Partida Rol por web

Aquello se nos estaba haciendo bastante cuesta arriba. Había que ver lo que costaba atinar en una criatura que tampoco es que fuera lo más ágil del mundo, pero bueno, quizás fuera una especie de efecto secundario de aquel mal olor que desprendía. Era imposible acostumbrarse a eso por mucho que fuera pasando el tiempo. 

- ¡Joder! - Tuve que soltar lo poco que quedaba ya de la vara y cogí el hacha, pero al levantar la cabeza vi a nuestra compañera en el suelo. - ¡Joder con eso también! - Murmuré. 

Claro que ahora no nos íbamos a echar atrás así que traté de darle un hachazo a aquello que quedaba. Lo mejor sería atacar y no pensar. 

—¡Ha funcionado!

El grito de alegría de Fette quedó ahogado al ver a la semiorca lanzar otro hachazo al bicho. Rezando para que el monstruo no se dividiera otra vez, repitió su acción anterior y le arrojó otra carga de aceite. Otra vez el lanzamiento parecía que caería sin impactar sobre la criatura, pero el destino o la suerte quiso que le diera de lleno.

Miró a Zoex esperando que consiguiera otro tiro exitoso para poner fin al combate.

El hachazo de Lagakh tanto seccionó a la criatura en dos nuevas partes como terminó del todo con una de ellas, que dejó parte de su esencia burbujeando sobre el acero de su hacha. El horror que quedaba era más pequeño pero no menos peligroso. Una vez más el mediano logró impactar una nueva carga de aceite combustible en aquella corrosiva cosa, que trataba de asimilar aquel veneno cambiando su tono verdoso por uno más rojizo mientras Fette parecía esperar que su compañero elfo rematase la faena una vez más.

Su rostro palideció cuando vio a su compañera serpiente caer y cegado por la bronca no dudó en disparar con su arco lleno de furia tras ver qué sus compañeros lo estaban intentando. Habían herido a alguien que el quería, eso era imperdonable. 

—Muere de una puta vez. 

Y tras disparar, en caso de cerciorarse que lo habían abatido, iría tras su compañera para alzarla en brazos porque se iría de allí para salvarla. Le importaba muy poco lo que digan los demás. 

El disparo de Zoex alcanzó de lleno a la criatura borracha de combustible, haciendo que, como su gemela, se disolviese en un miasma humeante de podredumbre. Mientras el elfo iba en ayuda de su compañera caída, Lagakh y Fette pudieron comprobar cómo los restos brillantes que habían creído ver en la superficie viciada de aquella criatura eran monedas, anillos y colgantes de oro. Estaba claro que no les iban a hacer ricos, y muchos estaban desgastados y corroídos en demasía por haber estado hundidos en aquella criatura, aun así podrían pagar un par de semanas de comida y bebida (no de la mejor, eso era cierto). Nada tan impresionante o dañino como el pergamino venenoso o el anillo que había mutado la mano de Skarlkja.

Pero ahora lo más apremiante era volver a Clacwin para poder curar sus heridas y procurar un curandero que pudiese hacer algún bien a la moribunda mujer serpiente. Los aventureros desandaron su camino, encontrando los restos y trampas ruinosas que habían dejado a su paso y fuera se encontraron con una extraña sorpresa inesperada: alguien había sacrificado al caballo que Lagakh había cabalgado hasta allí (El más grande de todos) y había escrito con sangre (ya oxidada) la frase ES NUESTRA en la fachada del edificio. El resto de los caballos seguían allí, como si nada hubiese pasado, amarrados en los mismos puntos donde los habían dejado.

Skarlkja, entre delirios, escuchaba una voz tirturada que se alejaba a su espalda:  No, herrrrrrmanaaaa... NOOOOOOOO... Tan ssssssscercaaaaa... TAN SSSSSSCERCA... Vuelve... ¡SÁLVAME! pero en su estado no podía ni repsonder ni hacer nada al respecto.

Me despierto de un salto y la resistencia de las bien remetidas sabanas hacen que sisée histéricamente ( de una manera que no era muy diferente a un siseo de enojo o de hambre ).  Lo primero que noto es el pesado vendaje sobre mi brazo izquierdo.  Luego los recuerdos, fragmentados, comienzan a acudir a mi cabeza.  El duro impacto viscoso, el golpe contra el suelo, voces, ruidos, alguien agarrándome en volandas, un rostro..

