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La Voluntad del Gran Rojo.

Los demonios gritaban de una forma ensordecedora que se colaba a través de sus oídos y se incrustaba en su cabeza. Llegó a pensar que aquellos agudos chillidos harían que su cerebro estallase en un mar de sangre y materia gris. Pero no sucedió así y finalmente su viaje a través de aquel mar de garras y aullantes fauces plagadas de babeantes colmillos, llegó a su fin.

Cleon había acabado en el interior de una celda. La temperatura era muy elevada, casi insoportable y le costaba respirar. Las paredes ardían, el suelo quemaba y no quería ni comprobar la temperatura a la que estarían los barrotes. Suerte que habían tenido la decencia de otorgarle un catre sobre el cual podía situarse para evitar las quemaduras.

Los aullidos de los demonios, eufóricos por alguna razón que se le escapaba a su entendimiento, cesaron de golpe y entonces vio acercarse a una figura esbelta cubierta por una túnica de color rojo carmesí. Caminaba sin caminar, pues parecía más bien levitar. Se acercó rápida y directamente hacia Cleon y cuando estuvo a su lado se detuvo del otro lado de los barrotes incandescentes.

- Cleon… - Dijo con una aterradora voz el mago. - ¿Estás preparado para servirme con devoción? – Le preguntó.

En cierto modo Cleon admitía todo lo que le estaba pasando. No merecía ni la paz ni el descanso. Había matado a su mujer, sabía que era lo correcto, pero aún así era culpable y merecía el castigo.

Pero no había mayor castigo que su propia consciencia.

Vio entrar al mago rojo. Lo esperaba. Una oleada de intenso odio llenó su espíritu, pero aún le quedaba la suficiente cordura para comprender que atacar al mago era un acto absolutamente inútil, ni le mataría ni éste le mataría a él.

Ante la afirmación del mago no respondió... no le serviría, jamás... aguantaría toda la tortura y todos los pesares como su penitencia, pero nunca le serviría.

- ¡Contesta al amo! - Gritó alguien con una profunda voz cavernosa. 

Acto seguido se mostró. Era un ser de complexión cuadrara, casi tan ancho como alto y de corta estatura. Su piel era oscura, de un color grisáceo y sus ojos de un púrpura intenso. Sin duda se trataba de alguna variante de enano oscuro. Estaba fumando un enorme y humeante puro. Nada más dirigirse a Cleon, aquel ser penetró en su celda y se encaró con el humano. Dio una fuerte bocanada de humo y la descargó sobre el explorador.

- ¡Que respondas, escoria! - Le gritó de nuevo a la vez que le propinaba una dolorosa patada en el estómago.

Para una persona libre, como él lo había sido, simplemente el cautiverio ya era toda una tortura, aunque ya tenía experiencia en eso. Pero las condiciones de la celda eran absolutamente inhumanas. El calor omnipresente hacía imposible descansar, dormir e incluso moverse, haciendo que cualquier mínimo esfuerzo se convirtiera en una proeza.

Era el precio, de eso Cleon era consciente. Su mujer había muerto por su propia mano y gracias a ello ya no tenia que soportar esta tortura. Si hubiera tenido tiempo habría intentado seguirla, pero no pudo ser.

El precio había que pagarlo. El mago rojo era el culpable de todos los males que le habían acontecido desde su liberación, pero Cleon era consciente que vengarse estaba bastante más allá de sus posibilidades.

Solo le quedaba un futuro indeterminado y la celda.

- Nunca.

Era una solemne estupidez responder y mucho menos desafiar al mago rojo, solo podría traerle más dolor y desesperación, pero la palabra casi se le había escapado. La realidad es que su resistencia ya estaba rota y el gesto seguramente tendría malas consecuencias.

Eres un estúpido, deberías haberte callado.

Esperó su castigo con resignación.

Aquel enano se quitó el puro de la boca y le dio varios golpes con el dedo haciendo caer la ceniza mientras miraba con media sonrisa a aquel humano. Acto seguido miró al Mago Rojo, resopló y volvió a mirar a Cleon.

- ¿Quiere que le convenza sobre el asunto? - Le preguntó el enano oscuro al explorador.

Volvió a meterse el puro en la boca y dio una profunda calada. De nuevo escupió el humo en la cara del humano esperando la respuesta del enano.

- Tarde o temprano doblegará su voluntad. - Respondió el mago rojo. 

Aquel hombre se dio media vuelta con la intención de partir de ahí, sin embargo giró un poco la cabeza hacia atrás y volvió a hablar.

- Que sea temprano... - Dijo muy seriamente y finalmente se marchó.

