Por mucho que la muñeca del joven giraba a derecha e izquierda no parecía conseguir el efecto deseado, sin embargo, a base de empujones algo crujió en el interior. Un empellón más y la puerta cedió, abriéndose de golpe y desequilibrando a Derfel, que casi se cayó de bruces mientras aún asía el pomo en su mano.
Dentro, la pequeña estancia se encontraba abarrotada de ropas de ricos bordados en hilo de oro ajadas por el tiempo, calzado de buena calidad, botas de piel de gamo cuarteadas y resecas después de años encerradas en aquella habitación. En su momento, aquello debió de valer una pequeña fortuna, pero hoy por hoy no valía nada. Por otro lado, en la pared izquierda, alojado dentro de un a hornacina, se encontraba un pequeño cofre, de unos cuarenta centímetros de largo y veinte de altura, con la tapa abierta, lo que dejaba ver su contenido: unas monedas de oro, un camafeo ricamente labrado, una peineta de plata, y alguna que otra fruslería más, suficiente para montar una buena posada en la aldea del muchacho y vivir cómodamente.
También había un espejo de mano tallado en plata y enmarcado con motivos animales, concretamente unos halcones en distintas disposiciones. El pequeño objeto estaba partido por la mitad, reflejando dos versiones de la misma imágen a la vez.
Por lo demás, polvo y más polvo se acumulaba en los rincones, como en el resto de la torre.
Ya se le estaba empezando a cansar el brazo cuando con un fuerte empellón consiguió que algo en el interior de la cerradura se soltara y la puerta quedase libre. Repasó con la mirada el interior de la habitación donde se encontraba y vio que todo en ella rezumaba lujo y riqueza, eso sí, un lujo y una riqueza ya pasados porque el transcurrir del tiempo había dejado inservibles la mayoría de los objetos que allí se encontraban.
De repente fijó su atención en un cofre situado en una de las paredes de la estancia y se dirigió hacia él. En su interior por fin encontró algo que merecía la pena. Repartió entre sus bolsillos, normalmente acostumbrados a encontrarse vacíos, todas las monedas de oro y los objetos pequeños que fue encontrando. Cuando había cogido todo lo que había en el cofre reparó en el espejo que también se encontraba en él, –Quizás este sea el espejo del que me habló Ashid cuando me “contrató” y que tenía que buscar para su señor- Pensó Derfel, así que también cogió el espejo y se decidió a salir de la torre.
Mientras se encaminaba a la puerta para salir de la habitación ya iba pensando qué haría con el dinero que había encontrado y con lo que consiguiese al vender los objetos que llevaba con él.
Lo que sucedió a continuación se perdió en la laguna insondable de los recuerdos de Derfel. No había caminado ni dos pasos cuando una sensación de vértigo se apoderó de él, una corriente de poder subía por su brazo en espiral quemando cada centímetro de piel por el que pasaba. El espejo de plata empezó a brillar con una tenue luz verdosa y enfermiza mientras emitía una pulsación constante, débil al principio, pero que se fue intensificando hasta hacer retumbar los huesos, las venas y los órganos del guerrero.
Intentó arrojar el objeto al suelo, lejos de él, pero tenía la mano agarrotada y fue incapaz de mover los dedos que se aferraban de manera sobrehumana al pequeño mango del espejo. El vértigo aumentó junto con el dolor, y el joven cayó de espaldas en el suelo sin que nada amortiguase su caída.
Se golpeó la cabeza contra el adoquinado y tras un fogonazo de luz, todo a su alrededor se fue difuminando bajo el velo de la inconsciencia.
Después todo quedó sumido en la oscuridad.
Continúa en Capítulo III - El espejo despertado.