y botas... Al final de la celebración, cuando la señora de Cartagena y otras damas del castillo retiráronse, aparecieron otras "damiselas" de muy buen ver, aunque aquello no tornó en gusto del conde Joan.
Ya he visto suficiente -os murmuró-. Vayamos al aposento, quiero entregar el pendón a mi tío, dejárselo en el suyo aposento, sin más. Esto es intolerable...
Et no es que no tuviera gusto por aquellos placeres el nuevo conde, pero se suponía que aquello no era sino una memoria a Sevastià, no una pseudo-orgía después de una comilona. Et sin rechistar, con el pensamiento en queriéndose quedar en el salón (sobre todo cierto pardo de ojos claros), marchásteis con la aprobación de don Miquel, alegando cansancio.
Et que una vez subísteis al segundo piso y entrásteis en vuestra alcoba, era ya la media tarde. Allí estuvísteis descansando un tiempo. Acompañásteis a Joan a su alcoba para sacar de las alforjas de su montura allí presentes el pendon y escudo de su casa. Se quedó mirándolos, y luego os habló.
Aquellos tipos no eran malas gentes -dijo entonces, clavando la vista en el mismo-. Los que me retuvieron... Cierto es que me ataron y amordazaron, pero me explicaron algo en cuanto comprobaron verídicamente que yo era el nuevo conde. Me explicaron sus verdaderas intenciones. A Dios gracias doy por encontrarme con ellos -reveló, sorprendentemente-.
Y entonces quedó callado, sumido en sus pensamientos.
Venga señores, que se nos viene el verano encima y querría acabar la partida antes de que nos invada :D ;)
Y aunque Rodrigo se había hecho fuerte para la lucha tanto física como mental, le costó retirar los ojos de tan bellas damas, por llamarlas de alguna manera. Gracias a Dios el deber le reclamaba y no se tuvo que quedar largo tiempo resistiendo la tentación de la carne.
Cuando hubieronse retirado, las palabras del Conde le volvieron a sorprender. Qué los asaltantes que el habían secuestrado bajo amenaza de muerte eran buenas personas? Es que acaso no se acordaba del lamentable estado en el que le habían entregado. Calló en cambio su resentimiento y tan solo demostró curiosidad.
- Mi Señor, qué es pues lo que os dijeron esos extraños y por qué pensais que se trataban de rectas personas y no de simples rebeldes a vuestra autoridad?
El sacerdote había visto con buenos ojos que el conde decidiera abandonar el banquete en el momento en el que aquellas mujerezuelas hacían su entrada. El caballero se había levantado de la mesa como un resorte, sin dificultad, como era propio de un hombre ordenado por Dios. Las barraganas, furcias, fulanas, meretrices, mesalinas, putas... - el sacerdote siguió enumerado mentalmente un sin número de deplorables calificativos - no eran plato de su devoción y cuanto más lejos estuviera la tentación de la carne, mejor. Pues si bien el Señor ayunó en el desierto cuarenta días. No era el hombre mortal, a buen seguro, de tal resistencia.
Más a gusto se encontró Ramón cuando Joan les hizo pasar a su aposento aunque quedó atónito al poco de comenzar la conversación:
- A Dios gracias doy por encontrarme con ellos - había dicho el conde.
- ¿Puedo preguntar a mi señor cuales eran tales verdaderas intenciones en aquellos hombres? ¿et como eran correctas sus maneras de asaltarnos en medio del camino arma en mano? - preguntó Ramón contrariado, parecía que recientemente algo le había avinagrado el carácter.
- Os recuerdo que no tuvimos otra que malherir a uno de ellos y matar a otro - dijo recordando al que había atravesado de medio a medio con un virotazo - ¿no se hizo aquella gente mala sangre por la muerte de uno o de ambos?
¡Malditos todos los nombres de Dios en todos los credos! ¡Maldito el Diablo por jugar con trampas y burlarse de la suerte de los hombres! Tenía que ser precisamente en este instante cuando el conde decidiera partir de la cena. ¡Justo cuando hacían acto de presencia las bribonzuelas! Fulanas de turgentes carnes y alegres actitudes, que se movían provocando al personal y calentando las virilidades. Y esa pelirroja que no le quitaba el ojo de encima, si Dios era mujer, ella tenía que ser lo menos su hija. La muy descocada sobó sus apetitosos senos a muy escasa distancia del rostro de Breixo, que ya se estiraba para enterrar su nariz en aquella porción de carne tan apetecible y ansiada. Pero no podía ser: como si estuviera ahí para recordarle su condición mortal, cual mosca cojonera, el Padre Ramón* propinó una contundente colleja al pardo, que despertó de la más maravillosa ensoñación y se encaró al mismo casi dispuesto a replicarle con mal verbo. Bastó la mirada reprobadora del caballero y un gesto del mismo señalando a don Joan para que Breixo supiera que la fiesta se le había acabado.
