Una camilla avanzaba a toda velocidad por los pasillos del hospital. Julia iba sobre ella, sintiendo aún mucho dolor. Andrew, Joseph y Roger corrían tras los enfermeros que la empujaban, hasta que les dijeron que ya no podían avanzar más. Vieron la camilla desaparecer a través de unas puertas, mientras ellos eran obligados a aguardar en una de las salas de espera.
Los minutos parecían horas. Por allí nadie se pasaba a avisar de nada. Roger temblequeaba como un niño, mientras Joseph se rascaba la cabeza, y Andrew daba vueltas por la sala continuamente.
Por fin, al cabo de casi una hora, se apareció un alma por allí. Era el doctor, y parecía muy contento. Los tres hombres se pusieron en pie al verlo entrar.
-¿Doctor? ¿Está...?- comenzó a preguntar el reverendo.
El médico se aproximó a Joseph y le dio la mano con firmeza.
-¡Felicidades! Ha sido usted padre de una niña preciosa.
Los tres comenzasteis a dar saltos, a abrazaros y a proferir toda serie de vítores al doctor. Estabais realmente contentos. ¿Quién os iba a decir, seis meses antes, cuando salíais corriendo del vuestra antigua aldea tras destruir Las Llaves, que llegaría este momento? Aún recordabais la incertidumbre, mientras os alejabais en el coche, de saber si el bebé se había ido junto a los medallones o de si seguiría con vida.
Afortunadamente, aquella misma noche ya os habían indicado que el bebé se encontraba perfectamente, aunque de Julia y las quemaduras de su barriga no podía decirse lo mismo. El paso del tiempo había hecho que se recuperase por completo, mientras avanzaba el embarazo, y esta misma noche había dado a luz a un bebé maravilloso.
A la mañana siguiente, ya os dejaron visitar a Julia, a quien acababan de dejarle por fin al bebé, tras hacerle un montón de pruebas durante la noche para saber si se encontraba bien. Había nacido algo amarilla, con un poco de ictericia, pero por lo demás, mostraba un aspecto de lo más saludable.
-Saludad a la pequeña Andrewina- dijo Julia, nada más veros entrar. Los cuatro os sentasteis rodeando la cama, mientras Joseph cogía en brazos a su primera hija, y Andrew lagrimeaba.
El bebé dormía aún. No lo habíais llegado a ver despierto todavía.
-Me ha llamado Sonya Boon, nuestra antigua vecina- dijo Andrew, mientras aguardaba el turno para coger a su sobrina- Ella y su hijo Charlie se harán hoy el viajecito para venir a vernos. Dicen traerle un regalo a la pequeña. Tengo ganas de verlos. Desde nuestra primera huida del pueblo que no los he vuelto a ver.
-¿Es que no va a abrir los ojos mi peque para ver a papá?- decía Joseph, perdiendo cualquier atisbo de su rudeza habitual, y transformándose en un mimoso padre mientras sostenía a la criaturita- Venga, Andrewina, abre los ojos y mira a mamá.
Como si hubiese oído las palabras de su padre, la pequeña estiró los bracitos, y agarró con su manita derecha el pulgar de Julia. En ese instante, abrió sus preciosos ojos, enormes, dulces, inocentes...
...Y de un azul claro impactante.
-Tiene... ¡Tiene los ojos azules! ¡Se parecen a los del...- no le dio tiempo a Julia a terminar su frase, Andrew le llevó el dedo índice a la boca.
-Es sólo una coincidencia, sólo una coincidencia. Hemos destruido las dos Llaves, y con ellas la maldición. No hay nada que temer.
-A... Andrew tiene razón- añadió Joseph, sorprendido por el impactante azul de los ojos de la criatura- Mi... Mi madre tenía los ojos del mismo azul. Puede que los haya heredado de ella.
-Se... Será eso- dijo Julia, algo nerviosa, pero tratando de tranquilizarse.
Aquellos ojitos azules volvieron a cerrarse, y Andrewina quedó sumida en un profundo sueño.
¡Por supuesto que todo era una coincidencia! Destruidas las Llaves, destruida la reencarnación. Pero aún así, en la criaturita había quedado un pequeño recuerdo de lo que habíais vivido. Sólo un pequeño resto, un atisbo de lo que podría haber llegado a ser y no fue...
Andrewina había heredado los ojos de Las Dos LLaves.