La puerta de la celda se cerró de golpe siendo la sonrisa de aquel enano oscuro, lo último que vio antes de aquel portazo. Cleon se quedó solo en el horno que era aquel maldito zulo. El calor era insoportable y el humano comenzó a sudar a mares. Cada minuto que pasaba allí dentro era insoportable para él y pronto comenzó a marearse. Cleon estaba convencido de que perdería la consciencia cualquier momento, pero se negaba a morir por una insolación, aunque eso acabaría seguramente con muchos de sus problemas.

No sabía realmente cuánto tiempo había pasado, pues había perdido la noción del tiempo, cuando la puerta de la celda se abrió. Fue en ese preciso instante cuando se dio cuenta de que la temperatura de la celda no era para nada tan elevada como había creído hasta el momento, sino que estaba a una temperatura bastante normal y casi agradable. 

Al mirar hacia la puerta, observó cómo dos enormes demonios negros, como los que había combatido en ese maldito plano y que habían invadidos Pielati momentos previos al trágico desenlace de su amada Helga, aparecieron para llevarselo a quien sabe que horrible lugar.

Los demonios le agarraron de los brazos a Cleon, quién aunque trató de revolverse, le fue imposible. Le agarraron con fuerza y tiraron de él arrastrándole por un largo pasillo hasta que llegaron a una puerta al fondo del mismo pasillo.

Una vez se adentraron a través del umbral de aquella puerta, Cleon se dio cuenta de que la estancia a la que acababa de acceder, sin duda era algo engañosa en cuanto a su tamaño. Antes de pasar a su interior había  sospechado que se trataba de una habitación bastante más pequeña de lo que en realidad era. Hubiera apostado a que no se trataba de un lugar mucho más grande que el zulo en los que había sido encerrado. Sin embargo, aquella sala debía medir fácilmente unos doscientos metros cuadrados.

Su interior era bastante oscuro, solo iluminado por la luz de antorchas ancladas a las paredes de piedra sin revestir. De éstas paredes húmedas y plagas de moho y telarañas, colgaban infinidad de objetos amontonados sobre estantes o directamente suspendidos gracias al anclaje de cadenas procedentes del techo que a ojo debía medir seis metros. Frascos, morteros, sacos con hierbas, viejos tomos, pequeños viales, velas, incienso y todo tipo de componentes se encontraban amontonados sobre los estantes de las paredes y cubiertos en su mayor parte de polvo. Del techo pendían incensarios, calderos, e incluso animales disecados.

Además la estancia estaba completamente llena de todo tipo de artefactos alquímicos colocados sobre diferentes mesas de escritorio. A primera vista pudo contar hasta tres hornos de leña, los cuales funcionaban a pleno rendimiento. También visualizó un extraño aparato, compuesto por decenas de tubos y provetas por donde pasaba algún tipo de sustancia líquida, la cual se filtraba separando sus componentes.

Un montón de máquinas e ingenios de todo tipo y tamaño se agolpaban allí. Un torno, un yunque, un enorme decantador de hojalata, varias barricas metálicas que bullían exhalando vapor, libros y pergaminos desperdigados aquí y allá y un ambiente casi irrespirable debido a la mezcla de sustancias que flotaban en el ambiente producto de la evaporación de las sustancias que aquellos calderos, decantadores y recipientes contenían. Sin duda se encontraba en algún tipo de laboratorio.

- ¿Te someterás a la voluntad del Gran Rojo? - Preguntó uno de los demonios que todavía le agarraba con fuerza del brazo.

Cleon conocía cual era su aguante. Había sido prisionero los años suficientes como saber de sobra hasta donde podía resistir una tortura, no tenia ningún sentido recorrer ese camino de nuevo.

Era mejor ahorrase el sufrimiento.

- Me someteré. Mi vida no tiene gran valor ya, así que realmente no se en qué podré serviros, pero prefiero ahorrarme la tortura.

Había sido fácil, muy fácil. Lo cierto era que Cleon ya no tenía la suficiente fuerza de voluntad como para seguir peleando. Lo había perdido todo, pues Helga, lo era todo para él. Ni siquiera conocía el lugar donde se encontraba y lo cierto era que, ahora que estaba a merced de aquel mago rojo, no veía otra salida que la sumisión o la muerte, pues la tortura, tanto física como mental, era algo para lo que no estaba preparado.

El demonio asintió con la cabeza cuando Cleon respondió. Sin dejar de mirarle con aquellos penetrantes ojos negros, abandonó la celda y cerró la puerta con llave. La temperatura del interior bajó de golpe hasta ser soportable y entonces todo quedó en silencio. La única luz que inundaba la estancia, era la que se colaba a través de la mirilla de su celda, una luz que provenía del pasillo de aquellas mazmorras. A medida que fue decreciendo en su intensidad, a Cleon le empezó a vencer el sueño. 

