Aceroamargo enarcó las cejas ante el comentario de Gramj; el martillo no era de manufactura enana. Y él estaba más que seguro que aquello no era obra de los hombres, al menos no obra de los dunedain que vinieron de Numenor. Tal vez los elfos de Acebeda lo hubiesen hecho, aunque él conocía bien la escritura Sindarin y Quenya; y creía que, aunque no supiese interpretarlas y leerlas, reconocería por su forma las runas de Dareon, usadas muchas veces por los elfos.
No obstante, decidió preguntar a Mithdulin.- Mithdulin, ¿Conoces tú los símbolos del martillo? ¿Puede haber sido hecho por elfos?
-Te ayudaré con la cripta-, exclamó Hunkel manteniéndose cerca de la misma y dejando a un lado su ballesta, no podría trabajar con ella en las manos, aunque siempre buscaría tenerla muy cerca. Respecto a las runas, no estaba muy seguro, tendría que analizarlo con profundidad bajo sus casi nulos conocimientos. De cierta forma lo mejor era dejarlo pasar.
Así como también había dejado pasar el hecho que lo de aquel tesoro le preocupaba mucho, demasiado fácil, demasiado oscuro, demasiado misterioso. No le gustaba nada realmente. Aunque ya buscaría otro momento para hablar al respecto, pues quizá, solo estaba exagerando y no había nada de qué preocuparse.
Director: ¿Qué se necesita para analizar las runas?
Mientras preparaba sus cosas para acostarse, Aceroamargo se acercó a Mithdúlin con un martillo bastante peculiar entre las manos, preguntándole si reconocía los grabados. El bardo examinó las runas con cuidado e interés, palpando las incisiones delicadamente con sus dedos. Una vez que estuvo satisfecho con el examen, asintió.
—Lamento decirte, querido amigo, que estas inscripciones no han sido hechas por ningún elfo— contestó —. A decir verdad, diría que han sido grabadas por manos humanas. Me traen recuerdos de unos manuscritos muy antiguos que me dejó examinar un joven noble, muchos años atrás. Por desgracia no supe descifrarlas entonces y tampoco ahora. Sin embargo...
Mithdúlin se acuclilló para coger un trozo de pergamino y algo de grafito que guardaba para escribir.
—...quizá encontremos a alguien que pueda descifrarla— continuó —. Si no deseas llevar el martillo, puedo copiar las runas en este trozo de pergamino, sin duda mucho más fácil de transportar.
La mediana dirigió una mirada aturdida hacía la voz que le había hablado desde la bruma que nublaba sus ojos como la niebla de aquel oscuro y siniestro lugar. Movió la cabeza intentando asentir pero la sacudida, por nimia que pudiera parecer, casi le hace vomitar. Tuvieron que pasar unos segundos más para que la mediana pudiera recuperarse lo suficiente para lograr pronunciar alguna palabra.
-¿Qué.. qué ha pasado?. He tenido una pesadilla horrible... - Su voz apenas era un susurro sin fuerza que mantenía cierto miedo en el tono recordando la horrible pesadilla que en realidad había vivido al ver como las leyendas cobraban vida frente a sus ojos.
Podéis tirar leer runas, pero lo que ha dicho Mithdúlin es lo más cercano que podréis averiguar.
-Ya todo pasó, mi buena amiga. - Dijo la dama para calmar a la hobbit. -Ahora descansa y vuelve a los sueños reparadores. Mañana esa niebla se habrá ido y nosotros también.
La joven pelirroja dedicó una mirada de sincero agradecimiento a Rousson por haberla ayudado y preocuparse por su amiga. Después, cuando Dimrod ordenó que se fueran a dormir, se recostó junto a Matha para protegerla y cuidarla durante la noche y cuidarla por si era preciso.
Aquella noche había sido más accidentada de lo que hubieran previsto en un primer momento. La noche les había alcanzado en el camino sin tener un refugio donde guarecerse y los exploradores habían perdido el rastro del camino por culpa de la densa niebla que cubría las Quebradas de los Túmulos. Finalmente, tras dar varias vueltas encontraron una vieja y antigua torre en la que pudieron guarecerse para descansar, pero las leyendas de los lugareños cobraron vida saliendo de las tumbas para atacarles en mitad de la noche. El grupo sin embargo, logró desenvolverse con mejor fortuna que en el incidente del jabalí y tras un buen golpe de Eoden primero, y de Aceroamargo después, lograron eliminar a los dos espectros que respondían a los nombres de Anacar y Andil.
Más tarde, tratando de encontrar el Gran Camino del Este para proseguir el viaje, Aeth y Hunkel encontraron la tumba en la que yacían los restos mortales y profanados de ambos espectros junto a un suculento tesoro del que nadie parecía querer hacerse cargo, aunque las runas e inscripciones antiguas de un extraño martillo picó su curiosidad antes de regresar a las camas, pues a pesar de las ganas que tenían de dejar atrás ese tétrico lugar, no podían hacerlo sin temer perderse en la bruma y caer en un sitio peor. Todos parecieron de acuerdo en afirmar que aquel lugar era lo más seguro que podían encontrar para pasar la noche. Antes Aceroamargo quiso sellar el túmulo de nuevo para que nadie más perturbara el descanso de sus ocupantes, y Hunkel le echó una mano para terminar cuanto antes.
Durmieron sobresaltados por las pesadillas pero sin tener que lamentar nuevos incidentes. Las guardias se sucedieron con tranquilidad y al amanecer la niebla se disipó por fin. Tras un buen desayuno, descubrieron el camino a una milla y media de distancia de la torre y pudieron retomar la marcha habitual agradecidos de no haberse perdido en aquel lugar.