-¡Zoexs! - busco en derredor y me arrastro dolorosamente hasta la ventana de la abigarrada cabaña del sanador.  Tenía tantos cachivaches inútiles que un ladrón tardaría semanas en encontrar algo realmente valioso, si lo había,que lo dudaba.  El elfo está ahí afuera, tan austero, parco, frío y elegante como siempre. -¡¡Zoex!! - vuelvo a llamarle, le sonrío cuando se gura en mi dirección. -¡Me hasss ssaalvado! ¿Y loss demáss? ¿Están bien? 

Me apoyo en el alféizar de la ventana, con los brazos colgando lánguidamente en el aire.  En el interior del vendaje, la serpiente que habita en mi dedo, o mejor dicho, ha sustituido a mi dedo (como esos bichos repugnantes que se comen la lengua de los peces) se mueve inquieta y, en el interior de mi cabeza,  las palabras de mi hermana resuenan sin descanso.  ¿Por qué no dijo Sssálvame? Me olía a trampa, pero no tenía elección.

-Elfo - digo con determinación - debemosss ir ahí adentro de nuevo. ¿Lo sabess?  Parpadeo doblemente y sigo hablando, más suavemente ahora, raro en mí   -Graciass por ssalvarme, Zoexs.  Te debo tress o cuatro de sstas, creo que va ssiendo hora que te devuelva el favor. Algún día.
 

La salida del templo fue una decisión tomada a consciencia, era el momento de abandonar aquel lugar para que la mujer serpiente pueda curar sus heridas. Así que en cuanto el exterior los abrazó con su frescor, pudo ver que el caballo de la pelirroja estaba muerto y esas letras escritas le hicieron fruncir el ceño en demasía. No pudo detenerse demasiado en ello, así que simplemente subió a Skarlkja sobre el caballo y él lo hizo después. 

—Usa el caballo de ella, ya averiguaremos que pasó aquí. No va a quedad así—comentó en ese tono serio habitual—. ¡Andando!

Y tras taconear con su pie al caballo, emprendió el galope hacia aquel lugar que le permita sanar a su compañera. Por suerte con esas monedas halladas, se cumplió el cometido y Zoex estuvo todo el tiempo a su lado. Parecía mentira que el elfo sea tan romántico con lo reo que solía ser de normal, pero no se separó de ella y estuvo pendiente hasta que salió un rato a tomar aire apoyado sobre la pared de la misma cabaña. 

Al escuchar los gritos de aquella mujer llamándolo, sonrió y se acercó. 

—Hey, ya estás bien—dijo seco, pero era un tono animado para ser él—. Todos bien. No me agradezcas y sí, me debes mucho. Ya me las cobraré juntas. 

No pudo contenerse y le regaló un guiño, luego meditó sobre su propuesta. 

—Si estás bien, si. Regresamos. 

Las gentes de Clacwin parecieron un poco pasmadas la ver volver a los aventureros tan pronto, y el encargado de criar a los caballos que habían sido cedidos a la tropa pareció especialmente dolido al saber del destino de uno de sus más bellos caballos, peor el oro que traían y el recuerdo de cómo les habían ayudado con la plaga de goblins, hizo que los instrumentos volviesen a sonar y las mesas volviesen a llenarse de manjares mientras la mujer serpiente era tratada por el curandero del pueblo, un hombre tan anciano como poderoso que fue capaz de recomponer y curar a Skarlkja en un par de días, consiguiendo que se recuperase 'casi' por completo, ya que lo de su dedo colmilludo decía que solo se podría curar mediante amputación.

Tras lo ocurrido, Fette no podía parar quieto. Iba de un lado sin saber qué hacer o decir, soltando algún chascarrillo forzado, o se acercaba inquieto a la cabaña donde curaban a Skarlkja.

Cuando por fin vio que estaba despierta corrió a abrazarla tan fuerte como su cuerpecito le permitía.

—¡Me tenías asustado!—empezó. Algo más tranquilo y aliviado. Luego se separó y le miró la mano—Y eso sigue dando asco... Tendremos que ir a una gran ciudad a que te lo quiten. ¿O prefieres volver?

La criatura murió y bueno, algunos objetos de los que tenía por ahí parecía que se podrían aprovechar para algo, aunque fue Fette el que metió la mano por ahí, ya que verdaderamente, a él le daba igual de dónde coger las cosas mientras pudiera cogerlas. 