Fue cuando sus pesados párpados se cerraron y le embargó el sueño, cuando escuchó un sonido procedente del exterior. Se trataba de su carcelero, uno de aquellos demonios sin expresión. Le dejó un plato de comida y una jarra de agua. El cazador se puso en pie y se acercó para descubrir de que se trataba y cuando lo vio, se sintió realmente extrañado. Se trataba de una pata de pollo que desprendía muy buen aroma y tenía también buen aspecto. Iba acompañada de patatas y zanahoria. Nunca hubiera esperado una cena tan decente en un lugar como aquel.

Aquella noche cenó bien y durmió. Aunque se despertó en varias ocasiones y tuvo pesadillas, durmió. Así fueron pasando los días. Comía bien, cenaba bien y dormía casi todo el día. No tenía ánimos para mucho más y tampoco podía hacer mucho más. Sus carceleros solo acudían a su celda a darle de comer y nunca le dedicaban palabra alguna, aunque Cleon les respondiera. Ya conocía que era estar encerrado en una prisión, pues ya lo estuvo en su plano de origen, en la Torre de las Almas Perdidas. Resignado, esperó para descubrir que era lo que el mago quería de él, pues aún no lo sabía.

Un día como cualquier otro, tras el desayuno recibió una visita. Se trataba de un ser extraño, que vestía armadura y que ocultaba la cara tras un yelmo. Éste abrió la puerta de su celda y le hizo un gesto para que le siguiera. Entonces observó que iba armado una espada enfundada en su vaina y que pendía de su cinturón.

- Mi nombre es Raxrihi Kalas. - Se presentó. - Seré tu instructor. - Le dijo. - ¿Sabes luchar? - Le preguntó.

El trato había mejorado mucho tras someterse. La verdad es que a falta de un objetivo en la vida realmente a Cleon le preocupaba poco su futuro. El mayor problema era que culpaba al mago rojo de la muerte de su amada y por ello en su interior aún quedaba un pequeño espacio para el deseo de venganza.

Pero su amada estaba libre, y él no tardaría mucho en seguir sus pasos. Mientras intentaría sobrevivir.

Se inclinó con respeto ante su instructor. Era un gesto aprendido de su época como soldado y que no había usado en mucho tiempo.

- Un poco, maestro. - No sabiendo cómo referirse al extraño ser, pensó que ese título sería adecuado. - Mi estilo suele ser atacar a distancia con arco y flechas mientras mi mascota... - por un instante su voz se quebró al recordar a su fiel Arvak con el que tanto había cazado y que tampoco estaba ya con él - ...es la que lleva el combate cuerpo a cuerpo.

- Pero con el debido entrenamiento creo que podría usar cualquier arma.

Quizás estaba pecando un poco de dejarse llevar. Hasta hace poco eran el enemigo. Cleon estaba confuso, no quería volver a la celda pero tampoco servir al mago rojo.

- ¿Arco? - Preguntó. - ¿Eres bueno con eso? - No parecía muy convencido de ello. - Podrás usar el arma con la que te sientas más cómodo. - Dijo entonces. - No soy tu maestro, solo tú instructor. - Añadió. - Mi cometido es que sobrevivas al entrenamiento y puedas servir al Gran Rojo. - Le comentó mientras se cambiaban por uno de los largos pasillos de aquel lugar. - Te enfrentarás a otros candidatos en la arena y si eres bueno vencerás y vivirás. - Se detuvo ante una gran puerta. - No muchos viven después de los combates... 

Acto seguido accedieron a la armería. Estaba repleta de armas de todo tipo y armaduras. Casi todo eran además de hasta y espadas, así como armaduras pesadas y escudos, pero también había una zona en la que se encontraban arcos y flechas. Raxrihi le invitó a armarse con o que necesitara y eso hizo. 

Dos pequeño hombrecillos grises aparecieron entonces para ayudarle a elegir una armadura y a colocársela. Tras probarla y ajustar las correas, se la quitaron y colocaron todo en un par de bolas antes de marcharse con estas, por donde habían vendido. El instructor le condujo entonces de nuevo a su celda.

- Mañana saldrás a la arena... - Le dijo. - Si sales con vida, podré enseñarte algo. Hoy descansa y cena bien... - Le recomendó. - Mañana vendrán a por ti y bueno... Suerte. 

Salió de la celda, cerró la puerta y se escuchó como giraban la llave. Volvía a estar encerrado.