Gruñendo todo el camino y mascando maldiciones y cagontodasvuestrasestirpes varios, la sorpresa se la llevó Breixo en la alcoba cuando oyó la confesión de don Joan acerca de sus secuestradores.
—Pues explíquenos, conde, cuanto antes. No me gusta dejar a una mujer de cabello rojo sola, a merced de lujuriosos puercos, si no es bueno el motivo.
*Lo siento, DeLeagant ;)
Don Joan quedóse atónito aún por lo que pensaba, y no por el comentario de Breixo en pos de catar a la más bella de las mujeres de pelo rojo. Claro que, más entonación llevaban en la sangre el Padre Ramón y don Rodrigo, en queriendo ahora saber del todo el significado de aquellas palabras.
Me golpearon hasta que resistí. Luego dejaron de hacerlo, et comprendí que no lo hacían por gusto, sino para que atendiera. Uno de ellos me habló, con el rostro otra vez cubierto -confesaba vuestro amigo el Conde-. Ya no sé si era alguno de los que nos asaltaron o cualesquier otro. Sabían a la perfección lo de aquellas bestias rondaban muy cerca del bosque donde estuvimos... -vosotros no le habíais contado nada de los "hombres de piel de árbol", empero que don Joan sabía de lo que hablaba-. Me dijeron que en cuanto acabaran con aquellas "mandrágoras" -dijo con seguridad- vendríais a buscarme. Et que así ocurrió. No sé que vísteis et qué hicísteis, pero sabían que íbais a acabar con el mal que a ellos mismos les acechaba...
Luego se levantó, caminó por vuestra alcoba de un lado a otro y siguió hablando, sin miraros directamente a los ojos.
Se hacían llamar de la Vera Lucis, los hermanos de la Luz Verdadera, o algo así me comentaron mientras yo sangraba -dijo el conde-. Aseguráronme que no eran el mío enemigo, et me llenaron la cabeza con una serie de ensoñaciones un poco extrañas, pero todas lógicas; si bien la Iglesia, los curas et los fieles luchaban cotidianamente contra el diablo con rezos y absoluciones, su órden de tal luz lo hacía contra el mundo mágico, los restos del mismo diablo, a golpe de espada y fuerza... Et que cuando acabemos con el asuno de mi tío Miquel os hablaré largo y tendido de aquesto, que no es momento de pensar en tanto a la vez*...
*Os lo suscribe don Joan y os lo suscribo yo como director ;)
Podéis narrar lo que queráis, pues en mi siguiente post avanzaremos hasta la noche.
Roi atendía aquestas palabras de don Joan en silencio, atento, pues era la primera ver que escuchaba hablar de tales gentes. Más le preocupaba que don Joan parecía hablar con admiración de ellos, et no pudo en ésto dejar de decir su opinión:
-Mais Joan, senhor.. Eles sabían eso, mais no hicieron nada por acabar con tales bestias. Cobardes me parecen, si obligan a ir a desconocidos a lograr lo que ellos no pudieron hacer. Melhor non encontrarlos de nuevo.
El bravo portugués no se hubiera negado a ayudar a aquellas gentes de saber lo que les ocurría, pero haber sido asaltados, insultados et obligados a cumplir la misión so pena de muerte del conde de Guadalest, su amigo... No, eso Roi no podía perdonarlo, por muy buenas intenciones que la tal orden tuviese.
Una orden clandestina dedicada a combatir el mal? Rodrigo tendría que preguntar a los sabios de su propia Orden,ya que no sabía muy bien cual sería la acción a tomar con aquella gente. Se las trataría con respeto por luchar contra el Señor del Averno, o por el contrario se les perseguiría por no acatar las leyes del condado? Pero quitando esos tecnicismos el hermano portugués estaba cargado de razón; aquellos vándalos en particular que les habían asaltado en el camino, no eran más que unos cobardes extorsionadores a los que había que apresar y mostrar ante la justicia.
Estando ahora en buena compañía, aprovechó Rodrigo para decir aquello que callaba durante todo el festejo pues él era hombre llano y sincero y le dolía contener la lengua.
