Después de ver lo que vi dentro de aquellos ojos ver como un demonio devoraba una bruja no resulto tan desagradable como podría pensarse en un principio. Lo que si que no pude soportar fue ver como mis compañeros devolvían hasta el vino y el tocino que habíamos desayunado y no tuve más remedio que taparme la nariz para evitar que el olor me obligara a compartir tambien esos desagradables momentos con ellos.
Vi como se alejaban para ayudar a la joven, pero yo no estaba tranquilo, guardé el arco y saqué mi cuchillo con el que degollé el cuerpo ya sin vida de los animales - Es mejor asegurarse que luego arrepentirse - recuerdo que pensé mientras lo hacía.
Motivo: RR
Tirada: 1d10
Resultado: 3
Una pútrida sangre negra y rojiza (como si llevara ese animal muerto mucho tiempo) salió de los pescuezos casi rebanados del todo tras la cuchillada de Rodrigo.
Cough... Cough... -la muchacha tosía y tosía, y con severas dificultades, ayudado por Florencio, se incorporó hasta sentarse en el altar de piedra-. Florencio la auscultó poniéndole la mano en el pecho (sobre el corazón) y en la espada, al tiempo que le miraba los ojos, oídos y nariz, por si hubiera algún tipo de hemorragia interna. Por fuera no presentaba heridas ni sangre (excepto la que también le salpicó, pero no era la suya): Florencio comprobó que estaba milagrosamente bien.
La muchacha, tras levantarse, vio el horror allí formado: la sangre, las pintadas del pentáculo, el hombre encadenado y desangrado, los cadáveres de los perros, los cirios, el resto de calaveras y huesos, y se llevó las manos a la boca. Luego miró a un lado y a otro, como buscando a alguien. Su cara se alegró por momentos.
La bruja... ¿ha muerto, verdad?, ¿o se ha marchado?
Acto seguido le explicásteis la situación desde que encontrásteis la cueva hasta que "la rescatásteis" (el resto de detalles los omitísteis para no abrumarla demasiado), aunque sí le dijísteis que veníais de Ad Fauces, y le hablásteis del posadero Lorenzo y el vecino Francisco.
Mi nombre es... Elvira... -dijo la joven-. ¡Francisco! Mi padre es... -la muchacha enseguida reconoció que le hablaban de su padre-. El caso es que... me gustaría verle, otra vez. Al menos volver a casa y contarle qué ocurrió y porqué estoy aquí. Llevadme allí, por favor...
La muchacha, al parecer, era la desparecida hija de Francisco, el vecino de Ad Fauces (la del "coyuntamiento" que os habló el tabernero Lorenzo). También reconoció al hombre encadenado. Era un vecino del pueblo, de profesión leñador (al que tampoco veía desde que huyó). Sin dilación alguna salísteis de allí (de momento no había forma de sacar un cadáver por la estrecha abertura en la roca a pulso, por lo que lo dejásteis allí, no sin alguna oración por parte de alguno de vosotros.
Escena cerrada.
En breve epílogo.