Cleon despertó al escuchar como una llave giraba en el interior de la cerradura de la puerta de su celda. Se abrió rápidamente y allí estaba su carcelero, un hombre vestido con ropas raídas y con la mirada estrábica. Dicha persona le invitó a seguirle y a Cleon no le quedó otra que obedecer. 

Le entregó un poco de pan y queso mohoso, ese sería su desayuno y le condujo a través de unas escaleras a hacia lo que sin duda sería un sótano. Tras dejar atrás varias galerías se encontró en un amplio complejo subterráneo, bastante oscuro, pero que no obstante recibía luz del exterior a través de unas ventanas en los laterales del techo. Allí se encontraban una serie de hombres armados y que lucían armaduras, así como más carceleros, que se distinguían claramente del resto por su uniforme oscuro.

Su carcelero le condujo hasta un banco y le invitó a sentarse. Allí se encontraban las armas y armaduras que había elegido la noche anterior junto a Raxrihi Kalas. Aquel hombre le invitó con gestos, a que tomara su equipo y cuando Cleon lo hizo, sonrió, se dio media vuelta y se alejó.

- ¿Es tu primer día, chico? - Cleon escuchó una voz femenina y giró la cabeza. Sentada a su lado se encontraba una joven humana, bastante atractiva. Lucía una coraza y estaba armada con un tridente. Se podían ver con claridad cicatrices en las zonas del torso y los brazos que estaban desprovistos de placas o ropa. - Te he preguntado algo, aunque si prefieres no responder... - Se encogió de hombros. - Posiblemente no pases de hoy, así que sobran las presentaciones...

Cleon se inclinó ante la mujer con un gesto instintivo, sin pensar que podría estar de más en un lugar así.

- Sí, mi primer día. - se fijó en las cicatrices que marcaban a la muchacha - Parece que tienes experiencia, ¿algún consejo? - Sonrió. La verdad es que morir en la arena sería más un alivio que otra cosa, pero, habiendo dado su palabra, por lo menos quería demostrar que aún podía luchar al menos una vez más.

- Podemos sobrevivir. - Respondió la chica. - Lucharemos contra otros cinco gladiadores. Si nos toca en la misma ronda de combate, intenta luchar a mi lado. - Le propuso. - Normalmente sobrevive la mitad de los que salimos a combatir. Si eres bueno y vives lo suficiente, dejas ésta vida y el mago, ese bastardo, te saca de aquí y bueno... - Se encogió de hombros.- No se a donde te lleva, pero... Ya no volvemos a ver a aquellos a los que dejan está vida.

No hubo tiempo para mucha más charla, enseguida, uno de los carceleros señaló a seis de los hombres allí presentes. Entre ellos el propio Cleon y por suerte también la mujer con la que había estado hablando. Todos cogieron su equipo y se apresuraron a salir a la arena. Los gladiadores alzaban la voz lanzando gritos en un idioma que Cleon no entendía, golpeaban el suelo con sus armas y sus armaduras con los puños y sus propias armas en un despliegue de hombría y poderío.

Una vez en la arena, Cleon pudo observar como las gradas estaban llenas de seres deformes que también gritaban y aplaudían embravecidos ante el momento en que iba a comenzar el espectáculo. Los gladiadores miraban de forma desafiante por debajo de sus yelmos a la vez que gruñían tratando de intimidar al resto de alguna forma. 

Había llegado el momento de a verdad. En breves instantes comenzaría la competición en la que unos vivirían y otros morirían. Lo cierto era que Cleon no parecía muy convencido de cual era el bando en el que prefería estar. Si vivía, seguiría sufriendo por sus actos del pasado, encerrado en aquella ciudad de locura y teniendo que matar para vivir y si moría, todo acabaría.

Sonaron unas trompetas y cuando cesó el sonido, la gladiadora miró a Cleon y asintió con la cabeza. Era el momento de empezar a luchar. Luchar por una vida que no sabía si deseaba...

Cleon salió a la arena un tanto despistado y fuera de lugar. No sabía que hacer, si la lucha iba a ser a muerte o a primera sangre ni si era un todos contra todos o había algún tipo de equipo.

Lo mejor era observar. Dejó el arco en el suelo (sabía que podía llamarlo si quería y si lo tenía a distancia) y se cubrió con el espadón de cualquier posible ataque.

La mujer con la que Cleon había estado hablando, también portaba un arco y fue lo primero que sacó. Apuntó hacia uno de los gladiadores y disparó dos flechas de forma casi simultanea. Los dos flechazos se clavaron en aquel hombre, uno en el hombro y el otro en la espalda. Éste gimió dolorido y la mujer realizó un gesto de victoria.

- ¡Vamos, no te quedes quieto! - Le gritó a Cleon. - ¡Demuestra lo que sabes!