No me pasó desapercibido el rollo raro entre el elfo y la mujer serpiente, aunque aquello me hizo negar con la cabeza. No quería saber lo que se traían entre ambos, no era asunto mío y a mí, mientras no se pusieran "ñoños" me daba igual lo que hicieran cuando nadie los mirara. Eso sí, estaba claro que si en algún momento hubiera que hacer guardia, casi mejor que la hicieran separada, no fuera a ser que se despistaran. 

Y fue al salir cuando verdaderamente me cabreé. Mi caballo no estaba a simple vista, aunque no tardé en averiguar por qué no estaba. 

- ¿PERO QUÉ...? - Sí, iban a escuchar mis voces desde nuestra casa. - ¡MALDITOS COBARDES HIJOS DE PUTA! ¡DAD LA CARA SI TENÉIS HUEVOS! ¡PIENSO METERTOS EL HACHA POR EL C...! - Y así continué hasta que me aburrí, que fue varios minutos más tarde. 

Claro que luego, con el ceño fruncido pensé en eso de "es nuestra". No sabía qué era "de ellos" pero mi caballo era mío y ahora lo único que iba a ser de ellos eran los fragmentos de cráneo cuando les estampara mi hacha en su cabeza. 

Terminé asintiendo cuando me ofrecieron el otro caballo, pues los tortolitos parecían querer ir juntos, pero en aquel momento no es que fuera una grata compañía, así que me mantuve en silencio, aunque se podía ver todo lo que pensaba sólo viéndome la cara y era algo muy sangriento. 

-Butlerss - levanto al regordete mediano y lo abrazo como una cría de mamífero haría con un peluche.  -Ssiempre tan calentito, jah, jah.  La temperatura corporal de los medianos como Fette era notoriamente superior a la humana y yo acababa, noche sí, noche también, usándolo de cálida almohada en las frías y húmedas noches mazmorriles.  

Escucho su comentario acerca de mi dedo ponzoñoso y quedamente, como si no quisiera que me escuchara nadie, le digo:-Ssshhh, no digasss esass cosass de él. De ella -como ha quedado poco claro, me explico -El dedo.. puede oirnosss. Shhhhh. Esss muy ssensible. 

Y me giro hacia Zoex, tan pancha después de haber provocado aún más repelús en el pobre ladronzuelo.  

-Ssi, ya te lass cobrarass todass juntass, jahk, jah.  Y no te preocupess por loss interesess, yo no me dejo nadah por pagar. Vasss a fliparla. Cuando ssea

No me pasaban inadvertidas las miradas truculentas y ceñudas que nos lanzaba Lagahk.  Menos mal que no le hacía caso a mi instinto y sí a mi bien amueblada cabeza cabeza serpentina.  Porque en esos ojos amarillentos sólo veía envidia.  De la de ponerse verde. 

Lo del dedo era un asunto en el que el elfo no quería meterse, más aún cuando resultaba ser tan útil al explorar las mazmorras. Así que con su seriedad habitual, miró de soslayo a la mujer verde y la ignoró un poco, no entendía mucho de ellos de buenas a primeras. 

La otra, le habló en un momento y alzó una ceja. 

—Cuando terminemos, eso espero que no te dejes nada. 

No se sabía a que se refirió Zoex si a la ropa, al pagar las deudas o vaya a saber qué. Le divertía hablar de forma misteriosa y deleitarse con las respuestas de su camarada. Ya con el lamento de aquel hombre mucho no pudo hacer, tampoco estaban para seguir perdiendo monturas, así que más allá de que el oro no compra una vida, si que ayuda a tener un caballo más. 

—¿Nos vamos?

Las gentes de Nyom les habían comentado que el mismo día que habían partido hacia la tumba, otro grupo de aventureros, conformado por tres semiorcos, un elfo y un goblin (al que parecían usar como mascota encadenada) había parado en el pueblo para reposar al mediodía. Portaban extraños artilugios de orientación y una buena saca llena de mapas de lo más variopinto. Tras comprar algunas antorchas y aceite de prendido, partieron en la misma dirección que nuestros protagonistas habían seguido. Tal vez fuesen quienes les habían dejado aquel explícito mensaje en el exterior de las catacumbas. Posiblemente fuesen otros cazadores de tesoros. Últimamente la hambruna y la codicia hacían que todo el mundo se metiese a saqueador de tumbas, resultaba casi ridículo ¿Había realmente tantas de esas estructuras a saquear? Puede que ya hubiesen dado buena cuenta de lo que hubiese en el templo de los sangre-fría, pero Skarkja y sus compañeros tenían asuntos pendientes allí abajo... Eran persistentes, de eso no había duda.