Rossuon optó de nuevo por quedar al margen de la discusión. No tenía mucha idea, y no quería demostrar su ignorancia. Observa y aprende, resonó en su mente. Le pareció la voz de su maestro, pero estaba convencido de que nunca lo había expresado con esas dos palabras. Habría escogido un discurso grandilocuente, posiblemente con moraleja, y él estaría distraído, contemplando las damas que se veían desde la ventana. Otra lección oportuna... Demasiado oportuna...

La propuesta de poder dormir una noche entera le pareció estupenda, ya echaba de menos quedarse tirado en la cama sin intención de levantarse, disfrutando del reposo. Intentó no pensar en cuanto pasaría hasta que pudiera volver a hacerlo.

—Creía que preferiríais guardar los cofres como anoche, lamento la confusión, Maese Dimrod. Me alegro de que podamos contar con vos.— contestó Mitdúlin.

Aeth tenía razón, tanto el bardo como los enanos podrían ver mejor de noche. Llegó a la misma conclusión que Dimrod respecto al reparto de las guardias, sin embargo para él no suponía ninguna complicación.

—Si el problema es que uno de los grupos se quede sin mi o uno de los enanos durante alguna de las guardias, yo no tendría ningún problema en quedarme vigilando cada noche— solucionó —. Acostumbro a dormir pocas horas y además, según se dice, la penumbra es amiga de los poetas.

Imaginó, divertido, que el orgullo de los enanos los empujaría a ofrecerse a lo mismo. La rivalidad entre razas era legendaria, aunque eso le apenaba. Le hubiese encantado preguntarles por su cultura, conocer sus canciones. En Lorien se habrían reído de él por semejante ocurrencia, pues aparte de hoscos, consideraban zafios e ignorantes a los Gonnhirrim.

-Entonces procederemos de la siguiente manera, -Resolvió el eriadoriano, -Esta noche yo haré la primera guardia con Mithdúlin, Gramj y Rossuon la segunda y Thund y Aular la tercera. Eoden y Aceroamargo se encargarán de la última. Mañana la primera guardia la empezarán Aeth y Hunkel, la segunda Gramj y Rossuon, y continuaremos la rotación en ese orden. -La idea era que al menos una pareja descansara cada día hasta cubrir las noches que restaban hasta llegar a Fornost.

Tras observar que todo el mundo había entendido la distribución se puso en pie y sacudió las migas de pan y las volutas de madera de su regazo y ordenó a Eoden que recondujera la carreta del asno que portaba las provisiones de nuevo a la carretera mientras él se encargaba de hacer lo propio con el que cargaba con los cofres. La hora del descanso había finalizado, era turno de continuar la marcha de nuevo.

De vuelta en el Gran Camino del Este la marcha se hizo algo más amena con el estómago lleno y las piernas un poco descansadas. Atravesaron los despejados valles, las verdes colinas y las humeantes chimeneas de los pueblos de los medianos maravillados con la aparente vida placentera de sus habitantes. La Comarca era una tierra bella, tranquila y apartada del resto del mundo, una especie de oasis que emanaba paz en un mundo de guerra. Para un hobbit su mayor preocupación en aquellos momentos era que sus huertos crecieran saludables y que pudieran mantener sus siete comidas diarias. Todos los miembros de la escolta de la dama Melyanna desearon que los días oscuros de su tiempo no terminaran cubriendo también aquel bello paraje de la Tierra Media.

Los siguientes pueblos que fueron atravesando en su camino eran tan idénticos al resto que para ellos costaba diferenciarlos, aunque Matha los distinguía claramente e iba nombrándolos en cuanto los divisaba en la distancia tras los recodos y las pendientes del camino que los ocultaban: Belgorado, Surcos Blancos... Todos ellos construidos con la misma curiosa arquitectura de los medianos, casas enterradas en agujeros de las colinas decorando la campiña de la Comarca, limpios y confortables, con sus pequeñas chimeneas lanzando volutas de humo como si las montañas fumaran del famoso tabaco de Valle Largo.

Fin del capítulo 1