- Mi Señor, en mi humilde opinión, el trato ofrecido a vuestro tio y primo ha sido deplorable. No habeis más que humillado a aquellos que os hospedan. Si lo que querías era expulsar a vuestro tio de las tierras o amenazarle con hacerlo, no tendrías que haber venido vos mismos con una fuerza tan pequeña. Creo que vuestro juicio está nublado con el odio que sentis hacia vuestra familia. Es así cómo quereis gobernar? Insultando a vuestros súbditos en su propia casa?
Y bien a gusto que se había quedado el jóven caballero al recriminar el mal comportamiento de su amigo y señor durante su estancia en el castillo de su tio. Les había puesto a todos en peligro y no por causa justa.
Cómo se ha caldeado el ambiente en dos suspiros, pensó Breixo, sorprendido por las palabras de Rodrigo. El pardo se mostraba muy de acuerdo con la opinión de Roi sobre los fratres de la Vera Lucis, esa panda de gañanes que mucho que combatía al diablo y sus huestes pero no movió ni un solo dedo contra los demonios arbóreos que asolaban Algaida de Madrás.
-Os juro, don Joan, que me desconciertan vuestras extravagantes actitudes y no alcanzo a comprender, como supongo que tampoco comprenderán mis compadres, los oscuros y verdaderos motivos que impulsan este viaje que habéis emprendido. He sido y soy fiel soldado, porque siempre habéis sabido pagar con generosidad, y no me corresponde cuestionaros, pero dado que vuestras decisiones nos afectan también a nosotros, y por mucho que no merezcamos que os expliquéis, creo yo que agradeceríamos un poco de claridad acerca de vuestras pretensiones.
Esperemos que no tengamos que arrepentirnos de plantar cara a quien es nuestro señor en la Tierra, esperemos que no, se dijo Breixo, reprimiendo un trago de saliva para que nadie le viera dudar.
Vine más bien por la mía madre, et por el respeto que la tengo al igual que a mi señor padre, ya fallecido. No me cae en gracia esta parentela, y ya vísteis en mi investidura cual era mi opinión: aquestas tierras son mías, et que bien podría dejar como vasallo a don Miquel o a mi primo... pero bajo mi mando. Et no he sido yo quien ha deplorado nada. Su risa y su fiesta, cuando sólo vine a traer el pendón del mío abuelo et el escudo del mío padre, han sido un acto de poco respeto, en verdad.
Ciertamente, tanto Roi como Rodrigo tenían bastante razón, toda tal vez, en la que cada uno hablaba. Cobardes sin duda eran aquellos que retuvieron al señor conde como para que ahora se los elogiase; et al igual, imprudente había sido don Joan, pese al desacato y al poco tacto de la familia de su padre. Empero que de lo primero el de Guadalest debía tener razones de peso para hablar así, et que de lo segundo... ya sabíais de la cabezonería de vuestro amigo.
Como ya digo, Breixo, pendón y escudo, si recordais la lectura de Pedro* del testamento de mi padre, pedíanme traerlos a aquesta casa... Mi señora madre reafirmó este deber. Si por mi fuera, ya vos habría colocado a todos a mi diestra como buenos leales mientras gobernara yo el condado de Guadalest.
*Pedro, el pj quedó "en tierra" antes de partir, os leyó el testamento del padre de Joan en la primera escena (pestaña 2).
Pasó entonces una hora, y don Joan planteó ir a entregarle los presentes a Miquel, pues quería acostarse pronto y volver al día siguiente a su casa y comenzar su nueva vida condal. Recogísteis los regalos testamentales del aposento de don Joan y pronto vísteis en una de las estancias grandes que don Miquel y su hijo seguian comiendo, sobre todo el primero. Su primo Jaume se percató y os fue al encuentro recogiendo los presentes en vez de su padre, que hallábase ya bebido en demasía.
Perdonad a mi padre, señor conde -dijo en medio de uno de los pasillo-; recibimos con gusto tales presentes et con honor y respeto para la memoria de don Constantì. ¿No quiere volver al banquete?
Pero don Joan negó, alegando cansancio y una partida pronta la mañana siguiente. No obstante, agradeció las coherentes palabras (no ebrias) de su primo, que al parecer era el que más coherencia tenía en aquella casa llena de vasallos "chupasangre". Jaume señaló entonces que ordenaría al servicio que tras la fiesta prepara avituallamiento, a las bestias y otras cosas para el viaje de vuelta.
Tras volver al aposento, don Joan mandó al servicio que le incluyeran el colchón en vuestra habitación, pues aunque no lo dijo, sentíase más seguro. Et que no era casa enemiga donde estaba, empero que el sobresalto de la noche anterior habíale hecho como coger miedo de dormir sólo, y prefirió tener amigos cerca. Et así fue: dormísteis todos en la vuestra alcoba.
Escena cerrada.