La camarera inclina la cabeza asintiendo a Shapur y desaparece tras la barra mientras reealiza lo que Shapur demanda, luego Shapur se acerca al tabernero, aquel hombre enjuto llamado Eckrat.
La sonrisa del zamorio se ensancha al escuchart la palabra recompensa-no abundan los curanderos extranjero, veremos primero el contenido de tu bolsa y después decidiré que hacer no es plato de buen gusto consultar con brujos y ya sabeis que aqui no sois bienvenidos, sin embargo si teneis sufiiente oro tal vez dureis una noche en La Daga Quebrada, tal vez....
Tras las palabras del tabernero la camarera viende con un cuenco de vino y clavo caliente y se acerca a Zephra.
La tigresa, aunque herida, salta sobre el cuello de la gárgola, más porque estaba en medio de su camino, al querer escapar por la ventana, que por intentar ayudar a su compañero. Estaba en el medio, pero que mejor que ayudarle, para ayudarse a si misma. En cuanto se apartase lo suficiente, escaparía como buen gato que és.
– Dulce Ishtar… Tú, maldito cimmerio. Dichosos los ojos que te ven – Shapur deja caer la espada en la vaina y se acerca a saludar al moreno bárbaro. – Si, subamos. Aquí, hasta las sombras tienen ojos y oídos. – Después cierra la puerta de la taberna y todos suben a la habitación.
Conan recorre con la mirada el cutrichil destrozado tras la pelea con la gárgola. Con gentileza, que nadie esperaría de alguien con tan poderosa constitución y tamaño, deja a la inconsciente hechicera en el camastro. Shapur observa la escena sin extrañarse. Conoce muy bien al cimmerio, y sabe que Conan es mucho más que una montaña de músculos descerebra con una espada en la mano.
Pero la alegría del reencuentro dura poco.
– Maldita sea, Conan. No nos dices nada que ya no sepamos. La condenada ciudad parece una puerta abierta a los infiernos. En el camino nos topamos con una panda de necrofagos… – Shapur relata las aventuras de la turbulenta noche mientras levanta la destartalada mesa y un par de taburetes que se habían caído durante la pelea. Por suerte, el jarrillo de vino había resistido el golpe contra el suelo. El kothio retira el sello de cera, calla un momento para dar un trago y pasa la jarra al cimmerio antes de retomar la historia.
– Empezaremos por buscar a un hombre llamado Akramh. – termina por decir el kothio.
La chica, arrullada por el destrozo, y trubada por lo que acababa de suceder, se queja discretamente de sus heridas, que no eran tan graves como podía pensarse, pero, que sin ellas estaría un tanto mejor.
- Hay.
No se quiso meter en la discursión o las indagaciones del general, pero, ahora mismo, sólo deseaba descansar.